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sábado, diciembre 21, 2024

La Resistencia en la URSS: soviéticos contra nazis en el Frente Oriental

La guerra de exterminio y aniquilación racial que emprendieron los alemanes en su avance por el Frente Oriental provocó una terrible matanza de militares y civiles. Los nazis proclamaban que la raza indogermánica debía expandir su territorio vital (Lebensraum) hacia el este y, para la consecución de ese objetivo, era necesario someter naciones y voluntades y asesinar a todo aquel que supusiera un estorbo. Adolf Hitler y sus secuaces pensaban que los soviéticos pertenecían a una raza inferior y que el sistema “judeo-bolchevique” estaba podrido, por lo que se desmoronaría en cuestión de semanas ante el empuje de la Wehrmacht. No habría lugar a la tibieza ni a la compasión en el proceso de colonización de los territorios conquistados.

Cuatro jovencísimos partisanos rusos posan delante de un avión alemán (un Junkers Ju 52) derribado. Foto: Getty.

Desde los primeros días de la Operación Barbarroja, Hitler decretó durísimas represalias contra los guerrilleros y civiles rusos que osaran atacar a sus fuerzas o emprender cualquier acto de resistencia. En septiembre de 1941, el Estado Mayor alemán anunció que, por cada alemán muerto a manos de la guerrilla, ejecutaría a entre cincuenta y cien rehenes rusos. Por esas fechas, dos soldados de la Wehrmacht fueron asesinados en un pueblo de Bielorrusia, y la represalia fue mucho más dura que la anunciada por el Estado Mayor. Los nazis asesinaron a más de diez mil personas, mujeres y niños en su mayoría.

Grandes pérdidas en el Ejército Rojo

Tras aplastar las defensas soviéticas, los alemanes emprendieron tres grandes ofensivas a lo largo de un frente de invasión de mil ochocientos kilómetros. El grupo de Ejércitos Norte, al mando del mariscal de campo Von Leeb, avanzó en dirección a los Estados bálticos y Leningrado (actual San Petersburgo). El grupo de Ejércitos Centro, con Von Bock a la cabeza, se dirigió a Minsk, ciudad que capturó en pocos días. Y el grupo de Ejércitos Sur, a las órdenes de Von Rundstedt, se encaminó hacia Ucrania. La falta de adiestramiento y de oficiales capacitados convirtió al Ejército Rojo en fácil presa de los alemanes.

En las primeras semanas de guerra, tres millones de soldados soviéticos fueron hechos prisioneros por la Wehrmacht. Dadas las terribles pérdidas que sufrió el Ejército Rojo, las autoridades soviéticas organizaron grupos de partisanos para llevar a cabo guerra de guerrillas y movilizaron a casi un millón de mujeres, que suplieron las bajas en los batallones de distintos cuerpos militares. Las más conocidas fueron las aviadoras de combate, y entre ellas cobraron especial protagonismo las integrantes de la División de Bombardeo Nocturno, llamadas por los alemanes “las brujas de la noche”.

El cuerpo de aviación femenino soviético sembró el pánico cada noche en el Frente Oriental. Arriba, las «brujas de la noche» reciben órdenes en Bielorrusia, en 1944. Foto: Getty.

En una resolución del Comité Central del Partido Comunista dictada el 18 de julio de 1941 y titulada “Sobre la organización de la lucha en la retaguardia de las tropas enemigas”, se instaba a todos los soviéticos que no estuvieran en las filas del Ejército Rojo a promover la lucha clandestina, crear grupos de resistencia y desplegar una red en el territorio ocupado para llevar a cabo todo tipo de sabotajes contra los “ocupantes fascistas”.

Al llegar los alemanes a Moscú en octubre de 1941, el pánico se adueñó de la ciudad y Stalin quedó paralizado. Mientras se levantaban barricadas, las autoridades organizaron la evacuación del Gobierno. Poco después, Stalin reaccionó y se puso al frente de la defensa de la capital, enviando un mensaje en el que pedía a la población que resistiera a ultranza a los nazis. Más al norte, las tropas alemanas sitiaron Leningrado, abocando a la población a la miseria y la hambruna.

Con escasez de armamento

El primer grupo guerrillero lo formó Vasili Korzh en Bielorrusia poco después de la invasión nazi. Korzh era un tipo duro, formado en la Guerra Civil española, que pronto destacó por sus habilidades de mando. Instauró una gran disciplina en su grupo castigando con dureza a los saqueadores, fueran guerrilleros o no: “Estamos combatiendo por el pueblo. Nunca maltraten al campesino. Pídanle un pedazo de pan si hace falta, pero nunca lo tomen a la fuerza”. Lamentablemente, otros grupos guerrilleros no actuaron con la misma delicadeza, llegando incluso al asesinato de población civil compatriota.

Al oeste de Bielorrusia se situó una de las líneas de fuego del Frente Oriental. Allí, los partisanos soviéticos (en la foto, en enero de 1941) intentaron detener el avance alemán. Foto: Getty.

En esas fechas, los partisanos apenas tenían pertrechos y sólo disponían de fusiles para la mitad de sus fuerzas. Algunos informes enviados a Moscú exponían esa escasez de armamento y mostraban sus dificultades para emprender con ciertas garantías una guerra de guerrillas. El 21 de noviembre de 1941, un informe del Comisario de Asuntos Internos del Pueblo describía la amarga experiencia vivida por un batallón de partisanos del NKVD meses antes en el pueblo de Osintsy (Ucrania). En un combate de dos horas contra las tropas alemanas, la mayor parte del comando y su jefe fueron abatidos. Sólo sobrevivieron dos hombres.

Falta de altos mandos militares

El problema de los soviéticos venía de la década de 1930, cuando Stalin desmanteló los grupos de partisanos por considerarlos una amenaza hacia su propia autoridad. Cuando llegaron las purgas del Gran Terror, muchos de los jefes partisanos fueron asesinados, así como gran número de oficiales del Ejército Rojo. A Stalin no pareció preocuparle esa falta de altos mandos militares. Había firmado un tratado de paz con Hitler y creía que los nazis no iban a invadir la Unión Soviética. Fue uno de sus grandes errores. Una vez se produjo el ataque de los alemanes, Pável Sudoplátov, responsable de las operaciones secretas contra los nazis, intentó reclutar a nuevos partisanos.

En abril de 1942, el Kremlin reconoció que apenas tenía 37 partidas de guerrilleros operativas en Ucrania. La situación comenzó a mejorar en mayo de ese año, cuando se creó un grupo especial que contó con apoyo de agentes del NKVD (agencia precursora del KGB). El ucraniano Sidor Kovpak, que había formado a un puñado de partisanos en 1941, fue uno de los líderes de ese nuevo grupo especial. Sus hombres fueron responsables de atentados a infraestructuras ferroviarias y de la liberación de vastas zonas de Bielorrusia que estaban en manos del enemigo.

El jefe guerrillero Sidor Kovpak acompañado por la francotiradora Liudmila Pavlichenko, en 1944. Foto: Getty.

A comienzos de septiembre, sólo en Ucrania, sesenta y tres destacamentos de partisanos integrados por un total de casi cinco mil hombres y mujeres actuaban detrás de las líneas alemanas (…) Había ya sobre el terreno o estaban preparándose más de veinte mil guerrilleros. Entre ellos había algunos especialmente bien adiestrados que podían hacerse pasar por oficiales alemanes”, recuerda el historiador británico Antony Beevor en su libro La Segunda Guerra Mundial. Locomotoras, vías férreas, puentes, camiones con hombres y suministros y depósitos de municiones fueron atacados por los guerrilleros soviéticos.

Otro destacado jefe partisano, Dmitri Medvédev (sin relación con el actual político ruso), organizó un destacamento de Resistencia en los alrededores de la ciudad de Brjansk, a 380 km de Moscú, en el que participaron 18 españoles; entre ellos José Gros, conocido en Rusia como Antonio el Catalán, que fue soldado en el Ejército republicano y partisano en la Unión Soviética entre 1942 y 1945. La misión que Moscú encomendó a Mdevédev era introducir a un grupo de guerrilleros en la retaguardia alemana en Ucrania. En junio de 1942, él y sus hombres se lanzaron en paracaídas tras las líneas del enemigo, desde donde captaron y manipularon las comunicaciones de la Wehrmacht. Sus partisanos también liquidaron a unos dos mil soldados.

El éxito de esos y otros ataques guerrilleros hizo reaccionar al Alto Mando alemán, que en julio de ese año puso en marcha dos redadas para frenar la Resistencia en el área de la ciudad de Brjansk, con los nombres en clave de “Trino” y “Pájaro Carpintero Verde”. Aunque ambas operaciones se saldaron con la muerte de miles de guerrilleros, la Resistencia rusa se convirtió en un quebradero de cabeza para los alemanes, cuya brutalidad contra la población civil despertó el fervor patriótico y los deseos de venganza de millones de rusos y ucranios.

La población soviética sufrió continuos registros de sus viviendas por parte de las tropas nazis, que buscaban a partisanos escondidos. Arriba, alemanes en una aldea en Brjansk. Foto: Photoaisa.

Ataques a la retaguardia enemiga

El 18 de agosto de 1942, Hitler dictó una directriz para intensificar las represalias en el territorio ocupado. “Los alemanes desplegaron a un cuarto de millón de efectivos para las operaciones contra los partisanos y para la seguridad en la retaguardia en el este, lo que representó un verdadero triunfo para Stalin”, señala el historiador británico Max Hastings en su libro La guerra secreta: espías, códigos y guerrillas 1939-1945. Moscú había logrado abrir un frente en la retaguardia enemiga, obligando a los alemanes a desviar hombres y armamento para combatirlo.

A lo largo de 1943, el poder de los partisanos fue en aumento. De los 130.000 guerrilleros de que dispuso a finales de 1942, la Resistencia se incrementó hasta alcanzar el cuarto de millón de hombres. La guerra de guerrillas echó por la borda el sueño de Hitler de colonizar territorios de Ucrania y Rusia para que se asentaran en ellos colonos alemanes. El plan del Lebensraum en el este requería zonas totalmente controladas por la Wehrmacht y un campesinado absolutamente sumiso, un escenario imposible en aquellos momentos.

“Como era de esperar, las represalias nazis se hicieron cada vez más feroces. Las aldeas próximas a los ataques perpetrados por los partisanos eran incendiadas y arrasadas. Los rehenes eran ejecutados. Entre los castigos más notables destacaba el ahorcamiento público de mujeres y niñas acusadas de ayudar a los partisanos. Pero cuanto más cruel era la reacción, mayor era la determinación a ofrecer resistencia”, señala Beevor. El historiador británico subraya que, “en muchos casos, los líderes partisanos provocaron deliberadamente las represalias alemanas para intensificar el odio contra el invasor”.

En Feodosia, península de Crimea, dos partisanos soviéticos ahorcados y expuestos en la vía pública por los nazis. Foto: Getty.

Pérdidas cruciales de la Wehrmacht

La derrota alemana en Stalingrado, el 2 de febrero de 1943, marcó un punto de inflexión en la guerra. La reputación de la Unión Soviética creció vertiginosamente en todo el mundo, atrayendo a muchos patriotas hacia los movimientos de resistencia europeos capitaneados por los comunistas. Hitler había cometido un grave error táctico y estratégico. Hubo tanta propaganda en la toma de la ciudad soviética que al final de la batalla, cuando el VI Ejército alemán dejó de existir, Hitler fue incapaz de admitir su fracaso. Desde un punto de vista psicológico, puede decirse que la derrota de Stalingrado hizo decaer la moral de los alemanes. Algunos gerifaltes nazis comenzaron a pensar que la debacle era posible.

En julio de ese año se produjo la colosal Batalla de Kursk, que enfrentó a los carros de combate alemanes con los rusos en la mayor concentración de fuerzas blindadas que el mundo había contemplado antes. Las pérdidas de la Wehrmacht fueron insostenibles. “Por detrás del frente, los partisanos lanzaron ataques muy violentos contra el sistema de comunicaciones alemán; sólo entre el 20 y el 21 de julio, destruyeron 430 tramos de vías férreas. Los desventurados tripulantes de los convoyes, rusos reclutados a la fuerza por los ocupantes, morían fusilados en cuanto caían en manos de la guerrilla”, señala Hastings.

Aquella operación partisana orquestada por el NKVD se denominó “la guerra del ferrocarril”. Sus efectos fueron letales para el transporte de tropas y pertrechos de los ocupantes, ya que redujo el tráfico ferroviario de los alemanes en casi un 40%. En aquel tiempo, el jefe de partisanos Kopvak y sus hombres lograron otro gran éxito al volar los yacimientos petrolíferos en los Cárpatos, lo que puso en dificultades el abastecimiento de combustible del Ejército nazi en aquella región.

A mediados de 1943, los soviéticos aseguraron haber desplegado a 250.000 guerrilleros en los páramos de Ucrania y otras zonas orientales no controladas por los alemanes. “La actividad de estos partisanos logró un impacto muy superior al de cualquier otro movimiento de resistencia en la Europa occidental, gracias en parte a la indiferencia que Moscú mostraba ante las represalias de la Wehrmacht contra la población civil”, recuerda Hastings. Los continuos ataques guerrilleros a las comunicaciones alemanas durante la Operación Bagration, impulsada por Stalin en el verano de 1944, lograron mayor impacto que los llevados a cabo por la Resistencia francesa durante el desembarco aliado en las playas de Normandía. La Operación Bagration supuso la total destrucción de 17 divisiones alemanas y causó muchísimas pérdidas a otras cincuenta. Fue la derrota más calamitosa de la Wehrmacht durante la II Guerra Mundial y concluyó con la llegada de los soviéticos a las puertas de Varsovia.

Golpes de efecto de la Resistencia Rusa

Los nazis estaban contra las cuerdas. Aquel año, la superioridad de los ejércitos de Stalin y el crecimiento de la producción en sus fábricas de armamento anunciaron un cambio radical en el Frente del Este. Los rusos fueron capaces de fabricar 1.200 carros de combate T-34 al mes. Por aquel entonces se produjo la ruptura del cerco de Leningrado. El 14 de enero de 1944, los ejércitos soviéticos atacaron las líneas alemanas, que fueron incapaces de aguantar el empuje de los soviéticos. El 10 de junio, sus tropas acosaron al enemigo desde ambas orillas del lago Ládoga, haciendo retroceder a los finlandeses que colaboraban con Berlín. La ciudad fue finalmente liberada, pero cientos de miles de sus habitantes habían perecido de hambre y frío durante el asedio.

En los Urales se encontraba la fábrica de la que salieron miles de tanques T-34 (en la foto) que contribuyeron a aumentar la superioridad de las tropas de Stalin. Foto: Getty.

El fracaso en Moscú, Stalingrado y Leningrado echó por la borda el plan nazi de colonización de los territorios del este. Sin duda, sobre todo en los dos últimos años de guerra, los golpes de efecto de la Resistencia rusa contribuyeron decisivamente a la victoria final del Ejército Rojo. Ya nada iba a frenar su avance en el Frente Oriental y el de los aliados en el sector occidental. Enfurecidos por los salvajes asesinatos que habían cometido los nazis en Rusia, los soviéticos lanzaron todo su poder destructivo contra las cada vez más debilitadas fuerzas de defensa alemanas.

Destrucción del Frente del Este

El 12 de enero, Stalin ordenó que sus ejércitos iniciaran una ofensiva general desde las cabezas de puente del Vístula. Semanas después, millones de refugiados alemanes huyeron hacia el oeste por delante de los soviéticos. Las tropas soviéticas alcanzaron los suburbios de Berlín el 24 de abril de 1945. Agazapado en el búnker de la Cancillería, Hitler no quería terminar como Mussolini, cuyo ensangrentado cuerpo fue colgado por los partisanos italianos para mostrarlo a las masas, razón por la que ordenó a sus subalternos que, una vez se hubiera pegado un tiro, quemaran su cuerpo con gasolina. Con su suicidio finalizó una tragedia que costó millones de vidas en todo el mundo.

Ningún conflicto bélico puede igualar en grado de destrucción al que tuvo lugar en el Frente del Este. Asoló la Unión Soviética desde Crimea a Leningrado y murieron en él al menos veinte millones de rusos. El productor de la BBC Laurence Rees, autor de Una guerra de exterminio (libro que narra la brutalidad de los combates en el Frente Oriental), se pregunta qué beneficios obtuvo Hitler invadiendo la URSS. Su respuesta es contundente: “Un país roto, dividido, que había perdido buena parte de territorio, y una población que habría de llevar sobre su conciencia el haber encendido una guerra racista de aniquilación y engendrado, asimismo, el cáncer del Holocausto”.

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