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sábado, octubre 5, 2024

La relación de los monarcas medievales con Santiago de Compostela y su catedral

Es cierto que la de Compostela parece una historia ligada a lo eclesiástico: catedral, peregrinación, arzobispado… Y sin embargo la relación de todos ellos con la monarquía, principalmente la hispana, es una de las grandes constantes para la iglesia de Santiago desde sus orígenes en el siglo IX hasta tiempos contemporáneos, con huellas bien palpables hoy en día de su pasado medieval.

Miniatura de Fernando I de León (1016-1065) en el Tumbo A (Archivo- Biblioteca de la Catedral de Santiago), folio 25 v. Foto: Album.

Tanto el templo como la institución catedralicia tienen una intensa relación con la monarquía hispana desde sus inicios. En torno al año 830, sin que podamos precisar fecha exacta, se produce lo que se dio en denominar inventio: el hallazgo del sepulcro atribuido a Santiago Zebedeo, uno de los doce apóstoles. Varios restos sustentaban la adscripción: textuales unos, en la tradición desde los siglos IV-V que fijaba la prédica del discípulo en la parte más occidental hispana; materiales otros, con un edículo de tradición romana y una necrópolis alrededor que lo venera. Y ahí empieza todo.

Los reyes y la primera ciudad

El hallazgo llega a oídos del prelado de Iria, Teodomiro, que acude y lo certifica. El paso siguiente es obvio: comunicarlo, comenzando por supuesto por el monarca que regía en aquel momento. No un rey cualquiera: Alfonso II, llamado el Casto (791-842). Su reinado es clave, ya que marca la expansión del conocido como reino de Asturias y su ampliación hacia el sur a costa del espacio conquistado a los musulmanes. En lo que nos interesa (y le interesó a él) el descubrimiento del sepulcro de un apóstol no era algo que se pudiese desaprovechar; era, a mayores del papel pastoral, un regalo político que bien podía jugar un papel fundamental en el impulso de la lucha contra los sarracenos.

Alfonso II tarda bien poco en mover ficha. No hay constancia efectiva de que haya acudido en persona pero de manera indudable transmite sus favores al nuevo centro de culto. En el 834 concede un primer espacio circular de tres millas en torno al sepulcro para que pueda establecerse la comunidad religiosa que cuidaría de él: es el origen de la ciudad. Y el inicio de la relación de la monarquía con la urbe y sus instituciones.

El paso del tiempo reafirma esta relación. Sus sucesores amplían las concesiones a esta comunidad, especialmente Alfonso III el Magno (866-910), monarca que muda la sede regia de Oviedo a León, empezando a hablar ahora de unas nuevas formas: el reino de León. En torno a Santiago, Alfonso promueve la construcción de una primera basílica para acoger un culto cada vez más floreciente y certifica el vínculo con el regalo de una magnífica cruz de oro. Cuando se ve forzado en 910 a dividir sus dominios entre sus hijos, el rey de Galicia, Ordoño (910-914), continuará con el favorecimiento a través de una importante donación de joyas y objetos preciosos. Tras asumir ya el trono de León como Ordoño II (914-924), lo certifica con la ampliación en 915 de aquel giro en torno al sepulcro.

Alfonso III de Asturias el Magno (izda.) reinó entre 866 y 910. Ordoño II de León (dcha.), rey de Galicia, reinó entre 910 y 914, subordinado al rey de León. Fotos: Museo Nacional del Prado.

Urbe Conpostella

En este transcurrir del siglo IX e inicios del X el núcleo crecía en torno al centro apostólico. Se expandía en gentes, oficios, vidas… y cogía peso político en torno a su iglesia. La documentación regia nos va dando forma e imagen de la ciudad. Desde la ampliación de Ordoño II el núcleo superaba las amenazas vikingas y las razzias musulmanas y a mediados del siglo XI una nueva muralla, promocionada por el obispo Cresconio, daba forma extensa al enclave. 

Un documento del rey Fernando I (1037-1065) nos habla ya de urbe Conpostella y no mucho después la crónica conocida como Historia Compostelana recuerda los fastos vividos con la presencia de su hijo, Alfonso VI (1072-1109) en la fiesta de la Traslación de Santiago, luego de unificar el reino gallego, que le arrebata a su hermano García de Galicia (1065-1071), con el suyo de León. Una procesión catedralicia con el monarca vestido con insignias reales, caminando entre sus caballeros y una multitud ricamente ataviada entre oros, joyas y armiños.

El Tumbo A. Un monumento regio en pergamino

Esta ciudad de Santiago se hacía fuerte llegando al siglo XII; en su demografía, en sus ocupaciones, en su extensión. Barrios extramuros, intensas corrientes peregrinatorias, múltiples servicios y templos, y una gran catedral románica en construcción para sustituir aquella basílica de Alfonso III ya insuficiente. Todo avivaba la organización de sus habitantes en formas políticas que conocemos bien en los reinos peninsulares de la Edad Media: el concilium, luego ‘concejo’; la expresión política de la voluntad de los vecinos. Pero al tiempo, en el núcleo se reforzaba el verdadero poder feudal: el de la Iglesia de Santiago. En 1095 la sede obispal que hasta entonces había estado en Iria (hoy Padrón) fue trasladada a la pujante y apostólica Compostela. Desde ahí, su primer obispo, Diego Gelmírez, despereza las formas feudales del poder construyendo un sólido edificio no solo en piedra sino en atribuciones.

La ciudad de Iria (hoy Padrón) fue sede episcopal hasta que Alfonso II trasladó el obispado a Santiago de Compostela. En la imagen, iglesia de Santa María de Iria Flavia. Foto: Album.

Así las cosas, ciudad y arzobispo estaban destinados a chocar. El crecimiento de las dos formas políticas da lugar a una serie de levantamientos, con revueltas urbanas en 1116-1117 y luego en 1136. El enfrentamiento fue crudo, según nos cuenta la crónica del prelado. Pero de todo se aprende, y así Gelmírez, para reforzar los derechos y preeminencias de la institución, emprende un proyecto archivístico de selección de documentación, traslado y conservación de los diplomas principales de la sede. Probablemente habría dispuesto la elaboración de varios cartularios, pero el único que ha llegado hasta nosotros es el conocido como Tumbo A, elaborado hacia 1134. 

En él se copian las concesiones y privilegios de los reyes, reinas e infantas de los reinos hispanos a la Iglesia de Santiago, comenzando por aquel de Alfonso II en 834. Y antes de los diplomas de cada protagonista, una miniatura que ilustra su efigie; abierto además con la conocida iluminación de la inventio con el obispo Teodomiro dando certificación al hallazgo del sepulcro. La importancia del contenido hace que se continúe más allá del tiempo de Gelmírez y se le incluya documentación nueva hasta mediados del siglo XIII, con lo que además de un magnífico cartulario, contamos con la principal galería regia hispana hasta Alfonso X. Todo un monumento al poder político; selección de atribuciones que testimonian una fluida relación con las monarquías peninsulares, principalmente leonesa.

Alfonso X el Sabio con las armas de León y Castilla. Tumbo A, Folio 71. Foto: Album.

La monarquía en el templo. Ceremonias y sepulcros

A partir de aquí la relación de la Iglesia de Santiago con reyes, reinas e infantas se certifica principalmente a través de su panteón real. El espacio, dentro de la catedral, tendría su origen en el enterramiento de Raimundo de Borgoña, conde de Galicia fallecido en 1107 y esposo de Urraca, hija del rey Alfonso VI. Conde; no rey. ¿Rey frustrado? Quizá. 

El reino independiente de García de Galicia estaba todavía muy reciente, y acaso hubiese visos de recuperarlo. Es posible que por ello Diego Gelmírez corone al todavía niño Alfonso Raimúndez, hijo del fallecido Raimundo y Urraca, como rey de Galicia en la catedral de Compostela en 1111. Esta coronación que nos transmite la Historia Compostelana permite una nueva evocación de ciudad y templo. Hubo de ser un fasto solemne, alegre y brillante; que concentró a buen seguro a compostelanos, allegados, séquitos y viajeros, mientras un templo engalanado acogía la ceremonia. Pero el destino político de Alfonso no será ese, sino el de ser Alfonso VII imperator totius Hispaniae desde 1126.

Panteón Real en la Capilla de las Reliquias de la Catedral de Santiago de Compostela. Foto: X. Muras.

Una relación compleja

A su muerte, en 1157, los reinos se dividen de nuevo, y el reparto deja las coronas de Galicia y León en la cabeza de Fernando II (1157-1188). Y en ese territorio, extenso, Santiago de Compostela era la única ciudad arzobispal. Centro eclesiástico, el monarca decide enterrarse en ella, al igual que su sucesor Alfonso IX (1188-1230). La reina Berenguela, esposa de Alfonso VII, lo había hecho ya.

No dura mucho, pues la misma corriente política que hacía de Compostela un centro destacado, la iba a alejar del eje principal. El monarca Fernando III, el Santo (1230-1252) reúne de nuevo en su persona las coronas de Galicia, León y Castilla, ya de forma definitiva, y tras expandir el reino hacia el sur decide enterrarse al fin de sus días en Sevilla. La relación con la monarquía se volverá compleja, pues Alfonso X (1252-1284), vigorizador de las atribuciones públicas del Estado, quitará a la Iglesia compostelana el señorío de la ciudad, que será de derecho real hasta 1311.

Sepulcro del rey Fernando II en el Panteón Real de la catedral de Santiago de Compostela. Foto: Album.

En este transcurso de la Edad Media, entre los siglos XIII y XV, la vida litúrgica del templo también tendrá la marca regia. A lo largo del año, en diversas fechas especialmente señaladas, se celebraban solemnidades particulares en recuerdo de personajes de especial vinculación con la sede. Y de entre ellos algunos de los más destacados eran los que recordaban a las figuras reales: Alfonso VII, Juana de Castro, reyes de Portugal, reyes de Francia o el emperador Carlomagno; en procesiones que, tras los oficios, cruzaban el templo para finalizar en la llamada Capilla de los Reyes.

Así, la historia de la Iglesia compostelana no se entiende sin la dimensión de los reyes y reinas hispanos. En la relación sostenida entre Alfonso II y los Reyes Católicos; y posteriormente con los juros que conceden Carlos I, Felipe II… Un pasado del que podemos disfrutar a través de los testimonios y monumentos que nos ha legado. De piedra y pergamino. De palabras de la Corona en la Compostela medieval.

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.

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