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sábado, septiembre 14, 2024

Carta a los supervivientes de Cari Goyanes

La muerte es tan egoísta que, cuando arrebata a las personas queridas, parece que se lleve un pedazo de uno mismo. Bien visto también lo es la vida: nadie se entera de que, cuando nace, anega su entorno de alegría. Tras
la muerte de Cari Goyanes, todo el mundo ha tenido la necesidad de decir algo al respecto.

Los periodistas nunca debemos ser los protagonistas de las noticias. Es una máxima que no hace falta aprender en la facultad. Lo enseña el oficio. También que hay que distanciarse de los personajes, en este caso del mundo social, para ser siempre
imparciales, asépticos, independientes o, llegado el caso, implacables. Pero con
Cari Lapique y su estirpe se hace difícil.

Cari Lapique: su bondad, su cercanía, su profesionalidad y su simpatía te envuelven desde el primer momento en el que la conoces. Siempre te ayuda, es
la más disfrutona del mundo y, en cada conversación, te regala esa sonrisa tranquilizadora que sirve de bálsamo ante cualquier tipo de tribulación personal. Y sin perder jamás
la educación y la elegancia en el sentido tradicional de estas palabras, que pronto caerán en desuso. En este mundo absurdo de representantes e intermediarios, que alguien descuelgue el teléfono y te haga el trabajo amable es mucho de agradecer.

Ahora, desgraciadamente,
esta gran dama de nuestra sociedad, siempre un rostro alegre del cuché, forma parte de ese reducto de madres que sobreviven a sus hijos. Curiosamente, una de las pocas condiciones que no cuenta con definición en el diccionario. Quizás sea porque no se pueda describir. Tampoco la RAE le ha puesto un nombre al hecho de perder a una hermana mayor. Carla. Sí lo tiene la palabra huérfano. Pedro y Mini Cari. También viudo cuenta con su acepción. Matos. Y escalofrío, congoja, injusticia…

Cuando uno es huérfano de una madre anónima, puede homenajearla a través de otras. Se llama licencia literaria. Y
Cari Goyanes sería un buen ejemplo. En ella se concitan el amor, la autenticidad, la buena energía, la creatividad, la risa contagiosa, una cierta rebeldía y unas manos hechas para cocinar con el alma. Porque no es lo mismo el corazón que el alma.

Los plumillas que hemos militado en el canapeo la recordamos siempre trabajando en los miles de caterings de fiestas, públicas y privadas, que ha organizado a lo largo de su
vasta trayectoria como empresaria. Cobraba un precio justo y pagaba muy bien a sus trabajadores. Eso ya lo habrán leído ustedes. Otros la rememoran despeinada elaborando sus delicias gastronómicas para los más ricos del país, entre los que se encontraba su propia familia. Eso sí que es tener clase.

Sinceramente
era complicado no hacerte amigo suyo. Me lo contaba un periodista que, en la peor época de su vida, cuando su mundo se tambaleó, le pidió una entrevista para ganarse un dinero que en ese momento necesitaba. Y mucho. Le solicitó que, por favor, le explicara en qué consistían los retiros de Emaús para escribir un reportaje sobre ello. Ella lo hacía dos veces al año y le venía fenomenal, pues desde que
encontró una respuesta en la religión era más feliz. Y se la dio. No tenía obligación, pero lo hizo. «Tienes que hacer este camino. Te transformará. Te voy a llevar yo». Quedó pendiente. Curiosamente, en esa conversación, que se produjo a finales de 2023, una de las preguntas fue:

—Estos últimos años han sido duros para tu familia. Falleció tu tío,
Alfonso Cortina; tu abuela, Nena Perojo; amigos de la familia como
Fernando Fernández Tapias… ¿Cómo ayuda Emaús en ese sentido?

—Ayuda mucho si sabes que lo que viene es mejor. Lo vives de otro modo, aunque, ojo,
yo no me quiero morir… En definitiva, aprendes a vivir con un amor y una paz que yo no tenía.

Sus familiares y amigos tendrán que anudarle una red a esta fe tan grande como su vacío para que
este doble duelo no se transforme en una patología. Es difícil atravesar lo que Camus describió como «la noche oscura del alma» sin los amarres adecuados. A veces, a la hora de encajar estos inusitados golpes, no se trata sólo de voluntad y fortaleza, independientemente de la capacidad de resiliencia personal.

A veces, necesitamos
ayuda de médicos y profesionales. Informaros con especialistas de cómo asistir a esta familia, más allá de las manidas compasiones. Un silencio puede ser lo más elocuente en ciertas ocasiones. Probablemente, sentirán rabia, dolor, odio… y culpa. Habrá actitudes que no podrán controlar y estarán tristes, desorientados, perdidos. Quizás no sabrán pedir ayuda.
Escuchar y dar abrazos es una receta infalible para los supervivientes de Cari.

No se encaja un golpe así en cuestión de semanas. Todavía faltan muchos años para que la inesperada singladura que ha supuesto su fallecimiento se transforme en una cicatriz.
La prensa también tendremos que entender que, más allá de nuestro afán informativo, el dolor atraviesa a personas de carne y hueso. Trabajamos con materia humana. Y lo cierto es que, en esta ocasión, no hemos estado a la altura precisa que esa buena familia se merece.
No todo vale.

Cari Goyanes ha muerto,
como su padre, Carlos, en Marbella. Allí, su abuela materna, la legendaria Cari Córdoba, organizó las mejores fiestas de flamenco que jamás se perdieron sus buenos amigos, los duques de Windsor.
Vida y muerte en la Costa del Sol. Manuel Alcántara, el célebre poeta malagueño, escribió, ante el rumor de ese enigmático mar resplandeciente del sur, un poema que parecía dedicado a ella.

No pensar nunca en la muerte

y dejar irse las tardes

mirando cómo atardece.

Ver toda la mar de frente

y no estar triste por nada

mientras el sol se arrepiente.

Y morirme de repente

el día menos pensado

ese en el que pienso siempre.

Si es verdad que existe el cielo como le contaste a aquel periodista que se hizo un poco amigo tuyo, allí nos veremos, querida. Nosotros, decrépitos. Y tú, allí, con esa mirada de gata salvaje que te convirtió desde que naciste en una de las mujeres más bellas de España.
Ha sido sin querer, pero menudo arañazo, Cari.

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