El mexicano José Luis Calva Cepeda, el alemán Armin Meiwes, el japonés Issei Sagawa, el norteamericano Richard Trenton y la italiana Leonarda Cianciulli. ¿Qué tienen en común? Todos ellos son asesinos, sí, pero, además, todos ellos se han comido partes del cuerpo de sus víctimas una vez estas han sido asesinadas.
Las situaciones de canibalismo se han dado con cierta frecuencia a lo largo de la historia. De hecho, en cuevas que fueron habitadas por nuestros ancestros neandertales en el norte de España, y no solo ahí, se han descubierto huesos de especímenes con claras marcas de herramientas que se usaban para separar la carne del hueso y con dentelladas que encajan perfectamente con la fisonomía de la mordida neandertal. Todavía no sabemos si se realizaban con fines rituales o de autoabastecimiento en zonas de bajos recursos, pero tenemos la certeza de que algunos de los cuerpos de nuestros ancestros eran desmembrados, descarnados e ingeridos. Cabe conjeturar que no siempre se esperó, sobre todo en momentos de máxima necesidad, al fallecimiento natural de la víctima, siendo el asesinato el medio más práctico para conseguir el necesario recurso alimentario.
Pero, volvamos a épocas más recientes. Sabemos que existen asesinos que se comen a sus víctimas, aunque no todos ellos lo hacen por el mismo motivo. De hecho, un único asesino, al ingerir partes del cuerpo de sus víctimas, puede acumular más de una de las motivaciones que voy a pasar a describir. Algunos, como Leonarda Cianciulli, lo hacen para deshacerse de los incómodos cadáveres que sus víctimas dejan atrás al ser asesinadas. La motivación de otros, como la de Richard Trenton, responde a las ideas delirantes que les provocan las graves psicosis que padecen. Hallamos también asesinos cuya motivación responde a impulsos sexuales y que padecen un trastorno que los lleva a excitarse sexualmente con esta práctica. En cualquier caso, encontramos un gran número de asesinos en serie de corte psicópata que lo hacen como parte del proceso de deshumanización, vejación y tortura que sufren las personas a las que asesinan. Es la acción que les permite, a su entender, el control total sobre sus víctimas. Su posesión última.
CON NOMBRES Y APELLIDOS
Cuando la policía entró en el apartamento de José Luis Calva Zepeda, un mexicano de algo más de treinta años que se autodenominaba, entre otras cosas, como un poeta, periodista o sanador, vio la imagen de una persona aparentemente normal que acababa de comer. En la cocina, una sartén con restos de algún alimento frito y un plato con los desperdicios de lo que, parecía, había sido un plato de carne demasiado abundante, ya que se había dejado algunos trozos, saltaban a la vista. Sin embargo, cuando José Luis se tiró por la ventana intentando huir y pudieron realizar una investigación más a fondo, encontraron lo que, claramente, eran restos humanos descuartizados en el congelador, en un armario y en la basura. José Luis, aparte de escribir poemas, era un asesino caníbal.
¿Por qué mataba José Luis? ¿Cuál era su historia? Había sido un niño huérfano de padre cuya madre no había mostrado nunca afecto y cuidados por su hijo. Al contrario, lo maltrataba física y psicológicamente. Esta circunstancia de maltrato generó un trauma en José Luis que fue configurando su personalidad insegura y cargada de ira hacia su madre y, por extensión, hacia las mujeres en general. Algunos expertos criminólogos afirman que sus impulsos asesinos y caníbales eran la manera simbólica de vengarse de su madre y, a la vez, de matar lo que él consideraba su propio lado femenino.
Distinta motivación movía al japonés, nacido a los pocos años de finalizar la Segunda Guerra Mundial, Issei Sagawa. Aunque era miembro de una familia adinerada, no se libró de padecer ciertas penurias económicas para sobrevivir, ya que la posguerra en Japón fue especialmente dura. De muy pequeño soñaba con que le metían en una olla de agua hirviendo con el propósito de cocinarle y después comerle. Al ir creciendo, se dio cuenta de que comenzaba a fantasear con el hecho de alimentarse con el cuerpo de otros seres humanos. Su obsesión iba en aumento y era firmemente alimentada a través del obsesivo interés por material didáctico relacionado con historias reales de canibalismo humano, así como con el consumo de películas muy violentas que versaban sobre el tema. Sus actos violentos mezclados con fantasías sexuales iban subiendo de nivel. Tras pensar seriamente en comerse a una de sus compañeras de universidad, Issei empezó a contratar a prostitutas para realizar macabros juegos que mezclaban la amenaza del canibalismo y la pornografía. Su afán asesino y caníbal aumentó cuando su familia decidió financiarle un viaje a París para que pudiera seguir especializándose en los estudios que había realizado en Tokio. En la capital francesa dio rienda suelta a sus fantasías. Conoció a una joven holandesa de veinticinco años a la que intentó conquistar sentimentalmente. La última vez que la joven rechazó los acercamientos amorosos de Issei, este la descerrajó un tiro con un rifle del calibre veintidós. Una vez muerta, practicó necrofilia con su cadáver y, posteriormente, comenzó a desmembrarla. Los primeros trozos de carne cruda le parecieron deliciosos y no dudó en compararlos con el más exquisito sushi que hubiera probado en su patria natal. Para este joven japonés que, alegando enajenación mental, solo pasó dos años en una cárcel de París, las atrocidades perpetradas contra la joven Renée Hartevelt fueron «un acto de amor». Por fin podía poseerla.
La adorable anciana italiana Leonarda Cianciulli era una de las mujeres más conocidas y apreciadas de la ciudad en la que vivía, la pequeña localidad italiana de Correggio. Poco antes de la Segunda Guerra Mundial, esta mujer, madre de tres hijos (había perdido otros diez en embarazos y durante la primera infancia de los pequeños), contrajo un miedo acérrimo a que sus hijos (sobre todo el mayor, por el que sentía predilección) fueran alistados como soldados para defender como combatientes los intereses de Italia, que era miembro del Triple Eje. Hay cronistas que cuentan que Leonarda pensó en que el sacrificio humano podría ayudarle a convencer a su dios de que debía proteger de todo mal a sus hijos, sin embargo, la que suscribe está más de acuerdo con la idea de que la verdadera motivación que la llevó a cometer sus asesinatos fue más mundana.
Leonarda asesinó a tres mujeres mayores, solteras, sin familia y con posesiones de tierras, inmuebles y dinero siguiendo el mismo modus operandi: las engañaba haciéndoles creer que conocía a un pudiente pretendiente en otra localidad y las animaba a marcharse para contraer matrimonio y poder estar acompañadas y ser cuidadas a lo largo de sus últimos años de vida. Para ello, las víctimas debían dejarle el control de todas sus pertenencias a Leonarda, quien las ayudaría a gestionarlas. El día que las infelices mujeres partían a encontrarse con su destino, ella las invitaba a casa para despedirlas y, tras ofrecerles una bebida cargada de fuertes somníferos, las golpeaba y las desmembraba. Para poder deshacerse de los cadáveres, exanguinaba los cuerpos sin vida de sus víctimas y usaba los restos para dos finalidades principalmente: con su grasa realizaba jabones y con su sangre, previamente desecada en el horno, cocinaba pastas de té que eran las delicias de propios y extraños. Tanto ella como su hijo favorito, el cual se piensa era su cómplice, reconocieron haber comido las pastas que llevaban como ingrediente la sangre en polvo de sus víctimas. Si Leonarda asesinaba con ánimo de lucro o movida por una fuerte creencia supersticiosa es una decisión que dejo en manos de los lectores. Lo que sí parece claro es que sus actos de canibalismo estaban orientados a deshacerse de los restos mortales de sus víctimas.
EL VAMPIRO DE SACRAMENTO Y EL CANÍBAL DE ROTEMBURGO
Robert K. Ressler, militar norteamericano y afamado criminólogo miembro del FBI, es considerado como el padre de la perfilación criminal moderna, corresponsable del origen de la conocida Unidad de Análisis de la Conducta del propio FBI y el que acuñó el término, en los años setenta del siglo pasado, serial killer («asesino en serie»). Uno de los primeros casos en los que la perfilación del posible criminal, realizada por este gigante de la Criminología y la investigación criminal, fue determinante para atrapar al asesino fue durante la investigación del caso de Richard Trenton. Este era un joven estadounidense que sufría un serio trastorno hipocondríaco. El miedo que tenía a contraer enfermedades le hacía realizar actividades excéntricas tales como ponerse frutas en la cabeza para absorber su vitamina C o afeitarse la cabeza para observar si sus huesos craneales estaban sufriendo alguna metamorfosis anormal. Pronto sus actividades se volvieron más violentas, dando paso a la masacre de animales cuyos restos ingería, tras machacarlos y mezclarlos con otros ingredientes, para conseguir beneficios médicos curativos o preventivos. Richard, además, era politoxicómano y consumía con asiduidad distintos tóxicos tales como el LSD (con un alto componente alucinógeno), la marihuana o el alcohol.
Él tenía la certeza de que, de todas las partes de los cuerpos de animales que consumía, la sangre era la que mayores propiedades tenía. Tanto es así que llegó a inyectarse en sus propias venas sangre proveniente de algunos animales. En el pabellón psiquiátrico en el que le internaron para tratar la esquizofrenia paranoide y sus múltiples adicciones eran conocedores de sus creencias y de sus estrafalarias prácticas médicas. Por eso le llamaban «vampiro».
A finales del año 1977, Richard Trenton decidió dar el paso y comenzó a asesinar personas en vez de animales. En tan solo un mes cometió seis brutales asesinatos en tres momentos distintos. El primero, un hombre de mediana edad fue asesinado a tiros desde un vehículo. En esta ocasión, el cadáver fue abandonado y el asesino huyó de la escena del crimen. El segundo, una mujer embarazada de tres meses fue asesinada en su propia casa. El cadáver fue abusado sexualmente, mutilado y vejado. Richard consumió la sangre de su víctima antes de abandonar el segundo cadáver. En el tercero, y evidenciando una fuerte escalada de violencia, Richard entró en una casa en la que encontró a cuatro personas: dos adultos, un bebé y un niño. Tras asesinar a todos a sangre fría, practicó sexo con el cadáver de la mujer adulta, la mutiló y se llevó a casa el cadáver del bebé. El pequeño cuerpo fue encontrado en su casa. Le había extraído varios órganos, habiéndose comido algunos de ellos, junto con la sangre del bebé. En esta ocasión, queda claro que la motivación del asesino para alimentarse de los cuerpos de sus víctimas tenía como origen la grave enfermedad mental que padecía.
Por último, un caso extraordinario de asesino caníbal fue el del llamado «El caníbal de Rotemburgo». «Busco un hombre entre dieciocho y treinta años que quiera ser sacrificado y comido», este sorprendente anuncio fue publicado en un foro de internet de corte sádico y pornográfico llamado «The Cannibal Café Forum» por Armin Meiwes. Aunque lo más sorprendente no fue el anuncio, sino que hubiera personas que lo respondieran mostrándose voluntarias para ser si no sacrificadas, sí mutiladas, torturadas y comidas como parte de un juego sexual.
Solo era cuestión de tiempo que apareciera una víctima dispuesta a ser, además de mutilada e ingerida, sacrificada. Esta persona, Bernd Jürges Brandes, estuvo en contacto con Armin semanas para planear hasta el más mínimo detalle del plan que le llevaría a torturar y matar para complacer las fantasías caníbales de Meiwes.
A partir de aquí, el horror que se desata fue grabado con una cámara de vídeo, incluida la declaración de ambos de haber llegado a un acuerdo voluntario y sin presiones para la realización de los actos violentos que iban a tener lugar. La víctima cooperante, tras ingerir grandes cantidades de somníferos mezclados con alcohol, pide a su victimario que le corte el pene, el cual, sin dudarlo un segundo, procede a hacerlo con un cuchillo de cocina. Una vez tiene los genitales en sus manos, se va a la cocina donde los fríe y los sazona al gusto. Armin consideró que el dueño del pedazo de carne debía probarse a sí mismo por lo que le acercó un trozo del guiso a la boca para que lo degustara mientras se desangraba. La víctima no consideró agradable el sabor y, tras así manifestarlo, se desmayó en el suelo.
El victimario procedió a consumar el asesinato introduciendo el cuerpo todavía vivo de Bernd en agua templada, con la intención de que se desangrara más rápidamente, lo cual no ocurrió hasta pasadas algunas horas. Una vez muerto, Armin llevó el cadáver a otra habitación en la que lo degolló y lo colgó para que le resultara mucho más comodo llevar a cabo el trabajo de despiece. Durante meses, la dieta de Armin se vio perlada de platos de carne humana que, habiendo sido envasados al vacío, salían de su congelador.
«El caníbal de Rotemburgo» había asesinado sin aparente remordimiento por el mero hecho de poder experimentar la sensación de comer la carne de otro ser humano y, al parecer, le gustó lo que sintió, porque fue detenido al intentar conseguir otro voluntario para sus macabros fines alimentarios.