A las 7 de la mañana del 21 de julio de 1936, martes, se declaró el estado de guerra en Toledo y su provincia. La orden fue leída por el capitán de caballería Emilio Vela Hidalgo en el centro del patio del alcázar. El decreto lo había firmado el coronel José Moscardó, gobernador militar de la plaza y director de la Escuela Central de Educación Física.
Cincuenta días más tarde, el comandante Rojo, flanqueado por el comandante Blas Piñar y el capitán Emilio Alamán, habría de pisar aquellas tan familiares losas con los ojos vendados en dirección al despacho de Moscardó. Los cuatro se conocían desde hacía tiempo.
Los comandantes y el capitán eran de la promoción de 1911, habían formado en aquel patio cientos de veces. Rojo y Alamán habían sido profesores de la Academia de Infantería en aquel mismo recinto. Ambos habían fundado y dirigido con éxito la Colección Bibliográfica Militar (cbm). Eran íntimos amigos.
Y volvieron silbando
José Moscardó y José Miaja había conseguido entrar en la Academia de Infantería de Toledo en la convocatoria de 1896. Tras un solo año de intensa preparación, superaron los tres cursos reglados para al acceso al grado de oficial del ejército. El segundo teniente Moscardó, diez meses después, fue destinado al batallón expedicionario de Madrid con destino a Filipinas.
Nunca embarcó. Las noticias del desastre llegaron antes. Miaja, ni tan siquiera hubo de prepararse para el embarque. Permaneció en Oviedo, donde hizo sus primeras armas en el regimiento del Príncipe.
En 1902, el joven Alfonso XIII, a sus dieciséis años, jura la Constitución de 1876 y empieza un reinado que desembocará en el cambio de régimen con la Segunda República, y esta en la guerra civil de 1936-39. El reinado de Alfonsito heredaba del tiempo de su madre unas tensiones políticas y sociales que habían empezado a aflorar varios decenios antes y que, con la pérdida de los restos del imperio, provocarían agitaciones y luchas de masas.
La España heredera de La Gloriosa había favorecido el embrión de movimientos obreros, los incipientes sindicatos, el socialismo y el anarquismo. También, en la segunda mitad del xix, se iniciaron los balbuceos regionalistas, e incluso nacionalistas, muy favorecidos por los estamentos más cultos de las zonas que habían conservado una lengua vernácula para explicar una idiosincrasia que habría de justificar una historia local de origen mítico y legendario.
Lo más cierto era que la alta burguesía catalana y cantábrica había perdido en el Caribe y Filipinas su fuente de riqueza —muy discutible en sus métodos— y en su tierra de origen alentaba el descontento con el gobierno central. Era la misma clase de indianos que tenían en la península gran influencia en los periódicos de mayor tirada, los que habían alentado la suicida guerra contra el nuevo imperio norteamericano, sacrificando la vida de miles de soldados que nada tenían que perder en Cuba.
Estos, desarrapados y llenos de piojos, volvieron silbando su alegría y se dispusieron a engrosar las filas del proletariado que en ataques cada vez más frecuentes dinamitaría el establishment asentado en una pactada alternancia del bipartidismo.
Alfonso XIII juega a los ‘soldaditos’
Cumplidos apenas sus veinte años, en 1906, el rey se casa con Victoria Eugenia de Battenberg. Para celebrar el festejo el anarquista Mateo Morral lanza una bomba contra la pareja nupcial con tan mala mano que yerra totalmente en su acción, pero mata a más de una decena de personas y hiere a otras tantas.
Fue el disparo inicial de una carrera de atentados y revueltas sociales que, una y otra vez, chocaban con los intereses de las clases políticas empeñadas en tener en el norte de África una segunda oportunidad imperial. El rey se muestra entusiasmado con las aventuras militares en Marruecos.
Miles de soldados, que no pueden pagarse la cuota que les salve del servicio militar obligatorio, acabarán convertidos en héroes a la fuerza, llevados de su pundonor y de un enorme grado de abnegación. El capitán Miaja, con destino en el regimiento Melilla 59, habrá de conocer su bautismo de fuego por aquellos años.
En recompensa recibiría la medalla de María Cristina y un ascenso por méritos de guerra. Entre los oficiales que tuvo a su mando estuvo el teniente Emilio Mola que había sido número uno de su promoción en 1907. Son los tiempos del desastre del Barranco del Lobo y de la Semana Trágica de Barcelona.
El ya capitán Moscardó, después de haber estado en Melilla, también acabó participando en las operaciones militares próximas a Tetuán y ascendiendo a comandante por méritos de guerra en 1914. En aquellos años, 1909-1921, sucesivas hornadas de jovencísimos e inexpertos oficiales, muy especialmente de infantería, acabarían aprendiendo el arte de la guerra a costa de la vida de cientos de soldados, y aun de muchos de ellos.
En 1907 consiguen el acceso a la Academia de Infantería de Toledo varios adolescentes que guardarán su amistad durante toda su vida: Juan Yagüe, Emilio Esteban-Infantes, Camilo Alonso Vega (Camulo, por su recio carácter e intransigencia) y Francisco Franco Baamonde (sic) que disfruta de un variado surtido de motes que aludían a su débil constitución física, su voz aflautada, su prevención ante cualquier nueva circunstancia y a su retraimiento de carácter: cerillito, Franquito, comandantín y, así, hasta lograr los títulos de Generalísimo y Caudillo.
Al año siguiente los acompañarían en la misma academia el primo Franco Salgado, Pacón, y Manuel Tuero. En 1909 se incorpora el cadete Manuel Matallana; en 1910 lo hace Eduardo Sáenz de Buruaga y en 1911, con Severiano Martínez Anido de Director de la Academia, los cadetes Vicente Rojo, Emilio Alamán, San Juan Colomer, Blas Piñar, Luis Barceló, Carlos Asensio Cabanillas, Ramón Franco y Juan Bautista Sánchez.Todos ellos —de los más adelantados de su promoción— aparecen en La Correspondencia de España (23 de agosto de 1913, pág. 4), como sargentos o cabos galonistas para el tercer curso de cadetes; ahora son compañeros, mañana, ya se verá.
Por último, en 1912, con veintiún años, consigue pagarse los estudios de cadete el sargento de la banda de cornetas José Enrique Varela. El desastre de Annual (1921) va a colocar a los militares en el centro de las pugnas sociales, del descontento por el continuo reclutamiento de quintos y, particularmente, por la división que provocaba la guerra de Marruecos entre militares africanistas y junteros: aquellos, con ascensos vertiginosos por méritos de guerra, y estos, defensores de que el escalafón se moviera solo por antigüedad.
El rey se convirtió en padrino de varios de los fulgurantes jefes de África. El revuelo que armó el informe Picasso sobre la actuación de Annual puso en evidencia la muy deficiente preparación de los militares de Marruecos y la desafortunada actuación del rey, que influyó en la imprudente decisión del general Fernández Silvestre con tan funestas consecuencias.
En este ambiente, el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, consumó un golpe de estado consentido por el rey. El general reprimió con dureza cualquier manifestación nacionalista y de algarada política. El desembarco de fuerzas conjuntas hispanofrancesas en Alhucemas, en 1925, tapó en cierta medida las incompetentes decisiones de los militares de mayor graduación en Marruecos.
En ese mismo tiempo, los oficiales más arrojados, Millán Astray, Franco, Mola, Varela…, al frente de la recién estrenada Legión y de las fuerzas de regulares africanas, consiguieron ascensos que los van a convertir en los coroneles y generales más jóvenes cuando se proclame la República.
Franco, ya general de brigada, será director de la Academia General Militar en Zaragoza desde 1928, destino difícil de predecir cuando el reconcentrado cadete Franquito acabó con el número 251 de los 312 de su promoción.
En 1922, el capitán Vicente Rojo, que hasta entonces se había conformado con ser preparador de futuros cabos y sargentos, consiguió destino en la Academia de Infantería de Toledo. Tres años más tarde también se incorporó Emilio Alamán.
En septiembre de 1928 los dos capitanes, preocupados por la escasa y rancia bibliografía existente en español sobre la instrucción del militar profesional, se embarcan en el que va a ser el más exitoso proyecto mensual de publicaciones españolas sobre la profesión castrense con su Colección Bibliográfica Militar.
El capitán Rojo siguió como profesor hasta 1932, cuando se trasladó a Madrid para hacer el curso de Estado Mayor. Alamán continuaba en Toledo en julio de 1936.
La Segunda República
Entretanto, el general Primo, de fracaso en fracaso, fue sustituido sucesivamente por el general Berenguer y el almirante Aznar, que tampoco fueron capaces de mantener al rey fuera de las disputas políticas. El 12 de abril de 1931, en unas elecciones municipales, 41 de 50 capitales de provincia acabaron en manos de candidaturas republicanas, y el 14 de abril se proclamó la Segunda República.
De la multitud de cambios legislativos que se generaron en los primeros meses del nuevo régimen, fue la Reforma Azaña una de las que causaron mayor revuelo. Manuel Azaña se propuso modernizar las fuerzas armadas. Redujo el exorbitado número de generales, jefes y oficiales que tenía España, ordenó a los militares que se dedicaran a sus tareas («prometo por mi honor servir bien y fielmente a la República, obedecer sus leyes y defenderla con las armas»), que se apartaran de la política y que el orden público no estuviera en manos de oficiales del ejército con tan escasa o nula preparación policial.
El indulto de los fusilados de la sublevación de Jaca, el perdón de los aviadores de la sublevación de Cuatro Vientos, la destitución de Franco, el cierre de la Academia General y el pronunciamiento de Sanjurjo son algunos de los hechos más llamativos de los dos primeros años republicanos.
Con el triunfo del gobierno conservador en noviembre de 1933 se reformaron muchas de las leyes promulgadas hasta entonces, pero no así la del ejército. La Revolución de 1934 fue sangrientamente reprimida por tropas traídas de África al mando del coronel Yagüe y del general López Ochoa, coordinados por Franco, general de división y asesor del ministro Diego Hidalgo.
El triunfo del Frente Popular en la elecciones del 16 de febrero de 1936 agudizó el ambiente conspirativo en el que estaban inmersos muchos militares; especialmente los llamados africanistas, muy jaleados por los partidos de derechas: Sanjurjo (como jefe), Mola, Fanjul, Varela, Orgaz, Galarza y el siempre indeciso Franco («Miss Islas Canarias, 1936», en palabras de sus conmilitones).
El golpe de Estado de 1936
El 16 de julio de 1936 el ya coronel Juan Sánchez González, al frente del tabor de regulares Alhucemas 5, inició la sublevación del ejército africano. Al día siguiente fue Melilla, y el 18, ya de un modo general, la parte más potente del ejército español, traicionando su juramento de fidelidad, se subleva contra el gobierno legalmente constituido.
El teniente coronel Asensio Cabanillas y el coronel Sáenz de Buruaga se encargan de asegurar Tetuán y su aeródromo al que, en las próximas horas, habría de llegar Franco, como jefe supremo del ejército de África. La última guerra civil de España había empezado.
La promoción de infantería de 1911 va a ser protagonista de alguno de los hechos más relevantes de los siguientes tres años. El profesor Emilio Alamán, con la Academia de Infantería cerrada por vacaciones, está adisposición del comandante militar de Toledo que en aquellos momentos ejercía el coronel José Moscardó, director de la Escuela Central de Educación Física. Este coronel, previa consulta con Franco, jefe de Estado Mayor Central (emc), había rechazado una propuesta de sublevación hecha por los falangistas a finales de 1935.
Cuando se conocen las primeras noticias del levantamiento en África, Moscardó está en Madrid camino de Berlín para competir en los juegos Olímpicos. También en Toledo están el teniente coronel Tuero y el comandante Piñar, compañeros muy próximos a Rojo y Alamán; ambos se ponen de inmediato a las órdenes del comandante de la plaza.
Ramón Franco, el héroe del Plus Ultra y uno de los sublevados de Cuatro Vientos, había sido rehabilitado por la República, se había metido en política con escaso éxito y, en el verano del 36, era el agregado aéreo de la embajada española en Washington.
Vicente Rojo, conseguido con brillantez el diploma de Estado Mayor (em), asciende a comandante en abril de ese año. Puell de la Villa [RAH, dbe] ha escrito sobre las vivencias de aquella primavera: «En marzo de 1936, un mes antes de diplomarse, conscientes sus compañeros de su conservadurismo y religiosidad, le instaron a unirse a la conspiración que se estaba fraguando para derrocar al gobierno presidido por Azaña, […].
Rojo se opuso, argumentando que sería un error tomar una senda que dividiría al Ejército y lo enfrentaría con buena parte de la sociedad. Al ser tachado de izquierdista, replicó que él solo se consideraba militar y, al intentar convencerle de que solo se pretendía poner coto al desorden, contestó con rotundidad: “La ley es el orden”».
Su inmediato destino es León, pero ya en junio es ayudante de campo del general Avilés en emc de Madrid. El 20 de julio fue enviado como jefe de em a una de las columnas de milicianos de Somosierra. El 28 de agosto vuelve al emc en Madrid, días antes de que Azaña designe a Largo Caballero jefe de gobierno.
Amigos en bandos contrarios
En agosto del 36 la columna de Yagüe, en la queva encuadrado Asensio Cabanillas, une el Ejército del Sur con la zona nacional de la Meseta Norte. El día 3 de septiembre toma al asalto Talavera de la Reina. Madrid queda cerca. Conocido el alzamiento de las tropas de Melilla, el comandante Barceló Jové hace todo lo posible para que el golpe de estado no tenga éxito en Madrid.
Su actuación fue decisiva en la organización de las milicias armadas y en la represión de cuantos militares fueran sospechosos de rebeldía. El 6 de agosto es ascendido a teniente coronel y, en la proximidad de trato con el flamante jefe de gobierno Largo Caballero, recomienda que sea Vicente Rojo, amigo de varios de los jefes atrincherados en el alcázar de Toledo, el mensajero que les pida que se rindan antes de ser masacrados por las fuerzas leales.
Ya estamos en los primeros días de septiembre. El alcázar de Toledo se ha convertido en el símbolo de la resistencia ante las milicias que, de modo desordenado y anárquico, intentan tomar al asalto la muy bien defendida fortaleza.
Aquella pétrea mole no acaba de venirse abajo pese al incesante cañoneo al que es sometida y al cada día más frecuente bombardeo aéreo. No tiene valor estratégico, pero se ha convertido en un forúnculo para la reputación del ejército republicano y en un foco de exaltación para los rebeldes. Es noticia de primera plana en la prensa internacional.
En el despacho de Moscardó
Así las cosas, el comandante Rojo es llamado al despacho de Largo Caballero quien le encarga personalmente que vaya a Toledo y conmine a la rendición al coronel Moscardó y sus subordinados o que dejen salir a mujeres y niños. Vicente bien sabe que su buen amigo Emilio es uno de los confinados y que la esposa de este y la de Tuero están encarceladas.
El día 8 de septiembre y según el diario de Moscardó, «a las 22,30 desde las casas del frente S., un parlamentario, el Comandante Rojo, solicitó una entrevista con el Coronel, que le concedió a las 9 de la mañana, dándole toda clase de garantías». A la mañana siguiente, a la hora convenida, Rojo se hizo ver por la zona de Capuchinos; a voces se le indicó que se acercara a la puerta de carros.
Allí fue recibido afectuosamente por el comandante Piñar y su amigo Emilio Alamán. Una vez que le vendaron los ojos, fue conducido hasta al despacho del coronel Moscardó. Durante un cuarto hora se trató de la oferta de la que era portador Rojo. Ambas partes sabían de antemano que iba a ser rechazada.
Acabadas las formalidades oficiales, los antiguos compañeros y viejos amigos departieron abiertamente sobre la situación. Rojo dio noticias de las hijas de Emilio. Los amigos le pidieron que intercediera por sus esposas, el coronel que les mandaran un sacerdote y todos le solicitaron que se quedara con ellos; que aquella era su verdadera casa.
Amistosamente rechazó su ofrecimiento y tuvo con ellos palabras de ánimo e, incluso según alguno de los presentes, de certeza en el éxito de su empeño.Cumplido el tiempo pactado, después de unos cerrados abrazos, un ¡viva España!, coreado por todo el grupo, puso punto final a los sesenta minutos más intensos que nunca hubieran podido imaginar aquellos soldados que llevaban toda su vida preparándose para estar listos y poder pasar con galanura la revista final.
Ojos vendados de nuevo y un instante más tarde, unos metros más allá de la puerta de carros, se reanudaba la guerra. Todavía duraría más de treinta meses. El teniente de la Guardia Civil, Ángel Delgado Saavedra, recordaba así aquella visita: «El día de la llegada al Alcázar del Comandante Vicente Rojo, me ordenaron que no se aproximara nadie en aquellos momentos a la puerta del despacho del Coronel Moscardó.
Vi cómo llegó Rojo vestido con un mono y los ojos vendados acompañado de los comandantes Alamán y Piñar y a la salida del despacho oí decir al Coronel Moscardó “se confirma, se confirma, no se olvide de mandarnos un sacerdote”, y el Comandante Rojo muy pálido se despidió diciendo: “un abrazo para todos los bravosque están aquí”».
Muchos años después de acabada la Guerra Civil, la respuesta que dio Rojo a la enésima vez que le preguntaban sobre la razón de no haberse pasado al ejército rebelde, donde tantos compañeros y amigos tenía, contestó: «Por razones de orden sentimental, en más de una ocasión pensé en hacerlo.
En ningún caso decidí ponerlo en ejecución por entender que el cumplimiento de mi deber, como yo lo interpretaba, me lo impedía» [AGHD, sum. 1500 de 1957 contra Vicente Rojo Lluch, 140]. Al día siguiente, 10 de septiembre, las esposas de Tuero y Alamán fueron puestas en libertad y llevadas a la casa de Vicente Rojo en la calle Menéndez Pelayo de Madrid.
Unas fechas después, el canónigo Vázquez Camarasa estuvo tres horas dentro del recinto, celebró una misa y dio una absolución general. Habrían de pasar varios años, siendo Alamán el agregado militar en la embajada de Buenos Aires —donde vivía exiliado Rojo—, para que sus esposas vuelvan a encontrarse y no puedan hacer más que llorar.
En los años cincuenta Rojo volvió a España. En la carpetilla del expediente incoado el Juzgado Militar Especial de Espionaje y Comunismo [¡!] el generalFranco escribió de su puño y letra: «Negarle el pan y la sal».
Según refiere un sobrino de Emilio Alamán, estando Rojo a la espera de que se resolviera su causa, los dos amigos y editores volvieron a encontrase y, mano a mano, rememoraron los tiempos de enseñanza y publicaciones. Dos españoles partidos por una Guerra Civil. Dos perdedores.