En septiembre de 1941, dos meses después de iniciarse la Operación Barbarroja, las tropas alemanas avistaron por vez primera la ciudad de Leningrado. Para sus habitantes comenzaba una pesadilla que finalizaría casi 900 días más tarde. Durante ese periodo, los soviéticos intentaron romper el cerco en diversas ocasiones. Sin embargo no sería hasta la última, bautizada bajo el nombre de Operación Iskra, cuando lo conseguirían.
El invierno de 1941 constituyó una dura prueba de supervivencia para los leningradenses. Hambre, frío, miseria y desolación diezmaron a una población vencida por la desesperación pero abocada a la resistencia. Meses después, en otoño de 1942, su situación mejoró gracias al abastecimiento suministrado a través del lago Ládoga.
Objetivo: liberar Leningrado
El Camino de la Vida no solucionó la carestía pero, sumado a los numerosos huertos urbanos, alivió e infundió un atisbo de esperanza a los sitiados. Además, el retraso en la aparición de las heladas prolongó el tráfico fluvial unas cuantas semanas más. En el terreno militar, en octubre, continuaron los incesantes ataques aéreos sobre la ciudad, aunque el Alto Mando del Ejército Alemán (OKH) ordenó al Grupo de Ejércitos Norte afrontar el gélido invierno en posiciones defensivas.
Una disposición alterada por la contraofensiva desatada por Stalin en dirección centro y sur. La Operación Urano, desplegada en los alrededores de Stalingrado, sustrajo tropas al asedio asignándolas a dichos sectores. Los combates, desarrollados a 1.600 kilómetros de distancia, frenaron el avance germano y aniquilaron al VI Ejército comandado por el mariscal Von Paulus y al XI Ejército del mariscal Von Manstein, desplazado desde Leningrado.
En noviembre de 1942, el éxito cosechado incrementó la actividad soviética en la zona este. Aquel mismo mes, el Consejo Militar del Frente de Leningrado, compuesto por los mariscales Gueorgui Zhúkov y Leonid Góvorov entre otros, solicitó permiso a la Stavka –Estado Mayor Soviético– para romper las líneas enemigas. Los alemanes, destacados en la cornisa Shlisselburg-Siniavino, se hallaban a tan solo 30 kilómetros de la ciudad. La idea consistía en rodear al enemigo desde el oeste con el LXVII Ejército del Frente de Leningrado y desde el este con el II Ejército de Choque y el VIII Ejército, ambos pertenecientes al Frente Vóljov. Con la victoria en la mano, se construiría un ferrocarril que comunicase la ciudad con el resto del país. Stalin, satisfecho, aprobó el plan sin demora y la Stavka lo planificó para el 1 de enero de 1943, asignándole el nombre de Iskra en homenaje a la cabecera del periódico revolucionario bolchevique.
Preparativos soviéticos
Sin tiempo que perder, Góvorov y Meretskov iniciaron los preparativos. Zapadores e ingenieros construyeron puestos de observación y mando, cavaron trincheras, despejaron campos minados e instalaron puentes sobre carreteras y vías fluviales. Precisamente el río Neva constituía uno de los principales obstáculos que separaban al LXVII Ejército de su objetivo, Shlisselburg. Con una anchura cercana a los 700 metros, el insuficiente grosor del cauce helado impedía a los tanques T-34 rodar por su superficie. El propio Góvorov y el mariscal Kliment Voroshílov lo comprobaron en persona caminando tras un T-34. Sin previo aviso, el suelo cedió y arrastró al pesado carro de combate hacia el fondo. El primero, con un rápido movimiento, agarró a su acompañante y lo salvó de una muerte segura. Tras este incidente, Góvorov solicitó aplazar la ofensiva hasta el 12 de enero y abogó por la utilización de blindados más ligeros.
La Stavka aprovechó la demora climatológica para reforzar las tropas con una división de infantería, cinco brigadas de infantería y una división de artillería antiaérea. El VIII Ejército, por su parte, engrosó sus filas con cinco divisiones de infantería, una brigada de ingenieros y zapadores y tres brigadas de esquiadores. Además, ambos recibieron diversos regimientos y batallones de morteros, tanques y artilleros adicionales. En cuanto al apoyo aéreo, la designación del XIII y XIV Ejército aportó cerca de 900 aparatos, entre cazas y bombarderos, a la causa. Unos aviones que, cumplida su misión, repostaban en aeródromos situados en el frente antes de reemprender las misiones asignadas. La Flota Báltica Bandera Roja, por su parte, vigiló y protegió el acceso marítimo a Leningrado. Como colofón, diez destacamentos partisanos recibieron el encargo de hostigar la retaguardia enemiga. Para ello, los equiparon con 2.000 mil fusiles, una ingente cantidad de ametralladoras y explosivos suficientes para golpear sin tregua ni descanso.
Góvorov no dejó nada al azar y dispuso que los artilleros practicaran en campos de tiro habilitados al efecto. Incluso uno de los suburbios recreó fortificaciones alemanas, refugios subterráneos y trincheras en un improvisado campo de entrenamiento. Gracias a ello, las tropas ensayaron sin descanso las tácticas desplegadas durante el asalto. Aprendieron a utilizar material para escalar terraplenes idénticos a los existentes a orillas del río Neva y cuya altura oscilaba entre los cinco a los doce metros. Las rampas, reforzadas por los defensores con tierra, madera, hielo o nieve, constituían trampas letales diseñadas para frenar el avance de los asaltantes enemigos.
A pesar del dispositivo, el secretismo que envolvió a los preparativos imposibilitó a la inteligencia germana predecir la fecha del ataque. Tan solo un reducido número de comandantes soviéticos conocían la operación, y sus reuniones redujeron al mínimo el empleo de actas o documentación escrita. Asimismo, las órdenes se impartieron de forma oral a través de la cadena de mando y los movimientos de tropas se realizaron al amparo de la noche o camuflados tras condiciones climatológicas adversas. En contraposición, los soviéticos obtuvieron una fotografía fidedigna de las posiciones enemigas, facilitándoles su despliegue sobre el terreno. En este sentido, el asalto sincronizado entre ambos frentes este/oeste revistió una enorme complejidad. Los dos ejércitos debían superar la férrea defensa contraria y confiar en la actuación de sus respectivos artilleros.
Góvorov y Meretskov proyectaron el avance inicial bajo un intenso fuego de cobertura. Confrontadas las líneas, la impericia al bombardear acarrearía una tragedia. Según el plan establecido, dos horas y veinte minutos antes del asalto, las piezas de artillería, en una densidad de 22 unidades por kilómetro, abrirían una primera ronda de disparos a una profundidad de un kilómetro. Una vez finalizada, protegerían la orilla reduciendo la distancia hasta los 200-250 metros de la misma. Además, a fin de resguardar el cauce helado y el paso de los vehículos, se dispararía a una distancia de 5 kilómetros en busca de cañones enemigos.
El desarrollo de estos planes preocupaba a Stalin. Consciente de su importancia, ordenó al mariscal Zhúkov supervisar su evolución en persona. El militar soviético recaló en Leningrado el 12 de enero y permaneció en la ciudad hasta el día 24, cuando comenzó a diseñar la ofensiva Estrella Polar. Un fracaso de operación que no logró expulsar al Grupo de Ejércitos Norte enemigo de Leningrado.
Defensas alemanas
El grueso de las tropas germanas lo formaba el XVIII Ejército de Georg Lindemann. Durante el asedio, el militar convirtió sus posiciones en un intrincado sistema de búnkeres e instalaciones hormigonadas integradas en el terreno. Además, combinó accidentes naturales y alturas con obstáculos anticarro, campos minados y alambradas. Esta disposición defensiva se concentró en la orilla izquierda del río Neva donde la amplia extensión del cauce helado negaba refugio a los asaltantes. Una vez superado, los soviéticos debían afrontar un escarpado talud coronado por un muro de 1,5 m de altura. La escalada, entorpecida por el fuego cruzado de los puestos de tiro – entre 30 y 40 por kilómetro – y las minas sembradas bajo la nieve, se convertiría en una trampa mortal.
De las 26 divisiones que cubrían los 450 kilómetros, cinco se hallaban desplegadas en Shlisselburg-Siniávino, una zona boscosa repleta de pantanos que entorpecían los blindados. Lindemann dispuso tres anillos defensivos compuestos de diversas construcciones y trincheras y piezas de artillería, morteros y carros de combate apoyados desde el aire por la I Flota Aérea.
Se desata el infierno
Previo a la ofensiva, el mando soviético realizó un acto patriótico dotado de fuerte simbolismo. Una delegación obrera, desplazada para la ocasión, portó consigo el estandarte concedido a la ciudad en 1919 tras derrotar al Ejército Blanco del general Nikolái Yudénich. Los soldados del Ejército Rojo juraron sobre el pendón romper el cerco alemán o morir en el intento.
Al caer la noche del 10 de enero, el LXVII Ejército avanzó en dirección al río Neva. Al llegar, ocuparon sus trincheras y aguardaron en sigilo. En el frente Vóljov, los Ejércitos II y VIII imitaron dicho movimiento quedándose a tan solo 300-500 metros de las posiciones enemigas. Tras 24 horas, en una operación de manual, los bombarderos de Stalin realizaron 450 salidas en un intento por allanarles el camino. La suerte estaba echada. El 12 de enero, a las 9.30, 4.500 piezas de artillería abrieron fuego al unísono y, durante dos interminables horas, llevaron a los hombres de Lindemann al borde de la locura. Pasado ese tiempo, la aviación regresó para finalizar el trabajo. En esta ocasión, los pilotos fijaron su punto de mira sobre búnkeres, puestos de mando y trincheras. Mientras tanto, a ras de suelo, los soldados aguardaban con inquietud la orden de atacar. Cuando esta llegó, pese a la contundencia artillera, les deparó una desagradable sorpresa.
En el sector Shlisselburg-Siniávino, las ametralladoras germanas MG-42 diezmaron a las primeras oleadas. Cientos de cadáveres se acumulaban sobre el cauce helado del río Neva mientras la sangre de los que lograban cruzar teñía de rojo los taludes. No obstante, la ingente marea humana desbordó a los defensores. Los asaltantes, equipados con crampones, escaleras y cuerdas, superaron las heladas rampas y embistieron acompañados de una orquesta interpretando La Internacional. Impotentes, los alemanes comprobaron como a última hora de la tarde sus anillos protectores perdían consistencia y los primeros carros de combate soviéticos cruzaban el Neva sobre raíles de madera reforzados.
La entrada en escena de los blindados aportó un punto de inflexión y ofreció una leve ventaja inicial a los atacantes. A primera hora de la mañana del 13 de enero, 24 tanques T-34 medianos y T-60 ligeros cubrieron el avance inicial. Frente a ellos, cuatro carros de combate Tiger alemanes, a los que más tarde se sumarían otros nueve Mark III. El primer encuentro se saldó con victoria germana y los carristas del Ejército Rojo emprendieron la retirada tras perder doce unidades. Horas más tarde, los T-34 regresaron con fuerzas renovadas aunque no les sirvió de nada. Durante aquella noche, la 61.ª Brigada de Tanques del Ejército Rojo perdió otros seis blindados y junto a ellos, la moral. Afortunadamente, el ataque aéreo desplegado sobre un puesto de mando germano alivió momentáneamente su dramática situación. Un espejismo en el desierto helado, puesto que, horas más tarde, otros 24 blindados soviéticos cayeron bajo la certera artillería de Lindemann.
En el frente oeste, el ataque liderado por Meretskov se desarrolló de forma similar. La férrea defensa enemiga derivó en una encarnizada lucha nocturna. Puntos clave como Lipka y el Poselok 8 -uno de los ocho asentamientos de trabajadores ocupados- rechazaron los sucesivos asaltos soviéticos. Más hacia el sur, los contraataques germanos convirtieron el combate en un tira y afloja favorecido por las inclemencias meteorológicas. No sería hasta el 14 de enero cuando la aviación de Stalin pudo despegar para corregir la situación. Aquel día, la distancia entre ambos frentes disminuyó lenta pero inexorablemente. El fuerte empuje soviético permitió a las divisiones del LXVII Ejército divisar Shlisselburg mientras el frente Vóljov intentaba tomar Siniávino. En el bando alemán, los exiguos refuerzos llegados a última hora no impidieron que el día 15 cayera la colina Preobrazhenskoe, el último baluarte defensivo que impedía la toma de Shlisselburg.
La ruptura del cerco
Horas más tarde, el Ejército Rojo irrumpió en Poselok 8 y encaminó sus pasos hacia los asentamientos obreros números 1, 2 y 5. Durante la noche del 16 de enero, este último bastión ofreció una tenaz resistencia. Los hombres de Stalin, rechazados hasta en tres ocasiones, rompieron el cerco la mañana del 18 de enero. Sobre las 9.30, las tropas soviéticas conquistaron Poselok 1 y repelieron un desesperado contraataque germano. Poco después Poselok 5 correría la misma suerte. Aquella misma jornada, tras esta última conquista, la 86.ª División de Infantería tomó Shlisselburg, despertándose una enorme expectación entre los leningradenses. A última hora de la noche, una emisión radiofónica difundió la ansiada noticia: «El anillo se ha abierto de par en par. Llevábamos mucho tiempo esperando este día pero sabíamos que debía llegar».
Las Operación Iskra estableció un corredor, de entre ocho y once kilómetros de ancho, que comunicó la ciudad con el resto del país. La precaria victoria no evitó los frecuentes ataques a la línea férrea construida en su interior. A pesar de la derrota, la mayor parte de tropas alemanas eludieron el cerco, inutilizando su artillería y equipamiento pesado antes de abandonarlo. En términos generales, el Ejército Rojo perdió 33.900 hombres de los 302.800 que participaron en la batalla, a los que deben sumarse 115.082 heridos.
El bando germano, por su parte, contabilizó al menos 12.000 muertos y una derrota que perjudicó a su ya de por sí maltrecha situación en el Frente Oriental. Leningrado, la antigua ciudad imperial, lograría la libertad definitiva el 27 de enero de 1944.
* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.