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miércoles, octubre 2, 2024

El papel crucial y clandestino de la resistencia francesa en el Día D

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Juan CastroviejoDoctor en Humanidades

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Como en las buenas historias de espionaje este relato comienza entre brumas, bajo la oscuridad de la noche y el sonido intermitente de palabras confusas. Es la madrugada del 1 de junio de 1944. Vísperas de un verano esperado tras cuatro largos años de invierno. Desde mayo de 1940, en Francia el tiempo no se mide por estaciones fijas en el calendario. Todos los días representan una única sucesión de fechas que recuerdan la invasión, la derrota y la capitulación. Un largo invierno que avanza hacia su cuarto año.

“Maquis” designa a los guerrilleros que formaban parte de la denominada resistencia francesa, particularmente activa en las zonas montañosas de Bretaña y del sur de Francia. Foto: Getty.

Esa noche no se sienten los primeros calores del verano inminente que está por llegar. El tiempo ha empeorado y con ello parecen alejarse las opciones de un desembarco. Todas las miradas se dirigen hacia el canal de la Mancha. La noche impacienta el ánimo. Toda Francia es un páramo en el que se confunden el silencio y las ansias de liberación. Pero no todos esperan con resignación ese fatídico día.

La voz de la Resistencia

Alrededor de los primeros grupos de resistentes y bajo la voz grandilocuente que Charles de Gaulle emite desde la BBC londinense se ha mantenido viva la llama tibia de la resistencia al ocupante. La Francia Libre que encabeza de Gaulle suma un contingente reducido integrado en su mayoría por militares exiliados y por fuerzas coloniales que no se sumaron ni a la capitulación ni a la Francia de Vichy.

Tras el desembarco aliado en África en noviembre de 1942, en las costas del Marruecos francés y la Argelia bajo el mando de Vichy, el poder militar se incrementa con fuerzas regulares que abrazan la disciplina de De Gaulle.

Charles de Gaulle hace un llamamiento al pueblo francés desde Londres, el 18 de junio de 1940, justo después de la ocupación nazi de Francia. Foto: Getty.

Sin embargo, en el interior de Francia la situación dista mucho de presentar una coordinación eficaz bajo un mando unificado. Distintos grupos minoritarios mantienen una lucha armada casi simbólica contra el ocupante germano. Sus consecuencias son irrelevantes en el escenario militar. La situación cambia tras la invasión alemana de la Unión Soviética y la incorporación de militantes comunistas a La Resistence.

Comienza también una batalla larvada por controlar su despliegue. De Gaulle impulsa a Moulin como líder del primer Consejo Nacional de la Resistencia (CNR), hasta su arresto y ejecución por la Gestapo en julio de 1943.

Pocos meses después, las fuerzas de la resistencia se agrupan bajo la denominación de Fuerzas Francesas del Interior (FFI), con una estructura militarizada y un mando conjunto que dirige De Gaulle desde Londres, no sin problemas de disciplina con los maquis de inspiración comunista que hasta entonces habían operado como guerrillas autónomas. Sus éxitos son entonces más incisivos. Acometen numerosos actos de sabotaje y mantienen diversos canales de comunicación con Londres, tanto para recibir órdenes como para suministrar su activo más valioso contra el ejército alemán: la información.

Grupo de maquis franceses durante la Segunda Guerra Mundial. Foto: Getty.

En junio de 1944 han ganado a pulso su condición de quinta columna, esencial para el éxito de la operación más importante del frente occidental y el mayor desembarco militar de la historia. El Día D está a punto de vomitar su tormenta de fuego y pólvora a falta de que los hombres del interior confirmen su disposición desde la retaguardia.

Los versos que cambiaron el curso de la guerra

Esa madrugada del 1 de junio, numerosos oídos están atentos a las emisiones que la BBC realizaba para la Francia ocupada. Saben que la invasión es inminente e inmediata. Aguardan un mensaje en clave, uno de tantos códigos que envuelven las ondas y la noche. Cada día se emiten decenas de mensajes en apariencia anodinos, personales, que únicamente sus receptores saben descifrar con la carga destructiva que contienen y transmiten.

Esa noche, sin embargo, dos versos de Paul Verlaine pertenecientes a la Canción de otoño, se convierten en la contraseña que miles de combatientes de la Resistencia estaban esperando: “Los largos sollozos de los violines del otoño/hieren mi corazón con una monótona languidez”.

Paul Verlaine en un café, fotografiado por Dornac. Foto: Getty.

Es la señal que confirma a las Fuerzas Francesas del Interior que el desembarco se producirá en las siguientes dos semanas. Se activa todo el dispositivo militar, se intensifican los sabotajes y el envío de información clave.

Gracias a las informaciones suministradas en los últimos meses, los aliados tienen un dibujo preciso del frente germano y sus defensas. Años después, el responsable norteamericano de la OSS (Oficina de Servicios Estratégicos), William Donovan, reconocería que el 80% de la información útil de inteligencia sobre el despliegue que dirigía el mariscal Rommel procedía de la resistencia. Antes de entrar en batalla, ese fue su primer éxito.

En la noche del 5 de junio de 1944, la BBC volvió a radiar por segunda vez los mismos versos del poeta francés simbolista. Era la señal convenida para confirmar que inicio del desembarco de Normandía se llevaría a cabo en las siguientes cuarenta y ocho horas. El Día D acababa de ser anunciado a través de las ondas ante miles de resistentes y las propias estaciones de escucha alemanas.

La batalla clandestina

No hubo que esperar tanto. Esa misma medianoche los primeros paracaidistas saltaron en las proximidades de las playas de desembarco, en la península de Carentan. Eran exploradores que debían marcar el camino para los siguientes saltos masivos y el aterrizaje de los planeadores que transportaban a parte de las tropas y el material más pesado.

Paracaidistas británicos de la 6ª División Aerotransportada a bordo de un avión. Foto: Getty.

Alrededor de la una de la madrugada, los más de 15.000 paracaidistas agrupados en tres divisiones aerotransportadas fueron los primeros soldados aliados en tomar tierra en suelo francés: la 101 y la 82, norteamericanas, y la 6ª división británica.

El objetivo de las dos primeras, en el entorno del pueblo de Saint-Mère-Église, era controlar los accesos a las playas de Utah y Omaha, para frenar el contraataque germano. Una de las imágenes más icónicas y reconocibles de ese día es la de un paracaidista de la 101ª división aerotransportada prendido en la aguja de la torre de la iglesia, una escena real que se ha inmortalizado como historia reciente de Francia. La misión de la 6ª división aerotransportada británica era, si cabe, todavía más compleja: tenían que asegurar los puentes sobre el río Douve en Carentan.

En medio de esos primeros combates que presagiaban la magnitud de la gran batalla, las fuerzas de la resistencia comenzaron a librar su guerra particular en un doble frente: ayudar a las tropas aliadas y obstaculizar la respuesta alemana

Decenas de grupos se movilizaron amparados por la oscuridad. Su prioridad era bloquear nudos de comunicaciones y transportes. El sabotaje se generalizó en el área de Normandía, pero también en otras regiones alejadas a fin de crear un caos que impidiera la movilidad ágil de los refuerzos enemigos. Este fue su segundo éxito, en las primeras horas de la operación Overlord.

Miembros de los maquis estudian el mecanismo y el mantenimiento de las armas de las que disponen. Foto: Getty.

¡Sabotaje!

La experiencia acumulada durante los años de ocupación resultó crucial para entorpecer la respuesta alemana en esas primeras horas decisivas. Algunos de estos grupos, de hecho, operaban con armamento moderno y táctica militar, asesorados desde hacía tiempo por agentes del SOE, el Servicio de Operaciones Especiales creado por Churchill en los primeros meses de la guerra con el propósito de “incendiar Europa”.

La madrugada del 5 al 6 de junio de 1944 fue el momento cumbre de su actuación y la prueba de fuego real que debía confirmar su valía como fuerza de combate.

Se calcula que la resistencia realizó un millar de actos de sabotaje durante los primeros días de la invasión, con un alto coste en vidas. Más de 120 combatientes de las FFI murieron en esas horas.

El grupo más activo era conocido en clave como el maquis de Saint-Marcel, al frente del comandante Morice. Sus más de 2.000 combatientes en junio de 1944 se coordinaban desde un centro de mando oculto en una granja en la región de Malestroit, conocido en el entorno de la resistencia como “La pequeña Francia”.

Maquis de Saint-Marcel. Foto: ASC.

Decenas de guerrilleros fueron hechos prisioneros y trasladados a la prisión de Caen, que con anterioridad al desembarco se había convertido en el principal centro de reclusión de resistentes en la costa atlántica. Días después, la resistencia sufrió la mayor masacre colectiva de su breve historia. Ante el avance aliado, el mando alemán descartó el traslado de prisioneros y ordenó su ejecución sumaria. 87 miembros de las FFI fueron fusilados en filas de a seis en el patio de la prisión. Cuando la ciudad fue tomada por los aliados, sus cuerpos fueron exhumados y enterrados con honores militares.

En la accidentada historia de la resistencia también se contabilizaron bajas por fuego amigo, casi siempre a causa de la desconfianza de los soldados aliados, temerosos de que los supuestos colaboradores fueran en realidad agentes enemigos encubiertos. El caso más conocido fue el de Michel de Vallavieille, entonces un joven de 24 años que vivía en las proximidades de la playa de Utah. Recibió cinco disparos de un soldado estadounidense cuando Michel acudía a informarles de la retirada alemana en esa zona. Michel de Vallavieille sobrevivió gracias a los servicios médicos aliados y su traslado urgente a un hospital en Inglaterra. Cuatro años después se convirtió en alcalde de Sainte-Marie-du-Mont y fue fundador de un museo dedicado al desembarco en Utah.

La Agrupación de Guerrilleros Españoles

La actividad de combatientes españoles en el seno de la resistencia fue determinante en algunas zonas del sur de Francia, al extremo de que llegaron a tener una identidad propia y una fuerza próxima a los 10.000 hombres. Se le conocía como la Agrupación de Guerrilleros Españoles y, a partir de 1944, se integraron en las FFI.

Su participación más destacada no tuvo lugar durante la propia operación de desembarco, sino durante la batalla de la Madeleine, el 25 de agosto, cuando un destacamento de apenas cuarenta guerrilleros españoles logró la rendición de un contingente alemán integrado por un millar de soldados. El general alemán, al conocer la humillación de la que había sido objeto, se disparó un tiro en la cabeza tras aceptar la rendición.

En esta batalla participó una de las leyendas españolas de la resistencia, el asturiano Cristino García Granda. Militante comunista con amplia experiencia primero en la Guerra Civil y posteriormente en Francia, García Granda participó en innumerables acciones contra el Ejército alemán. Tras ser reconocido por el Gobierno galo como Héroe Nacional de Francia, participó en la fracasada invasión del valle de Arán y en 1945 entró clandestinamente en España para organizar la Agrupación Guerrillera de la zona centro. Detenido por la policía franquista, fue ejecutado en 1946 ante el silencio del entonces presidente De Gaulle.

Monumento, en la localidad francesa de Prayols, que recuerda el compromiso de los republicanos españoles con la resistencia. Foto: ACS.

La dama coja

Junto a la actividad de la resistencia, agentes encubiertos del SOE colaboraron activamente en la preparación del desembarco. En estrecho contacto con células de combatientes sobre el terreno y con el mando aliado en Londres, su labor encubierta resultó vital para coordinar las acciones de ambos.

Londres había logrado establecer una red de mujeres espías en la costa atlántica, integrada por Diana Rowden, Violette Szabo, Lilian Rolfey y Virginia Hall. Esta última era una antigua conocida de la Gestapo, a la que había identificado con facilidad a causa de una prótesis en su pierna izquierda que la obligaba a cojear visiblemente.

Cuando fue arrestada, la agente Diana Rowden fue ejecutada en el campo de concentración de Natzweiler-Struthof. Foto: ASC.

Hall era una diplomática norteamericana que había perdido su pierna en un accidente con un arma de fuego en Turquía. Esa limitación arruinó su carrera diplomática pero no frenó su ansia aventurera. Al inicio de la Segunda Guerra Mundial se puso a disposición de los servicios de inteligencia británicos, que la destinaron a Francia. Fue responsable de numerosas voladuras de vías férreas y líneas telefónicas. Su imagen femenina y su minusvalía se extendió por todas las dependencias de la Gestapo en Francia, que la bautizó como “la dama coja” y convirtió su captura en prioridad.

Para uno de sus máximos responsables, Klaus Barbie, entonces al frente de la Gestapo en Lyon, se convirtió en una obsesión personal. Virginia Hall representó un desafío continuo para las fuerzas de ocupación, que nunca pudieron detenerla a pesar de su sencilla identificación y del hecho de que siempre se desplazaba en bicicleta.

Regresó a Londres y en las semanas previas al desembarco fue enviada de nuevo a las proximidades de Caen para iniciar una eficaz labor de información y sabotaje. Hall regresó a su peculiar modus operandi. Actuaba bajo la más estricta discreción y siempre se movía en bicicleta bajo la plácida apariencia de una joven francesa del mundo rural. Nadie sabía que esa misma bicicleta la servía para generar la energía necesaria para comunicarse por radio con Londres.

Licencia de conducir de Virginia Hall. Foto: ASC.

Hall nunca fue capturada. Huyó de Francia cruzando los Pirineos a pie, poniéndose a salvo de las garras del ya conocido como carnicero de Lyon. Fue internada en una prisión en Figueras por las autoridades españolas y liberada gracias a la presión de la embajada norteamericana. Virginia se convirtió en una de las primeras mujeres en integrar el nuevo cuerpo de inteligencia norteamericano creado tras la Segunda Guerra Mundial, la CIA.

Su gran labor se sumó a la de miles y miles de combatientes anónimos que durante el verano de 1944 propiciaron con su abnegado sacrificio el éxito aliado y la derrota nazi en esta cruenta guerra. Ese fue el tercer y definitivo logro de la resistencia.

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.

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