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viernes, noviembre 29, 2024

De Eisenhower a Rommel, los generales del Día D

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Juan CastroviejoDoctor en Humanidades

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La guerra, ese acto supremo de irracionalidad tan profundamente humano, tiene días en los que todo cambia. Días en mayúscula donde el conflicto comienza a resolverse de la mano de quienes son sus protagonistas en el campo de batalla y al frente de los ejércitos, como da excepcional testimonio aquel 6 de junio de 1944 cuando el desembarco de las tropas aliadas en Normandía certificó el curso definitivo de la Segunda Guerra Mundial.

Erwin Rommel y Dwight David Eisenhower. Fotos: Getty.

Aquel día, se desarrolló la mayor operación aérea, naval y terrestre de la historia y se pusieron en juego extraordinarias estrategias comandadas por algunos de los más renombrados generales participantes en un enfrentamiento sobre el que se asienta el orden mundial contemporáneo.

Lo hicieron en el marco de una concepción de la guerra y el ejército tan distinto como decisivo para el resultado final: por un lado, el de las tropas aliadas, formadas por efectivos de más de veinte nacionalidades y dirigidas sobre la base de la planificación y la organización mediante una estructura de mando perfectamente jerarquizada; por otro, la de las fuerzas alemanas, protegidas por una línea fortificada costera y con extraordinarios comandantes como Gerd von Rundstedt o Erwin Rommel, que padecieron los efectos de la desorganización y el antojo de un modelo de ejército cuyas decisiones concentraba el propio Adolf Hitler, quien el mismo día del desembarco no fue despertado hasta pasadas varias horas del inicio de la invasión para obedecer su orden de mantener su descanso hasta las 9:00.

Gracias a aquella exitosa iniciativa militar aliada, el 25 de agosto de aquel año, 80 días después de la invasión, tantos como los de la vuelta al mundo en la famosa novela del francés Julio Verne, los ejércitos aliados fueron capaces de darle irreversiblemente la vuelta a la guerra con la liberación de París.

Sirvan estas líneas para recordar a quienes dirigieron las operaciones en ambos bandos, a los hombres sobre quienes recayeron responsabilidades inmensas que llevaron a centenares de miles de soldados a un escenario culminante para la historia que aún más lo era para ellos, porque ponían en juego el bien más preciado de todo ser humano: la vida.

Un amplio elenco de generales, de entre los que destacan cuatro por encima de todos, a los que probablemente no desmerecieron otros muchos que la historia ha dispuesto sin ninguna duda a la sombra de los primeros.

Eisenhower, el estratega

Casualidades de la vida, Dwight David Eisenhower (1890-1969) nació en el seno de una modesta familia de Kansas, descendiente de inmigrantes alemanes. Alejado de los escenarios de combate durante toda su carrera militar, Ike, como era conocido el artífice de la victoria en Normandía, se estrenó al mando de tropas durante la Segunda Guerra Mundial y alcanzó el cénit de su prestigio tras el éxito de la operación Overlord que dirigió como comandante supremo aliado en Europa.

El general Dwight D. Eisenhower posando para la portada de la revista Life, en abril de 1945. Foto: Getty.

Inteligente, metódico y conciliador, Eisenhower no agotó su carrera en la gran contienda y con los años llegaría a ser comandante supremo de la OTAN y, más tarde, presidente de los Estados Unidos durante dos mandatos, entre 1953 y 1961, en los que tuvo que afrontar una guerra muy distinta de la que le dio fama. Aquellos años cincuenta, los primeros de la Guerra Fría, supo gestionar con su magistral sentido estratégico un nuevo modelo de enfrentamiento basado en fortalezas potenciales y en escaladas del riesgo que felizmente no llegaron a materializarse en nada. Siempre con esa capacidad de reunir aliados, que le llevó a firmar tratados con quien mostrase su disposición a enfrentar la amenaza comunista, entre ellos, los alcanzados con España, y a ser el primer presidente de Estados Unidos que visitó nuestro país el 21 de diciembre de 1959, en un viaje que normalizó al régimen de Franco en el contexto internacional.

Pero volvamos a Normandía y a las capacidades de mando de Eisenhower, el general cuyos nombres de pila (Dwight David) prestan la inicial a su día más grande, en el que cristaliza como victoria su extraordinario trabajo durante los meses previos a la invasión, porque es en ese largo preámbulo donde la habilidad de Ike consigue sentar las bases del triunfo en suelo francés. Su disponibilidad permanente para resolver la rivalidad entre los generales bajo su mando, su talento para la organización, su destreza como planificador y su extraordinaria visión estratégica fueron, sin ninguna duda, los pilares para alcanzar el resultado previsto durante el Día D y los que le sucedieron hasta la victoria final. 

Todas esas cualidades dibujan a Eisenhower como un extraordinario estratega, aunque será su permanente dedicación a la motivación de sus tropas la que le perfila como un líder total. Baste para ello recordar que antes del comienzo de las operaciones en Normandía entregó a todos los que participaron en ellas una motivadora carta firmada de su puño y letra, que también elevó a memorable discurso, y en la que se condensa su ideal: “Tengo plena confianza en vuestro valor, devoción por el deber y habilidad en combate. ¡No aceptaremos otra cosa que no sea la victoria total!”.

El Desembarco de NormandíaChief Photographer’s Mate (CPHOM) Robert F. Sargent, U.S. Coast Guard. Foto: Wikimedia.

Con los años, el general Eisenhower no solo llegaría a ser uno de los grandes militares y políticos del siglo XX, sino que también se adentraría en la mismísima planificación estratégica de nuestros días a través de su reconocida matriz del uso del tiempo, donde invita a actuar ante los problemas a partir de su calificación según dos variables: la urgencia y la importancia. Una matriz según la cual deben eliminarse aquellos problemas que no sean ni urgentes ni importantes, ocuparse de abordarse aquellos que sean tanto urgentes como importantes, decidir cuándo afrontar los que son importantes y no urgentes, y delegar en quien resulte más idóneo todo aquello que sea urgente pero no importante.

Rommel, el astuto

Si a un lado del Atlántico estaba Eisenhower, al otro estaba Erwin Johannes Rommel (1891- 1944), el Zorro del Desierto, quien a pesar de estar a las órdenes del mariscal Von Rundstedt, responsable de las fuerzas alemanas de Occidente, fue quien plantó cara a la invasión en las playas normandas y quien acuñó el sobrenombre que persigue al Día D como el día más largo, consciente, como era, de que solo la contención de la ofensiva en la costa ese 6 de junio de 1944 podría ofrecer alguna oportunidad de triunfo a los suyos.

Hijo de padres burgueses sin tradición militar en la familia, Rommel se interesó pronto por la milicia y tuvo una activa participación en la Primera Guerra Mundial, donde destacó en diversas acciones tanto en el frente occidental como en Los Alpes, demostrando siempre una especial predilección por la penetración sorpresiva y un extraordinario valor que ponía de manifiesto encabezando las operaciones de su posición al frente de las tropas bajo su mando.

La llegada al poder de Hitler ofreció a Rommel una nueva oportunidad para retomar su estancada carrera militar durante los años de entreguerras, que tuvo su primer gran hito al mando de la VII División Acorazada con la que consiguió una vez más destacar como adalid de la versatilidad y la sorpresa, hasta el punto de que su división fue conocida como la división fantasma.

Enviado a Libia en 1941, llegaría su gran oportunidad para dirigir un ejército, el Afrika Korps, que hasta su derrota en la última batalla de El Alamein encadenó una victoria tras otra frente a un contingente británico superior en tropas y medios de todo orden. Fue precisamente esa escasez de recursos, tanto de equipos como de combustible, lo que finalmente decidió el triunfo del general Montgomery al mando del VIII Ejército británico.

El general alemán Rommel con la 15ª División Panzer en 1941 en Libia. Foto: Shutterstock.

Los años en África forjaron la leyenda del Zorro del Desierto, quien como todo gran líder contaba con esa visión estratégica que hace anticipar las victorias con una exhaustiva preparación; aunque en su caso, a diferencia de Eisenhower, Rommel siempre privilegió el entrenamiento extremo a la planificación minuciosa como palanca para activar sus fugaces y contundentes operaciones militares.

Tras la derrota del Africa Korps, Rommel asumió breves destinos en Grecia e Italia, hasta que se puso al frente del Grupo de Ejércitos B, dirigido por Von Rundstedt, con el encargo de concluir el denominado Muro del Atlántico que aspiraba a contener cualquier invasión aliada desde Holanda hasta la frontera con España. Responsable de un empeño muy distinto a los que había afrontado hasta entonces, Rommel se emplea con igual habilidad para establecer la defensa que para el ataque relámpago y contundente, del que era un maestro y, como tal, apostó por establecer todo tipo de protecciones para evitar la penetración de las tropas aliadas. Durante los meses anteriores a la invasión sembró las playas de minas, clavó infinidad de estacas con cabezas explosivas y desplegó kilómetros de alambradas y barreras para impedir el desembarco de tropas y el despliegue de efectivos aerotransportados. Todo con el objetivo de evitar el establecimiento de una cabeza de playa.

Soldados alemanes de la Wehrmacht camino a una base. Foto: Getty.

No lo consiguió, como tampoco repeler la invasión en esos primeros días de incipiente penetración aliada, al ser incapaz de convencer a Von Rundstedt y al propio Hitler de la necesidad de mantener en las semanas previas a las unidades acorazadas en posiciones seleccionadas que permitieran actuar desde el primer momento en la línea de costa. Por el contrario, las divisiones Panzer se mantuvieron en el interior de Francia dispuestas para acudir a taponar cualquier brecha que se produjera a lo largo de esa larga línea de defensa que era el Muro del Atlántico. Cuando quisieron llegar ya era tarde. La distancia a salvar, la superioridad aérea aliada y el mucho terreno ganado para entonces por sus oponentes impidieron abortar la invasión cuando aún daba sus primeros pasos.

Decepcionado por ese fracaso estratégico y desengañado del nazismo cuando conoció el horror de los campos de exterminio, Rommel languidecía en su residencia de Berlín, mientras se recuperaba por completo de las heridas de un ataque aéreo a su vehículo en Francia, cuando fue acusado de traición por su presunta complicidad en el atentado a Hitler del 20 de julio de aquel 1944 en el marco de la conocida como operación Valkiria. Puesto en la disyuntiva de elegir el suicidio con honores o la deshonra para él y su familia, tardó exactamente quince minutos en tomar una decisión, los que mediaron entre la oferta que le hicieron los emisarios del Régimen en su domicilio y la administración de la cápsula de cianuro que acabó con su vida.

Montgomery, el espartano

Bernard L. Montgomery (1887-1976) nació en Kennington, Londres, y fue el cuarto hijo de los nueve que sacaron adelante un obispo anglicano y su esposa. Su infancia en aquella familia de firmes convicciones religiosas y estrictas costumbres victorianas marcará toda su vida y forjará el espíritu guerrero del futuro gran general.

Austero, hosco, terco y reservado, Monty, como le llamaban los suyos, desplegó una larga carrera militar que empezó en la India y que con el tiempo le llevaría a derrotar al Zorro del Desierto, gracias a un sentido de la disciplina y el sacrificio que compartió con su gran contrincante y que la maquinaria industrial aliada le permitió enriquecer con un mayor equipamiento militar. 

El general Montgomery observa las maniobras de sus tropas en África en noviembre de 1942. Foto: ASC.

Durante el desembarco de Normandía, Montgomery fue el encargado de dirigir las fuerzas terrestres a las órdenes de Eisenhower, y gracias a la estrategia cautelosa que siempre caracterizó sus acciones militares, consiguió reducir las bajas entre sus unidades y fomentar el desgaste de las tropas alemanas hasta extenuarlas y facilitar así su aniquilación. Una estrategia no siempre compartida por sus colegas de armas y que hoy en día mantiene abierta una revisión sobre sus decisiones en el campo de batalla, confiadas en exceso al resultado del desgaste mutuo y que hoy no concita todas las adhesiones de los expertos en historia militar.

En cualquier caso, no es posible negar sus aptitudes, a pesar del fracaso de algunas operaciones posteriores a la lucha en Normandía, en particular el de la operación Market Garden, un asalto aerotransportado combinado con una importante infiltración de unidades blindadas para ocupar diversos puentes estratégicos bajo control alemán en los Países Bajos y que se convirtió en la última gran victoria militar del nazismo.

Von Rundstedt, el profesional

Karl Rudolf Gerd von Rundstedt (1875- 1953) responde perfectamente al estereotipo de profesional de la milicia. Descendiente de una familia de profunda tradición militar, educado en la academia de la oficialidad prusiana y apolítico declarado, Von Rundstedt fue el ejemplo de general al servicio de su país y de su causa circunstancial que antepone sus virtudes militares a cualquier otra consideración.

Karl Rudolf Gerd von Rundstedt fue declaradamente apolítico. Foto: ASC.

Al mando del frente del Oeste durante la invasión de Francia, el mariscal Von Rundstedt tuvo que afrontar la difícil tarea de sucumbir ante el empuje de las tropas aliadas, fruto, entre otras razones, de sus errores de planificación al disponer a sus mejores unidades en posiciones favorables a una respuesta equivalente en distintos lugares para el desembarco, pero alejados lo suficiente de Normandía como para evitar el encuentro con los aliados aún a tiempo de contenerlos en el litoral.

Firme en sus convicciones y leal a sí mismo, el desapego de Von Rundstedt a la política le llevó a ser relevado del mando al menos en dos ocasiones durante la Segunda Guerra Mundial, aunque ese mismo sentido del deber le condujo a formar parte de la corte militar que juzgó y expulsó a muchos oficiales desafectos a Hitler, que acabó con la ejecución de no pocos de ellos. Entre sus éxitos militares deben contarse el último de la Alemania nazi en la contienda, el mismo que en el seno de la operación Market Garden llevó a Monty a su más sonoro fracaso.

No estuvieron solos

Eisenhower, Rommel, Montgomery y Von Rundstedt son solo los más insignes generales protagonistas de la invasión de Normandía, aunque no faltaron quienes pusieron en juego su audacia, valor y entrega. Muchos son los que podrían añadirse en este artículo, aunque hay dos que no debieran omitirse por su extraordinaria participación en las operaciones posteriores al desembarco: Patton y Bradley.

El primero, opuesto a la minuciosidad de Monty, con el que siempre rivalizó, fue exponente de un modelo de mando tan agresivo como eficaz. Una vehemencia que le llevó a ser retirado de sus responsabilidades en las operaciones del desembarco al desplegar esa difícil personalidad ante varios soldados convalecientes y ser relegado a dirigir uno de los episodios de distracción más extravagantes y efectivos que se diseñaron en las semanas previas al Día D, como fue la formación de un ejército de tanques hinchables en la zona de Calais por donde finalmente no se produjo la invasión. Tras ese particular encargo, Patton recuperó el mando para lo que mejor sabía hacer, ganar en el campo de batalla, y tuvo la oportunidad de demostrarlo sobradamente durante el año de enfrentamiento que aún quedaba por delante.

Los generales estadounidenses Patton y Bradley y el británico Montgomery departen sobre la estrategia y el progreso de la campaña francesa. Foto: Getty.

Por su parte, el general Bradley, ejemplo de eficacia y discreción, es uno de esos grandes protagonistas de la contienda siempre pendientes de reconocimiento. Un militar de una pieza siempre dedicado a su cometido en el frente y alejado de los focos, de los que vencen sobre el terreno sin otra satisfacción que la del deber cumplido.

Todos ellos fueron los protagonistas de uno de los hechos determinantes del final de la Segunda Guerra Mundial, que acabó con cualquier opción de victoria para Alemania y que hoy ocupa un lugar destacado en la historia militar contemporánea, de la historia de nuestras guerras, que son tanto el fracaso de la política como la manifestación del horror al que se enfrenta la humanidad cuando es incapaz de resolver sus diferencias como correspondería a la más básica racionalidad.

Un horror que aquella mañana del 6 de junio del año 1944 se manifestó con toda su crudeza y, caprichos del destino, se anunció apenas unos días antes a través de la televisión y radio pública británica, la BBC, y para los resistentes de la Francia ocupada con unos versos del poeta francés Paul Verlaine que nacieron para un fin muy distinto al que sirvieron por entonces, aunque liberadores al fin y al cabo: “Los largos sollozos de los violines del otoño hieren mi corazón con monótona languidez”.

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.

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