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viernes, noviembre 29, 2024

Los comandos aliados que abrieron brecha en Normandía

Pasaban exactamente once minutos de la medianoche del 6 de junio de 1944 cuando el teniente Noel Poole, un empleado de banca movilizado en tiempo de guerra, saltó en paracaídas sobre la vertical de Cherburgo. Al hacerlo se impulsó mal y su cuerpo se golpeó contra la rueda de cola del avión. Semiinconsciente, descendió en medio de la oscuridad nocturna y fue a caer en medio de un prado en las proximidades de la localidad de Isigny-sur- Mer. Poole se convirtió de esa manera poco ortodoxa en el primer oficial aliado en llegar a Normandía durante el Día D.

Paracaidistas galeses se ejercitan para el despliegue de tropas aerotransportadas en Normandía. Foto: Album.

Poco después de su accidentado aterrizaje, cientos de comandos descendieron silenciosos en paracaídas sobre las zonas asignadas. Otros fueron lanzados en pequeños grupos sobre Bretaña o mucho más al norte de las playas de Normandía. Como el teniente Poole, un buen número de ellos pertenecían al SAS, el Special Air Service (“Servicio Aéreo Especial”), una unidad de origen británico especialmente entrenada para combatir detrás de las líneas enemigas y sabotear sus comunicaciones y líneas de suministros. Fogueados en la campaña del norte de África, contaban entre sus filas con muchos oficiales y soldados de la Francia Libre ansiosos por liberar a su país de la ocupación alemana.

Al llegar a tierra, los hombres del SAS se dedicaron a disparar bengalas o poner grabaciones amplificadas de voces en inglés y disparos de armas de todos los calibres para simular los ruidos de una invasión por aire en toda regla; su propósito era sembrar la confusión en las líneas alemanas y desviar la atención sobre el desembarco en las playas de Normandía. Los que llegaron más al norte tenían órdenes de contactar con los miembros de la resistencia francesa y colaborar juntos en tareas de sabotaje.

Además de los miembros del SAS, en esa histórica madrugada fueron lanzadas en paracaídas otras fuerzas especiales entrenadas para el combate irregular o de guerrillas. La Oficina de Servicios Estratégicos (“Office of Strategic Services”, OSS), organismo de inteligencia norteamericano precedente de la CIA, había preparado a un selecto grupo de voluntarios dispuestos a realizar acciones por detrás de las líneas alemanas. De la misma forma, la británica Dirección de Operaciones Especiales (“Special Operations Executive”, SOE) había reclutado y entrenado a cientos de soldados exiliados franceses, belgas y polacos para llevar a cabo el mismo tipo de misiones.

Un instructor revisa el equipo de los candidatos a convertirse en agentes del SOE antes de realizar un salto en paracaídas. Foto: ASC.

Desde hacía varios meses, los agentes del OSS ya estaban actuando en suelo francés en colaboración directa con los combatientes de la resistencia. Los que estaban bajo mando directo del SOE británico fueron organizados en unidades variopintas conocidas como Misiones Interaliadas, formadas cada una por una veintena de hombres dirigidos por un oficial con experiencia. Después de un duro entrenamiento y una meticulosa preparación, en la madrugada de ese 6 de junio de 1944 llegó el momento de poner en práctica todo lo aprendido y ser los primeros en abrir camino al grueso de la invasión aliada.

Operando con uniforme o vestidos de paisano, con el enorme riesgo que esto último suponía si eran tomados prisioneros, ya que podían ser acusados de saboteadores y fusilados sin contemplaciones por los alemanes, los soldados de estas fuerzas especiales recorrieron durante semanas territorio hostil ocupado por el enemigo mientras sembraban el caos y la confusión.

En su solitaria lucha recibieron armas y suministros que les llegaban en paracaídas mientras se encargaban de entrenar a los miembros de la resistencia. Juntos volaron trenes, atacaron instalaciones estratégicas o interceptaron enlaces, arriesgadas acciones que además de entorpecer los movimientos de las fuerzas alemanas también sirvieron para elevar la moral de los franceses y hacerles saber que con su esfuerzo estaban colaborando en la liberación de su país del yugo nazi.

El intrépido Lord Lovat

Mucho se ha hablado sobre el personaje real que pudo inspirar al escritor Ian Fleming a la hora de dar forma a su personaje de James Bond, el famoso agente 007. Entre todos los candidatos, la figura del brigadier Simon Christopher Joseph Fraser, más conocido por el nombre de lord Lovat, su título nobiliario, encaja a la perfección con el carácter con el que el autor británico moldeó la imagen del héroe de sus novelas.

Lord Lovat dando órdenes a sus tropas en 1942. Foto: Cordon.

Representante de uno de los clanes escoceses de más larga tradición, lord Lovat era un apuesto hombre de acción que al comienzo de la Segunda Guerra Mundial se presentó voluntario como oficial de comandos, una de las más recientes unidades de élite del Ejército británico. Preparados para la lucha de guerrillas, las misiones encomendadas a estos soldados eran lanzar ataques en la retaguardia enemiga y sembrar el terror entre las guarniciones alemanas que no esperaban sus audaces golpes de mano.

Lord Lovat superó el duro entrenamiento al que eran sometidos los comandos en bases situadas en Escocia y sus cualidades personales le convirtieron en un líder al que admiraban los hombres bajo su mando. Al frente del 4º Comando, unidad tipo batallón, el intrépido oficial escocés forjó el espíritu de sus soldados para llevar a cabo operaciones que eran consideradas demasiado duras y peligrosas para la infantería convencional.

Los comandos del lord tuvieron su bautismo de fuego el 3 de marzo de 1941, cuando protagonizaron con éxito una incursión contra las islas Lofoten, archipiélago noruego ocupado por los alemanes. La siguiente operación en la que destacaron los soldados del 4º Comando fue el ataque contra Hardelot, localidad costera francesa situada en el canal de la Mancha, donde tomaron por sorpresa a la guarnición enemiga. Pero sería en el fracasado “raid” contra Dieppe donde sus hombres sufrirían un duro castigo que forjaría aún más su temperamento.

Vista aérea de las islas Lofoten. Foto: Shutterstock.

El 19 de agosto de 1942, algo más de 6.000 soldados británicos y canadienses desembarcaron en las pedregosas playas cercanas al puerto francés de Dieppe en el transcurso de la operación Jubilee. El ataque aliado había sido planeado como un ensayo a pequeña escala para poner a prueba tácticas, hombres y material con vistas a los desembarcos anfibios previstos en el norte de África y en el continente. Sin embargo, nada salió según el plan y los aliados sufrieron fuertes bajas sin cumplir la mayoría de los objetivos previstos. 

En medio del caos en el que se vieron envueltos los soldados que participaron en el asalto contra Dieppe, tan solo los integrantes del 4º Comando, con Lovat al frente, lograron destruir una batería alemana y así cumplir con éxito la misión que se les había encomendado. 

En Dieppe desembarcaron, sobre todo, destacamentos británicos y canadienses. Foto: Getty.

A su regreso a Gran Bretaña, las fotografías retrataron los rostros exhaustos de los comandos, pero, a pesar del duro castigo, la mayoría se mostraban risueños por el deber cumplido mientras posaban al lado de su carismático comandante. En Dieppe se reforzó el vínculo que les unía y Lovat sabía que le seguirían hasta el final: confiados en sus capacidades estaban preparados para asumir la misión más importante de sus vidas.

Desafiando al enemigo

Al amanecer del 6 de junio de 1944, los comandos británicos se dirigieron resueltos hacia las playas de Normandía. Divididos en dos brigadas, la primera de ellas estaba compuesta por dos mil hombres bajo el mando directo de lord Lovat. Su misión era desembarcar en el extremo oriental de la playa de Sword y tomar posiciones entre las poblaciones de Ouistreham y Saint-Aubin-sur-Mer para allanar al camino al grueso de las tropas británicas. La segunda, formada por mil soldados dirigidos por el brigadier Bernard William Leicester, tenía como objetivo tomar la franja costera comprendida entre las playas de Juno y Sword.

Los comandos del comandante Lovat tenían órdenes de enlazar con los efectivos de la 6ª División Aerotransportada británica, que durante aquella madrugada habían saltado en paracaídas o descendido en planeadores por detrás de la playa de Sword con la misión de dar cobertura al flanco este de la zona de desembarco aliada.

A bordo de las lanchas que les aproximaban a la costa, los comandos se mostraron desafiantes ante las balas del enemigo, que silbaban por encima de sus cabezas o rebotaban contras las planchas de acero de las embarcaciones: habían rechazado el uso del casco reglamentario de las tropas británicas y lucían orgullosos las boinas de color verde oscuro que les distinguían del resto de las unidades; mientras el enemigo abría fuego con sus ametralladoras, algunos sargentos se sentaron en la cubierta de las lanchas exponiéndose a los disparos mientras se burlaban a gritos de los alemanes y les retaban a afinar su puntería contra ellos; de fondo, podía escucharse la melodía de los gaiteros escoceses interpretando las notas de Scotland the Brave

Boinas verdes escuchando instrucciones de los superiores. Foto: Getty.

Al llegar a la playa, Lovat se puso al frente de sus hombres para dirigirles en el asalto. Abrigado con su grueso jersey de lana de color claro, su presencia destacaba entre las de los demás soldados, pero también ofrecía un blanco fácil. Según cuenta la leyenda –nunca confirmada– iba armado con un Winchester, el mítico rifle de palanca popularizado por las películas del Oeste. Todo apunta a que en realidad llevaba una carabina M1 norteamericana, un arma ligera semiautomática de amplia difusión entre paracaidistas y oficiales, pero el mito en torno a su figura hacía creíble cualquier historia sobre él.

Abriéndose paso

En la playa, los hombres de Lovat se encontraron con miles de soldados británicos de la primera oleada inmovilizados por el fuego alemán. Los comandos tuvieron que abrirse paso entre ellos y toneladas de material amontonadas sobre la arena para destruir las posiciones enemigas que los habían bloqueado con sus ametralladoras. Eliminado este primer obstáculo, avanzaron por delante del resto de unidades para enlazar con los paracaidistas de la 6ª División Aerotransportada. Según se había planificado sobre el papel, tenían un plazo de algo más de tres horas para cubrir una distancia de diez kilómetros tierra adentro.

Commando Raiders perforando las defensas del canal en Boulogne. Foto: Getty.

Mientras Lovat y sus hombres emprendían una carrera contrarreloj, la brigada de comandos del brigadier Leicester, que debía cubrir el vacío de unos ocho kilómetros comprendidos entre las playas de Sword y de Juno, se había encontrado con graves problemas antes de desembarcar. Los bombardeos aéreos y navales que debían haber allanado el camino a la invasión apenas habían causado daños en las defensas costeras enemigas y fueron recibidos por fuego de morteros y ametralladoras que alcanzaron o destruyeron varias lanchas de desembarco, infligiendo numerosas bajas.

Los comandos que llegaron vivos a la playa se encontraron con una posición fortificada alemana que les impidió cerrar la brecha entre Sword y Juno. Para empeorar más las cosas, un batallón completo de infantería reforzó la posición enemiga. No fue hasta el día siguiente cuando consiguieron cumplir con su misión gracias al apoyo de un tanque Sherman que acudió en su ayuda. 

Tanque Sherman del Ejército de los Estados Unidos. Foto: Shutterstock.

Tras dos días de violentos combates en los alrededores de Saint Aubin, habían perdido casi a la mitad de sus hombres. Mientras la brigada de Leicester quedaba inmovilizada en la playa, los comandos de Lovat continuaron avanzando. Para llegar a tiempo a su cita con la 6ª División Aerotransportada, rehuyeron el combate abierto, a no ser que los alemanes bloqueasen su ruta. En moto, pedaleando en bicicleta, subidos en carros proporcionados por campesinos locales o a pie, siguieron los caminos que rodeaban las posiciones fortificadas enemigas. En algún caso se encontraron con campos de minas que atravesaron cuidadosamente para evitar un rodeo que pudiera retrasarles. Aunque eludieron la lucha en la medida de lo posible, los comandos dejaron un rastro de destrucción allí por donde pasaron, como atestiguaron varios búnkeres y una batería de cuatro cañones alemanes, silenciados para siempre por los certeros disparos de los hombres de Lovat.

Gaitas y trincheras

Habían pasado algo más de doce horas desde que los comandos habían desembarcado en la playa cuando se aproximaron a los puentes de Benouville y Ranville sobre el río Orne, objetivos que debían tomar para permitir la llegada del grueso de las fuerzas aliadas y puntos de encuentro señalados en los mapas donde tenían órdenes de enlazar con los paracaidistas británicos.

En aquellos dramáticos momentos la situación de la 6ª División Aerotransportada era desesperada. Sus hombres llevaban luchando sin descanso desde que tocaron tierra y la munición se les estaba agotando. El número de bajas aumentaba bajo una implacable y letal tormenta de fuego descargada por los morteros alemanes, mientras la ansiada llegada de refuerzos se demoraba sin que nadie les pudiera informar cuánto tiempo se retrasaría.

Paracaidistas británicos de la 6ª División Aerotransportada a bordo de un avión. Foto: Getty.

Los paracaidistas estaban a punto de perder la esperanza, cuando a los lejos les pareció escuchar las notas de gaitas escocesas acercándose. Supieron entonces que los comandos habían logrado abrirse paso hasta llegar a ellos. Poco después, las boinas de sus camaradas se hicieron visibles mientras los gaiteros de Lovat interpretaban con fuerza Blue Bonnets over the Border (“Tocados azules en la frontera”), el himno del King’s Own Scottish Borderers, regimiento que formaba parte de la división escocesa. A su llegada, los comandos fueron recibidos por los gritos de entusiasmo de los paracaidistas asediados.

Después de unos minutos de confraternización entre las tropas, los soldados de estas dos unidades de élite británicas se pusieron a cavar trincheras y ocuparon posiciones, mientras controlaban los movimientos de los alemanes. Fue entonces cuando lord Lovat se dirigió hacia el lugar donde estaba el puesto de mando del teniente coronel “Johnny” Johnson, comandante de los paracaidistas. Sin inmutarse bajo el fuego enemigo consultó su reloj y dijo con flema británica “siento haber llegado con retraso”

El 12 de junio el estallido de un obús mató a Johnson y dejó malherido a Lovat. La batalla por Normandía acababa de empezar y se cobraría las vidas de otros muchos oficiales y soldados de las unidades de élite aliadas, la punta de lanza de la Invasión.

*Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.

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