El ecosistema se define como la unidad funcional básica en ecología. Si bien un ecosistema está conformado por un conjunto de seres vivos, o biocenosis, y el medio físico en que se encuentran, el biotopo; gracias a las interacciones que surgen entre ellos, en el ecosistema emergen propiedades que son más que la simple agregación de sus componentes, lo que justifica esa definición de unidad funcional básica.
Los ecosistemas son entidades dinámicas y vivas, que pueden adaptarse a nuevas condiciones, desplazarse y evolucionar, en función del comportamiento de cada especie que los componen. Y a su vez pueden relacionarse unos con otros, principalmente por las migraciones y de los ciclos biogeoquímicos; si un ecosistema modifica de algún modo el agua de un río, por ejemplo, reduciendo su caudal o incorporando nuevos nutrientes, estas alteraciones generan efectos en los ecosistemas que se encuentran río abajo, e incluso en el mar.
Gracias a esa capacidad de los ecosistemas de relacionarse, algunas especies propias de un ecosistema pueden generar efectos en cadena que acaben por afectar a ecosistemas distintos. Y este fenómeno es el que, recientemente, ha descubierto un grupo de investigación internacional encabezado por el investigador español Oriol Lapiedra, del CREAF: los efectos que los lagartos pueden tener en ecosistemas terrestres y marinos, más allá de su área de distribución.
La relación entre los lagartos anolis y sus depredadores
La investigación, en la que han colaborado científicos de la Universidad de Concordia (Canadá), el Colegio Universitario de Cork (Irlanda) y las conocidas Universidades de Harvard y California (Estados Unidos), entre otras, se ha centrado en los lagartos abanquillos o anolis (Anolis sagrei), un grupo endémico de América. El estudio se ha llevado a cabo en las islas Bahamas.
Tal y como muestra el estudio, publicado en la prestigiosa revista Ecology Letters, la presencia de depredadores, como el lagarto de cola rizada (Leiocephalus carinatus), tiene un gran impacto en el comportamiento de búsqueda de alimento de los abanquillos, evidenciando una interacción compleja entre predadores y presas que va más allá de la simple evitación. Los anolis son lagartos arborícolas, cuya dieta se compone de insectos y otros artrópodos; en entornos insulares, como las Bahamas, eso incluye incursiones frecuentes al suelo y captura de invertebrados marinos que se acerquen a la costa.
Frente al riesgo de depredación, los anolis modifican sus patrones habituales, optan por ramas más altas y reducen su estancia en el suelo. Con ello rebajan la exposición a depredadores, pero a cambio también autolimitan el acceso a una variedad de recursos alimenticios disponibles en niveles inferiores. Esta alteración comportamental es un claro ejemplo de cómo los organismos pueden cambiar su comportamiento para mejorar la supervivencia, aunque ello suponga un compromiso con su alimentación.
Estas estrategias de supervivencia no solo afectan al individuo, sino que tienen el potencial de alterar la dinámica de toda la comunidad. El ajuste comportamental frente a depredadores revela una capacidad de adaptación rápida a condiciones ambientales cambiantes, y a la vez sugiere que la presión de predación es un motor importante en la evolución del comportamiento, algo crucial en contextos de cambios ambientales acelerados.
Un cambio de comportamiento con consecuencias en los ecosistemas
El cambio de dieta en los anolis debido a la presencia de depredadores tiene profundas consecuencias ecológicas. Los efectos se acoplan al flujo de recursos, y por tanto, su impacto se extiende más allá del entorno en el que viven los lagartos, afectando a ecosistemas vecinos, terrestres y marinos. De acuerdo a los resultados de la investigación, la modificación en las estrategias alimenticias de estos lagartos, al preferir ramas más altas y consumir menos recursos de origen marino, reduce la conexión trófica entre ambos ecosistemas. Esta alteración en el flujo de recursos puede tener repercusiones importantes en la biodiversidad y la estabilidad en tierra y mar, al modificar la transferencia de nutrientes y energía.
La dieta de los anolis, centrada en insectos y artrópodos, puede verse diversificada o restringida, afectando así su papel como consumidores y la distribución de las especies que forman parte de su dieta.
Un comportamiento transmitido en generaciones
Los cambios de comportamiento observados por el equipo de Lapiedra no se limitaron a los lagartos que experimentaron la presión predatoria inicialmente. También se transmitieron a su descendencia, perpetuándose incluso en ausencia de depredadores. Esto sugiere una transmisión del comportamiento adaptativo.
El estudio, finalmente, destaca la complejidad en las interacciones entre especies y su influencia en la ecología de múltiples ecosistemas, y demuestra que incluso cambios sutiles en el comportamiento de unas pocas especies tienen efectos duraderos en la naturaleza, a una escala mucho mayor.
Pero además, los autores destacan que comprender este tipo de ajustes y sus efectos es esencial en un contexto en el que los cambios ambientales se suceden de forma rápida, como ocurre con la introducción de especies invasoras. De hecho, la llegada de nuevos depredadores es un factor principal en la pérdida de biodiversidad de ecosistemas de islas en todo el mundo.
Referencias:
- Lapiedra, O. et al. 2024. Predator‐driven behavioural shifts in a common lizard shape resource‐flow from marine to terrestrial ecosystems. Ecology Letters, 27(1), e14335. DOI: 10.1111/ele.14335