Los restos arqueológicos de la antigua ciudad romana de Augusta Emerita que se mantienen visibles en Mérida a lo largo de los siglos sugieren una grandeza pasada que siempre suscitó el interés de eruditos y viajeros. Estos vestigios se reconvierten, en el imaginario popular, en lugares cubiertos por un halo legendario.
El templo del foro municipal se transformó en «la Casa de los Milagros» y albergaba un palacete del siglo XVI, el teatro romano (edificios, teatro, etc.. ) en las «Siete Sillas donde los reyes moros se sentaban a impartir justicia» y el anfiteatro romano en «la hoya» o «naumaquia», apenas un círculo de piedras donde se cuenta que antaño se realizaban combates navales.
Una ciudad consciente de su riqueza arqueológica
Ya en el siglo XVI, el concejo de Mérida acordó la exploración en busca de los «tesoros de las Siete Sillas de los que hablan las leyendas», intuyendo que el solar del teatro romano albergaba un patrimonio oculto, aunque no era de tipo material.
Esta consciencia de la ciudad sobre su propia riqueza de restos arqueológicos cristaliza en la promulgación de una de las primeras normativas que pretenden impedir el expolio sistemático de los restos arqueológicos: las Ordenanzas Municipales de 1677 que prohibirán expresamente la destrucción de las «obras antiguas». La norma imponía multas cuantiosas a cualquiera que se atreviera a sacar piedra de algún monumento antiguo, sin permiso y supervisión del municipio.
A partir del siglo XVIII, con la llegada de la Ilustración, varios proyectos centrarán su atención en la Mérida romana. El primero de ellos, en 1752, el «viaje literario» del Marqués de Valdeflores, auspiciado por la monarquía, que tomará dibujos y descripciones de los principales monumentos de la ciudad. Continuarán en esta misma línea, los viajes y dibujos de Manuel de Villena, los del emeritense Fernando Rodríguez a finales de ese siglo XVIII y los de Alejandro de Laborde, a inicios del XIX, entre otros testimonios.
Estos trabajos, junto a las publicaciones sobre la Historia de Mérida, servirán de base para el conocimiento futuro de la ciudad antigua, pues en algunos casos se documentan restos arqueológicos posteriormente desaparecidos.
La singularidad de Mérida en cuanto a cantidad y calidad de sus restos arqueológicos, la acumulación de conocimientos a través de estudios y el hallazgo constante de nuevos restos provoca que, cada vez con mayor frecuencia, se reclamen intervenciones arqueológicas. Las excavaciones en Pompeya y Herculano, iniciadas a finales del siglo XVIII, sirven de espejo para Mérida que, constantemente, fue comparada con estas ciudades titulándola, a menudo, como «la Roma de España».
En este contexto, se dan distintos pasos institucionales para la protección y organización del patrimonio arqueológico emeritense. Por Real Orden de 26 de marzo de 1838 se crea un museo arqueológico para dar cobijo a los restos dispersos por la ciudad. Poco después, en 1842, se crea una Junta o Diputación Arqueológica para organizar los fondos de dicho museo. Con estos precedentes se decide, en 1868, la creación de una Subcomisión de Monumentos en Mérida para atender, exclusivamente, a la protección de su patrimonio.
A partir de este momento se producen diversos intentos de emprender excavaciones arqueológicas en la ciudad, los más intensos a finales de siglo, de la mano de Pedro María Plano, alcalde de la ciudad y vicepresidente de la Subcomisión de Monumentos. No obstante, estos sondeos, la mayoría de las veces fallidos, se limitarían a descubrir, apenas, algunos elementos del anfiteatro y teatro romanos, sin un verdadero calado científico.
La gran aportación de Pedro María Plano a la Historia emeritense es la reedición, a través de su imprenta, de varias obras clave para el conocimiento de la ciudad: la Historia de la Ciudad de Mérida de Bernabé Moreno de Vargas en 1892 y la Historia de las Antigüedades de Mérida de Gregorio Fernández Pérez en 1893. Edita también, por vez primera, Antigüedades de Mérida, metrópoli primitiva de la Lusitania, desde su fundación en razón de colonia hasta el reinado de los árabes, de Agustín F. Forner y Segarra (1893) y, para completar estas tres historias sobre la ciudad, escribe y edita, en 1894, Ampliaciones a la Historia de Mérida de Moreno de Vargas, Forner y Fernández.
El impulso definitivo para recuperar el esplendor de Mérida
A inicios del siglo XX, en 1906, el arqueólogo madrileño José Ramón Mélida Alinari viaja a Mérida con el encargo oficial de elaborar el Catálogo Monumental de la Provincia de Badajoz. En ese momento es director del Museo Nacional de Reproducciones Artísticas y miembro de la Comisión de Excavaciones de Numancia; con el tiempo llegará a ser director del Museo Arqueológico Nacional (desde 1916 a 1930) y de las excavaciones numantinas.
Desde el primer momento, J. R. Mélida queda sorprendido por el potencial arqueológico de Mérida, apenas explorado. Los contactos iniciales con los miembros de la Subcomisión de Monumentos y con el emeritense Maximiliano Macías, para recabar datos para el Catálogo, cristalizarán en la elaboración del primer proyecto integral de excavaciones arqueológicas en la ciudad.
El entusiasmo del experimentado arqueólogo J. R. Mélida se vio alentado por la demanda de actuaciones arqueológicas que se reclamaban desde hacía tiempo para Mérida. Las relaciones personales de José Ramón Mélida en las Academias y en el Ministerio de Bellas Artes supusieron una plataforma inmejorable desde la que el madrileño impulsó las excavaciones arqueológicas.
Por su parte, Maximiliano Macías era un funcionario municipal que se encontraba plenamente integrado en el ambiente cultural y social de la ciudad. El interés por el patrimonio de Mérida, y por aprender, le llevó a Licenciarse en Filosofía y Letras una vez comenzadas las excavaciones, cuando ya se encontraba al cargo de las mismas.
Sus contactos locales y su trabajo a pie de obra garantizaron el efectivo desarrollo de las intervenciones, facilitando las negociaciones en los temas relacionados con las contrataciones de obreros o la adquisición de terrenos, entre otros.
J. R. Mélida y Maximiliano Macías, con el soporte institucional de la Subcomisión de Monumentos, serán los responsables directos del planteamiento, puesta en marcha y ejecución del proyecto arqueológico que, desde 1910 hasta 1934, cambiará para siempre la fisonomía de la ciudad y sentará las bases de todo el marco conceptual, institucional y turístico de la Mérida actual.
El 17 de septiembre de 1910 comienza oficialmente un proceso que puede definirse como proyecto global porque atiende a varios factores: en primer lugar, su filosofía engloba a todo el yacimiento emeritense, aunque integra como elemento central el conjunto formado por el teatro y el anfiteatro romanos. En segundo lugar, aúna, desde su comienzo, una serie de intervenciones que, con la arqueología como base, se desarrollan de forma paralela: la reconstitución del teatro romano, la difusión y la puesta en valor de los edificios, con su consecuente promoción turística.
Declaración de los Monumentos Nacionales de Mérida
Las excavaciones arqueológicas que comenzaron en el teatro (1910-1915), continuaron en el anfiteatro (1915-1919), se extendieron posteriormente al circo (1919-1928) y a la postescena del teatro (1928-1934).
Paralelamente a la excavación y puesta en valor de los edificios de espectáculos romanos, se emprenderán acciones puntuales de seguimiento de obras y estudios por parte de la Subcomisión de Monumentos, con Maximiliano Macías a la cabeza.
Estas acciones fructifican en el hallazgo de diversos restos arqueológicos en las obras públicas y privadas, siendo los más notables los conocidos como «Columbarios», descubiertos y excavados en 1927. Se documentan, además, edificios termales, funerarios y numerosos restos de diversa índole, abarcando, por tanto, actuaciones en toda la ciudad.
Las acciones emprendidas por estos dos arqueólogos, en perfecta conjunción, van a conseguir que desde 1910 a 1934 las partidas económicas para excavaciones en Mérida no se interrumpieran, a pesar de los cambios políticos de este momento.
Un hito clave será la declaración de Monumentos Nacionales para los restos arqueológicos de Mérida en 1913. Este reconocimiento, al que se aspiraba desde finales del siglo XIX, permitió establecer la protección del Estado sobre las «Antigüedades Emeritenses», definiendo todos los elementos que formaban parte del yacimiento, con independencia de su propiedad pública o privada, y dejando abierta la protección a los hallazgos que se pudieran ir realizando en el futuro. Esta protección general es la que permitió que restos arqueológicos como los «Columbarios» fueran integrados automáticamente, tras su descubrimiento, bajo este carácter de Monumentos Nacionales.
Las intenciones de los arqueólogos planteaban «ir más allá» de las excavaciones arqueológicas. Prácticamente dos meses después del inicio de estas exponen, a través de la prensa, su plan de actuación para conseguir visibilizar y dar uso a los monumentos. En una entrevista a finales de 1910, J. Ramón Mélida ya apunta a la futura reconstrucción de la escena, a las posibles representaciones teatrales que podrían realizarse (aludiendo al ejemplo del teatro romano de Orange) y se pone de manifiesto el reclamo turístico que esto supondría para la ciudad.
Con estas perspectivas, una de las intervenciones más anheladas, dentro de este proyecto global, era la reconstitución del frente escénico del teatro romano, que tendrá un gran impacto. Este proceso comenzará a gestionarse en 1919 y será ejecutado entre 1921 y 1925, por el arquitecto sevillano Antonio Gómez Millán.
Las obras se acometieron en dos fases, en las que se realiza el levantamiento parcial del primer orden de la escena, más completo en su zona derecha, donde se reconstituye también el entablamento. La última actuación consistirá en situar copias de las esculturas halladas en los intercolumnios.
Estos trabajos serán la base sobre la que se ejecutarán las distintas intervenciones en el futuro y responden, fundamentalmente, a la visión y los planteamientos que los arqueólogos propusieron al arquitecto.
Resurrección del teatro romano de Mérida
La reconstitución de la escena posibilitó la integración del monumento en la vida social de la ciudad y la recuperación del teatro en su función original, aspiración que los arqueólogos tenían desde el inicio de los trabajos arqueológicos.
El escenario comenzó a utilizarse para algunos actos antes incluso de que concluyeran los trabajos en el frente escénico. Así, en 1922, se organizan unos juegos florales, de gran tradición en esta época, que tienen como protagonista la Mérida romana. La difusión del teatro y la repercusión social del evento fueron relevantes, como atestigua la prensa del momento.
La verdadera recuperación del teatro romano de Mérida como escenario se producirá, no obstante, en 1933, cuando se plantea la puesta en escena de Medea de Séneca, traducida y adaptada por Miguel de Unamuno. La representación, con la conocida actriz Margarita Xirgú en el papel de Medea, estuvo alentada y financiada por el ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes Fernando de los Ríos, convirtiéndose así en un acto reflejo de la ideología y la cultura republicana.
Este evento alcanzó un gran éxito y marcó un punto de inflexión en el proyecto global, debido a su gran repercusión social a nivel nacional e internacional. Esta actividad, junto con la Semana Romana que tuvo lugar en 1934, constituyeron el germen del actual Festival Internacional de Teatro Clásico.
Otro aspecto muy destacado de este proyecto concebido por Mélida y Macías lo constituye la difusión. Desde la primera campaña de excavaciones los arqueólogos remitieron comunicaciones y noticias, tanto a la prensa como a revistas especializadas. De este modo, cuando comienzan a aparecer las esculturas del frente escénico, Mélida se afana en publicar rápidamente en diversos medios las fotografías y la descripción de las piezas.
Pero no solo eso, sino que se encargará de que algunas estatuas sean vaciadas en yeso para enviarlas a la Exposición Internacional de Arqueología que se celebró en Roma en 1911. Las Termas de Diocleciano, rehabilitadas para este evento, acogieron la exhibición de los mejores ejemplos de las antiguas provincias del Imperio romano y las esculturas emeritenses cobraron un protagonismo muy especial dentro de la sala Hispaniae.
Impulso del turismo arqueológico en Mérida
La actividad de difusión no solo se limitó a publicaciones especializadas o informaciones a la prensa, sino que cada vez fueron más frecuentes las conferencias en el marco del teatro y las visitas guiadas a personalidades. Este tipo de actuaciones permitieron que los trabajos arqueológicos fueran cada vez más conocidos, tanto por la sociedad en general como por personajes influyentes de la cultura y la política, lo que ayudó a conseguir el apoyo necesario para su continuidad.
Así, gracias a los contactos mantenidos con el rey Alfonso XIII durante su visita a la ciudad en 1927, se gesta la idea de la construcción del primer hospedaje planeado para dar cobijo a las crecientes visitas: el actual Parador de Turismo. La finalización e inauguración del mismo tuvo lugar en 1932, de la mano del ministro republicano Fernando de los Ríos.
El modesto «Museo de Antigüedades» existente había acumulado una colección de magníficas piezas procedentes de distintos lugares de la ciudad, halladas al acometer obras públicas o privadas. La colección se situaba, desde su creación en 1838, en un pequeño local dentro del antiguo convento de Santa Clara, en condiciones poco adecuadas para albergar una instalación de estas características, lo que lo convertía más en un almacén de piezas que en un museo como tal.
Antes del inicio de las excavaciones, Maximiliano Macías ya se preocupó por realizar un inventario preliminar de las piezas, hasta entonces inexistente. Sin embargo, una vez comenzadas las intervenciones arqueológicas, se produjo un aumento exponencial de la colección que imposibilitó cerrar el inventario e incitó a que los arqueólogos se afanaran por conseguir mayor espacio para este museo.
Tras muchas gestiones a lo largo de los años, conseguirán todo el espacio de la iglesia de Santa Clara para dedicarlo a la exposición. Esta mayor amplitud permite a los arqueólogos, entre 1929 y 1930, reorganizar todo el conjunto e introducir criterios museográficos que convierten la colección en un verdadero museo arqueológico con un discurso elaborado para el disfrute del público visitante. Este será el precedente del actual Museo Nacional de Arte Romano, un elemento primordial en la ciudad actual y referente a nivel nacional e internacional.
En relación a las intervenciones concretas para fomentar el turismo, cabe señalar la publicación de Maximiliano Macías: Mérida Monumental y Artística (1913 y 1929), que se convirtió, en ausencia de otros referentes, en la primera guía de la ciudad. En ella, se incluyó el primer plano de situación de los monumentos e incluso de las cloacas de la ciudad romana (señaladas con líneas discontinuas rojas), dando visibilidad a esos otros elementos ocultos pero esenciales para la ciudad antigua.
Otra de las iniciativas para difundir y popularizar la imagen del teatro romano de Mérida reconstituido son las colecciones de tarjetas postales, como la realizada por el fotógrafo Marcial Bocconi y por el propio Maximiliano Macías.
La memoria de los visitantes de Mérida
Hay que señalar que la toma de conciencia de la importancia que tienen los restos arqueológicos para la llegada del turismo fue advertida tempranamente como una fuente de ingresos por el ayuntamiento de Mérida, que comenzó a realizar los primeros planos e itinerarios y a lanzar campañas de promoción turística, como las revistas editadas con motivo de la Exposición Iberoamericana de Sevilla en 1929.
Comienzan a publicarse, también, a través de iniciativas públicas y privadas, las primeras guías de bolsillo para los visitantes de Mérida, como consecuencia de la creciente demanda de este tipo de publicaciones informativas.
Los libros de firmas del teatro y el anfiteatro, conservados en el archivo y biblioteca del Consorcio de la Ciudad Monumental y del Museo Nacional de Arte Romano, constituyen otro de los elementos de difusión del proyecto y son testigos de estos orígenes y consolidación del turismo. Desde 1925 se sitúan en el entorno de los monumentos (y en el museo arqueológico de la ciudad), ofreciéndo al viajero la posibilidad de dejar testimonio de su visita.
La importancia que se otorga a estos libros de firmas en el yacimiento se refleja en el hecho de que se construya una caseta especial para albergarlos, que aún hoy puede apreciarse. Este pequeño edificio, situado dentro del recinto del teatro y el anfiteatro, se proyecta con la intención de que sea un punto de descanso del turista, con bancos adosados para reposar, y se completa con un aseo en la parte posterior. En el interior se exponen, de modo exclusivo, los libros de visitas, convirtiéndose en un retazo de memoria, a través de las firmas, que revelan diversos aspectos de este proyecto en la sociedad.
De este modo, pueden percibirse, a través del análisis de los libros, las numerosas visitas de ámbito nacional y, entre los firmantes que indican su procedencia, se pueden confirmar las presencias desde puntos dispersos de toda la geografía nacional.
Llama la atención, también, la nutrida presencia internacional en un momento en el que los medios de transporte aún están en pleno desarrollo. Así, el país de procedencia más numerosa es Portugal, un dato lógico debido a la proximidad geográfica. Sin embargo, es asombrosa la importante presencia norteamericana, ya que, a la hora de programar el viaje, supone, evidentemente, una inversión muy importante de tiempo y de recursos económicos.
A través de las firmas pueden extraerse otros aspectos relacionados con el turismo, como la temprana demanda de actuaciones para encauzar esta actividad o la necesidad de explicaciones sobre el yacimiento. También se constatan las rúbricas de los primeros profesionales del Turismo que visitan Mérida, así como numerosos testimonios de grupos organizados que visitan el yacimiento, demostrando el comienzo de la planificación de la visita turística con antelación.
El testimonio de la visita de numerosas personalidades, del mundo de la cultura, la ciencia, el arte o el espectáculo, pone de manifiesto que Mérida se convirtió, en este momento, en un destino principal de lo que hoy podríamos denominar «turismo cultural».
Podemos afirmar por tanto que, a través de este proyecto, se sientan las bases del conocimiento del yacimiento arqueológico tal como se entiende en la actualidad y se impulsa la proyección turística de Mérida; una actividad que se convertiría, con el tiempo, en el principal motor de desarrollo económico de la ciudad.
La recuperación del frente escénico del teatro romano de Mérida
La imagen del teatro romano de Mérida está tan interiorizada en la mentalidad colectiva que es difícil sospechar cómo se encontraba el teatro romano a inicios del siglo XX. No obstante, su aspecto actual obedece a un proceso reconstructivo que comenzó a inicios del siglo XX, con el primer proyecto arqueológico, y se prolongó, de forma intermitente, hasta los años 70 de ese siglo.
En función de los distintos proyectos, los trabajos sobre el frente escénico acuñaron distintos nombres: reconstitución, restitución o reconstrucción, obedeciendo a los contextos de cada época y a las intervenciones arquitectónicas desarrolladas.
Las primeras actuaciones están vinculadas a los planteamientos de los arqueólogos José Ramón Mélida y Maximiliano Macías, que, con la ejecución del arquitecto Antonio Gómez Millán, entre 1921 y 1925, van a recolocar los elementos originales del primer orden de la escena, levantando la columnata y parte del entablamento y situando copias de algunas de las esculturas en los intercolumnios.
El término reconstitución, elegido directamente por José Ramón Mélida, aludía a la intención de usar exclusivamente los fragmentos arquitectónicos hallados en las excavaciones, sin integrar otros de nueva factura. Esta reconstitución marcará, de forma definitiva, la imagen del teatro romano de Mérida, pues las distintas actuaciones que tendrán lugar posteriormente se amoldarán y continuarán este planteamiento inicial.
La reconstitución de la escena, como parte fundamental en la morfología del teatro, contribuyó a que se convirtiera,de nuevo, en un escenario sobre el que se podían realizar representaciones. Esta posibilidad de uso recuperó el monumento para el disfrute de los ciudadanos: con la representación de Medea a cargo de Margarita Xirgú, en 1933, se plantó la semilla del Festival Internacional de Teatro Clásico que, en 2023, alcanzará su 69 edición.
La siguiente fase se desarrolló entre 1944 y 1956 a cargo del arquitecto Félix Hernández, que ejercía como arquitecto-conservador de la provincia de Badajoz. Sus trabajos se centrarán en completar el primer orden, reponiendo los elementos faltantes de la columnata y entablamento y restituyendo el muro de fondo de la escena, completando y reforzando el tramo que ya había sido realizado por A. Gómez Millán.
Tanto Félix Hernández como A. Gómez Millán habían descartado la posibilidad de reconstruir el segundo orden, puesto que no se tenían elementos del entablamento para asentarlo y la intención de estos proyectos era no introducir elementos nuevos. Será en 1964 cuando el arquitecto José Menéndez Pidal aborde la posibilidad de reconstruir el segundo orden, calculando la altura del entablamento a partir de la altura de la última grada de la cavea y reconstruyéndolo como un elemento liso neutro que sirviera meramente de transición a la columnata superior.
Los trabajos, que se prolongarán hasta 1973, se centraron en reforzar los elementos ya realizados por sus predecesores para integrar el nuevo entablamento y restablecer, casi en su totalidad, el segundo orden de columnas. Se acomete, por tanto, una verdadera reconstrucción, pues es el único de los tres proyectos que ejecuta abiertamente la creación de elementos nuevos.
El resultado final de todas estas fases, en conjunto, es la creación de una imagen que sirve de emblema general del patrimonio arqueológico de la ciudad de Mérida, pero que va más allá en su papel identitario. La misma fachada que sirve de telón de fondo para las representaciones del Festival Internacional de Teatro Clásico acoge, cada año, la celebración institucional del Día de Extremadura.
La imagen creada con el levantamiento del frente escénico se ha convertido, así, en el icono de referencia de toda Mérida.
* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Interesante o Muy Historia.