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domingo, septiembre 29, 2024

El mastodonte del pueblo | El Universal

Topiltepec.— La agencia municipal del pueblo de Santa María Tiltepec, ubicado a 92 kilómetros de la ciudad de Oaxaca, en el territorio ancestral de los mixtecos y perteneciente al municipio de San Pedro Topiltepec, parece un cementerio de bestias mitológicas. En una pequeña casa limpia y vieja, con dos habitaciones pintadas de un amarillo dorado, la comunidad guarda despensas, alimentos, agua y banderas mexicanas cercadas por el fósil de un mastodonte gigante mineralizado.

La bestia extinta hace unos 12 mil años, según la zoología moderna, lleva más de una década guardada entre los ladrillos húmedos. Es cuidada por el pueblo como un tesoro, con los huesos envueltos en sábanas blancas. El piso de cemento pulido tiene rastros de sal y granito. Los huesos del animal prehistórico están montados en anaqueles de madera desde hace 14 años.

Si no fuera por la sensación calcárea al tocar los estantes, sería el dispensario de una reliquia religiosa: molares en vez de cruces, fémures en lugar de santos, colmillos en vez de velas rojas. Un cementerio en una montaña indígena de animales que inspiraron el mito de los cíclopes.

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Antropólogos y arqueólogos acudieron al pueblo de Santa María Tiltepec para sacar los restos que se encontraban bajo toneladas de lodo. Foto: Edwin Hernández

Antropólogos y arqueólogos acudieron al pueblo de Santa María Tiltepec para sacar los restos que se encontraban bajo toneladas de lodo. Foto: Edwin Hernández

“En una ladera, a un kilómetro de aquí, en el Cerro del Jazmín, en un terreno ya erosionado apareció el primer molar”, dice Diego Lara Palacio, quien fue el representante del pueblo en 2009, el año del descubrimiento del fósil.

La comunidad decía entonces que era un hueso de dinosaurio. Alrededor del mastodonte se crearon mitos de cazadores sagrados que perseguían en la Mixteca Alta a las bestias enormes y hacían festines con su carne y el pelaje grueso.

En las cañadas de Atotonilco y Cerro Negro, la gente decía que habitaban seres mitológicos que tenían otros nombres, el linaje Ñuhu Ndoso, el dios de los animales y los montes, al que hay que pedirle permiso para sembrar la tierra, construir o transformar la naturaleza para el uso de los hombres.

La primera pieza del esqueleto del mastodonte fue un pedazo pequeño de mandíbula que un hombre de nombre Lucio García transportó en bolsas de plástico y se lo mostró a varias personas del pueblo. Convocaron entonces a una asamblea comunitaria para decidir qué harían con el descubrimiento. Al principio querían llevar las muestras a la ciudad de Oaxaca, pero tuvieron miedo de que los acusaran de saqueadores de piezas arqueológicas o fueran detenidos en algún retén. Decidieron por eso llamar a personal del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

“Vinieron antropólogos y arqueólogos que fueron sacando los restos pocos a poco, también la gente de la comunidad participó en las excavaciones, los iban envolviendo en plástico. Unas piezas se desintegraban al contacto con el aire, fue un proceso algo tardado porque todo el animal estaba bajo toneladas de lodo, pero todos participamos”, relata Diego Lara.

Cuenta que cuando habían sacado el cuerpo completo, pedazo por pedazo, y pudieron ver al animal gigante reconstruido sobre la tierra, el INAH quiso llevárselo. Les prometieron que se los regresarían, pero debían hacerle estudios y comenzar un proceso de conservación a base de adherentes y quitar los sedimentos para mejorar el cuerpo desarticulado. Un proceso que duraría seis meses.

“La verdad, aquí desconfiamos de las autoridades, que no nos lo fueran a regresar. Les dijimos que aquí les dieran el tratamiento y nos dijeron que no tenían los recursos para hacerlo y la comunidad decidió en asamblea que no se lo llevaran, que el mastodonte era nuestro y del cerro donde murió en las glaciaciones”, cuenta.

Mientras Diego Lara habla, llegan varias autoridades a la agencia del pueblo, traen cajas medianas con otros restos de animales más chicos, huesos de bestias de otros tamaños. Se mueven entre los escombros para alcanzar los restos del animal antiguo. Los huesos suman 32 fracciones de sedimento secándose. Junto al cuerpo pétreo hay otras bolsas con vasijas mixtecas extraídas de cuevas, cráneos, conchas, cerámica, una piedra roja grande con Dzahui, el dios de la lluvia cruzado de brazos.

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La gente de la comunidad participó en las excavaciones, iban limpiando, sacando y envolviendo los restos del mastodonte en plásticos. Foto: Edwin Hernández

La gente de la comunidad participó en las excavaciones, iban limpiando, sacando y envolviendo los restos del mastodonte en plásticos. Foto: Edwin Hernández

“No fue el único descubrimiento, además del mastodonte en Tiltepec, ha habido otros en el paraje de Yuxajun y Yundio, y en varios puntos de toda la región Mixteca la gente ha encontrado huesos desde hace como 80 años, sin que la autoridad haga nada por recuperarlos o investigar o explicarnos sobre los cuidados”, relatan los pobladores.

A partir del descubrimiento del mastodonte, Santa María Tiltepec decidió organizarse como pueblo originario. Sin embargo, su reconocimiento ha sido lento, por lo que ellos llaman el olvido a las comunidades indígenas que resisten a los embates del gobierno.

Es un pueblo rodeado de árboles densos y tierra roja, con la mayor parte del día con viento frío. Para ingresar, debes pasar dos retenes donde topiles te preguntan a quién buscas. Las calles son extensas y ordenadas, sin basura. En varias de sus bardas hay alegorías a la lucha social y banderas del Frente Popular Revolucionario (FPR) y su única escuela primaria tiene todavía una casa del maestro, para que puedan llegar a la zona rural profesores normalistas.

Desde 2022, la población entró al Catálogo Nacional de Pueblos y Comunidades Indígenas y Afromexicanas del Instituto Nacional de Pueblos Indígenas (INPI) y forman parte del Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre Pueblos Indígenas y Tribales, que tiene como postulados básicos el derecho de las naciones originarias a mantener y fortalecer sus culturas, formas de vida e instituciones propias, y su derecho a participar de manera efectiva en las decisiones que les afectan.

Los habitantes consideran que toda esta historia de resistencia que tienen ha impedido que se sepa la historia del mastodonte y que se haga posible la construcción de un Museo Comunitario que llevan solicitando a los gobiernos estatal y federal desde hace 14 años, a pesar de tener el proyecto completo y los trámites autorizados.

“Estamos en espera de una nueva resolución del INPI, ellos no construyen, pero facilitan las cosas para que se realice. Solicitamos un museo porque tenemos muchas cosas que la gente debe conocer y se van perdiendo, tenemos todo el tiempo descubrimientos en nuestros parajes, elegimos en asamblea que en lugar de tener una bonita oficina administrativa, aquí mismo se haga el museo”, refiere.

Las palabras de Diego Lara se cansan de pronto, pero no es la suya sola, es su voz junto a la de varios comuneros reunidos frente a un cráneo gigante. Son un grupo de personas en resistencia cuidando un cementerio de mastodontes ocultos entre sus cerros.




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