Heriberto M. Galindo Quiñones
S
eguramente que después de los últimos dimes y diretes entre el ex presidente Andrés Manuel López Obrador y el embajador de Estados Unidos en nuestro país, Ken Salazar, y más aún a la luz de la determinación de la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo en el sentido de que toda comunicación y gestión del diplomático estadunidense se llevará a cabo a través de la Secretaría de Relaciones Exteriores, se infiere que sus gestiones ya no las deberá hacer a título personal ni tampoco en Palacio Nacional.
Habida cuenta de lo anterior, los días del hombre originario del estado de Colorado en su carácter de representante de su país en el nuestro podrían llegar a su culminación a finales de este año para dar paso a su eventual relevo.
El desempeño del embajador Ken Salazar llamó la atención desde que arribó a nuestro país por el permanente uso del sombrero, lo cual generó comentarios muy variados.
Su segunda característica fue su fluidez al expresarse en nuestro idioma, y la tercera fue su proclividad a opinar demasiado sobre muy distintos temas.
La cuarta característica fue su soltura y cordialidad para comunicarse y lograr empatía con el otrora primer mandatario de la nación, y más aún para convertirse en su amigo
tan rápidamente, además de sus visitas tan frecuentes al Palacio Nacional.
A tal grado fueron los excesos amistosos del citado diplomático con AMLO que en algunos círculos políticos y periodísticos de Estados Unidos llegaron a comentar con cierta sorna que él más parecía embajador de México o representante de Andrés Manuel López Obrador ante EU.
En mi opinión, el representante del presidente Joe Biden tuvo un éxito inicial en su misión al lograr una relación de tanta cercanía al más alto nivel del gobierno mexicano, aunque con ello generó infinidad de conjeturas –aquí y allá–, porque lo hizo con mucha intensidad, notoria cercanía y de manera excesivamente pública al amparo de su hiperactivismo.
Un clásico de mi tierra dice que toda virtud llevada al exceso deja de serlo
, y éste es el caso que nos ocupa, pues la virtud del embajador Salazar en su afán por ser eficaz en su desempeño diplomático y así serle útil a su jefe, el presidente Joe Biden, generó un malestar presidencial por los atrevimientos calificados de impertinentes, por lo que se consideró intromisión e injerencismo en asuntos internos.
Desde el principio y durante la mayor parte de su desempeño, Ken Salazar logró su objetivo al haber obtenido un trato preferencial y excepcionalmente cordial y de excelente entendimiento con el presidente mexicano, con gobernadores, con empresarios y hasta con intelectuales, periodistas y rectores de universidades.
Pero sus señalamientos, críticas y cuestionamientos a las iniciativas de las reformas constitucionales emprendidas por AMLO hicieron que el gozo se fuera al pozo y que el ex presidente declarara una pausa en la relación con él, situación que derivó en el comienzo del debilitamiento de la imagen del diplomático; pero el peor golpe diplomático se lo asestó recientemente la presidenta Sheinbaum, al definir un modus operandi muy diferente al de su antecesor –acotado y distante– que, al cumplirse, sentará un precedente.
Así las cosas, el estilo de Ken Salazar tendrá que cambiar desde ya, quizá rumbo al final de su labor, y quien vaya a sustituirlo como embajador de EU en México tendrá que ceñirse a la determinación de la nueva Presidenta, quien instruyó al respecto al secretario de Relaciones Exteriores, Juan Ramón de la Fuente, para que proceda en consecuencia.
Considero que ésta es una definición plausible y de significada importancia de parte de la presidenta Claudia Sheinbaum, pues proyecta una imagen de orden, seriedad, energía y precisión.
Pero míster Salazar no acató la nueva determinación presidencial mexicana, y después de la catilinaria de la primera mandataria, mostró un atrevimiento adicional al reunirse con el gobernador de Nayarit haciendo a un lado a nuestra cancillería, lo cual significaría una falta de respeto a la regla establecida.
Sin embargo, no deben desdeñarse los señalamientos que en referencia a las reformas constitucionales hizo en su momento el embajador Salazar mediante los que advirtió la incomodidad y la inconformidad de su gobierno y de los empresarios y financieros de su país ante las afectaciones potenciales de las iniciativas presidenciales. El embajador estuvo en su derecho y en su obligación al defender los intereses de EU, país al que representa, y seguramente lo hizo acatando instrucciones superiores, pero el problema es que no lo hizo mediante los canales diplomáticos correspondientes o en privado ante su amigo
el presidente de la República; lo hizo de manera tan pública y tan reiterativa que incomodó mucho al entonces jefe del Estado mexicano, quien hizo también muy pública la famosa pausa, cuyo término no está incluido en ningún precepto legal de la política exterior mexicana y tampoco en ningún reglamento de la cancillería de nuestro país.
Lo más conveniente es que la situación vuelva pronto a niveles de la normalidad diplomática que se requiere, y no solamente deberá lograrse con Estados Unidos, sino también con España y con los demás gobiernos de los países con los que la anterior administración federal se confrontó.
El doctor Juan Ramón de la Fuente, flamante canciller mexicano, tiene una muy delicada y muy importante misión a su cargo, y afortunadamente por sus desempeños profesionales anteriores existen fincadas esperanzas en que tendrá una exitosa labor al frente de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Es deseable que así sea, y también que míster ambassador Ken Salazar cuando culmine su misión diplomática se lleve un buen recuerdo de México.