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domingo, noviembre 24, 2024

La dieta secreta de los emperadores romanos

Si somos lo que comemos, no hay que extrañarse de que los emperadores romanos hiciesen de sus banquetes una cuestión de demostración de autoridad y categoría. Los hábitos alimenticios de los emperadores romanos reflejaban su estatus y poder. En los opulentos banquetes que se prolongaban durante horas, los emperadores mostraban su riqueza y sofisticación.

Un banquete romano imaginado por Joseph Coomans

Las bases de la dieta romana

La dieta imperial solía resultar excesiva si se comparaba con la de la población general, e incluía una amplia variedad de alimentos, desde los más simples hasta los más extravagantes. La alimentación romana, especialmente entre las clases altas, se caracterizaba por el consumo de cereales como el trigo, que formaban la base de la alimentación cotidiana. Las legumbres, las frutas y una variedad de carnes, principalmente de cerdo, cordero y aves de corral, completaban la dieta.

El pescado también jugaba un papel destacado, sobre todo en aquellas zonas cercanas a la costera. El garum, la célebre salsa de pescado fermentado, era un condimento esencial que acompañaba muchos platos, desde carnes hasta verduras. Las clases más bajas, sin embargo, se avalían de una dieta más simple compuesta de cereales y legumbres, con un acceso limitado a la carne y al pescado fresco.

Los emperadores romanos, al igual que otras figuras de la élite, se destacaban por sus banquetes fastuosos, conocidos como convivia. En ellos, se servían platos exóticos y costosos como faisanes, pavos reales y mariscos, todo ello regado con los mejores vinos importados de las regiones del Imperio. Los alimentos exóticos no solo eran un signo de riqueza, sino que también demostraban públicamente la amplitud del control imperial, capaz de transportar al corazón itálico los manjares más selectos desde regiones lejanas, cuando no remotas.

Naturaleza muerta. Detalle de un mosaico romano procedente de Tor Marancia. Fuente: Wikimedia

Carne por doquier

La carne, aunque más común en la mesa de los ricos que en la de los pobres, tenía un lugar especial en los banquetes imperiales. Según la evidencia arqueológica, las carnes que se servían con mayor frecuencia eran el cerdo, el cordero y las aves, aunque en los ágapes más lujosos se ofrecían manjares exóticos como el faisán y el jabalí. El pescado, especialmente el marino, era considerado un alimento de lujo, más valorado que el de agua dulce.

El análisis de restos óseos y otros vestigios arqueológicos en lugares como Herculano y Pompeya también ha revelado diferencias significativas en la dieta entre hombres y mujeres. Esto sugiere que, incluso en el contexto de los banquetes imperiales, había una cierta división basada en el género respecto a los alimentos consumidos. Los hombres, por ejemplo, comían más pescado y cereales, mientras que las mujeres tendían a consumir con mayor asiduidad carnes de cuadrúpedos, huevos y productos lácteos.

El buen comer y el buen beber podían blandirse como poderosas armas políticas en Roma. Fuente: Microsoft Designer/Erica Couto

Los hábitos alimenticios más curiosos de los emperadores romanos

Algunos emperadores eran conocidos por su glotonería y por entregarse a los excesos durante los banquetes. Nerón goza de la fama de haber organizado banquetes que duraban días enteros, donde se ofrecían recetas extraordinariamente lujosas, como las lenguas de flamenco y los sesos de pavo real. Estos excesos, sin embargo, no solo servían para satisfacer su propio apetito, sino también para impresionar y demostrar su poder ante los miembros de la corte y los dignatarios llegados de tierras extranjeras.

Por otro lado, el emperador Augusto, si bien organizaba y disfrutaba de festines selectos como el que más, destacaba por su moderación en comparación con otros emperadores. Se dice que su comida favorita fuese bastante sencilla: pan, queso y frutas. La alimentación sobria de Augusto puede interpretarse como un reflejo de su deseo de proyectar una imagen de autoridad centrada y de rechazo al exceso, una postura que contrastaba con la actitud despilfarradora y excesiva de emperadores posteriores como Nerón o Cómodo.

Claudio, otro emperador célebre por su relación con la comida, fue un amante de las setas hasta el punto de que se cree que su muerte fue producto del envenenamiento con una de ellas. Ya en la antigüedad, circularon rumores de que había muerto por una conspiración palaciega orquestada por Agripina para favorecer el ascenso al poder de su hijo Nerón. Este evento pone de manifiesto la importancia de la comida no solo como elemento de disfrute, sino también como un medio de poder, control y, en algunos casos, incluso de instrumento conspirativo.

Detalle de un banquete al aire libre en un mosaico de Ostia. Fuente: Wikimedia

Cenas flotantes

Los excesos alimenticios de los emperadores romanos no solo tenían lugar entre las paredes de sus lujosas habitaciones. Los líderes del imperio también organizaban cenae y convivia flotantes, en las que, literalmente, trasladaban a sus invitados en barcazas decoradas. Algunos emperadores, como Nerón, organizaban comidas en plataformas flotantes en las que los aromas de las flores se mezclaban con las opulentas ofertas culinarias.

Estas comidas, repletas de carnes exóticas, mariscos y vinos exclusivos, incluían entretenimiento continuo con músicos, acróbatas y actores. Calígula, por ejemplo, era famoso por sus banquetes extravagantes, donde servía platos hechos con partes de animales raros y casi imposibles de conseguir. Así, reforzaban la idea de que los emperadores no solo gobernaban los destinos de Roma, sino que controlaban los recursos del mundo a placer.

Un banquete romano según el pintor decimonónico Joseph Coomans. Fuente: Wikimedia

El ‘vomitorium’: mitos y realidades

Un concepto erróneo muy extendido sobre los hábitos alimenticios de los emperadores y las élites romanas concierne el uso del vomitorium, entendido como una sala a la que se retiraban los comensales para inducirse el vómito y, de este modo, seguir comiendo durante los banquetes. Sin embargo, este es un mito falso. El vomitorium designaba, en realidad, los pasillos de salida de los anfiteatros romanos, llamados así por la manera en que parecían expeler o «vomitar» a las multitudes hacia el exterior.

Se cree que la confusión sobre el sentido del vomitorium surgió en el Renacimiento, cuando algunos autores malinterpretaron las fuentes romanas. Aunque los banquetes romanos se caracterizaban por su abundancia y duración, no hay evidencia que sugiera que vomitar intencionalmente durante la comida fuera una práctica común o aceptada. Sin embargo, algunos relatos sí mencionan la indulgencia extrema de los emperadores en la comida y la bebida, lo que podría haber derivado en vomitonas involuntarias como resultado de ese exceso.

Descripción de la imagen

Influencias externas en la dieta imperial

La dieta de los emperadores romanos no solo estaba influenciada por la cultura romana, sino también por las tradiciones culinarias de las regiones que el Imperio conquistaba. Como señala Veronika Grimm en su estudio sobre las percepciones externas de la dieta romana, tanto los judíos como los cristianos criticaban los excesos y la opulencia alimentaria de los romanos, que percibían como un ejemplo de clara decadencia moral. En contraste con las normas alimenticias judías, como la kosher, los banquetes romanos se percibían como desmedidos. Los cristianos primitivos adoptaron una postura crítica similar, y promovieron la sobriedad y la moderación como virtudes alimentarias que reflejaban, también, la templanza moral y espiritual.

Para los romanos, sin embargo, los banquetes opulentos formaban parte de un sistema social en el que la comida era un símbolo de estatus y poder. La habilidad de los emperadores para ofrecer productos alimentarios costosos y exóticos también operaba como un medio para consolidar alianzas políticas y sociales.

Referencias

  • Donahue, John. 2016. “Party Hard. Violence in the Context of Roman Cenae”, en Werner Riess e Garret G. Fagan (eds.), The Topography of Violence in the Greco-Roman World, pp. 380-399. Ann Arbor: University of Michigan Press.
  • Donahue, John. 2012. “The ‘Floating Feasts’ of Ancient Rome”, en Mark McWilliams (ed.), Celebration: Proceedings of the Oxford Symposium on Food & Cookery 2011, pp. 95-104. Devon: Prospect Books.
  • Grimm, Veronika. 1999. “On the Dietary Habits of the Roman Empire as Seen by Outsiders, Jews and Christians”. Classics Ireland, 6: 43-61.
  • Strauss, Barry. 2020. Ten Caesars: Roman Emperors from Augustus to Constantine. Nueva York: Simon and Schuster.

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