A lo largo de la Segunda Guerra Mundial, las tropas italianas no demostraron ser especialmente valerosas. Inmersos en una contienda con la que no se sentían identificados, y dirigidos por mandos ineficaces, los soldados transalpinos eran víctimas fáciles de la desmoralización, por lo que fueron habituales las rendiciones masivas en cuanto venían mal dadas.
Sin embargo, hubo media docena de hombres que demostraron que los italianos eran capaces de llevar a cabo misiones para las que era necesario poseer un gran valor. Esa acción concreta tuvo como diana la flota británica en el Mediterráneo, que en 1941 se dedicaba a atacar a los convoyes italogermanos que abastecían al Afrika Korps del general Erwin Rommel.
El objetivo de la misión era penetrar en el puerto egipcio de Alejandría, en el que los británicos tenían ancladas las unidades más valiosas de la Royal Navy, como, por ejemplo, los acorazados Queen Elizabeth y Valiant. Para ello debían utilizar unos torpedos autopropulsados con capacidad para dos hombres.
Una vez dentro de las aguas del puerto, tendrían que adherir unas cargas explosivas a los cascos de los buques de guerra y tratar de escapar a toda velocidad.
Puerto protegido
Ese reducido grupo de combate, radicado en la base naval de La Spezia, estuvo liderado por el teniente de navío Luigi Durand de la Penne. Sus integrantes eran conscientes de la enorme dificultad de la empresa, que la convertía en una misión casi suicida.
Las medidas de seguridad de la base naval para evitar incursiones enemigas hacían que ésta fuera prácticamente inexpugnable. Para protegerla se había minado una amplia zona alrededor de la bocana del puerto y se habían instalado cables con sistemas automáticos de alarma.
El pasillo de acceso al puerto era apenas de doscientos metros de ancho y estaba bloqueado por tres tupidas redes de cable metálico. Lanchas rápidas patrullaban día y noche junto a la entrada, y a intervalos regulares lanzaban cargas de profundidad. Además, había torres de observación y reflectores que rastreaban la superficie del agua toda la noche.
Aun en el caso de que los incursores lograsen entrar y minar los barcos, las posibilidades de huir sanos y salvos eran remotas. Pero nada de eso arredraba al teniente De la Penne y sus hombres, decididos a cumplir con su arriesgada misión. Un submarino debía llevarlos desde Italia hasta las proximidades del puerto de Alejandría.
Allí embarcarían por parejas en los tres torpedos y emprenderían rumbo hacia el objetivo, navegando medio sumergidos. En caso de peligro, podían acabar de sumergirse en pocos segundos. Una vez llegados a la entrada del puerto, debían superar los obstáculos hasta llegar a los barcos.
La cabeza explosiva se dejaba junto al buque a hundir y se activaba una espoleta de tiempo. Los submarinistas tendrían entonces que tratar de ponerse a salvo llegando a tierra en el torpedo, para que más tarde pudieran ser rescatados en la costa por un submarino que los estaría esperando.
Operación en marcha
La misión fue planificada al detalle. Se construyó una maqueta del puerto con los datos suministrados por las cartas marinas y las fotografías obtenidas por los aviones de observación, incluyendo los dispositivos de seguridad y los obstáculos submarinos. También se analizaron las características de los barcos a hundir, y se contó con informes meteorológicos e hidrográficos de la zona.
Por una vez, la proverbial improvisación latina sería abandonada en favor de una planificación exhaustiva, más propia de sus aliados germanos. El submarino Scire, con el grupo de combate y los tres torpedos, zarpó el 14 de diciembre de 1941 y llegó a las proximidades del puerto de Alejandría cuatro días después.
A las 20:00 horas del 18 de diciembre, con el mar en calma, los hombres subieron a los torpedos y se dirigieron a la base. Comprobaron que una triple red de acero protegía el acceso y que no era posible franquearla por arriba ni por abajo.
Pero entrar acabaría resultando inesperadamente sencillo: a medianoche vieron cómo las redes se abrían para dejar entrar en el puerto a un mercante y tres destructores; los italianos se limitaron a colocarse a rebufo de las naves, logrando así penetrar en la base naval sin ser descubiertos.
Una vez dentro, los torpedos se separaron y cada uno fue a buscar su objetivo. El teniente De la Penne se dirigió hacia el Valiant, otro fue a por el Queen Elizabeth y el tercero a por un petrolero, el Sagona. El torpedo de De la Penne se quedó enredado en un cable junto al Valiant, por lo que, después de activar la espoleta, ambos emergieron a la superficie y fueron inmediatamente descubiertos y capturados.
A continuación, los subieron al barco para interrogarlos, pero no abrieron la boca pese a que el torpedo iba a hacer explosión en apenas unas horas. La pareja que debía hundir el Queen Elizabeth tuvo más suerte. Dejaron la cabeza explosiva junto alcasco y prosiguieron en el torpedo hasta un muelle comercial.
Allí lo hundieron, salieron a tierra y abandonaron el recinto portuario sin ningún contratiempo. Los miembros del tercer grupo colocaron su carga en el petrolero y se trasladaron también a tierra, pero en este caso, al disponerse a salir del puerto, fueron apresados por los centinelas.
A pesar de que De la Penne y su compañero se encontraban confinados en el Valiant, no revelaron el punto en el que se encontraba el torpedo, aunque el teniente alertaría de la explosión diez minutos antes para que se pudiese salvar la tripulación. A las 6:05 horas el buque estalló, quedando escorado a babor.
Instantes después, estalló también la carga explosiva adosada al Queen Elizabeth, que se hundió de proa. Una tercera explosión sacudió al petrolero Sagona, que acabaría posándose sobre el fondo del puerto. Asimismo, el destructor Jervis, que se encontraba junto a dicho petrolero repostando combustible, sufrió también daños de consideración.
El error de Mussolini
Contra todo pronóstico, la misión había resultado un éxito total. Las fotografías tomadas al día siguiente por aviones de reconocimiento italianos revelaron que los dos acorazados se hallaban seriamente averiados.
Sin la competencia de esos dos buques, los potentes cruceros italianos hubieran podido imponer su ley en el Mediterráneo oriental protegiendo a los barcos que abastecían a las tropas que combatían en el norte de África. Pero, sorprendentemente, Mussolini afirmó que los buques no habían sufrido daños importantes, ignorando la opinión de los especialistas.
Y como el Duce siempre tenía razón, la flota italiana permaneció anclada. El Queen Elizabeth, incapacitado para hacerse a la mar, se limitaría a cumplir funciones de índole representativa en la base de Alejandría durante su forzoso período de inactividad, mientras que el Valiant, aún más dañado, tuvo que permanecer varios meses en reparación.
Y los italianos no pudieron aprovechar estas notables ausencias por culpa de la absurda intromisión de Mussolini. Con cuatro meses de retraso, en marzo de 1942, Churchill informó al Parlamento británico, en sesión privada, de lo ocurrido a los dos acorazados. Para referirse al ataque protagonizado por aquellos valientes italianos, Churchill lo calificaría de “ejemplo nada común de valor y habilidad”.
En cuanto a la suerte que corrieron los miembros del grupo de combate, De la Penne y su compañero sobrevivieron a la explosión del Valiant y los dos submarinistas que habían logrado salir del puerto serían detenidos posteriormente por la policía egipcia, tras despertar sospechas por tratar de pagar con billetes ingleses que no eran válidos en Egipto.
Teniente condecorado
Curiosamente, una vez concluido el armisticio con Italia en 1943, los aliados convencieron a De la Penne para que pusiera su valor y experiencia al servicio de la causa aliada. El teniente aceptó, incorporándose a un grupo de combate italiano que conseguiría impedir que los alemanes, en su retirada, destruyesen la base naval de La Spezia.
En 1945, Luigi Durand de la Penne fue distinguido con la Medalla de Oro, suprema condecoración de la Marina de guerra italiana. A la ceremonia asistió el que había sido comandante del Valiant, el vicealmirante Charles Morgan, que tuvo el honor de prender la condecoración en el pecho de De la Penne, reconociendo así oficialmente el extraordinario valor demostrado por él y sus compañeros en aquella arriesgada misión.