En la adolescencia, cuando comenzaba a escribir, se interesó por la novela negra, pero pronto se decantó por la Antigua Roma, un período histórico que le fascina y conoce al dedillo. Estudió Literatura Creativa en Estados Unidos y Lingüística y Traducción en el Reino Unido. Sus novelas han sido aplaudidas por más de un millón de lectores en España y América Latina. Ha sido ganador del Premio de las Letras de la Generalitat Valenciana y del Premio Internacional de Novela Histórica Barcino. Santiago Posteguillo (Valencia, 1967) combina su actividad literaria con su trabajo de profesor de Lengua y Literatura Inglesa en la Universitat Jaume I de Castellón. A pesar de poder vivir de los beneficios que aportan sus novelas, afirma que le apasiona dar clases, una actividad que le permite el contacto con la juventud, a la que considera una fuente de conocimiento extraordinaria.
P: ¿Cuándo nació su pasión por la Antigua Roma?
R: De niño hice un viaje con mis padres a Italia. Visitamos Génova, Pisa y, por supuesto, Roma. Tenía 6 años. El Coliseo y el resto de monumentos del Imperio Romano vistos a esa edad aún parecen más grandes, más impactantes. Luego pasó el tiempo. En los 80 tenía que decidir qué estudiar. Me gustaba la literatura, los idiomas y la Historia. No era momento fácil para hacer una doble titulación, así que tuve que elegir y mi pasión por el relato venció. Estudié Filología inglesa. Pasado un tiempo más, ya como profesor titular de la Universitat Jaume I de Castellón me lancé a un nuevo intento por escribir (hubo otros anteriores, pero nunca una publicación). En este nuevo empeño opté por aunar mis dos pasiones: la literatura y la Historia, eligiendo el género de la novela histórica. Y, de entre todos los períodos, parece que aquella fascinación por Roma pervivía en mí.
P: Sus novelas siempre están muy bien documentadas. ¿Cuánta ficción hay en ellas?
R: Procuro no alterar los datos históricos nunca. Sólo me permito pequeñas modificaciones cuando veo que el repetir un mismo nombre, algo habitual en las familias romanas, puede crear confusión en la lectura. Pero los grandes sucesos históricos los narro en función de lo que nos cuentan las fuentes clásicas o los investigadores modernos. De tal modo que todo lo público de los personajes históricos de mis novelas está en las fuentes. Pero luego tenemos su ámbito privado: las conversaciones de Trajano con sus legati, con sus generales, con sus amigos y enemigos, con su esposa o con sus amantes no están registradas en ningún sitio. Este vacío es la gran oportunidad para la ficción. Pero no una ficción contra la Historia, sino una ficción que acompañe con verosimilitud a los datos públicos que sí conocemos.
P: En su última trilogía usted se ha centrado en uno de los períodos de mayor gloria del Imperio, cuando el emperador Trajano logró la máxima expansión de las fronteras de Roma. Pero en algo más de un siglo, las cosas comenzaron a torcerse. ¿Cuándo comenzó a percibirse ese progresivo declive que desembocó en la definitiva caída del Imperio Occidental?
R: Esta es una de las grandes preguntas clásicas sobre el Mundo Antiguo. Edward Gibbon ya le dedicó sus imponentes volúmenes sobre La Historia de la decadencia y la caída del Imperio Romano, y aún hoy seguimos debatiendo sobre el asunto porque, sin lugar a dudas, es apasionante. Gibbon le echa la culpa a Septimio Severo al final del siglo II y principios del III. Pero en mi caso, para ser coherente con lo que he escrito hasta ahora, y a riesgo de crear controversia, para mí el declive empieza cuando Adriano decide retirarse de las conquistas de Trajano en Oriente. Partia –actual Irán– quedará como un asunto sin resolver y el Imperio se verá forzado a consumir enormes recursos en unas guerras constantes de desgaste retrayendo legiones de las fronteras de Britania, el Rin y el Danubio. A partir de ahí, es un lento desgaste de poder hasta la caída.
P: ¿Cuáles fueron los principales factores que contribuyeron a la decadencia de Roma? ¿La irrupción de los pueblos bárbaros, el declive del ejército, las guerras civiles…?
R: Tras Adriano, hubo pequeños intentos de volver a intentar una expansión territorial del Imperio, pero no terminaron nunca de fructificar. Entre esos intentos cabe destacar los de Septimio Severo, con su hijo Caracalla, o los de Juliano, más conocido como el Apóstata. Una economía en auge resiste sin problemas grandes oleadas de inmigración y elevadas dosis de corrupción. Pero cuando el dinero deja de fluir porque la economía no crece, porque el modelo se ha agotado, la gente ya no tolera la corrupción (eso lo hemos visto en España) y no acepta la inmigración, como es notorio en la Europa actual con el nuevo auge de las opciones populistas. Las guerras civiles de los siglos III y IV también contribuyeron a ese debilitamiento. Roma digirió bien las guerras civiles en la época de Julio César o de los Flavios, porque todavía el Imperio seguía en expansión. Pero a partir de la muerte de Cómodo, el resto de guerras civiles no se vieron compensadas con el incremento de nuevas posesiones en el exterior. Como termitas, estas guerras corroyeron las estructuras del Imperio Romano e hicieron que su bien entramada estructura fuera cayendo lentamente. En la Europa actual, los movimientos centrífugos de desunión, encabezados por el Brexit (que puede anticipar otros), son una especie de guerra civil larvada no cruenta, pero que también debilita la macroestructura europea. No es una cuestión menor.
P: ¿La decisión de Constantino de abrazar la fe cristiana tuvo algo que ver con ese declive?
R: Yo no lo veo como un aspecto determinante. Creo que los factores que he señalado anteriormente son de mayor calado en cuanto a la progresiva debilidad del Imperio. Realmente con Constantino el cristianismo no pasó a ser la religión dominante, sino la que estuvo más próxima al poder. Es con Teodosio cuando el cristianismo se impuso por completo, pero yo creo que esto afectó más a la convivencia interna. Las diferencias religiosas entre distintas visiones cristianas en Occidente y Oriente contribuyeron a dividir el Imperio, y eso sí facilitó el declive de Roma. Pero ¿realmente se discutía por cuestiones religiosas o, como en tantas otras ocasiones, desde el poder se usaba la religión como arma arrojadiza para dirimir, en realidad, cuestiones territoriales, económicas y militares? El cristianismo del siglo III y IV puede haber sido culpable de cierta (o mucha) intolerancia, pero también ha sido usado como excusa para explicar la caída de un Imperio que, aunque no hubiera existido la religión cristiana, también habría caído y probablemente en el mismo plazo de tiempo.
P: ¿Por qué el sistema fronterizo del Imperio comenzó a fallar en el siglo III?
R: En fútbol dicen que la mejor defensa es un buen ataque. Si sales a empatar sueles perder. A partir del siglo III, las legiones jugaron a empatar en sus luchas contra las tribus del norte. Trajano fue el último que salió a ganar y lo consiguió. Otros, mencionados anteriormente, salieron también a ganar y consiguieron victorias temporales, pero no permanentes.
P: ¿La entrada en escena de Teodosio fue un respiro para el Imperio?
R: Más allá de la cuestión religiosa comentada, Teodosio facilitó una reorganización del Imperio, lo mismo que Diocleciano en su momento. En medio del caos, es siempre muy útil que alguien se pare a reorganizar las cosas. Permite apuntalar lo que se está cayendo. Sin embargo, la falta de continuidad en los esfuerzos de Teodosio fue lo que impidió la recuperación de la estabilidad, algo que sí se pudo lograr en épocas altoimperiales.
P: ¿Fue necesaria la división del Imperio entre Occidente y Oriente?
R: Fue inevitable por la falta de un liderazgo real. Diocleciano ya segmentó el Imperio, pero sólo administrativamente, no desde un punto de vista político definitivo. Una vez logrado el objetivo, abdicó. Eso no lo suele saber mucho la gente, pero Diocleciano (que tan mala prensa tiene por las persecuciones a los cristianos) fue el único emperador que reorganizó el Imperio y luego se retiró a su residencia en Split a plantar verduras en su huerto. Fue la falta de liderazgo de los que le sucedieron lo que motivó su regreso. Y esa falta de líderes carismáticos y razonablemente honestos fue un problema clave en el proceso de caída del Imperio. Nuevamente, en el mundo actual vemos una carencia de liderazgo de este tipo.
P: ¿Imagina la próxima caída del Imperio estadounidense? De producirse, ¿cuáles podrían ser las causas?
R: Estados Unidos dejó de expandirse territorialmente hace tiempo. Y luego dejó de expandirse económicamente por la aparición de otros mercados imponentes como el chino. Si un Imperio no se expande territorial o económicamente, decae. En eso está ahora mismo Estados Unidos. Pero se puede perder presencia de forma ordenada o desordenada. Las retiradas pueden ser un desastre o una forma de ganar tiempo para replantearse el papel que uno ha de jugar en el nuevo mundo que está emergiendo. Creo que la reciente elección de Donald Trump es una retirada a lo loco. Es un negacionista del cambio climático. A la naturaleza, Trump le parece una hormiga. El problema es que tenemos que conseguir que la hormiga no nos arrastre a todos en su locura.
P: ¿Quiénes son los bárbaros del siglo XXI?
R: No hay duda al respecto. Son los grupos islamistas radicales como el ISIS.
P: En su última trilogía sobre Roma, Trajano aparece como un hombre justo y honesto. ¿Fue el mejor emperador que tuvo Roma?
R: Fue el mejor emperador a la hora de administrar el poder más grande que nunca tuvo Roma. Fue implacable con los corruptos y se preocupó en hacer política social. Creó programas para repartir comida entre los más necesitados de Roma, y si había un problema actuaba de inmediato, no dejaba que se pudriera. Si había guerra, iba a la guerra. Si había una batalla se presentaba en el campo de combate. Si en la batalla se rompía una línea de lucha en el frente, acudía allí, a primera línea, aunque eso implicara poner en riesgo su vida. De hecho, fue herido en combate. De ese modo gobernaba con enorme autoridad moral sobre civiles y militares. Sin duda, un ejemplo para futuras generaciones. No en vano, el Senado romano recordaría a Trajano cada vez que se elegía un emperador diciéndole al nuevo César: “Ojalá seas tan bueno como Trajano”.
P: Por cierto, usted presenta al emperador Adriano como un tipo oscuro e intrigante, muy lejano al retrato que hace de él la escritora Marguerite Yourcenar.
R: Sí y, ciertamente, esto ha creado polémica. Veamos. Hay diferentes tipos de novela histórica. Existen obras en la que sólo la ambientación es histórica pero luego la trama y el perfil de los personajes es más o menos alterado. Este sería el caso de Memorias de Adriano de Yourcernar, una novela de introspección psicológica e intimista con una prosa hermosa y evocadora. Pero la ambientación histórica hace que la obra termine viéndose como novela histórica. Sin embargo, la propia Yourcernar reconoce en sus entrevistas que ella del personaje de Adriano sólo tomó aquello que le gustó (que era culto, sensible con las artes, en particular, la poesía, y astuto), pero dejó de lado aquellos aspectos negativos del personaje que también están en las fuentes clásicas, según las cuales Adriano era, además, cruel, caprichoso en extremo y violento. Hay otro tipo de novela histórica donde tanto la ambientación como los grandes personajes históricos que las protagonizan están construidos basándose en los datos que tenemos en las fuentes clásicas y modernas. Este sería el caso de las obras de Robert Graves como Yo, Claudio y su continuación, Claudio, el dios. Mis novelas intentan seguir esta segunda opción. Por esa razón, estaba destinado a ignorar (respetuosamente) el retrato de Yourcernar sobre Adriano y crear a mi propio Adriano desde las fuentes originales.
P: ¿En qué está trabajando ahora?
R: Estoy trabajando en dos líneas: primero, en un nuevo libro de relatos que seguirá la estela de La noche en que Frankenstein leyó el Quijote y La sangre de los libros, que espero que esté en las librerías a finales del verano de 2017. Y, por supuesto, estoy trabajando en otra novela histórica que, como novedad, intento que sea una sola obra y no parte de una trilogía, pero, por el momento, mi editora me ruega que sea discreto sobre el protagonista de la obra. Pero digamos que me lo estoy pasando muy bien escribiéndola.