▲ Barry Keoghan, a la derecha, con Jackie Mellor, a su llegada a la proyección de Bird.Foto Afp
L
os distribuidores estadunidenses se equivocaron cuando dijeron que Megalópolis, de Francis Ford Coppola, era incomprensible. En realidad, es un desastre de dimensiones titánicas. Por respeto al autor de obras maestras como El padrino, El padrino II y Apocalipsis, no quiero ser demasiado cruel, pero es inconcebible que sea la misma persona que ahora ha dirigido una película tan visualmente fea y risible. Un monumento al kitsch que se ve como se mira un accidente, con iguales dosis de incredulidad y morbo. Dejémoslo así.
También pocos comentarios me inspira la película Bird (Pájaro), de la británica Andrea Arnold. En una especie de retorno al realismo inglés de cocina sucia
, que funcionó tan bien en tiempos del Free Cinema, este melodrama se centra en la figura de Bailey (Nykiya Adams), una adolescente de 12 años que reacciona pasivamente a lo ocurrido en su entorno, el mismo día que menstrua por primera vez.
Su papá, Bug (Barry Keoghan), es un bueno para nada que espera ganar dinero de un sapo, cuyas secreciones sirven para hacer droga; él está a punto de casarse con su novia de hace tres meses. Su mamá Peyton (Jasmine Johnson) tiene un nuevo novio, un violento patán capaz de matar a patadas al perro doméstico. Además, aparece un misterioso extraño (Franz Rogowski) que dice llamarse Bird, usa falda y se la pasa parado, como pájaro, en la azotea de un edificio. Bailey intenta ayudarlo a encontrar a su familia.
Arnold filma casi todo con una temblorosa cámara en mano, acompañada de incesante música de canciones diversas (needle drops, les dicen) y no logra interesarnos en las desventuras de su heroína ni con el absurdo elemento fantástico que se cuela al final. ¿Dónde está Ken Loach ahora que lo necesitamos?
A pesar de mis expectativas, Furiosa: Una saga Mad Max, exhibida aquí fuera de competencia y pronta a estrenarse en México, acabó por decepcionarme. El director australiano George Miller ha sido el autor de toda la franquicia y es comprensible que haya deseado variar el contenido. Si bien nadie filma como Miller las persecuciones en carretera, esta vez ha incurrido en ellas sólo en una secuencia, concentrándose en contarnos la historia de Furiosa, el personaje interpretado por Charlize Theron en la anterior entrega.
Dividida en cinco capítulos, la llamada saga rastrea el origen de Furiosa desde que es capturada de niña por una pandilla de motociclistas salvajes, que operan bajo las órdenes de Dementus (Chris Hemsworth, con narizota postiza), un nuevo villano con ansias de poder en la desolación posapocalíptica. Éste hace un trato con el ya conocido Immortan Joe (Lachy Hulme), amo y señor de la Ciudadela, la Petrovilla y la Granja de Balas. A cambio, Dementus le cede la posesión de Furiosa, quien logra escaparse del establo de doncellas mantenidas para darle un heredero a Joe. Quince años después, Furiosa (Anya Taylor-Joy) reaparece como una guerrera de la carretera.
La intención de crear una mitología paralela a la de Mad Max hubiera sido una buena idea, si la película no avanzara a empujones. Lejos de la demencial energía hiperquinética que propulsaba a Mad Max 2 y Furia en el camino, Miller se toma su tiempo, comete varios sinsentidos en su relato (incluyendo la breve aparición de una especie de sucedáneo de Max, Jack el Pretoriano, como fugaz interés romántico). Sin embargo, con todos sus defectos, Furiosa: Una saga Mad Max es lo más cercano a verdadero cine que hemos visto en todo el día. Bendito sea George Miller.
X: walyder