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jueves, noviembre 28, 2024

Protágoras y Gorgias, los sofistas que pretendían volver virtuosos a los ciudadanos

Quién fue Gorgias? ¿Quién fue Protágoras? Lo primero que los define es que fueron los maestros de retórica más célebres de la sofística antigua, un movimiento filosófico-pedagógico que se difundió en el siglo V a.C. en Grecia, formado, predominantemente, por expertos en retórica. Sus integrantes, los sofistas, promovían el saber experto y un proceso de aprendizaje flexible que posibilitara a sus discípulos el conocimiento de una amplia gama de disciplinas. El hecho más significativo de este movimiento es que difunde la igualdad como principio pedagógico. El resultado de ello fue la invalidación práctica de la línea de demarcación existente entre estratos sociales separados, así que podría definirse el movimiento sofístico como el momento inaugural de la movilidad social. Pero también de la exaltación política del poder de convicción, que en el caso de Gorgias era graduado por la estética del discurso.

Personificación de la dialéctica (1565), grabado realizado por Cornelis Cort. Foto: Album.

Lo segundo que les distingue es que eran considerados los referentes máximos del movimiento sofístico. Su recuperación actual como filósofos obedece a una revaluación de sus ideas y de la retórica como disciplina filosófica (y como instrumento político por los populismos de diverso signo). La reconsideración del valor filosófico de sus ideas viene dada por la necesidad de superar la confrontación que estableció Platón entre retórica y filosofía, expresión de la contraposición entre la aristocracia y la sofística. Muchos intérpretes, desde muy diversas perspectivas, han venido reconociendo su dimensión filosófica, promoviendo un nuevo análisis de las obras de Gorgias (Elogio de Helena, Sobre el no ser y algunas otras menos significativas).

Asimismo, se ha intentado reconstruir el pensamiento de Protágoras sobre la base de los fragmentos que han llegado hasta nosotros, transmitidos en su mayoría por los diálogos de Platón. Hay cinco fragmentos capitales del pensamiento de Protágoras: el fragmento sobre los dos discursos (lógoi) contrapuestos; el que se refiere al discurso fuerte y al discurso débil; el fragmento del hombre medida (homo mensura); el que niega la posibilidad de la contradicción (antilégein) y, por último, el fragmento concerniente a los dioses. Otros fragmentos de Protágoras se conocen a través de textos de autores como Aristóteles, Sexto Empírico y Diógenes Laercio.

Gorgias y Protágoras son representantes de una nueva concepción de la pedagogía, así como destacados demócratas. La actitud de Platón respecto a ellos es consecuencia de sus prejuicios aristocráticos, presentándolos en sus diálogos de manera reduccionista como expertos únicamente en la contienda discursiva, como si solo enseñaran habilidades retóricas. Este retrato servía a los intereses filosóficos de Platón y justificaba sus prejuicios contra la retórica, ya que esta le parecía una estrategia utilizada únicamente para conseguir el poder político apelando a emociones, miedos y esperanzas del pueblo (demos), de modo que no le reconocía estatus filosófico.

San Pablo predicando en Atenas (1515), obra de Rafael Sanzio. Foto: ASC.

Trayectorias diferentes

A tenor de cómo se refieren ellos mismos a su actividad, hay coincidencias y diferencias entre Gorgias y Protágoras.

Las diferencias se observan sobre cómo explicaban la naturaleza de su saber y la manera de aplicarlo. Gorgias se define a sí mismo, en el dialogo homónimo de Platón, como “un maestro de retórica” (retórica téjne). Pero la expresión aparece, por primera vez, utilizada para significar el trabajo que los sofistas hacían según Platón. De manera que es este propiamente quien da nombre al saber que imparte Gorgias, quien, al ser preguntado en que consiste la retórica, dirá que es un arte para saber argumentar.

Por su parte, Protágoras afirma que enseña el saber de la política (politiké téjne), significando con ello que instruía sobre la manera de administrar los negocios de la ciudad. Esto lo llevaba a cabo con la aplicación no solo de métodos argumentativos, sino también evaluativos sobre las condiciones reales a través de las cuales se podían calcular los límites y las posibilidades de las acciones políticas. De este modo, a la formulación de políticas a través de una red heterogénea de actores aristocráticos, más o menos dispersos, vinculados entre sí por diferentes relaciones de poder, recursos e influencias, Protágoras oponía políticas derivadas de un saber y del ejercicio de la virtud ciudadana

Sin embargo, Platón invalida esa posición del sofista señalando que el pueblo carece de las cualidades morales necesarias para gobernarse, porque no está capacitado para hacer prevalecer la parte racional del alma sobre la irracional. En consecuencia, considera que los sofistas –y, entre ellos, Gorgias y Protágoras– se limitaban a “adiestrar” a sus discípulos en el arte de la convicción mediante la manipulación de las pasiones

Para Platón, solo eran expertos en hacer hablar hábilmente. Y ese adiestramiento conducía inexorablemente a la demagogia, que debía su éxito a la trivialidad, ignorancia y bajeza moral del pueblo. Así, la afirmación común de que “el pueblo siempre tiene razón” se invierte en Platón en que “el pueblo, por sí mismo, nunca tiene razón”. La idea de que, en los regímenes democráticos políticos intrigantes, los demagogos son los que dirigen el juego, los que orientan y manipulan las opiniones del pueblo inculto e irracional, estaba muy difundida entre las clases aristocráticas. Estos tópicos, que subsisten a día de hoy, eran compartidos por Platón.

El Doríforo de Pompeya, una de las copias romanas de la escultura original griega, obra de Policleto. Foto: ASC.

Puntos de unión

En lo que respecta a las coincidencias entre ambos sofistas, estas se dan en su forma de privilegiar el uso del lenguaje como saber mismo. Protágoras escribe sobre los métodos de argumentación y señala que la retórica y la política están vinculadas, siendo el objeto de la primera llegar a la segunda y proporcionarle todos los medios para lograr sus fines. Desde ese punto de vista, representa un cambio trascendente de actitud respecto a cómo enfrentar la acción política en el uso de los espacios de poder, responsabilidades y jerarquías existentes en Grecia y de cómo llegar a ellos. Insistía en que un hombre dedicado a la política, además de poseer cualidades para gobernar, debía saber convencer. Pues en la democracia se trataba de convencer, no de mandar.

Pero Protágoras no solo quería enseñar a argumentar, sino que tenía el firme propósito de enseñar la virtud. Lo que realmente enseñaba no era cómo llevar bien los asuntos del “hombre como individuo”, sino del “hombre como ciudadano”. Así pues, los dos sofistas, tanto Protágoras como Gorgias, en el ejercicio de su profesión coincidían en que su saber era el arte supremo de volver virtuosos a los ciudadanos. Para el primero, ese debe ser el objetivo último de cualquier tipo de educación.

Sofística y democracia

Platón conceptúa la democracia como un “desorden”, de manera que sus instituciones y la pedagogía igualitaria que la apoya no le merecían un especial respeto. Critica así a Gorgias y Protágoras expresando este desacuerdo con la democracia y su funcionamiento, insistiendo en que las disputas retóricas sobrevenidas en los espacios públicos facilitaban el engaño y la manipulación. El ataque que dirige Platón al gobierno “de los muchos” es particularmente intenso, porque no alude a un aspecto procedimental determinado de las instituciones democráticas, sino a la concepción del mundo y del hombre que está en el fundamento de la democracia. 

Así pues, la crítica de Platón a la sofística no se debe a que esta sea una singular realización histórica del ideal democrático –que lo fue– sino a que, en la democracia, el uso de las técnicas retóricas para dirigir la palabra en la asamblea le parece una estrategia utilizada por políticos intrigantes, por demagogos a los que, a su juicio, los sofistas hacen expertos en la manipulación de las pasiones. Desde entonces, se ha convertido en un lugar común que la democracia es el sistema político más expuesto a la demagogia. De hecho, para algunos, los populismos reeditan en el presente las prácticas demagógicas del pasado.

Esta escena de Pericles dando su célebre discurso al final del primer año de la Guerra del Peloponeso ilustra un billete antiguo de 50 dracmas griegos. Foto: Shutterstock.

Sin embargo, Gorgias refutará los argumentos platónicos afirmando que la palabra es un instrumento de elevación moral, diciendo que la retórica no es buena ni mala, sino que depende solo del uso que se haga de ella. Así, en el Elogio de Helena, nos dice: “La palabra es un poderoso soberano que, con un pequeñísimo y muy invisible cuerpo, realiza empresas absolutamente divinas. En efecto, puede eliminar el temor, suprimir la tristeza, infundir alegría, aumentar la compasión. (…) Nadie se sustrae al efecto de la palabra, en algunos casos, su fuerza es irresistible”. La tesis de la sofística, consistente en que la democracia para funcionar solo necesita las “calidades” intelectuales y morales de los ciudadanos y los políticos, ha resultado hasta hoy exitosa y constituye la base de la legitimidad del sistema. Pero sin un ejercicio moral del poder, la democracia deviene en demagogia o incluso en tiranía.

Pero, ¿qué es lo que provocó un cambio tan profundo respecto a la valoración de la palabra por parte del saber, en una cultura aristocrática basada en la noción del heroísmo guerrero? Sin duda fue el Ágora, la instancia en la que se decidían las cuestiones principales del gobierno de la ciudad y eran elegidos los estrategos y arcontes que ejercían el gobierno. Instauradas por la democracia en la ciudad de Atenas y abiertas a quienes detentaran el estatus de ciudadanía, las asambleas se iniciaban con una pregunta: “¿Quién quiere hablar?”. 

La libertad en la tribuna promovía la palabra como el instrumento político por antonomasia. Esa libertad de palabra perseguía hacer partícipe del proceso político a la ciudadanía y que esta jugara un rol central. Pero, si todo ciudadano tenía la posibilidad de expresarse sobre los asuntos de la polis y la autoridad solo podía provenir de la eficacia de su argumentación, esto implicaba que era indispensable ejercitarse en las artes discursivas, de la discusión, en el debate con los otros y, claro está, en la capacidad de persuasión. Bajo el gobierno “de los muchos”, el poder de convicción se convierte así en el instrumento político fundamental para inclinar en un sentido o en otro las propuestas sometidas a consideración en la asamblea.

Restos arqueológicos del Ágora de la antigua Atenas, centro religioso y cultural de la ciudad en tiempos de Gorgias de Leontinos ) y Protágoras. Foto: Shutterstock.

El saber como dignidad

Un aspecto en el que hay que insistir al valorar sus figuras y lo que representaban consiste en tener en cuenta que Gorgias y Protágoras fueron iniciadores de la idea de “profesión”, del concepto de dignidad profesional. Era un cambio sustancial el hecho de que dignificara enseñar a sus discípulos lo que podían llegar a ser. Así, todos los sofistas ofrecían saberes que inspiraban, en quienes los aprendían, pautas de comportamiento. Pero también motivaban la voluntad de sus discípulos para la persecución de fines propios, procurándoles la capacidad del cálculo y la creación de expectativas de vida, sin vinculación con la clase social a la que pertenecían. Estas expectativas dependían del dominio del saber aprendido. Inevitablemente, esto suponía, en el terreno del conocimiento, un desarrollo del igualitarismo democrático. La sofística cambió así los parámetros de la sociedad tradicional aristocrática, para la que las expectativas estaban vinculadas a privilegios heredados. Por tanto, la concepción pedagógica de Gorgias y Protágoras “revoluciona” no solo la pedagogía tradicional, sino todo el marco social, dando lugar a posibilidades de movilidad entre estratos sociales separados. Salvando las diferencias con el presente, se puede afirmar que los sofistas introducen, por la vía de la especialización y del dominio de técnicas retóricas, una temprana cultura del mérito.

Se puede ver así cómo los clásicos argumentos contra la democracia, desarrollados en el curso de los siglos XIX y XX, encuentran su base en las tesis platónicas contra los sofistas, que han tenido un gran número de seguidores y los siguen teniendo hoy. Como en el siglo V a.C., el motivo continúa siendo el rechazo a la “horizontalidad del diálogo” entre quienes participan en la asamblea democrática tratándose de igual a igual. Dialogar no es lo mismo que ordenar. La horizontalidad dialógica es la expresión del reconocimiento de la igualdad, mientras que la orden expresa una verticalidad. Pero nunca han desaparecido de los escenarios políticos quienes promueven la verticalidad de la orden en contra de la horizontalidad del diálogo. A estos cabría recordarles que, cuando Protágoras decía que “el hombre era la medida de todas las cosas, de las que son y de las que no son”, no estaba argumentando a favor de la verticalidad ni de la orden, sino del reconocimiento entre iguales de la percepción diferenciada de la realidad.

Bibliografía

  • G. Colli, El nacimiento de la filosofía (Tusquets, 2009).
  • Jacqueline Romilly, Los grandes sofistas de la Atenas de Pericles (Gredos, 2010).

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.

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