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viernes, noviembre 29, 2024

No digas nada: lo que la miniserie no cuenta, y el libro sí, sobre el conflicto de Irlanda del Norte

Entre los
estrenos de series de noviembre
que más ganas teníamos de ver está
No digas nada
, la miniserie de Disney+ sobre
el conflicto de Irlanda del Norte que adapta el (merecidamente) afamado libro de
Patrick Radden Keefe
. Y, aunque la producción que cuenta la historia de Dolours Price y sus compañeros en el IRA es una adaptación fiel de los hechos que describe el escritor nacido en Boston, no hemos podido evitar echar en falta partes de la Historia que, sin duda, nos ayudan a comprenderla mejor y tener una visión más completa del conflicto.

Somos conscientes de que
adaptar un libro de más de quinientas páginas, que en España ha publicado Reservoir Books y que nunca nos cansaremos de recomendar, es difícil. Pero resulta complicado entender por qué se ha quedado en una miniserie de 9 episodios cuando la historia permitía, por lo menos, dos temporadas. El presupuesto puede ser la razón principal pero estamos convencidas de que la historia, y las buenas críticas que está cosechando, tal vez habrían merecido la inversión.

Economía aparte, y como grandes defensoras que somos de la obra de Radden Keefe, estos son los hechos que la
miniserie de Disney+ omite sobre el conflicto de Irlanda y, sin duda, harían de ella una mejor producción.

El drama de los McConville

No digas nada, al igual que el libro sobre el conflicto de Irlanda del Norte que adapta, arranca con el secuestro de Jean McConville, una viuda, madre de diez hijos, que desaparece del hogar familiar sin dejar rastro. Como ya comentamos aquí, este escalofriante momento se lleva con maestría a la pantalla y describe a la perfección la terrible situación que vivieron los pequeños.

Y a lo largo de los restantes episodios, la producción ofrece breves pinceladas sobre la situación de Helen, y regresa a todos los
McConville cuando la serie se traslada a finales de los años 90 y buscan el cuerpo de su madre.

Portada del libro en el que se basa la serie de Disney+ No digas nada, escrito por Patrick Radden Keefe. / Reservoir Books

Portada del libro en el que se basa la serie de Disney+ No digas nada, escrito por Patrick Radden Keefe. / Reservoir Books

En esas dos décadas los McConville vivieron
un verdadero infierno, especialmente los más pequeños. Seis de ellos, Helen, Michael, Tucker, Susan, Billy y Jim, fueron enviados a un orfanato regentado por, como recoge Radden Keefe, «unas monjas que se habían ganado merecida fama de sádicas».

En 1973 Michael y Tucker, fueron citados para declarar en un juzgado de Belfast por
robar en una tienda, y el juez decretó que salieran del orfanato e ingresasen en el Hogar para Chicos de La Salle, un lugar en el que, según descubrió el gobierno, predominaba una «cultura del uso de la fuerza».

Ambos hermanos se escaparon en varias ocasiones del centro, porque «creían tener la obligación de estar en
Belfast por si aparecía su madre» y en cada regreso se encontraban con una paliza aleccionadora. Posteriormente, los gemelos Billy y Jim también fueron llevados allí y el primero de ellos, como algunos de sus compañeros, fue víctima de abusos sexuales.

Atardecer en una playa de la costa de Irlanda del Norte.

Atardecer en una playa de la costa de Irlanda del Norte. /

Shylands/pexels

Como comenta el escritor en su libro «varios de los niños McConville quedaron tan marcados por sus experiencias en
centros católicos de Irlanda del Norte que acabaron cogiendo miedo a los religiosos en general».

Michael también era de los que se fugaba, y terminaron enviándolo a Lisnevin, un
correccional de menores «para chavales demasiado ariscos o demasiado tercos», con adolescentes marginados que habían sido detenidos por diversas razones. A pesar de la dureza del lugar, Michael logró salir adelante, entre otras razones porque conoció a la hermana Frances, que siempre veló por él y sus hermanos.

Cuando salían de las instituciones nadie les había enseñado lo que era la vida, cómo «se alquilaba un piso,
encontrar empleo o cocer un huevo», y cuando crecieron su vida no fue fácil. Los casos más graves fueron los de Jim, que estuvo «bastantes veces» en la cárcel, y Archie, que tuvo problemas con el alcohol y con su mal genio.

Las huelgas de hambre de Brendan Hughes y lo que pasó con Bobby Sands

A pesar de que en la interpretación que Anthony Boyle hace de Brendan Hughes ya intuimos una personalidad atípica, y merecedora de todas nuestras atenciones, en la adaptación audiovisual nos perdemos
su ingreso y fuga de Long Kesh y lo que hizo para permanecer escondido.

Pero también buena parte de su estancia en la cárcel de Irlanda del Norte, en la que llevó a cabo varias
huelgas de hambre tan sonadas como la de las hermanas Price. En la segunda de ellas, que realizada junto a otros siete presos, él mismo decidió ponerle fin ante la posibilidad de que uno de los huelguistas terminase muriendo.

Gerry Adams y Brendan Hughes en una imagen tomada en la prisión de Long Kesh cuando ambos estuvieron encarcelados.

Gerry Adams y Brendan Hughes en una imagen tomada en la prisión de Long Kesh cuando ambos estuvieron encarcelados. /

ARCHIVO

La siguiente, en la que Hughes todavía estaba convaleciente, la comenzaron de manera escalonada y con un nuevo líder,
Bobby Sands. Él fue el primero que dejó de alimentarse y, cuatro días después la muerte de un político que tenía escaño en la Cámara de los Comunes británica, Sands fue presentado como candidato a ocupar ese puesto.

Porque, como se pregunta Radden Keefe, «¿qué mejor manera de atraer la atención y el apoyo a una huelga de hambre que hacer que uno de los huelguistas optara a un cargo?» Los suyos estaban convencidos de que, si Sands se convertía en diputado, la
dinámica de poder de la protesta cambiaría. Y Gerry Adams era uno de los primeros en creerlo.

Sin embargo, ante el deterioro paulatino de la salud de Sands, Thatcher y su gobierno no hicieron nada, probablemente porque ella tenía la «certeza de que el IRA no iba a permitir que la huelga continuara adelante». Un mes después, el 5 de mayo de 1981, Sands falleció y, como recordaba Gerry Adams tiempo después, su muerte «tuvo un
mayor impacto internacional que cualquier otra cosa sucedida en Irlanda en lo que llevo de vida».

Josh Finan como Gerry Adams en una imagen de la miniserie británica No digas nada.

Josh Finan como Gerry Adams en una imagen de la miniserie británica No digas nada. /

fx networks

Dos semanas antes Dolours Price había sido puesta en libertad «por motivos de salud» (
al contrario de lo que cuenta la serie Marian había salido antes, en 1980), y durante años ella se preguntó si la cancelación de alimentación forzosa que ella consiguió años antes, «no la convertiría a ella en responsable».

A pesar de la internacionalización del conflicto que tanto agradó a Adams, el
gobierno de Thatcher no dio su brazo a torcer en las reivindicaciones de los huelguistas y a lo largo del verano de 1981 los nueve hombres que compartían su lucha con Sands también fallecieron.

El padre Reid y otras historias personales perdidas

En la adaptación audiovisual de No digas nada vemos cómo
Gerry Adams, ese hombre que nunca perteneció al IRA, se reúne con un sacerdote en una especie de iglesia. Ese breve instante en el que le entrega un sobre es en realidad un escueto reflejo de la relación entre Adams y el padre Alec Reid. A sus 56 años, como recoge Radden Keefe, Reid era conocido por «su fe inquebrantable en el diálogo» porque, como se definía él mismo era un «sacerdote de calle».

El padre Alec Reid recogiendo un premio en una imagen tomada en 2006.

El padre Alec Reid recogiendo un premio en una imagen tomada en 2006. /

getty

Perteneciente al monasterio Clonard, donde se produjo esa reunión que vemos en la serie, a Reid era habitual verlo en Long Kesh, visitando a los presos, y con el pasó del tiempo
trabó amistad con Brendan Hughes y Gerry Adams. E incluso, cuando éste salió de prisión, se encargó de hacer de correo, pasando mensajes a quienes permanecían en la cárcel. A pesar de esta cercanía, Reid no aprobaba sus actividades, y «no iba a favor de nadie, su lealtad era para aquellos que habían sido (o serían) aniquilados».

Testigo directo de los Troubles, y protagonista de una de las imágenes que revelaban las tensiones de aquellos momentos, administrando los últimos sacramentos al cabo británico David Howes, Reid intensificó su papel como mediador a la hora de abogar por
el fin de la violencia a finales de los años 80. Por aquel entonces, Gerry Adams estaba dispuesto a considerarlo y Reid intermedió entre éste y John Hume, el líder del SDLP, una suerte de líder de los católicos moderados que había condenado varias veces la violencia del IRA.

Gerry Adams encarnado por Josh Finan en una imagen del primer episodio de la miniserie No digas nada.

Gerry Adams encarnado por Josh Finan en una imagen del primer episodio de la miniserie No digas nada. /

fx networks

El padre Reid escribió una carta a Hume en la que le decía que estaba convencido «de que, si la situación se gestiona adecuadamente, el IRA se dejará convencer de que es preferible abandonar la lucha armada». Poco después Hume y Adams se reunieron en Clonard, un encuentro que terminaría dando lugar a ese sobre en el que el
líder del Sinn Féin le trasladaba su postura al líder del SDLP, y que Reid llevaba en el bolsillo cuando trató de socorrer a Howes.

Cinco años después, el IRA declaró un
alto el fuego, (ese que cabreó tanto a Price y sus compañeros en el club social) porque «por lo visto las negociaciones auspiciadas por el padre Alec Reid habían dado sus frutos».

El Proyecto Belfast, unas memorias y las autoridades

El terrible pasado de Frank Kitson, al que encarna Rory Kinnear en la serie, en Kenia o la historia de figuras como el informador Freddie Scappaticci, que se encargaba del asesinato de otros informadores sin que supiesen que él lo era, son historias que la adaptación deja fuera y que, sin duda, enriquecen la narración de Radden Keefe. Pero la omisión más sorprendente, y también la historia más compleja, es lo sucedido con el
Proyecto Belfast de la Universidad de Boston, al que puso voz y grabadora Anthony McIntyre, conocido como Mackers.

La idea de Paul Bew, historiador de Irlanda del Norte, Bob O’Neil, director de la biblioteca de la
Universidad de Boston y del periodista Ed Moloney de recabar testimonios de las personas implicadas en los años más duros del conflicto del IRA, y guardarlos en la institución educativa para las generaciones posteriores, fue más sencilla durante su producción y grabación que una vez ejecutado. Aunque nunca contaron con que pudiese ser así.

Fachada del Boston College, la institución que durante un tiempo custodió las grabaciones del Proyecto Belfast.

Fachada del Boston College, la institución que durante un tiempo custodió las grabaciones del Proyecto Belfast. /

Ronin/unsplash

La elección de Boston como depósito de los testimonios se basaba en la distancia, física y legal, de ambos países, pero también en la Primera Enmienda. Y Mackers se dedicó a recabar testimonios de aquellos que como Hughes o Price se habían distanciado de Adams, hasta que «Moreno» murió. Hughes había pedido a Mackers y Moloney que
con su testimonio escribiesen un libro, que se publicó en 2010 e hizo que el archivo dejase de ser oficialmente secreto y que, negro sobre blanco, constase de qué se había encargado Adams en el pasado.

Fue esto lo que llevó a un allegado del líder del Sinn Féin a solicitar las grabaciones y entonces cundió el pánico entre aquellos que habían hablado, y no habían muerto, y quienes lo habían ideado. Algo que empeoró cuando el
Cuerpo de Policía de Irlanda del Norte demostró interés en las grabaciones «conscientes de que, al otro lado del charco, en el Boston College, existía un archivo con testimonios de antiguos subordinados de Adams».

La falta de contratos legales que protegiesen los archivos de órdenes judiciales y la persistencia de las autoridades, e incluso del gobierno de Estados Unidos, terminó haciendo que el Boston College se decantase por entregar las cintas cuando recibieron una segunda citación, en este caso relacionada con el
secuestro y la muerte de Jean McConville. Aunque no fue porque Moloney y Mackers no trataron de evitarlo.

Este último, además, había grabado su propio testimonio y en 2016 recibió una citación que reclamaba su cinta. Y aunque «no parecía probable que
las autoridades pudieran entablar juicio contra él», no hubo un día en la década previa «sin que deseara haber dejado la historia en paz y no haberse metido nunca en el Proyecto Belfast».

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