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martes, diciembre 10, 2024

El Estado como coreógrafo y caja registradora

El Estado mexicano que nació del lopezobradorismo es al mismo tiempo el más centralizado y el más débil que jamás hayamos conocido. Su gobierno cuenta con un apoyo popular y una legitimidad sin precedentes en los tiempos modernos, que depende más de revivir los agravios del pasado de otros que de lograr sus propios éxitos en el presente.

Ha logrado concentrar el poder como no se había visto en décadas: controla la presidencia, 24 de 32 estados y tiene mayorías legislativas; Cualquier contrapeso o fuerza independiente que la limite se ha apoderado o está a punto de desaparecer, desde el INE hasta la Corte Suprema, pasando por el INAI y el resto de los organismos autónomos.

Sin embargo, es menos capaz de satisfacer las necesidades de la población: los sistemas de salud y educación se han empobrecido; áreas estratégicas como la generación y transmisión de energía están desbordadas; Incluso en temas vitales en los que México había logrado ser un ejemplo global, como la vacunación y la respuesta a desastres naturales, hoy apenas se pueden aliviar a medias.

Controlar los mayores presupuestos de la historia; Pero es dinero que el país no genera por sí solo y que se agota rápidamente. Nos hemos endeudado como nunca para gastar en muchos caprichos absurdos y en algunos programas quizás nobles, como las pensiones, pero que a medio plazo serán inviables por la falta de crecimiento económico, y no hay ningún plan ni disposición para remediar esta situación.

Bajo el lopezobradorismo, el Estado está más presente pero menos eficiente, porque ha depurado el talento humano que lo sustentaba en favor de ejércitos de aduladores mediocres e inexpertos que hoy ocupan cargos en toda la administración pública. Porque ha derribado las instituciones que daban viabilidad técnica a los proyectos políticos, así como seguridad jurídica a quienes querían apostar por México, y las ha reemplazado con propaganda para mantener la ilusión de éxitos imaginarios.

El régimen de Obrador, arrogante ante sus críticos; triunfalista en los discursos y en las plazas abarrotadas de simpatizantes; abrumadora frente a la oposición en el Congreso, en realidad se trata de un aparato estatal ineficaz que fracasó en su tarea central de garantizar la seguridad: gobierna cada vez menos territorio del país y domina cada vez menos funciones, que cada vez le son arrebatadas a por el crimen organizado, desde el control de la economía hasta el arbitraje de las relaciones sociales.

Las únicas instituciones que funcionan son las encargadas de recaudar impuestos a las personas y sectores que los pagan, y las Fuerzas Armadas. Estos últimos han sido desviados de su misión central, que es la seguridad nacional e interna, en claro detrimento del país y de ellos mismos.

El Estado mexicano, en definitiva, es cada vez menos Estado y se reduce cada vez más a organizador de ruedas de prensa, coreógrafo de mítines políticos y a ser una enorme caja registradora para distribuir recursos con sólo dos criterios en mente: enriquecer su nueva élite. negocios y mantener a suficientes personas razonablemente felices o insensibles para seguir ganando elecciones.

Hace unos días se concedió el Premio Nobel de Economía a tres investigadores que han demostrado la importancia de las instituciones para la prosperidad, Acemoglu, Robisnon y Johnson. En el famoso libro de los dos primeros, “¿Por qué fracasan las naciones?”, distinguen entre instituciones inclusivas y extractivas: las que fomentan y las que limitan la libertad, la innovación y el talento.

López Obrador no sólo demolió las pocas instituciones inclusivas que habíamos creado y resucitó las muchas extractivas que siempre han sido nuestra carga. Además, estableció instituciones centradas en la propaganda y el espectáculo político, que tienen poca o ninguna sustancia. Cuando se acabe el dinero y se desgaste la propaganda que sustenta la puesta en escena, ¿qué quedará? Renuncia para unos y represión creciente para otros. Tristemente, para muchos más la farsa nunca caerá porque, como protagonistas, actores secundarios o simples figurantes, forman parte de ese montaje en el que se sienten cómodos.

POR GUILLERMO LERDO DE TEJADA SERVITJE

COLABORADOR

@GUILLERMOLERDO

CAMARADA

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