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domingo, noviembre 24, 2024

Magallanes, el portugués que fichó por la Corona española para dar la primera vuelta al Mundo

La ambición de un miembro de la baja nobleza que había crecido en la Corte más marinera del Renacimiento, la de Portugal, le imbuyó de una vocación de navegante explorador que se impondría a cualquier otra servidumbre. Convencido de la genialidad de sus ideas geográficas, no habría obstáculo que le detuviera para ponerlas en práctica, ni siquiera el de la obligada fidelidad a su rey.

Magallanes, el portugués que fichó por la Corona española para dar la primera vuelta al Mundo. Foto: Midjourney/Juan Castroviejo.

Fernão de Magalhães –su nombre original portugués, que luego castellanizaría como Fernando de Magallanescreció en la Corte de Lisboa de Juan II, en la que ingresó como paje todavía en su niñez, con doce años; precisamente en 1492, la fecha en que sus rivales peninsulares, los reyes de Castilla y Aragón, tomaban por primera vez la delantera a los portugueses gracias a la colaboración de un extranjero, Cristóbal Colón. Aunque nadie lo sabía en aquel momento, esa historia estaba condenada a repetirse.

El joven Fernando, paje real, fue educado con esmero en la navegación, el álgebra, la geometría y la astronomía. Su destino era dirigir una expedición, pero su ascenso quedó truncado por la muerte del rey Juan sin herederos. El nuevo monarca, su primo Manuel, relegó a los cortesanos más cercanos a su predecesor, y Magallanes tuvo que esperar diez años más para poder siquiera partir en una misión –dirigida por otro– a la India. Allí pasó ocho años, batallando y participando en conquistas, como la de la península de Malaca (Malasia).

Barcos de las expediciones portuguesas a Malaca (grabado de 1508). Foto: Getty.

Una herida con secuelas

A su vuelta a la metrópoli, se implicó en nuevas gestas coloniales, pero esta vez en el norte de África. Allí sería herido en una rodilla por la lanza de un moro, que le dejaría una cojera de por vida. Además, una acusación de haberse enriquecido comerciando con las tribus locales le acarrearía largos pleitos y un enfrentamiento con el propio rey Manuel, que lo menospreciaba, y al que él reclamaba aumentos de sueldo sin demasiado éxito.

En pos de las Islas de las Especias

Estos litigios sentaron unas malas bases para cuando Magallanes se plantase ante su rey con su propio proyecto de expedición para descubrir las “islas de las Especias” o “Especiería”, como se las denominaba en la época. Eran estas el rumoreado origen de todos aquellos productos de condimento que, a través de los mercaderes árabes, arribaban al Mediterráneo oriental y de allí, mediante los comerciantes italianos, a los puertos occidentales.

A finales del siglo XV, el Imperio turco impuso un férreo control sobre este tráfico y especias como la nuez moscada o el clavo empezaron a venderse como artículos de lujo, auténticas piedras preciosas de la época. Para acabar con este monopolio, los europeos querían encontrar una ruta alternativa, que solo podía ser por mar. La rentabilidad sería enorme para quien la hallase. 

Planta y frutos de la nuez moscada en una ilustración botánica de 1816. Se convirtió en un artículo de lujo por culpa del control turco del Mediterráneo. Foto: Getty.

Magallanes tenía informaciones de primera mano que recibía de un amigo (y quizás primo), Francisco Serrão, con el que había viajado a la India y que se había quedado allí. En 1511, el virrey portugués en la India puso a Serrão al mando de una nave para que buscara las islas de las Especias

El viaje fue penoso y, tras enfrentarse a los piratas, acabó naufragando cerca de una de las islas Molucas que, como se sabría después, eran la ansiada tierra de las especias. El sultán de Ternate, ínsula del archipiélago, se apiadó de ellos y, esperando poder beneficiarse de los conocimientos militares de los portugueses, les permitió quedarse y construir una fortaleza.

Grabado coloreado de la isla de Ternate. Foto: Album.

Tres propuestas rechazadas

Mediante cartas secretas, Serrão informaría detalladamente a su amigo de su azaroso viaje: “He encontrado aquí un mundo nuevo, más grande y rico que el de Vasco da Gama. Os ruego que os unáis a mí aquí para que podáis comprobar las maravillas que me rodean”. Magallanes se convenció así de que podría encontrar una ruta navegable. En el trazado de su trayectoria recibiría también la inestimable ayuda de Ruy Falero, uno de los más brillantes expertos en geografía y astronomía de la corte portuguesa.

Pero ni la ciencia de Falero ni la elocuencia de Magallanes sirvieron para ablandar al poco predispuesto rey Manuel. Tres veces presentó el explorador su proyecto y las tres lo rechazó el rey. Harto de las negativas, en un último intento en septiembre de 1517, Magallanes le preguntó al rey si podría ofrecer su idea a otro soberano, a lo que este contestó que era libre de hacer lo que deseara. El explorador se arrodilló para besarle la mano pero el soberano la apartó y le dio la espalda, lo que constituyó una gran humillación.

Manuel I (1469-1521), conocido como el Afortunado, relegó y despreció a Magallanes y no tomó en serio su ambicioso proyecto. Foto: Getty.

Lo que no podía sospechar Manuel es que su súbdito fuera a cumplir al pie de la letra lo que él le acababa de permitir hacer. Pero, desde el punto de vista de Magallanes, la afrenta tan solo era el empujón final para cruzar la frontera peninsular, una opción que llevaba tiempo contemplando. En una carta a Serrão, le había escrito: “Dios mediante, pronto os veré, bien sea a través de Portugal o de Castilla, pues así es como se han decantado para mí las cosas”.

El problema de Tordesillas

El 20 de octubre de 1517, llegaron a Sevilla Magallanes y Ruy Falero. Allí pidieron inscribirse como súbditos del rey de Castilla, Carlos I, y firmaron los documentos de petición a tal efecto. Magalhães se transformó así en Magallanes.

El gran problema para que España pudiese encabezar una expedición hacia las islas de las Especias era el Tratado de Tordesillas, que Castilla y Aragón habían firmado con Portugal en el año 1494, cuando los primeros descubrimientos. Objeto de una compleja negociación y auspiciado por el papa Borgia, el pacto dividía los territorios descubiertos y a descubrir mediante una línea que cortaba el mapamundi de norte a sur y que se situaba 370 leguas al oeste de la isla de Cabo Verde. Castilla se quedaba con la exclusividad de todas las rutas y tierras al oeste de la raya, mientras que Portugal obtenía las prerrogativas de navegar y apoderarse de lo que hubiera al este.

El Tratado de Tordesillas se firmó el 7 de junio de 1494 y sirvió para que España y Portugal se repartieran el Nuevo Mundo y afianzaran su relación como aliados.

Aunque no se supiera exactamente su localización, para todos los contemporáneos de Magallanes resultaba evidente que las islas de las Especias estaban claramente en algún punto muy al este del mapamundi. Lo probaba el hecho de que eran comerciantes orientales quienes habían logrado llegar hasta ellas.

Complicidad para su plan

Sin embargo, Magallanes tenía algo que decir sobre esto: había estado rumiando la teoría de que podría llegarse también a ellas navegando por el oeste, es decir, por la zona asignada a España en el acuerdo, de forma que no se incurriese en contradicción con el delicado equilibrio diplomático, algo que hubiese podido acarrear una guerra.

La hipótesis de Magallanes era científicamente revolucionaria, pues implicaba asumir que la Tierra era una esfera redonda. Aunque algunos sabios de la Grecia clásica ya lo habían deducido, la idea distaba mucho de estar completamente aceptada, porque no había podido ser objeto de demostración.

Pero Magallanes encontró en la Corte castellana y en el aparato funcionarial español que controlaba las colonias lo que más le había faltado en su reino natal: la complicidad. Cuando explicó su plan por primera vez al joven rey Carlos I, este no lo rechazó. La Corona española estaba deseosa de ampliar sus dominios y adelantar a sus rivales portugueses en territorios y gloria

Carlos delegó un análisis más detallado del proyecto en el padre Bartolomé de las Casas, que había viajado varias veces a las Indias. “Magallanes poseía una buena esfera terrestre en la que estaba representado todo el mundo. Y en ella indicaba la ruta que se proponía seguir”, escribió elogiosamente De las Casas sobre sus conversaciones con el portugués. Es posible que Magallanes también les mostrase mapas secretos portugueses.

Fray Bartolomé de las Casas (1484- 1566) estudió el proyecto por encargo de Carlos I e hizo un informe favorable. Foto: Getty.

Las cuentas del arzobispo

Otro apoyo vino del arzobispo Juan Rodríguez de Fonseca, que desde la época de Colón era el administrador a quien los reyes encargaban la máxima supervisión organizativa de las conquistas en las Indias. Una de sus responsabilidades era la Real Casa de Contratación de Indias, que regulaba el comercio y la navegación con los territorios conquistados

Tanto Fonseca como los funcionarios de la Casa de Contratación percibieron un gran potencial económico en el proyecto: si España podía llegar antes a las islas de las Especias y hacerse con su comercio, la rentabilidad sería incalculable. Todo eso acabó por pesar más que las dudas geográficas sobre el viaje, que también las había y muchas. Uno de los principales peros que se le ponían a Magallanes era la posibilidad de que no hubiese ningún paso marítimo entre las Indias (es decir, la ribera atlántica de América) y las ansiadas islas.

Capitulaciones de Valladolid

La respuesta de Magallanes fue que a través del Río de la Plata (en la actual Argentina) discurría un estrecho que llevaba hacia el otro lado de las Indias, y de ahí hasta las islas de las Especias. Como hoy sabemos y el propio Magallanes sería el primero en comprobar, el Río de la Plata no era el extremo del istmo americano por su lado atlántico, y bien hubiera podido pasar que no hubiese habido tal estrecho y todo fuera tierra firme. 

El estuario del Paraná en Argentina, recibe el nombre de Río de la Plata. Las naves de la vuelta al mundo creyeron que podrían llegar por él al “mar del Sur”. Foto: Getty.

Pero la idea inicial de Magallanes resultó convincente para las autoridades españolas y en base a ella se autorizó la expedición. “Este Magallanes debió de ser un hombre de gran valor y fortaleza mental para emprender grandes cosas”, escribió sobre él De las Casas, reflejando las mejores cualidades del navegante, a la postre decisivas para dar un enorme paso en la Historia del conocimiento de nuestro mundo.

Con el apoyo de Fonseca, el proyecto de expedición siguió su curso y el 22 de marzo de 1518 se firmaban las Capitulaciones de Valladolid, un contrato entre la Corona española, por un lado, y los dos expedicionarios, Magallanes y Falero. Regulaba qué correspondería a cada parte de todo aquello que se hallase. El rey Carlos otorgaba a Magallanes la condición de Lugarteniente Gobernador de lo conquistado, un título que podría transmitir a sus hijos y herederos. Las concesiones reales resultaban muy favorables para él también en lo económico, ya que el monarca le concedía una veinteava parte (20%) de todos los beneficios.

En Sevilla se armó lentamente la flota que iba a ir a la Especiería, formada por cinco barcos. Cuatro de ellos eran las naos Trinidad, San Antonio, Concepción y Victoria. La quinta era la única carabela, la Santiago. Magallanes capitanearía la Trinidad y sería el comandante indiscutible de toda la escuadra, a pesar de ser un portugués. En el otoño de 1519, un año y medio después de la firma de las Capitulaciones, todo estaba preparado para que comenzase una aventura formidable, mejor equipada y con mayores ambiciones que la del propio Colón. 

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