Es una escena que todos hemos vivido: estás disfrutando de una comida o quizás estás concentrado en una conversación cuando, de repente, te muerdes accidentalmente el labio. El dolor es agudo, te detienes por un momento, te quejas internamente y sigues adelante. Pero lo que resulta más frustrante no es la mordida inicial, sino el hecho de que, a menudo, minutos o incluso horas después, vuelves a morderte exactamente en el mismo lugar. ¿Por qué sucede esto? ¿Es solo una coincidencia, o hay algo más profundo y fisiológico en juego?
La respuesta fisiológica al daño
Cuando te muerdes el labio, lo primero que ocurre es un daño al tejido. Este daño provoca una inflamación inmediata, una respuesta natural del cuerpo para proteger la zona lesionada y comenzar el proceso de curación.
La inflamación causa que la zona afectada se hinche ligeramente, lo que la hace sobresalir más de lo normal. Aunque esta hinchazón es mínima, es suficiente para alterar la percepción que tiene tu cerebro de la estructura de tu boca.
Este cambio en la estructura es crucial. Tu cerebro está acostumbrado a una forma específica de tu labio, y cuando esta cambia, aunque sea mínimamente, tu capacidad para evitar morderte esa zona se ve comprometida. Es como si el mapa mental que tu cerebro tiene de tu boca se hubiera desviado, haciendo que sea más probable que vuelvas a morder ese punto.
La inflamación también afecta la movilidad de la boca. Los músculos alrededor de la lesión pueden tensarse o moverse de manera diferente debido al dolor o la incomodidad, lo que también contribuye a una mayor probabilidad de morderte nuevamente en el mismo lugar.
Es un círculo vicioso: la lesión provoca inflamación, la inflamación altera la estructura y movilidad de la boca, y esta alteración lleva a una nueva mordida accidental.
La adaptación del cerebro: cuando la memoria se convierte en un obstáculo
Nuestro cerebro tiene una increíble capacidad para adaptarse, pero esta adaptación puede jugar en nuestra contra en situaciones como esta. Después de la primera mordida, tu cerebro intenta recordar la ubicación de la lesión para evitar futuros daños.
Este proceso de memoria motora, donde el cerebro almacena información sobre movimientos específicos y su relación con ciertas partes del cuerpo, es generalmente útil.
Sin embargo, cuando se trata de una lesión en una parte tan móvil como el labio, esta memoria motora puede ser contraproducente. El cerebro, al enfocarse demasiado en evitar la lesión, puede en realidad estar dirigiendo tus movimientos de manera que aumente la probabilidad de que te muerdas nuevamente. Es un fenómeno similar a lo que ocurre en los deportes: cuando un jugador de fútbol se concentra demasiado en no fallar un penalti, esa atención excesiva puede causar que cometa el error que está tratando de evitar.
Este fenómeno es conocido como «ironía del control», donde el esfuerzo consciente por evitar un error hace que el error sea más probable. En el caso de morderse el labio, cuanto más consciente eres de la lesión, más probable es que te vuelvas a morder.
La percepción alterada del dolor y su impacto
Otro factor que contribuye a este ciclo es cómo percibimos el dolor después de la primera mordida. El dolor es una señal crucial que nos alerta de un daño potencial, pero también tiene un componente psicológico. Cuando experimentamos dolor, el cerebro no solo reacciona a la intensidad del estímulo, sino que también lo asocia con experiencias previas y anticipa la posibilidad de que el dolor vuelva a ocurrir.
Después de morderte el labio una vez, el dolor que sientes se convierte en una especie de «ancla» mental. Este ancla hace que seas más consciente de esa parte específica de tu boca. La percepción alterada del dolor puede llevarte a subestimar o sobrestimar la posición de la lesión, lo que puede resultar en que ajustes tus movimientos de manera incorrecta, aumentando las probabilidades de morderte nuevamente.
Se cree que la hipersensibilidad en áreas lesionadas puede causar una especie de «eco» del dolor, donde incluso un toque leve en la zona afectada se percibe como más doloroso de lo que realmente es. Este fenómeno también puede alterar la forma en que mueves la boca y la lengua, ya que subconscientemente intentas proteger la lesión, pero terminas exacerbando el problema.
El papel del estrés y la distracción
El estrés y la distracción también juegan un papel importante en este ciclo frustrante. Cuando estamos estresados o distraídos, nuestra capacidad para coordinar movimientos finos se ve comprometida. Esto significa que es más probable que cometas errores simples, como morderte el labio. Y si ya has sufrido una mordida reciente, el riesgo de hacerlo nuevamente aumenta.
El estrés también puede afectar la tensión muscular. Algunas personas tienden a tensar los músculos faciales cuando están bajo presión, lo que puede hacer que el movimiento de la boca sea menos preciso. Esto es especialmente relevante si consideramos que la mordida inicial probablemente ya ha causado alguna inflamación o cambio en la estructura del labio, lo que significa que cualquier movimiento descoordinado puede tener consecuencias más graves.
Además, cuando estamos distraídos, como durante una conversación animada o mientras pensamos en algo profundamente, nuestra mente puede no estar prestando suficiente atención a las señales de nuestro cuerpo.
La falta de atención a la tarea de masticar o mover los labios puede hacer que no notes la proximidad de la lesión hasta que ya es demasiado tarde.
La ciencia detrás de la mordida repetitiva
El ciclo de morderse el labio repetidamente es un ejemplo de cómo nuestros cuerpos y cerebros pueden, a veces, actuar en contra de nuestros mejores intereses. En su esencia, es un conflicto entre la necesidad de sanar y la realidad de que nuestras bocas están en constante movimiento y uso.
Incluso por experiencia propia, sabemos que las heridas en la boca son particularmente propensas a ser reabiertas debido a la naturaleza dinámica del entorno oral. Los labios, la lengua y las mejillas están en movimiento constante, lo que interfiere con el proceso de curación. Así, una lesión en la boca, como la causada por morderse el labio, tiene más probabilidades de ser nuevamente herida, en comparación con una lesión ubicada en otra parte del cuerpo, como en la piel del brazo o la pierna.
En el caso de morderse el labio, cuanto más consciente eres de la lesión, más probable es que te vuelvas a morder.
Este ambiente hostil para la curación se agrava aún más por la composición de la saliva, que contiene enzimas y otros componentes que pueden tener efectos tanto positivos como negativos en la curación de heridas.
Por un lado, la saliva contiene factores de crecimiento y proteínas antimicrobianas que pueden acelerar la curación. Por otro lado, la presencia de ciertas enzimas y bacterias puede complicar la curación en un ambiente oral.
Además, la boca es un lugar donde se acumulan bacterias fácilmente, lo que puede provocar infecciones menores que prolongan el dolor y la inflamación, aumentando las probabilidades de una nueva mordida.
¿Cómo evitar seguir mordiéndose el mismo lugar?
Si bien es difícil romper el ciclo una vez que comienza, hay algunas estrategias que pueden ayudar a evitar volver a morderte el mismo lugar en el labio. Una opción es tratar de reducir la inflamación lo más rápido posible, usando hielo o enjuagues con agua salada, para disminuir la hinchazón y volver a la forma normal de tu labio.
Otra estrategia es comer más despacio y ser más consciente de los movimientos de tu boca, especialmente en los días siguientes a la lesión inicial. Mantener la mente relajada y evitar distracciones al masticar también puede reducir la probabilidad de una mordida repetitiva.
Finalmente, es importante darle tiempo a la lesión para sanar por completo. Aunque puede ser tentador volver a tu rutina normal de inmediato, ser paciente y cuidar adecuadamente la herida puede evitarte muchas molestias
Aunque podamos pensar lo contrario, morderse el labio repetidamente después de una mordida accidental no es simplemente un caso de mala suerte. Es el resultado de una serie de factores fisiológicos y psicológicos que interactúan de maneras complejas.
Desde la inflamación y la alteración de la percepción hasta la memoria motora y el estrés, muchos elementos juegan un papel en este ciclo frustrante. Entender estas dinámicas no solo nos da una mayor apreciación de la complejidad de nuestros cuerpos, sino que también puede ayudarnos a encontrar formas más efectivas de romper el ciclo y sanar de manera más eficiente.
Referencias:
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