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domingo, septiembre 29, 2024

La historia del SAS, la pesadilla de los nazis en África

El lema “Who dares wins” (Quien se atreve gana) es una de las frases preferidas hoy en camisetas inspiracionales, e incluso hay quien se la tatúa en el brazo o el pecho. Pero es posible que no sepa quién la acuñó ni por qué.

Su autor fue un intrépido militar británico que, hastiado de su convalecencia en El Cairo a consecuencia de una herida al tirarse en paracaídas, concibió un arriesgado plan con el que minar el sólido funcionamiento de las fuerzas alemanas del Tercer Reich en África.

Misión en el norte de Túnez del Servicio Aéreo Espacial británicoGetty Images

Su nombre era David Stirling y el cuerpo de militares que iba a crear, el SAS, se convertiría más tarde en todo un mito. Hoy, el Special Air Service (Servicio Aéreo Especial) es reconocido como el pionero de los cuerpos de operaciones especiales, que sería copiado por multitud de ejércitos.

Pero en 1941 apenas era un proyecto personal de Stirling, por el que la burocracia del ejército no mostraba, en realidad, demasiado entusiasmo.

Un militar escocés de espíritu aventurero

David Stirling era el último de una larga saga familiar de oficiales escoceses al servicio de Su Majestad y había mostrado un temprano interés por las grandes aventuras: estaba preparándose para subir al Everest cuando la guerra estalló, y entonces se decidió a cambiar el Himalaya por el regimiento de los Guardias Escoceses, en el que se alistó.

No necesitaría mucho tiempo para encontrar una misión excitante: se presentó voluntario para una unidad llamada Comando 8, que junto con otras del mismo tenor acabaría formando la Layforce (Fuerza de Trabajo), un primer proyecto de unidad especial que tenía la misión de desestabilizar a las fuerzas del Eje interrumpiéndola comunicación entre sus bases y el frente, así como la de realizar intervenciones de asalto rápido, todo ello en el teatro de operaciones del Mediterráneo.

Se llegó a plantear que esta unidad se encargara de la invasión de la isla griega de Rodas, que desde el final de la I Guerra Mundial había quedado bajo soberanía italiana. Sin embargo, la idea no se llegó a materializar y poco a poco la unidad fue desmontada, y sus efectivos se desperdigaron en misiones diversas. El teniente Stirling se sintió frustrado.

Misión en el norte de Túnez del Servicio Aéreo Espacial británicoGetty Images

En su opinión, el Alto Mando había perdido una oportunidad. Estaba convencido de que una fuerza de pequeño tamaño, con soldados altamente motivados y capacidad de moverse rápidamente de un lugar a otro, podía infligir un gran daño al enemigo infiltrándose en el territorio dominado por él para atacar sus bases.

Al encontrarse éstas a muchos kilómetros del frente, podían resultar vulnerables ante operaciones relámpago, tan rápidas que, para cuando el grueso de las fuerzas enemigas reaccionara, los comandos británicos ya habrían desaparecido tan aprisa como habían llegado.

Arranca el plan engañando a los nazis

En particular, Stirling estaba convencido de que los aeródromos de las fuerzas alemanas en África podían ser una víctima perfecta para su estrategia. Caminando todavía con muletas tras su accidente en paracaídas, se dedicó a peregrinar por los despachos de los principales mandos del ejército británico en El Cairo para venderles la idea. 

Harto de soportar negativas, decidió abordar directamente a las máximas autoridades militares y, en un encuentro improvisado, consiguió interesar al general Neil Ritchie, vicecomandante británico en Oriente Próximo, que le facilitó el acceso al comandante en jefe, Claude Auchinleck.

Y éste acabó por concederle una pequeña fuerza de sesenta hombres para que pusiera en práctica su plan. A la unidad se la llamó Destacamento L de la Brigada Especial del Servicio Aéreo.

Archibald David Stirling (1915-1990), de origen aristocrático, cambió el montañismo por el ejército y creó un mítico cuerpo especial: el SAS.Getty Images

El nombre era bastante rebuscado y eso tenía un motivo: una de las obsesiones británicas en aquel momento era confundir a los alemanes para que creyeran que su Ejército del Aire contaba con una nutrida brigada de paracaidistas que operaba en el norte de África, algo que en realidad no era cierto.

Ya habían inventado una unidad falsa denominada Destacamento K, por lo que decidieron ampliar el engaño dando continuidad a la improvisada nomenclatura con esta nueva fuerza real.

Desastrosa primera misión

La primera misión de los hombres de Stirling fue un aterrizaje entre las líneas enemigas de los nazis que asediaban Tobruk, en noviembre de 1941. Se denominó Operación Squatter y estaba enmarcada dentro de una misión más amplia, la Operación Crusader, que intentaba romper el cerco establecido por Rommel en torno a la ciudad libia, que los británicos habían arrebatado previamente a los italianos.

El lanzamiento en paracaídas de los sesenta soldados de Stirling sobre los aeródromos de las poblaciones de Gazala y Tmimi resultó un desastre. Perjudicados por los fuertes vientos que soplaban en la noche del 16 al 17 de noviembre, cuando se realizó la operación, los comandos en muchos casos resultaron desviados de los objetivos en su descenso.

Se lanzaron asimismo en paracaídas explosivos, para que los hombres los pusieran en los aviones, pero estas cargas cayeron de forma muy dispersa, por lo que no pudieron ser recuperadas. Por si fuera poco, uno de los aviones que los transportaban fue derribado y murieron sus quince ocupantes.

Destacamento L. La primera unidad creada (arriba) recibió este nombre porque ya había un Destacamento K.Los Hombres del SAS (Editorial Crítica)

Después de tantos contratiempos, la primera operación del SAS se saldó con más de la mitad de la unidad –treinta y tres hombres– asesinada o capturada por el enemigo. Sólo veintidós soldados volvieron a la base. En 2016 se recuperó una foto inédita de ellos posando en el desierto –cansados, llenos de polvo y tostados por el sol–, con su comandante, el altísimo David Stirling, destacando en el centro.

A pesar del resultado negativo, el Alto Mando británico en la zona valoró el ímpetu y la osadía de Stirling y, considerando que sus acciones podían ser potencialmente muy dañinas para los nazis, se le permitió ampliar sus efectivos con algunos de los soldados que habían formado parte de la extinta Layforce. El mismísimo general Montgomery dijo sobre Stirling: “Este chico está bastante, bastante loco, pero en una guerra siempre hay lugar para la gente loca”.

“Taxis” para ir por el desierto

Pero lo cierto es que el coronel había aprendido de la experiencia y decidió sustituir los aterrizajes en paracaídas por desplazamientos sobre ruedas. Para ello recurrió a la colaboración del Grupo del Desierto de Largo Alcance (LRDG, en sus siglas inglesas), otra joven unidad fundada en 1940, que utilizaba camiones Chevrolet y Ford tuneados como vehículos militares para que pudieran soportar largos recorridos por el desierto.

Ellos se encargarían de transportar a los comandos hasta sus objetivos y de recogerlos para huir rápidamente en cuanto hubieran completado la misión. Por esta función, los integrantes del SAS solían llamar humorísticamente “Servicio de taxi del desierto de Libia” a sus compañeros del LRDG.

Con su nueva estrategia y renovados medios de transporte, la segunda misión de los hombres de Stirling iba a tener un signo muy distinto. Se puso en marcha tan sólo un mes después, en diciembre, y consistió en un ataque sorpresa –la Operación Green Room– sobre cuatro aeródromos alemanes cercanos a las costas de Libia, con el objetivo de destruir el mayor número posible de aviones enemigos. Para ello, los comandos llevaban bombas de explosión retardada, que debían colocar en los aeroplanos nazis.

Tres acciones espectaculares

El resultado fue espectacular: 14 aviones destruidos por las bombas y otros 10 inutilizados, alguno de ellos a base de golpear el salpicadero y el cuadro de mandos con los puños hasta destrozarlos, ya que no tenían suficientes bombas. Algunas fuentes señalan que en la operación no murió ningún británico, pero otras hablan de dos bajas.

En cualquier caso, se trataba de un balance tremendamente positivo, de forma que la confianza en los nuevos comandos fue en aumento. Ya en 1942, los miembros del Special Air Service realizaron otra destacada acción, esta vez sobre el aeródromo libio de Adjabiya. Fue una misión en la que tan sólo participaron cinco hombres: un oficial, dos sargentos y dos soldados rasos.

Sus “taxis” los dejaron a 16 kilómetros del objetivo, distancia que completaron a pie bajo una climatología fría y lluviosa, que sólo podían combatir a base de las pequeñas raciones de ron que llevaban consigo. Cuando a la mañana siguiente comprobaron que habían alcanzado el objetivo enemigo, tuvieron que esconderse durante todo el día, tendidos tras unas rocas, a la espera del cobijo de la oscuridad nocturna.

El general Claude Auchinleck (1884-1981)Getty Images

Luego colocaron ocho bombas con las que consiguieron destruir o dañar cuarenta aviones alemanes e italianos, además de su almacén de municiones, mientras huían tranquilamente en medio de las explosiones. Uno de los participantes en la misión, el sargento Jeff Du Vivier, escribió su testimonio de dicho momento: 

“¡Qué caos! Los pobres Jerries [uno de los motes con que se conocía a los soldados alemanes] estaban demasiado desconcertados con lo que estaba sucediendo como para preocuparse por cinco hombres de apariencia ordinaria que se apresuraban a abandonar el escenario de la devastación”.

Pero lo mejor estaba aún por llegar para el SAS. En la noche del 26 de julio de 1942, sus hombres atacaron el aeródromo de Sidi Haneish dentro de la Operación Acuerdo, liderada por Stirling en persona. Tras un intercambio de fuego, las fuerzas del SAS irrumpieron en el aeródromo y dividieron sus vehículos en dos columnas, una a cada lado del lugar, disparando contra los aviones allí estacionados.

Tal y como explica Manuel J. Prieto en su libro Operaciones especiales de la Segunda Guerra Mundial (La Esfera de los Libros, 2016), “disparar desde la pista a los aviones en tierra, quietos, mientras ellos se movían lentamente, era como participar en los juegos de tiro de las ferias: apuntaban a un avión, disparaban las ametralladoras Vickers que habían montado en los vehículos y, de repente, una vez tras otra, el avión en cuestión explotaba y comenzaba a arder”.

Un punto de inflexión en la Guerra de África

La huida resultaría un poco más difícil, ya que cuando abandonaron el aeródromo era prácticamente de día. Tenían instrucciones de esconderse camuflando los vehículos y de no volver a ponerse en marcha hasta la noche, puesto que durante el día hubieran sido un blanco muy fácil para los aviones alemanes, sedientos de venganza. No obstante, tomando estas precauciones, lograron volver a su campamento el 28 de julio.

La arriesgada acción del SAS había diezmado los aviones del aeródromo, destruyendo 37 de ellos, la mayoría bombarderos o de transporte pesado. Fue un éxito considerable que dañó gravemente la logística del Afrika Korps. Además, los comandos británicos tan sólo sufrieron una baja, un resultado prácticamente imposible si se hubiera lanzado una acción convencional contra el aeródromo.

El famoso y controvertido Monty, general y mariscal de campo británico protagonista de la guerra de África (arriba, en un tanque en noviembre de 1942), dio su apoyo a las “locuras” del SASGetty Images

Para muchos historiadores, este ataque sobre Sidi Haneish marcó un punto de inflexión en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial en el escenario norteafricano. El prestigio y la fama de Stirling se dispararon. Los alemanes comenzaron a conocerlo por el mote que le había adjudicado Edwin Rommel: “el Mayor fantasma”, por lo escurridizos que eran él y sus hombres.

Con este nuevo éxito en su haber, las peticiones de más recursos fueron atendidas enseguida. Sus comandos pasaron a llamarse desde entonces 1º del SAS e integraron en su seno a cuatro batallones británicos, uno francés y otro griego, además de una unidad de comando de la Marina llamada Special Boat Service (Servicio Especial de Embarcaciones).

El “mayor fantasma”, capturado

La presencia del SAS comenzaría a hacerse habitual en multitud de operaciones, como el raid sobre el puerto de Bengasi de septiembre de 1942 (Operación Bigamia). En una de ellas, en enero de 1943, los comandos llegaron hasta el norte de Túnez, donde debían cortar la línea de ferrocarril de Sousse.

Los lideraba una vez más el creador del cuerpo, David Stirling, que para entonces ya había sido ascendido a teniente coronel. Además de sabotear las comunicaciones alemanas, quería unirse al 2ª Regimiento del SAS, que lideraba su hermano Bill. Por entonces, al cuerpo de comandos se lo conocía como Stirling and Stirling.

Pero la suerte le volvió por primera vez la espalda al inaprensible oficial, que fue capturado junto a algunos de sus hombres en un uadi (rambla o cauce estacionalmente seco de un río) en el que se habían escondido y donde fueron descubiertos por los alemanes. Algunos de los miembros del grupo lograron huir y sobrevivieron gracias a la ayuda de los pastores de cabras locales, que les dejaron esconderse entre sus rebaños.

Stirling escapó asimismo de los alemanes, pero fue capturado de nuevo aunque esta vez por los italianos, que no dudaron en presumir ante sus aliados nazis de ser más eficaces que ellos en custodiar al “Mayor fantasma”.

Finalmente, los alemanes decidieron no correr más riesgos con un rival tan escurridizo y lo trasladaron a Alemania; concretamente, al temible castillo de Colditz, que se había habilitado como prisión de alta seguridad. Allí tendría que permanecer David Stirling hasta el final de la guerra.

A pesar de la ausencia de su fundador y líder, para entonces la maquinaria del SAS ya estaba muy rodada e iba a resultar imparable. Habían destruido 250 aviones enemigos en total. El hermano de Stirling continuó al frente de la 2ª unidad, mientras que de la primera se hizo cargo el mayor Paddy Mayne, un irlandés del Ulster que había sido reclutado por sus méritos en acciones de comando en Líbano contra los franceses del Régimen de Vichy.

Bajo su liderazgo, se decidió renombrar al cuerpo como Special Raiding Squadron (Escuadrón Especial de Raids), aunque la segunda unidad siguió manteniendo sus antiguas siglas. Las misiones asignadas se diversificaron, más allá de la guerra en África.

Así, los miembros del SAS dieron apoyo a la invasión de Sicilia en 1943 capturando baterías enemigas o tomando pequeños pueblos para facilitar la ocupación por el grueso de las tropas. Luego fueron asignados a cometidos en la península Itálica, donde cooperaron con los partisanos.

La élite del ejército británico

De todas formas, el potencial de los comandos para el sabotaje y la guerra entre líneas no fue plenamente aprovechado por el establishment militar, que los contemplaba como algo demasiado ajeno al academicismo de la guerra. Esto acabó por cansar a algunos, y en particular a Bill Stirling, que dimitiría de su puesto al frente de la 2ª unidad en 1944.

Finalmente, lograron tener una función bastante relevante en apoyo del desembarco de Normandía y de la posterior ocupación de Francia. Para entonces se recuperó la denominación de SAS y se los constituyó en brigada con un total de cinco unidades, dos de ellas formadas por franceses y otra por voluntarios belgas.

Todos ellos adoptaron en su organización el espíritu e incluso el lema (“Qui ose gagne”, en francés) de sus predecesores británicos. Los elusivos comandos del SAS se habían convertido para entonces en una constante molestia para las tropas de Hitler, protagonizando multitud de sabotajes.

El Führer había emitido una orden ya a finales de 1942 instando a que los enemigos capturados en raids y acciones encubiertas fueran “aniquilados hasta el último hombre” y dejando esta tarea en manos de la SD, la agencia de inteligencia de las SS. Algunas de estas ejecuciones fueron masivas: por ejemplo, una de 34 miembros del SAS en julio de 1944, u otra de 31 soldados en octubre del mismo año.

Enfrentados a un peligro suplementario, los comandos del SAS se convirtieron así en héroes: no sólo asumían las misiones más peligrosas en territorio hostil, sino que también se enfrentaban al máximo castigo. Con esta fama cimentada durante la II Guerra Mundial, el SAS es hoy todo un mito y sus hombres, la élite del ejército británico del siglo XXI.

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