La denominada Edad de Plata de la cultura española abarca el período comprendido entre el desastre colonial de 1898 y el inicio de la Guerra Civil en julio de 1936. En esta etapa emergieron grandes figuras de la literatura y del arte, como Federico García Lorca, Antonio Machado, Ramón María del Valle Inclán, Salvador Dalí o Luis Buñuel. En el caso de la investigación científica, esta floreció de tal forma que alcanzó las cotas más altas de la historia de la ciencia española, destacando la creación de la Escuela Histológica Española por parte de Santiago Ramón y Cajal, que fue galardonado con el Premio Nobel de Medicina, y dos de sus discípulos, Lorente de No y Río Hortega, nominados a dicho premio en varias ocasiones.
En este contexto, Joaquín Sorolla no actuó solo como retratista de las grandes figuras científicas del momento, sino que participó activamente en la creación de la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (actual Consejo Superior de Investigaciones Científicas, CSIC) y mantuvo un estrecho vínculo con las mentes investigadoras más brillantes de la época.
En el inicio, una amistad
El germen de la relación de Sorolla con la ciencia se encuentra en la amistad que mantuvo durante más de 25 años con el médico e investigador Luis Simarro. El interés de este por el ambiente artístico y cultural surge desde su infancia, ya que su padre fue el pintor valenciano Ramón Simarro. Gran coleccionista y con una vida social muy activa, a finales del siglo XIX Luis Simarro organizó tertulias en su casa madrileña a las que asistían figuras de la literatura, la ciencia y el arte como Giner de los Ríos, Ramiro de Maeztu, Nicolás Achúcarro o Juan Ramón Jiménez. En este domicilio, junto al que tenía instalado Luis Simarro su laboratorio de investigación, presenció Sorolla una escena que decidió trasladar al lienzo pintado del natural titulado Una investigación o el doctor Simarro en su laboratorio (1897).
Según palabras del propio Sorolla, el pintor estaba presenciando —como un espectador curioso— las lecciones impartidas por Simarro a sus discípulos cuando observó la agrupación ansiosa de todos ellos para observar el fenómeno que estaba describiendo el maestro. Esta escena es la que representó en la pintura. De acuerdo con el testimonio de Sorolla, «aquel grupo de cabezas inteligentes, ansiosas de saber, reunidas sobre el microscopio y heridas por la luz artificial, que iluminaba todo un arsenal de aparatos, frascos y reactivos, me impresionó agradablemente, sugiriéndome la idea del cuadro, que empecé a pintar enseguida».
Tras este episodio, Sorolla continuó acudiendo diariamente al laboratorio de Simarro en horario nocturno para concluir su obra; los científicos trabajaban centrados en sus investigaciones experimentales y el pintor valenciano en captar las líneas, luces y colores de sus rostros bajo la luz artificial del mechero Aüer. En Una investigación, Sorolla se decantó por una composición con un punto de vista alto para introducir al espectador en la escena. La fuente de luz artificial situada en el ángulo inferior izquierdo genera un fuerte contraste entre las manos del doctor, iluminadas intensamente mientras realiza la preparación de la muestra histológica que sería observada al microscopio, y las cabezas en penumbra de los discípulos que observan con interés desbordado su quehacer.
Varios historiadores han tratado de identificar a los discípulos retratados junto a Simarro y se han propuesto los nombres de Juan Madinaveitia, Nicolás Achúcarro, Eduardo García del Real, José García del Mazo y Valentín Sama Pérez. Sobre la mesa y en primer plano podemos encontrar elementos habituales en los laboratorios histológicos de la época: un microtomo empleado para la obtención de finas láminas de tejidos y una multitud de frascos de vidrio con reactivos químicos, cuyas tonalidades verdes y anaranjadas provocan un atractivo juego de reflejos con la amarillenta luz artificial.
Tras concluir el lienzo, Sorolla lo incorporó al conjunto de nueve obras que presentó en la Exposición General de Bellas Artes de 1897, celebrada en Madrid. La crítica consideró esta obra la más destacada entre las creaciones presentadas por el artista en el certamen. En la actualidad, Una investigación es un icono del fuerte impulso que vivió la actividad científica en España a finales del siglo XIX. Sorolla logró plasmar en una obra de indiscutible calidad pictórica la labor investigadora de destacados científicos españoles. Si bien en distintos enclaves europeos el interés por retratar la investigación de médicos o científicos había comenzado, principalmente, desde el Barroco, en España esta tradición estaba algo menos desarrollada, hecho que convierte a esta obra en un ejemplo de la vanguardia de la pintura del genio valenciano: un claro ejemplo de la fusión perfecta entre arte y ciencia.
Retratos científicos
Gracias a su amistad con Luis Simarro y a su participación activa en las actividades culturales del Ateneo de Madrid, Sorolla entró en contacto con otras grandes figuras de la Edad de Plata, destacando entre ellas el científico español más relevante del momento, Santiago Ramón y Cajal.
En 1906, Sorolla realizó uno de los retratos más difundidos del investigador aragonés, conservado actualmente en el Museo de Zaragoza. Fue pintado meses antes de que le fuera concedido el codiciado Premio Nobel de Medicina en reconocimiento a su trabajo sobre la estructura del sistema nervioso. En este retrato, Sorolla captó al investigador recostado en un sillón de su despacho, ataviado con un traje oscuro y envuelto en una capa, vestimenta alejada del atuendo habitual que portaba en sus labores experimentales en el Laboratorio de Investigaciones Biológicas, consistente en un sencillo gabán que denominaba «el Saco». El punto de mayor luminosidad de la obra coincide con el rostro de Cajal, que mira con franqueza al espectador esbozando una ligera sonrisa, rictus nada acostumbrado en los retratos pictóricos y fotográficos del investigador aragonés, en los que con frecuencia mostraba una seriedad solemne.
En el ángulo superior derecho, Sorolla representa uno de los dibujos histológicos de Ramón y Cajal más difundidos, en el que se recoge la estructura del cerebelo con los diferentes tipos de células nerviosas de este órgano y su disposición en forma de capas. La calidad artística de los dibujos de Cajal ha sido reconocida en fechas recientes con la realización de exposiciones individuales de sus obras en la Universidad de Nueva York (NYU) y el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Importantes medios como el New York Times o USA Today han incluido estas muestras de dibujos de Cajal entre las exposiciones artísticas más destacadas en Estados Unidos, haciendo justicia a un talento que había sido olvidado por la historiografía científica y artística.
En el lienzo titulado Retrato de Santiago Ramón y Cajal confluyen, por tanto, la inmensa calidad como retratista de Joaquín Sorolla con la genial aplicación de la vocación artística de Cajal a la investigación científica en el estudio del tejido nervioso. Sorolla completó la composición situando libros y papeles debajo del dibujo del cerebelo, pero decidió no retratarle junto al instrumento científico que acompaña a este científico en la mayoría de sus retratos, su inseparable microscopio, dando a la obra, por tanto, un aire más íntimo y personal.
Sorolla presentó el Retrato de Cajal en una de las exposiciones más relevantes de su trayectoria artística, la celebrada en 1906 en la Galería Georges Petit de París. El retrato del investigador fue adquirido por 5.000 pesetas por el empresario Pedro Gil de la Mora, amigo íntimo de Sorolla.
Fomentando la ciencia y la cultura
En 1907, el año posterior a la realización del Retrato de Ramón y Cajal, Sorolla fue designado vocal de la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE), que estaba presidida, precisamente, por el Premio Nobel aragonés. Esta institución, creada por orden del ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, el también médico e investigador Amalio Gimeno, recogía los ideales liberales y renovadores promulgados por la Institución Libre de Enseñanza. Entre los vocales que participaron, junto a Sorolla, en la Junta para la Ampliación de Estudios desde su fundación, destacaban personalidades como Menéndez Pelayo, José Echegaray, José Ortega y Gasset, María de Maeztu, Joaquín Costa y el propio Luis Simarro. La principal labor de la institución consistió en la concesión de pensiones y ayudas a científicos y artistas para que pudieran completar su formación en centros extranjeros. Otra de las grandes tareas abordadas por la JAE fue la creación, en 1911, de la Residencia de Estudiantes de Madrid, epicentro de las primeras etapas creadoras de Salvador Dalí, Luis Buñuel y Federico García Lorca.
Según atestigua la correspondencia entre Sorolla, Ramón y Cajal, como presidente de la Junta para Ampliación de Estudios, y José Castillejo, secretario de la JAE, la labor del pintor en la junta consistió en valorar las obras presentadas por jóvenes pintores y elaborar una lista de estudiantes de Bellas Artes merecedores de ser galardonados con pensiones para ampliar sus estudios fuera de las fronteras españolas. Sorolla realizó esta labor desde 1907 hasta 1920, año en que sufrió el ataque de hemiplejia que le obligó a retirarse de la JAE y de su actividad artística.
En la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, Sorolla trabajó también junto a otros dos grandes nombres, José Echegaray y Leonardo Torres Quevedo. Aunque reconocido con el Premio Nobel de Literatura en 1904, José Echegaray realizó su labor docente e investigadora en el campo de las matemáticas (fue uno de los científicos más revolucionarios en este campo a inicios del siglo XX). Tras la concesión del Nobel, el Casino de Madrid encargó a Sorolla la realización del Retrato de José Echegaray (1905). En esta obra, Sorolla representó al científico y dramaturgo sosteniendo un cigarrillo mientras se encontraba recostado cómodamente en un sofá. Destacan la sobriedad y el carácter etéreo del fondo —de clara influencia velazqueña, abordado con largas pinceladas en tonalidades grisáceas— y los toques de luz con los que Sorolla resalta los objetos más personales, como el anillo de la mano izquierda o la empuñadura de plata del bastón que sostiene en la mano derecha.
En el caso del Retrato del ingeniero cántabro Leonardo Torres Quevedo (1917), situó al retratado junto a dos de sus invenciones más destacadas: el dirigible Astra-Torres, utilizado por los ejércitos inglés y francés en la Primera Guerra Mundial, y —en el ángulo inferior derecho— el husillo sin fin, empleado en sus máquinas algebraicas. De esta forma, Sorolla recoge por primera vez en un lienzo la obra pionera de este científico en los campos de la aeronáutica y la automática (no en vano, fue considerado a nivel internacional como uno de los precursores de la cibernética y la informática).
Esta obra formaba parte del conjunto de retratos de personalidades españolas encargado por la Hispanic Society de Nueva York. Pintados en la última etapa de la trayectoria artística de Sorolla, este conjunto de retratos se caracteriza por fondos con vivos coloridos y que incluyen elementos representativos del retratado, una pincelada menos empastada que la de la etapa de plenitud del artista y un encuadre de tres cuartos. Tras el fallecimiento de Sorolla, la Hispanic Society abonó a su familia 30.200 dólares por el conjunto de veinticinco retratos, entre los que destacan, además, los de Emilia Pardo Bazán, Pío Baroja y Juan Ramón Jiménez. Por lo tanto, Joaquín Sorolla trasladó a sus lienzos a los principales estandartes de la ciencia y la tecnología españolas, recogiendo en ellos no solo su aspecto físico, sino elementos claves de sus aportaciones más relevantes, logrando una conjunción interesantísima entre ciencia y arte.
Más que un mero testigo
Sorolla, por tanto, no actuó como un simple testigo. Sus obras son fruto de la intensa relación de amistad que mantuvo con investigadores y científicos. Dignifica su papel en la evolución de la ciencia en nuestro país, como representantes de un período de esplendor de la cultura hispánica antes de la llegada de la Guerra Civil. Su curiosidad por el saber, por el desarrollo de otras disciplinas, pudo influir, sin duda, en su evolución artística así como en su crecimiento intelectual, clave en la renovación de la pintura española del momento. Por ello, no quisiéramos concluir este texto sin volver a remarcar su activo e intenso trabajo en las actividades de la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, labor que muchas veces ha pasado desapercibida para la historiografía artística y que da aún mayor valor y relevancia a la pintura del valenciano.