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sábado, septiembre 7, 2024

Convirtiendo el Mediterráneo en arte, Sorolla y el mar

En 1878, Sorolla ingresó en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos, una institución clave para su formación con ciertos aires de modernidad gracias a la labor de uno de sus profesores, Gonzalo Salvá Simbor (1845-1923), quien, habiendo estado en París y conocido L’ École de Barbizon, instauró en Valencia el plein air o pintura al aire libre. Fue uno de los primeros que alentó a sus discípulos a salir al campo y trabajar las obras en contacto directo con la naturaleza.

Paisaje con montañas, Negrete (1909), por Gonzalo Salva Simbor, que introdujo el plen air en Valencia. Foto: AGE.

Un asunto menor

El género del paisaje resultó central en la evolución de la pintura moderna: considerado menor por la Academia hasta el siglo XIX, fue en cambio colocado por el realismo en la vanguardia de la innovación y la experimentación. De esta manera, el mar, uno de sus asuntos favoritos, llena enteramente la producción de Sorolla: en algunas de sus obras más conocidas, pintadas en las playas y acantilados de Jávea, Valencia, Asturias, San Sebastián, etc., aparecen a veces pescadoras, niños que juegan y se bañan o personajes elegantes que disfrutan de la reciente costumbre del veraneo en la costa.

Por eso, a partir de 1894, su obra relacionada con los asuntos de corte costumbrista sufre una transformación: comienza lo que se ha denominado costumbrismo marinero, aquel que trata de las gentes del mar. La idea primera no es de Sorolla sino del pintor Ignacio Pinazo Camarlench (1849-1916), que la desarrolla en pequeño formato, pero es Sorolla quien la conduce a sus más amplias representaciones a partir del cuadro La vuelta de la pesca, adquirido por el gobierno francés tras obtener una segunda medalla en el Salon des Artistes Français de París en 1895.

Ese mismo año de 1895, Sorolla pasó parte del verano en las playas de Valencia, donde pinta Pescadores valencianos y escribe a su amigo Pedro Gil Moreno de Mora describiendo el cuadro como «de pescadores limpiando dentro del agua sus trastos de pescar». El mar y la luz de la mañana se convierten en verdaderos protagonistas de sus obras, que reflejan, a pesar de lo duro de los trabajos en el mar, una gran vitalidad y un deleite ofrecido por la luz del Mediterráneo. 

La luz de la mañana mediterránea baña el trabajo marinero en Pescadores valencianos (1895). Foto: ASC.

Esta temática se mantendrá en su obra hasta el final de su vida con distintas y variadas versiones y de ella surgirá el tema de playa, cuya primera manifestación se encuentra en El baño o Viento del sur, de 1899. Pero ya antes de esta fecha se interesa por los efectos de la luz, y en sus lienzos se aprecian avances que alcanzan su punto culminante en Cosiendo la vela, de 1896, donde la tela expuesta en el suelo hace las veces de gran pantalla que ilumina toda la composición al reflejar la luz solar.

Aguas mediterráneas

La belleza de las aguas de Jávea y su peculiar colorido cautivó totalmente a Sorolla, que viajó varios veranos a pintar en sus costas tras su primera visita de 1896 y las posteriores de 1898 y 1900. Pintado en 1896, el óleo sobre tabla El cabo de San Antonio, Jávea es buen ejemplo del uso por Sorolla de estas «notas de color», como él las llamaba, que por su tamaño permitían recoger con rapidez las impresiones más directas del natural y que utilizó toda su vida. A partir del año 1904, el tema de la playa se independiza de las escenas del costumbrismo marinero que había iniciado diez años antes y realiza ya las composiciones, llenas de luz y color, que mayor fama le dieron.

Cabo de San Antonio, Jávea (1905). Foto: Album.

Fue durante el verano de 1905 cuando desarrolló una extensa producción en torno a esta pequeña localidad alicantina a la que se trasladó con su familia. Sorolla la describiría como «sublime, inmensa, lo mejor que conozco para pintar» o «como este es el sitio que soñé siempre para pintar, mar y montaña, ¡pero qué mar!». Allí el pintor abordó con entusiasmo los temas de nadadores en sus aguas verde esmeralda, experimentando con una paleta más brillante y oscura y profundizando en el estudio de la luz y en el movimiento. Con ese paisaje como inspiración, Sorolla inició una de las campañas más fructíferas de su carrera. Ese verano pintó treinta cuadros y sesenta y cinco apuntes o notas de color, ya con vistas a su exposición de 1906 en París. En Jávea el fondo del mar es de roca, y sobre ese fondo, oscuro y limpio, el agua se mantiene cristalina y adquiere tonalidades intensas: esa transparencia será uno de los temas de sus cuadros de ese verano, así como los reflejos que los colores de las rocas arrancan a la «esmeralda gigantesca» de las aguas y los infinitos matices del profundo azul, que él recoge con largas y precisas pinceladas.

Uno de los más hermosos de la serie es Clotilde y Elena en las rocas de Jávea, en el que las figuras de su esposa y su hija pequeña trepan por las rocas de la escarpada costa de Jávea en un momento en que ya cae la tarde, dejando las figuras en sombra mientras la roca dorada y rojiza recoge los últimos resplandores. Otro, Rocas de Jávea y bote blanco, con una rocosa cala inundada de la caricia solar del Mediterráneo, que se refleja en el agua en forma de pinceladas de múltiples colores como fuertes amarillos en las zonas menos profundas hasta los violetas de las zonas más recónditas. En mitad de este paisaje, de pinceladas breves y colores complementarios, una solitaria barca blanca en medio de las aguas transparentes nos recuerda la presencia humana en este lugar. 

Clotilde y Elena en las rocas de Jávea (1905). Foto: ASC.

Por su parte, en El bote blanco. Jávea, la visión de las figuras en movimiento a través del mar transparente y a su vez en una ondulación constante da prueba de la audacia técnica de Sorolla, que reproduce fielmente ese hacerse y deshacerse de las siluetas, los tonos translúcidos de los cuerpos sumergidos y los inquietos reflejos del bote sobre la superficie con un color blanco desgastado por la acción del mar. Visto de cerca, el cuadro revela la rapidez del pintor, que aplica ágiles pinceladas verticales que dejan ver el lienzo, y las libres y gruesas pinceladas curvas y horizontales que las cubren reproduciendo el movimiento del agua. Además, Sorolla se apasiona con el desafío de pintar bajo las aguas transparentes el doble movimiento de los cuerpos infantiles que juegan y de las olas que descomponen y recomponen sus siluetas.

Nadadores, Jávea es uno de sus cuadros más famosos y se conserva en el estudio original donde trabajaba el artista. El argumento de la obra son dos niños nadando hacia una roca que asoma en el ángulo superior izquierdo; sin embargo, el verdadero tema es el efecto de la luz atravesando el agua en movimiento y deshaciendo los contornos de los cuerpos infantiles que se fragmentan y descomponen en brochazos certeros y seguros, de intensos verdes, naranjas, azules y malvas.

Nadadores, Jávea (1905). Foto: ASC.

Niños en el mar

No hay tema que caracterice más a Sorolla que el de los niños en el mar, y pocos pintores han dibujado con más gracia los perfiles suaves de sus cuerpos moviéndose en el agua o junto a ella.

Nadadora, Jávea forma parte del numeroso conjunto de estudios y bocetos preparatorios que realizó en este período. En este caso, centra la composición la figura de una muchacha que nada durante el crepúsculo sobre las aguas de un acantilado a la vez que el sol produce sorprendentes reflejos sobre el mar. A través de la elegante ondulación de la composición y el audaz contraste de luces, se nos remite a los principios del modernismo y al tono sugerente empleado por los simbolistas. 

Nadadora (1905). Foto: ASC.

Se conservan ejemplos importantes de este mismo año en diferentes colecciones como Rocas del cabo. Jávea, Las rocas del cabo. Jávea, Reflejos del cabo. Jávea o Cabo de San Antonio, Jávea, entre otros. Unas pinturas donde se atreve a captar el sol implacable del mediodía del Mediterráneo como en el cuadro aparecido en Sotheby’s London, el 12 de diciembre de 2018, Chico con sombrero, Jávea, pintado en la localidad costera cuando se encontraba veraneando allí invitado por su amigo Julio Cruañes. De esta misma etapa son El baño, Jávea, una de sus obras maestras, y William E.B. Starkweather pescando.

Pequeños apuntes

Además de los lienzos, Sorolla aprovechó para realizar numerosos bocetos de nadadores o niños jugando en la orilla del mar, como excusa para investigar la transparencia del agua y los efectos del sol sobre la piel bajo su superficie. A través de estos apuntes, que serán presentados en la exposición de la parisina Galerie Geoges Petit en 1906, captó la experiencia fugitiva y la frescura de estas escenas espontáneas de playa. Para entonces ya había dado un giro decisivo hacia los temas que le ofrecían mayores seducciones y desafíos visuales: las variaciones de la luz a lo largo del día y de las estaciones, el color de las sombras, los reflejos y transparencias del agua, los contraluces, las audacias cromáticas tanto de los amplios espacios del mar como de las playas. Estas obras de pequeño formato le sirvieron como preparación para composiciones más ambiciosas y, a su vez, fueron cobrando independencia respecto de los lienzos de mayor envergadura. Destacan notas de color, todas ellas pintadas en 1905 y conservadas en el Museo Sorolla, como Mar de Jávea, Mar, Noche en Jávea, Chicos nadando, Chicas nadando, Playa de Jávea, Después del baño, Reflejos sobre el mar, etc.

Estudio para Triste herencia (1908). Foto: AGE.

Éxito en el extranjero

En el triunfo internacional de Sorolla, con su presencia en los Salones de París, en la Secesión de Berlín, Múnich y Viena, así como en la Bienal de Venecia, tuvieron gran importancia sus obras de mar, como, por supuesto, la tuvieron en sus exposiciones individuales de París y Alemania. Tras años de trabajo y preparación, el pintor comenzó a presentar sus obras en el Salon des Artistes Français, la exposición más importante a nivel internacional de arte moderno y el lugar en el que había que triunfar si uno quería tener fama. Los premios se sucedieron, hasta que en 1906 inauguró con enorme éxito su primera gran exposición monográfica en la Galería Georges Petit, la más importante de París, con unas obras que descubrieron su evolución: desde sus primeros trabajos de carácter social hasta sus experimentaciones de luz y color en las escenas de mar.

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