Pocas broncas en la ciencia española han trascendido tanto como la de Santiago Ramón y Cajal y Pío del Río Hortega hace más de 100 años. Un enfrentamiento que llevó al primero a decretar la expulsión del segundo de las instalaciones del Laboratorio de Investigaciones Biológicas, espacio que ambos compartían.
De hecho, los laboratorios eran dos. Por un lado estaba el de Investigaciones Biológicas, creado por Real Decreto como uno de los emblemas del sistema nacional de ciencia en el arranque del siglo XX; y, por otro, el de Histología Normal y Patológica que Pío del Río Hortega pasó a dirigir en 1919, tras la prematura muerte de su anterior director y colega de Cajal: Nicolás Achúcarro. Este segundo laboratorio, peor dotado económicamente, estaba, por decirlo de alguna forma, «de prestado» en las instalaciones del flamante laboratorio dirigido por Cajal. Habían convivido durante años compartiendo parte del personal técnico, instalaciones y resultados científicos. Al fin y al cabo, ambos laboratorios tenían entre sus líneas prioritarias de investigación la compresión del sistema nervioso, de manera que la colaboración científica resultaba natural. Así era cuando Pío del Río Hortega (Portillo, Valladolid, en 1882) llegó a Madrid tras renunciar a la medicina rural y tomar la decisión de dedicarse a la investigación de los tejidos y no a la asistencia clínica.
El primer trabajo con Achúcarro
Doctorado en 1912, Río Hortega llegó con la intención de trabajar lo más cerca posible de aquel sabio legendario que era ya Cajal a sus 60 primaveras. No encontró hueco entre sus colaboradores directos, pero sí al lado de Nicolás Achúcarro, con el que trabajó mano a mano para intentar caracterizar lo que se conocía como «tercer elemento», aquella parte del sistema nervioso que los microscopios ópticos no conseguían ver. Y en ello estaban cuando Achúcarro enfermó y murió en 1918. Entonces, a propuesta de Ramón y Cajal, Río Hortega asumió la dirección del Laboratorio de Histología Normal y Patológica.
Apenas llevaba un año al frente del equipo y hablándole a Cajal de tú a tú —con toda la distancia social que los protocolos de la época marcaban— cuando el enfrentamiento de Río Hortega con el conserje del Laboratorio de Investigaciones Biológicas acabó con un enfado monumental del nobel y la decisión de poner a los histopatólogos de patitas en la calle, si se puede llamar calle a unas nuevas instalaciones en la Residencia de Estudiantes, porque esa fue la solución final: buscar otro emplazamiento al laboratorio y los colaboradores del científico vallisoletano para evitar nuevos roces y broncas.
Los ingredientes para recomponer este «salseo» centenario hay que buscarlos en la autobiografía El maestro y yo, escrita por Pío del Río Hortega desde su exilio en Argentina, en los epistolarios de Cajal, leyendo entre líneas en los recuerdos de Severo Ochoa y, sobre todo, prestando atención al contexto histórico y científico en el que tuvo lugar el «divorcio». Y sabiendo que, como en cualquier ruptura, siempre seguirán existiendo dos versiones de los hechos.
En la versión simplificada, lo que ocurrió fue que Río Hortega quiso meter en vereda al conserje del laboratorio, Tomás García de la Torre, abroncándole por ciertas prácticas poco profesionales. Buscó el apoyo de Cajal en la reprimenda, pero no calculó cuánto estimaba el nobel a García o las pocas energías que le quedaban para andar cambiando el funcionamiento del laboratorio cuando estaba a punto de cumplir 70 años. Así que Cajal, en lugar de ponerse del lado de Río Hortega, lo que hizo fue mandarle una primera carta donde le decía que para evitar problemas lo mejor sería buscar una ubicación nueva. Al poco tiempo, rectificó en su defensa del conserje y le exigió que se disculpara explícitamente con Río Hortega. Sin embargo, la idea del traslado quedó ya planteada.
El asunto debió trascender en el laboratorio y los dimes y diretes fueron calentando el ambiente. Tanto pudo la rumorología que don Santiago, prudente en su primera respuesta, acabó agarrándose un cabreo de premio Nobel y escribió una carta especialmente dura en la que acusaba a Río Hortega de desleal y de haberle criticado a sus espaldas y, ahora sí, le mandaba a paseo. Según relató Severo Ochoa en el prólogo que hizo al primer manuscrito de El maestro y yo, Pío enfermó a consecuencia del berrinche, cayendo en una depresión que le mantuvo semanas en cama. Momento crítico de su vida del que salió gracias al cuidado de quien fue durante 25 años su pareja sentimental: Nicolás Gómez del Moral.
En su relato de los hechos, Río Hortega admitió haber vivido ese momento con dolor. Siempre se sintió víctima de envidias e intrigas por parte de algunos de los colaboradores de Cajal, especialmente, de Jorge Francisco Tello, quien asumiría la dirección del Laboratorio de Investigaciones Biológicas a la muerte del nobel.
¿Qué tenía el vallisoletano para levantar tanta inquina?
Cualquiera que haya trabajado u observado de cerca a un equipo de investigación sabe que la labor científica tiene poco que ver con esa inmaculada imagen que se traslada de ella cuando se habla de la CIENCIA, con mayúsculas y sin profundizar demasiado en su complejidad. Pero lo cierto es que, como cualquier actividad humana, la ciencia se impregna de las virtudes, pero también de las miserias de quienes la hacen. Y en los laboratorios creados por la Junta de Ampliación de Estudios (JAE) a partir de 1907, cuando se diseña el sistema estatal de ciencia que de alguna forma aún perdura, las miserias se parecían mucho a las que puedan verse en cualquier laboratorio del mundo en este mismo momento. La colaboración científica es fruto de la conversación y de la confrontación de ideas, pero también de las afinidades personales, de las simpatías y, sobre todo, de un cúmulo de circunstancias no siempre programables.
Por eso, cabe preguntarse ¿qué tendría Río Hortega para gustar tan poco a algunos colaboradores de Cajal? Resulta imposible responder objetivamente a esa pregunta, solo cabe hacer suposiciones a partir de algunos datos. El más llamativo es la extraordinaria productividad científica de Pío del Río Hortega, comparado con el resto de científicos de su entorno. En solo ocho años había logrado publicar casi medio centenar de trabajos con resultados determinantes para el avance del conocimiento. Los más importantes fueron de hecho publicados en el mismo tiempo en el que se produjo la bronca con Cajal.
Para aquel entonces, el vallisoletano ya había logrado perfeccionar un sistema de tinción y preparación de tejidos para su observación bajo el microscopio óptico que superaba a los creados por Cajal y Achúcarro. De hecho, fue ese avance técnico el que le permitió alcanzar el logro por el que ha pasado a la Historia Universal de la Ciencia: el descubrimiento y caracterización de la microglía y la oligodendroglía, que describió con todo detalle en un artículo científico publicado en 1920 en el número 9 de la revista Trabajos del Laboratorio de Histopatología titulado «El tercer elemento de los centros nerviosos».
Es decir, que el mismo año en el que Cajal y sus colaboradores deciden que quieren a Río Hortega a kilómetros de distancia es precisamente el año en el que el vallisoletano logró completar el mapa del sistema nervioso y revolucionar para siempre la neurociencia al describir y caracterizar la microglía —conocida como «Células de Hortega»— en procesos patológicos. Hallazgo que publicó en una revista propia creada a imagen y semejanza de Trabajos del Laboratorio de Investigaciones Biológicas, toda una declaración de independencia.
El ninguneo De Santiago Ramón y Cajal
Aquel hallazgo fue, a priori, ninguneado por Ramón y Cajal y por sus colaboradores. El primero escribió un artículo en la revista de su laboratorio en el que resta importancia al descubrimiento y señala que se trata de una revisión de lo ya descrito por William Ford Robertson como mesoglía veinte años antes, pero no era así. Robertson había abierto el camino, efectivamente, pero nunca explicó qué era la microglía y mucho menos su papel como parte del sistema inmunitario del sistema nervioso.
El hallazgo de Río Ortega ha facilitado la comprensión de los procesos patológicos que hay detrás de diferentes tipos de cáncer o de lesiones neurológicas e incluso de enfermedades autoinmunes del sistema nervioso como la esclerosis múltiple. Sus ideas fueron asumidas rápidamente por la comunidad científica europea y americana con expectación. En los laboratorios alemanes de los años veinte se llamaba «horteguear» al método de tinción que diseñó Río Hortega y cientos de estudiantes solicitaban realizar estancias en España para conocer el Laboratorio de Histopatología, mientras quienes le habían tenido a pocos metros seguían sin encontrar la manera de colaborar con él.
Una época intensa intelectual y políticamente
Las razones para ese ninguneo no se sostienen científicamente. Sobraban razones para admirar el trabajo de Río Hortega. Entonces ¿qué hubo detrás del empeño de algunos por mandar lejos a Río Hortega? De nuevo, la respuesta es imposible, aunque se podría intentar buscar en las afinidades ideológicas. Los años veinte y treinta son décadas de intensos debates intelectuales, sociales y políticos a los que la comunidad científica no fue ajena. Jorge Francisco Tello, por ejemplo, fue blanco de duras críticas por parte de intelectuales socialistas por la gestión que hizo al frente del Instituto de Salud Pública durante la epidemia de gripe de 1918 y, sobre todo, por aprovechar sus contactos y conocimientos para crear una empresa privada para el comercio de sueros y vacunas.
Sin llegar a militar expresamente en ningún partido, Río Hortega participó de aquel ambiente. Tomó partido formando parte de los promotores de la Asociación de Amigos de la Unión Soviética y se mantuvo del lado del gobierno democrático de la II República Española durante la guerra y el exilio. Pero parece poco probable que sus problemas con el equipo de Cajal tuvieran relación con sus ideas políticas, ya que su posicionamiento no fue claro hasta años después y la mayoría de los científicos de los laboratorios eran de ideas progresistas, como el propio Cajal.
Un problema estrictamente personal
Los motivos para la falta de conexión no pueden ser más que personales. Su carácter introspectivo pudo tener que ver, como también su obsesiva manera de trabajar ¿Y su homosexualidad? Ahí radica uno de los debates más recientes sobre la recuperación de la figura de Pío del Río Hortega, referente para la comunidad científica LGTBIQ. El científico vivió con naturalidad, aunque discretamente, su relación con Nicolás Gómez del Moral, con quien compartió 25 años de vida en común, con quien se exilió en Argentina y a quien presentó como compañero a colaboradores científicos internacionales. En un tiempo en el que la homosexualidad era entendida como una patología por la ciencia oficial es posible que algunos de los investigadores con los que compartió aquellas instalaciones de las que fue desterrado no vieran en él a la persona, sino al «enfermo».
De la versión de Cajal sobre la bronca quedan pocos testimonios más allá de sus cartas. Por cierto, que escribió una última para Río Hortega serena y conciliadora donde admitía que se le había ido de las manos y que se había dejado llevar por los rumores, aunque mantuvo la decisión de buscar una nueva localización al Laboratorio de Histología. En sus memorias se refiere siempre con respeto y admiración hacia sus logros científicos. Su decisión, aunque motivada por la bronca, sirvió, sin embargo, para que Pío del Río Hortega lograra su independencia científica e intelectual y pudiera gestionar el Laboratorio de Histopatología como una escuela de conocimiento propia, en un ambiente colaborativo y cosmopolita. Un modelo desmantelado por completo por la dictadura franquista, aunque esa es otra bronca.