Segismundo Moret y Prendergast figura como uno de los políticos más trascendentes e influyentes de las últimas décadas del siglo XIX y primera del XX, ocupando numerosos cargos de gran relevancia, desde el reinado de Amadeo I hasta Alfonso XIII, entre ellos los de ministro de diversas carteras en varias ocasiones, embajador o presidente del Consejo de Ministros (actual jefatura del Gobierno) en tres ocasiones.
Fue precisamente cuando fue escogido por primera vez para presidir el gobierno, en 1906, el momento en el que decidió poner todo su empeño para que Santiago Ramón y Cajal aceptara hacerse cargo de una de las carteras ministeriales que consideraba más importantes y relevantes de su gabinete: el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes; el equivalente al actual Ministerio de Educación y que tan solo llevaba en marcha seis años (desde abril de 1900), tras haber dejado de ser un simple departamento del Ministerio de Fomento, para tener entidad propia y poder dotar a la educación en España de todos los recursos necesarios.
Una propuesta… ¿irrechazable?
Consideraba al científico como uno de los hombres más ilustrados, sensatos y profundamente patriotas que conocía, además de sentir una gran admiración y ser amigo personal. Acababa de recibir el Premio Nobel de Medicina y, por tal motivo, Moret insistió repetidamente para que Ramón y Cajal aceptara su encargo. Una de las primeras veces fue durante un encuentro en el Ateneo madrileño, donde ambos acudían con asiduidad, siendo contestado cortésmente con evasivas por parte del ilustre científico, quien tenía claro que su lugar estaba lejos de despachos y cargos políticos, no habiendo manera más útil de servir a España que desde y por la ciencia.
En una reunión celebrada en su residencia, en marzo de 1906, Moret intentó nuevamente alentar a Cajal a ser ministro con las siguientes palabras, tal y como recogió años después el científico en Recuerdos de mi vida: «Con frase inflamada en sincero patriotismo, expuso las grandes reformas de que estaba necesitada la enseñanza, encareciendo el honor reservado al ministro que las convirtiera en leyes; añadió que también los hombres de ciencia se deben a la política de su país, en aras del cual es fuerza sacrificar la paz del hogar, cuanto más las satisfacciones egoístas del laboratorio; y citóme, en fin, para acabar de seducirme, el ejemplo de M. Berthelot y de otros grandes sabios, que no se desdeñaron para elevar el nivel cultural de su país, en formar parte de un gobierno. […] En cuanto se plantee la próxima crisis, usted será mi ministro de Instrucción pública. Y embobado por la magia de su palabra y por el ascendiente de su talento me abstuve de contradecirle».
Reconoció Cajal que aquellas palabras casi lo convencen y a pesar de lo tentadora que era la oferta de hacerse cargo de un ministerio de reciente creación, tan necesario y, además, tener carta blanca para poder moldearlo a su gusto y (buen) criterio, decidió, una vez más, no aceptar tal ofrecimiento. Su lugar no estaba en la vida política. Además, la inestabilidad y desorganización reinante dentro del Partido Liberal, que gobernaba, podría hacer que los planes de Moret no se llevaran a cabo y su presencia en el gobierno como ministro de Instrucción Pública fuese vista por sus amigos, compañeros de profesión e incluso políticos de carrera, como una intromisión, quedando ante ellos como un vulgar oportunista ambicioso. Y así lo expresó posteriormente en el citado libro autobiográfico: «Ante mis compañeros de profesión, y, sobre todo, a los ojos de los políticos de oficio, iba yo a resultar no un hombre de buena voluntad vencido por las circunstancias, sino un vulgar ambicioso más. Y esto repugnaba a mi conciencia de ciudadano y de patriota».
Los aprovechados de la política
A lo largo de su vida, Ramón y Cajal había criticado con dureza a los que llegaban a la política para servirse de esta. Entre las numerosas máximas que popularizó destaca la que aparece recogida en su obra Los tónicos de la voluntad (1923): «Muchos parecen ocupar un puesto no para desempeñarlo, sino para cobrarlo y tener de paso el gusto de excluir a los aptos». Y nada más lejos de su intención que ser señalado como un intruso que ocupaba un cargo que no le correspondía.
No obstante, Cajal, lejos de tener la intención de enojar a su amigo, le ofreció sus conocimientos y consejos para la puesta en marcha de algunas necesarias reformas universitarias, la creación de juntas de estudios o el becar y subvencionar a estudiantes e investigadores con el fin de que estos pudiesen desarrollar parte de su carrera o formación en prestigiosos centros extranjeros, algo de lo que el gobernante tomó buena nota.
Finalmente la mencionada cartera ministerial recayó en Alejandro San Martín y Satrústegui, célebre profesional dedicado a la medicina a quien el propio Cajal había recomendado para el cargo y por el que profesaba gran admiración, conocedor de que este sería un gran gestor… de haber podido desempeñar como ministro durante un mayor periodo. Y es que, nuevamente, Ramón y Cajal no se equivocó en su presentimiento y tan solo cuatro semanas después de haber tomado posesión del cargo, Alejandro San Martín y el resto de ministros del gabinete (entre ellos el propio Moret) fueron reemplazados debido a las tensiones internas que desde hacía unos años se vivían dentro del Partido Liberal (en tan solo dieciocho meses, entre julio de 1905 y enero de 1907, se produjeron cinco cambios de Gobierno).
Amalio Gimeno y la puesta en marcha de la JAE
Moret fue sustituido por José López Domínguez en la presidencia del Consejo de Ministros y al frente del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes fue a parar Amalio Gimeno y Cabañas, aristócrata y experimentado hombre de ciencia, médico de profesión y entregado de pleno al cargo. En el breve espacio de medio año que lo ocupó (volvería a tomar las riendas de esta cartera ministerial durante un año a partir de abril de 1911), Gimeno puso en marcha, en 1907, una de las más prestigiosas instituciones que, desde el ministerio, se podía haber aspirado a tener: la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE). No le costó convencer a Ramón y Cajal para que fuera su primer presidente, principalmente porque muchos de los propósitos de tal institución habían sido pensados y propuestos por el propio científico.
Cajal no sintió esta presidencia como un cargo político (permaneciendo en el cargo hasta su fallecimiento en 1934), pero, a pesar de que tanto él como el resto de miembros de dicha institución defendieron la imparcialidad de esta, muchos personajes ajenos a ella se empeñaron en calificar la JAE como un instrumento al servicio de la política. Sería uno de los motivos por los que se decidiría su disolución en 1939, tras la Guerra Civil. A pesar de las continuas negativas de Ramón y Cajal por ocupar un cargo político, finalmente fue convencido por la Universidad Central de Madrid para ser representante por esta institución académica en el Senado del Reino de España. En un claustro extraordinario, en el paraninfo de la universidad, el 6 de diciembre de 1908, fue escogido por una inmensa mayoría de votos. Cajal aceptó bajó la premisa de que se trataba de un cargo independiente, sin filiación política ni retribución económica y, por tanto, no percibiría asignación alguna ni instrucciones sobre qué votar u opinar en la Cámara Alta. El hecho de que alguien pudiese pensar, por un instante, que percibía un solo céntimo de las arcas públicas lo angustiaba.
Cajal no militaba ni era afín a ningún partido político, pero la ideología con la que más se identificaba era el liberalismo, que en aquellos últimos años había estado gobernando el país en varias etapas en alternancia con los conservadores.
Pero el motivo principal por el que Ramón y Cajal decidió aceptar el encargo de ser Senador del Reino de España se debía a una cuestión principalmente patriótica.
Para él, nada estaba por encima del amor y respeto por España, animando a amarla por muy mal que viniesen las cosas. En su libro de memorias alentaba a los españoles diciéndoles: «Amemos a la patria, aunque no sea más que por sus inmerecidas desgracias». O, tal y como recordó en un discurso durante el homenaje que recibió por parte de la Universidad de Zaragoza tras su jubilación, su sentimiento patriótico no le llegó durante los años de madurez sino siendo todavía un estudiante: «Jamás olvidaré que en Zaragoza, inclinado sobre los libros, aprendí a amar a España y a deplorar su atraso científico y su decadencia política».
Senador del Reino de España
Sabía que desde el Senado podría facilitar el hacer presión para mejorar las condiciones de los científicos españoles, tanto económica como laboralmente.
La media de edad de los senadores era elevada y Cajal, a sus 56 años, se convertía en uno de los miembros más jóvenes de la Cámara Alta. De hecho, otra de las razones por las que fue designado para el cargo —además de poder contar entre sus miembros con todo un premio nobel— era la de dar un aire fresco y diferente a la institución, la cual tenía mucho absentismo por parte de los ancianos senadores.
Tras casi un año ocupando el escaño, en octubre de 1909, Ramón y Cajal vuelve a ser escogido para una legislatura más. Coincidiendo en el tiempo, su viejo amigo, Segismundo Moret, volvía a ser presidente del consejo de Ministros, cargo que tan solo pudo ocupar durante cuatro meses. Se vio obligado a presentar nuevamente su dimisión (presionado por el rey Alfonso XIII), el 9 de febrero de 1910, siendo sustituido por José Canalejas Méndez, nuevo líder del Partido Liberal. Y una de las primeras decisiones que tomó fue la de nombrar a Ramón y Cajal senador vitalicio, algo que sería refrendado por el monarca el 14 de febrero.
Don Santiago ocuparía el escaño a lo largo de los siguientes trece años, pero su presencia en la institución fue meramente testimonial, constando tan solo dos intervenciones ante la cámara y su participación en tres comisiones encargadas de la construcción de diferentes trazados de nuevas vías (carretera de Lagunarrota al puente sobre el río Alcanadre, de Blesa a Daroca y de Boltaña a Nocito). La segunda de sus intervenciones, el 3 de diciembre de 1910, fue para algo que odiaba hacer, justificar un incremento en el gasto presupuestario del Instituto Nacional de Higiene de Alfonso XIII (actual Instituto de Salud Carlos III) del que Cajal también era director, tras haber sido recriminado por otro miembro de la cámara.
¿Presidente de la República?
Presentó su renuncia como senador vitalicio el 15 de septiembre de 1923, tras el golpe de Estado encabezado por el entonces capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, y que daría lugar a la instauración de una dictadura bajo el amparo y benevolencia de Alfonso XIII. Ramón y Cajal era un hombre de firmes convicciones democráticas y se negaba a permanecer en una institución regida y controlada por un régimen dictatorial.
Si bien esta fue su última y definitiva vinculación directa con la política, la realidad es que aún habría de oír una nueva propuesta que también rechazó.
Desde los movimientos anarquistas de la época se tenía el convencimiento de que España superaría la dictadura de Primo de Rivera mediante un golpe de Estado promovido y apoyado por los colectivos obreros, izquierdistas y sociales, obligando a abandonar el trono a Alfonso XIII y volviendo a tener como modelo de gobierno el republicanismo. Tal y como explicó el dirigente anarquista Manuel Buenacasa en su libro El movimiento obrero español. 1886-1926, en 1925, él mismo, como representante de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), realizó la propuesta a Santiago Ramón y Cajal para que aceptara presidir una futura República Federal, pero, como tantas otras veces había hecho a lo largo de su vida, Cajal volvió a rechazar el ofrecimiento de un cargo político.