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sábado, julio 27, 2024

Galdós y Sender: el cantonalismo en la literatura española

En 1873, Benito Pérez Galdós cumplía treinta años y emprendía la redacción de los Episodios Nacionales. Casi cuatro décadas después, en 1911, publicaba los Episodios 44, La Primera República, y 45, De Cartago a Sagunto, en los que reflejaba los acontecimientos de aquel ya lejano año republicano.

En el tiempo transcurrido entre la vivencia directa y la recreación literaria, el fecundo novelista había mantenido y ahondado sus convicciones esenciales, como la necesidad de un desarrollo material y educativo de las clases populares, la secularización de la vida pública y la articulación democrática del sistema político.

El cantonalismo en la literaturaShutterstock

Pero había incorporado novedades a su posición política: si durante el Sexenio había simpatizado con la Monarquía parlamentaria encabezada por Amadeo, y bajo la Restauración había aceptado un acercamiento al liberalismo de Sagasta, ya en 1907 se había proclamado republicano, y en el año en que compuso —dictándolos, porque estaba quedándose ciego— los dos citados Episodios parcialmente ambientados en el cantón de Cartagena, presidía la Conjunción Republicano-Socialista, era diputado por Madrid y veía fraguarse su luego boicoteada candidatura al Nobel de Literatura.

Pasado un cuarto de siglo, en noviembre de 1935, Ramón José Sender Garcés, nacido en 1901, que había publicado ya varias novelas y reportajes periodísticos impactantes, escribió un relato íntegramente ambientado en la Cartagena cantonal, titulado Míster Witt en el Cantón, que obtuvo el Premio Nacional de Literatura de ese año y fue publicado en vísperas de la Guerra Civil.

Retrato de Benito Pérez Galdós de joven, hacia 1863.Crédito

Ramón J. Sender estaba también, a la sazón, inmerso en un proceso de mutación ideológica ya que, tras una etapa de visible proximidad al anarquismo, había iniciado un acercamiento a las posiciones del PCE, actitud de la que más tarde renegaría con contundencia.

Ni Galdós ni Sender tenían una visión netamente favorable al cantonalismo, pero ambos lo contemplaron con pluma perspicaz y con una cordialidad compatible con ciertas reservas sobre la oportunidad histórica de aquel movimiento.

El caso es que le dieron decorosa y documentada entrada en sus respectivas obras, si bien Sender lo hizo de modo más explícito y extenso, y con menos distancia crítica que Galdós. Aunque no sean los únicos creadores de la imagen literaria de aquellos acontecimientos, figuran seguramente entre los que podemos leer con más gusto y provecho.

El cantón de Cartagena en los ‘Episodios Nacionales’

Galdós redactó La Primera República, que sería a la postre el antepenúltimo de sus Episodios, entre febrero y abril de 1911. La inclusión del término «primera» en el título constituye, por cierto, una manifestación de confianza en que aquella breve experiencia republicana no habría de ser la única.

El cantón cartagenero es su marco a partir del capítulo 12 y la acción concluye en septiembre de 1873. El Episodio siguiente, De Cartago a Sagunto, escrito entre agosto y noviembre de 1911, sigue transcurriendo en Cartagena durante los siete primeros capítulos, que abarcan hasta el 28 de diciembre de 1873; luego, en el capítulo 12, se dan noticias sobre el hundimiento del cantón a comienzos del año siguiente.

Lectura de un proyecto de Ley en el Salón de Sesiones (1908), del pintor palentino Asterio Mañanós MartínezÁlbum

El protagonista de estos Episodios, y de toda la quinta y última serie (que quedaría reducida a seis entregas, frente a las diez de las anteriores), es Tito Liviano, cuyo nombre evoca al historiador latino.

Este personaje, que se mueve a ratos en un ambiente de quimera, sin percepciones sensoriales claras —tal vez como eco de la creciente ceguera del autor— recibe orientaciones provenientes de Mariclío, una donosa musa de la intrahistoria a pie de calle, muy presente en las dos últimas series de los Episodios.

Tito sigue además el rastro de una ejemplar, y también algo difusa, maestra llamada Floriana. Toda esa ficción resulta sugestiva, pero arrincona un tanto el relato de lo que está ocurriendo en Cartagena, que se muestra solo a retazos.

Como acostumbra, Galdós atribuye a esos personajes femeninos actitudes firmes y observaciones jugosas. En el capítulo 15, Mariclío plantea a Tito un aplazamiento en la realización del ideal republicano: «Pasarán días, años, lustros, antes que junten y amalgamen estas dos ideas: paz y República».

Episodios Nacionales, de Benito Pérez GaldósASC

Y añade que ya llegará la ocasión: «Ello será cuando estos caballeros, todavía un poco inocentes, den el segundo golpe… más seguro será cuando den el tercero». Por su parte, Floriana aparece en el capítulo 27 rigiendo una escuela donde «no había palmeta, ni correa, ni puntero, ni ningún instrumento de suplicio.

Había tan solo cariño, halagos, persuasión y un extraordinario poder espiritual para encender en el cerebro de las criaturas las primeras lucecitas del conocimiento». Galdós muestra aquí su familiaridad con las orientaciones de la Institución Libre de Enseñanza y sugiere que la educación puede sembrar la transformación social que la revolución frustrada no consigue promover.

A menudo a través de lo que cuentan los personajes de ficción, el autor presenta a varios protagonistas reales de los hechos, empezando por Manolo Cárceles Sabater, el joven y osado promotor de las acciones del 12 de julio, cuando «la bandera roja y el cañón de Galeras proclamaron el régimen nuevo».

En ese mismo capítulo 18 es citado con elogio Antonio Gálvez Arce, Tonete, de quien dirá Galdós, ya en De Cartago a Sagunto (capítulo 6), «que poseía tanta bravura como agudeza y era el hombre de mando en la República Cantonal, con dotes militares, con dotes de estadista».

Episodios Nacionales, de Benito Pérez Galdós. Serie final, España trágica. Primera página
de España trágica.
ASC

En cambio, la presencia de Roque Barcia viene una y otra vez acompañada de sarcasmos sobre el tono ampuloso y melifluo de sus escritos y dichos. A propósito de este «mirífico evangelista», dice Mariclío, «tanto sentimentalismo me parece de muy mal agüero» y, dirigiéndose a Tito: «Ya te habrás convencido de que nada valen los corazones valientes si las cabezas están vacías» (capítulo 24).

También dedica la musa un alfilerazo al general Juan Contreras, «infatigable en la imprevisión». Quien desde luego concita las simpatías de Galdós es el héroe naval del cantón, Nicolás Constantini, conocido como Colau, contrabandista alicantino establecido en Orán, que es «a juicio de un historiador psicólogo, la figura más saliente, pintoresca y castiza del Cantón cartaginés» (De Cartago a Sagunto, capítulo 3), si bien Galdós lo llama Alberto, confundiendo seguramente su nombre con el del cartagenero Alberto Colao, que nunca fue cantonal.

Benito Pérez Galdós (1894), por Joaquín Sorolla.ASC

El 26 de noviembre de 1873, «a las siete de la mañana, rompieron el fuego contra la plaza las baterías centralistas» (De Cartago a Sagunto, capítulo 5). Tito, encarnando el apesadumbrado afecto de Galdós, contempla, entre los defensores, «actos hermosos que casi recordaban los de Zaragoza y Gerona».

Encuentra asimismo a un conocido, veterano de la batalla de Trafalgar, Juan Elcano, y al atardecer se entera de que «consecuente con su destino heroico, había muerto en la muralla defendiendo la idea cantonalista, última cristalización de su patriotismo». Diríase que Galdós cierra así, por vía cordial, el ciclo que abrió en 1873 con su primer Episodio Nacional.

Sender: Mister Witt y su esposa Milagritos en el cantón

También fue dictada, y con notable rapidez, Míster Witt en el cantón, novela en la que Sender suaviza el tono áspero de la precedente Siete domingos rojos (1932), adoptando una mirada más matizada y compasiva, que podría considerarse más galdosiana.

Su tratamiento del tema es más amplio y ambicioso que el de Galdós ya que se propone recrear con detalle y viveza la atmósfera de Cartagena entre marzo y diciembre de 1873, contando para ello con un sólido apoyo historiográfico: el libro de Antonio Puig Campillo titulado El Cantón murciano, publicado en Cartagena en 1932.

Los hechos históricos se acompasan hábilmente con una trama basada en la contraposición de actitudes entre el cincuentón George Witt, ingeniero naval inglés conocido allí como «Mr. Gü.», que contempla los acontecimientos con distancia y cierto desdén, y su treintañera esposa Milagritos, originaria de Lorca, que se implica en ellos con generosidad y pasión.

Alumnos en clase en el instituto-escuela Institución libre de enseñanzaASC

Sobre otros varios personajes de ficción, de fuerte trazo, el autor desliza a veces un comentario que resulta llamativo, como en el caso de Tadea, «que tenía una fuerte personalidad y discutía de política con los hombres», y a quien las mujeres criticaban «incluso porque no le había pegado nunca su marido» (capítulo 3).

Con todo, la ambiciosa geografía social de la novela presenta algunas lagunas. Sender no resalta el asociacionismo obrero presente entre los trabajadores del Arsenal, tal vez para eludir el debate sobre la influencia bakuninista subrayada por Engels.

Tampoco enfoca la villa de La Unión, lo que deja de lado el mundo de las minas, con fuerte inmigración andaluza. Silencia el novelista hechos no muy gloriosos de la escuadra cantonal —que Galdós sí menciona—, como el bombardeo sobre Almería en julio o el realizado contra Alicante en la mañana del 27 de septiembre.

En cuanto al postrer ataque a Cartagena por los sitiadores desde tierra, lo anticipa a septiembre, en una de las varias alteraciones cronológicas al servicio de la construcción novelesca. Recoge más de una vez el lema gritado a coro por los defensores, «¡No entrarán!», detalle simbólico que abona cierta dimensión premonitoria de la novela con respecto a la Guerra Civil desencadenada a poco de su publicación.

Portada de Fortunata y Jacinta, de Benito Pérez Galdós.ASC

A pesar de las diferencias entre ambas obras y de que Sender afirmó no haber leído, pese a su admiración por Galdós, los Episodios relativos al tema, las semejanzas son también considerables. Al igual que Galdós, Sender presenta con elogio a quien él llama Antonete Gálvez, y da cuenta de sus intervenciones humanitarias conminando a los suyos a que no imiten los saqueos y asesinatos de los carlistas.

También subraya la fuerte personalidad de Colau, convertido en comandante de la fragata Tetuán, por quien Milagritos siente una admiración cuyas implicaciones eróticas quedan difusas en la ficción. Los dos autores dan cuenta de la buena conducta de los presos puestos en libertad, que procedieron, al decir de Galdós, «como federales ardientes y honrados ciudadanos».

De esa condición participan tanto el personaje Pepe el Empalmao de Galdós como Antonio el Calnegre de Sender. Y, como es lógico, los dos novelistas traen a colación la moneda cantonal puesta en circulación el 20 de octubre, con la inscripción Cartagena sitiada por los centralistas. Septiembre 1873, por una cara; y Revolución cantonal. Cinco pesetas, por la otra.

Otros cantones, otros autores

En suma, aunque Galdós no seguía lejos de pensar que el cantonalismo fue una degeneración del republicanismo federal que dio al traste con la República y propició la Restauración, a las alturas de 1911, manifestó simpatía por algunas de las ideas y actitudes que conformaron aquella «revolución candorosa» (Mariclío dixit) y expresó un vivo aprecio por ciertos protagonistas, en particular los populares Tonete y Colau.

En La Primera República, hay contadas alusiones a otros cantones, con breves juicios de valor: a Málaga, donde actúa Eduardo Carvajal, «un hombre de más osadía que inteligencia», a Cádiz, «donde era alcalde el austero patriota Fermín Salvoechea», así como al hecho de que en «Osuna, Antequera, Loja y Granada proclamaron con solemne desahogo y algarabía su santa independencia».

Insurgentes mirando la entrada a la bahía de Cartagena durante la segunda guerra Carlista. Ilustración de Miranda y Smeeton Tilly de L’Illustration, Journal Universel.ASC

Esas referencias figuran en el capítulo 11, justo antes del traslado de la acción a Cartagena. Ya en el siguiente, un buñolero llamado Indalecio García proclama su fe federal y dice no asustarse de que los pueblos se acantonen «formando sus consejos particulares de la Salud Pública»; ahora bien, «por lo que no paso, señores, es por lo que están haciendo los falsos Robespierres de Alcoy».

Está claro que los violentos sucesos de Alcoy, coetáneos de la insurrección cantonalista, agradan poco a Galdós, que ironiza también, a través de otro personaje, sobre los cantones controlados por fuerzas tradicionales: «Para cantones bien formados, el de Valencia. En la Junta cantonal figuran el arzobispo y el marqués de Cáceres, jefe de los alfonsinos».

Por su parte, Sender, que en 1935 sintoniza con la idea de que la revolución necesita organización y una dirección firme, evita juicios de valor categóricos y limita su ámbito de observación a Cartagena, aunque narra las poco afortunadas expediciones terrestres sobre Hellín y Chinchilla enviadas por los cartageneros antes de centrarse en las acciones navales y defensivas.

También incorpora una vuelta atrás, a octubre de 1869, para introducir a un personaje histórico, Froilán Carvajal Rueda, convertido en un referente esencial en las novelescas relaciones entre Milagritos y su marido. Sería engañoso pensar que la mirada literaria ha sido habitualmente condescendiente con los movimientos sociales de 1873.

Pasaporte y reloj del escritor español Ramón J. Sender en el espacio Sender, ubicado en el
Instituto de Estudios Altoaragoneses.
Getty Images

Sirvan como ejemplo del tono hostil con que fueron a menudo recibidos, los versos de Gaspar Núñez de Arce: «…Y óyense los aullidos de la hiena / en Alcoy, en Montilla, en Cartagena».

Por otra parte, cabe recordar que Emilia Pardo Bazán ambientó su tercera novela, La Tribuna (1882), en la femenina Fábrica de Tabacos de Coruña, entre septiembre de 1868 y la proclamación de la Primera República.

Aunque la mirada de la autora es más bien desdeñosa hacia la voluntad de cambio que prende en las cigarreras en forma de republicanismo federal, es justo apreciar que doña Emilia se aventurara en un tema obrero, lo que es infrecuente en la literatura española del siglo XIX.

Anotemos, para concluir, un reciente eco literario del gran tema de este sesquicentenario: la novela El año de la República, publicada por José Calvo Poyatos en 2022.

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