Los volcanes son una manifestación de los procesos del interior de la Tierra. Debajo de la corteza terrestre hay una gigantesca envuelta de rocas incandescentes, una capa que se denomina manto. El magma, procedente de aquel, sale a la superficie y genera un espectáculo asombroso que muchas veces también va acompañado de tragedias. En los últimos veinte años, la vulcanología, ciencia que estudia los volcanes, ha experimentado unos avances decisivos.
Los vulcanólogos comprenden mejor las interrelaciones de las erupciones y los cambios de temperatura climáticos. Los sondeos de hielo en las regiones polares nos ponen sobre la pista de erupciones antiguas y desconocidas. Las dataciones son mejores y ahora hay una extensa red de sofisticados satélites que sigue en directo la actividad volcánica y la emisión de gases que acompañan. Llegar hasta aquí ha sido un proceso laborioso.
Desastres como el del monte Pelée (La Martinica) espolearon a los geólogos a comprender los peligros de un volcán. En este reportaje repasamos las ocho erupciones más transcendentes de la historia desde la perspectiva de la moderna vulcanología. Cada volcán va acompañado de su índice de explosividad volcánica (IEV) y del volumen de material emitido. El IEV es un parámetro ideado por los geólogos Christopher G. Newhall y Stephen Self que indica la violencia de una erupción, y que está basado en una escala logarítmica del 0 al 8. Lógicamente, cuanto más explosiva y más material expulsa una erupción, más consecuencias peligrosas tiene para los humanos. Aunque como veremos, algunos de los volcanes más letales no fueron especialmente explosivos ni lanzaron mucho magma.
Vesubio
Ubicación: Nápoles (Italia)
Año de erupción: 79
IEV: 4
Volumen de material emitido: 2-3 kilómetros cúbicos
Por los escritos contemporáneos, sabemos que los antiguos no creían que aquella enorme montaña a sus pies fuera un volcán activo. Un claro ejemplo aparece en la descripción del geógrafo Estrabón: el Vesubio tenía la cima plana, y la roca de color hollín estaba como carcomida por el fuego. Esto le hacía pensar que “el lugar se había incendiado en otros tiempos y en él se encontraban cráteres de fuego, apagados por falta de materia”. Los sabios de antaño se equivocaron. En el año 79, el Vesubio destruyó las ciudades de Herculano, Pompeya, Oplontis y Estabia, situadas respectivamente a unos 6, 7, 10 y 16 kilómetros de la boca eruptiva. Mientras que Oplontis era un pequeño asentamiento urbano, Pompeya con unos 20 000 habitantes y Herculano, con entre 4000 y 5000, resultaban ser importantes urbes.
Un testigo de primera mano fue Plinio el Joven, que presenció la catástrofe desde el puerto de Miseno, base naval de la Armada romana situada 30 kilómetros al oeste del Vesubio. Describió la erupción en dos cartas que envió a su amigo, el historiador Cornelio Tácito, en las que narraba las circunstancias que rodearon la muerte de su tío, Plinio el Viejo, que era el prefecto de la flota naval de Miseno cuando se desencadenó la tragedia. Zarpó para un posible rescate de los pompeyanos y acabó muerto en una villa de Estabia. El preciso relato de Plinio el Joven es de enorme valor científico, ya que explica con gran detalle el comportamiento del volcán y los fenómenos asociados. Las erupciones volcánicas similares a la del Vesubio se denominan plinianas en su honor.
La primera fase de la erupción pliniana tuvo lugar sobre el mediodía del 24 de agosto, y se caracterizó por una columna eruptiva sostenida que duró diecinueve horas, y que se elevó rápidamente hasta una altura de 15 km, para continuar creciendo hasta una altura máxima de 32 km. La ceniza y lapilli se dispersaron al sur y sureste del volcán por vientos dominantes y cubrieron el terreno con un manto piroclástico de hasta un metro de espesor que sepultó parcialmente Pompeya, Estabia y varias villas romanas. Por entonces, ya se habían producido las primeras víctimas mortales en Pompeya como consecuencia del derrumbe de techos y suelos por la acumulación de tefra. La mayor parte de la población huyó durante este periodo.
En las horas siguientes, aconteció la segunda y letal fase. Grandes coladas piroclásticas alcanzaron hasta 30 kilómetros al noroeste y al oeste del Vesubio. Los habitantes que quedaban en Pompeya y Herculano, así como los de los asentamientos y villas cercanas que no pudieron evacuar a tiempo, se vieron sorprendidos por estas nubes ardientes. La mayoría de ellos feneció en medio de la devastación, cuyos depósitos eruptivos alcanzaron un espesor máximo de 20 metros. En esta región, las investigaciones arqueológicas de los últimos tres siglos han sacado a la luz varios emplazamientos y numerosas de víctimas humanas, incluso a una distancia de 20 kilómetros hasta Estabia y cerca de villas suburbanas en Gragnano.
Las coladas piroclásticas son responsables de la acumulación del mayor y más extenso depósito de cenizas en la zona suburbana de Herculano. Allí, cientos de romanos se habían refugiado en doce estructuras abovedadas, denominadas fornici, frente a la playa, que servían como almacenes portuarios y para resguardar las barcas de pesca. Todas fueron engullidas de forma repentina por el abrupto colapso de la primera oleada incandescente que avanzó velozmente. La rápida deposición de ceniza de grano ultrafino en el depósito volcánico estratificado térmicamente en la playa y dentro de los fornici, y el abrupto atrapamiento y enterramiento de las víctimas por la colada piroclástica, las protegieron de la erosión, lo que dio lugar a una excepcional preservación de esqueletos completamente articulados en la última postura vital. En total se han encontrado 340 individuos en los fornici y en la playa adyacente, durante tres fases distintas. En la primera, entre 1980 y 1985, aparecieron unos 150 esqueletos de los fornici 3, 4 y parte del 5, la zona que rodea la escalera central que une la ciudad con la playa, y la propia playa.
Estos restos fueron inicialmente excavados y estudiados por la antropóloga estadounidense Sara Bisel. Un segundo grupo de unos 75 esqueletos se recuperó entre 1997 y 1999 en los fornici 5, 10 y 12. La tercera fase tuvo lugar entre 2008 y 2012, y se recuperaron aproximadamente 104 esqueletos de los fornici 7, 8, 9 y 11, y de un nicho del fornice 10. Los análisis antropológicos demuestran que principalmente murieron muchachos y hombres adultos, aunque no de forma excluyente, en la playa expuesta, mientras que los que se refugiaron dentro de los fornici eran principalmente mujeres adultas, jóvenes y niños. Hoy en día, el Vesubio sigue siendo un volcán activo situado a unos 12 kilómetros de Nápoles, una ciudad con más de tres millones de habitantes y una de las metrópolis de mayor riesgo volcánico del mundo. Las pruebas arqueológicas y vulcanológicas muestran que el Vesubio suele tener una importante erupción pliniana, al menos, cada 2000 años y que otro cataclismo podría estar cercano.
Ilopango
Ubicación: San Salvador ( El Salvador)
Año de erupción: 540
IEV: 7
Volumen de material emitido: 84 kilómetros cúbicos (cantidad estimada).
A16 kilómetros al este de la ciudad de San Salvador se encuentra el lago de Ilopango, de unos 72 km² de superficie. Bajo sus aguas habita un volcán durmiente. Un leviatán poderoso que, a mediados del siglo VI, desencadenó la segunda explosión más grande de Centroamérica en 84 000 años. Los arqueólogos salvadoreños conocen muy bien la prominente capa de ceniza volcánica blancuzca que con frecuencia aparece en sus excavaciones, y que allí se conoce como tierra blanca. Los vulcanólogos la denominan tierra blanca joven (TBJ), y es la tefra sin compactar de la erupción del 540. Steffen Kutterolf, de la Universidad de Kiel (Alemania), y sus colegas han reevaluado recientemente el tamaño de la TJB, y han concluido que Ilopango generó 84 km3 de depósitos. Esto es un tamaño absolutamente asombroso. Una estimación reciente la sitúa como la sexta erupción más grande del planeta durante los últimos 10 000 años.
Robert A. Dull, de la Universidad Luterana de California (EE. UU.), ha estudiado detalladamente los sedimentos justo antes de la erupción. En ellos, aparece un patrón ondulado de crestas y surcos que corresponde a numerosos campos de cultivo de maíz: las tradicionales milpas. El oeste de Salvador estaba densamente poblado y experimentaba un florecimiento cultural antes del cataclismo. La gente vivía en aldeas, cultivaba la tierra y tenía fuertes vínculos culturales y económicos con los mayas del altiplano y la costa del Pacífico de Guatemala. Pero cuando el volcán Ilopango estalló, las milpas quedaron cubiertas por metros de ceniza volcánica que arruinó completamente los campos y la permanencia en la región.
Respecto a la fase eruptiva los vulcanólogos estiman que la fase paroxística del Ilopango generó coladas piroclásticas que dejaron hasta 3 metros de espesor de tefra y mataron entre 40 000 y 80 000 personas en una superficie de 2000 km2. El paisaje del oeste, centro y este de El Salvador se transformó en un mosaico denudado y estéril cubierto de cenizas y lahares. Además, durante las estaciones lluviosas, la tefra debió saturar los ríos, matando a peces y otros vertebrados, mientras que los lahares se habrían extendido por las tierras bajas. Un escenario de desolación que hacía imposible la subsistencia.
En este sentido, los volcanólogos estiman que hubo entre 100 000 y 400 000 supervivientes desesperados por huir de aquel desierto albo. Lamentablemente, una fracción significativa de ellos falleció por la falta de alimentos y de agua potable y por enfermedades. Los geólogos conocen bien que la mayoría de las muertes por desastres volcánicos no acontece durante las fases eruptivas, sino en los días, meses e incluso años posteriores al evento. Dull y sus colaboradores estiman que la TBJ acabó con la vida de 250 000 habitantes.
Las culturas circundantes de todo El Salvador se vieron repentina y profundamente alteradas. Antes de la erupción, el principal lugar ceremonial maya de Tazumal, en Chalchuapa, había sido uno de los mayores centros de comercio en el altiplano sudoriental. También actuaba como punto de distribución de la obsidiana de Ixtepeque en el sur de Guatemala, del jade del valle de Montagua y de cacao, algodón y sal. Tras la convulsión, Chalchuapa y su impresionante pirámide de Tazumal fueron abandonados. El polen extraído de núcleos de sedimentos tomados de un lago a unos 15 kilómetros de Chalchuapa revela que el maíz desapareció del conjunto inmediatamente, y no se volvió a cosechar hasta mucho después, lo que indica el completo abandono de la agricultura.
El acontecimiento del Ilopango tuvo un importantísimo efecto concomitante desencadenado cuatro años antes. En el 536 ocurrió un trascendental proceso magmático en el norte de Europa (los geoclimatólogos sospechan que un volcán en Islandia tuvo una importante erupción). Los aerosoles de sulfato del volcán islandés se extendieron por toda Eurasia, y obstaculizaron y reflejaron parte de la radiación solar, lo que provocó veranos muy fríos los siguientes años, así como malas cosechas. La hambruna se desató.
El equipo de climatólogos encabezado por Michael Sigl, del Centro de Investigación del Cambio Climático Oeschger, en Berna (Suiza), estima que hubo una bajada de temperatura de entre 1,6 ºC y 2,5 ºC. La erupción del Ilopango, en el año 540, exacerbó el enfriamiento por esta causa, otra vez, de sus inmensas nubes eruptivas. Los sondeos NEEM- 2011-S1 (Groenlandia) y WDC (Antártida) reflejan claramente el nuevo cambio climático. Las temperaturas de verano en Europa volvieron a descender entre 1,4 ºC y 2,7 ºC en el año 541. Fue el comienzo de una espantosa racha a la que siguió una pandemia de peste bubónica que arrasó Constantinopla en el año 542, una tragedia que los historiadores bautizaron con el nombre de la plaga de Justiniano. Probablemente no ha habido un momento peor en la historia escrita
Tambora
Ubicación: Isla de Sumbawa
(Indonesia)
Año de erupción: 1815
IEV: 7
Volumen de material emitido: 160 kilómetros cúbicos
La isla de Sumbawa pudo albergar la montaña más alta de Indonesia. Aquella impresionante mole de más de 4000 metros de altura, tal vez se pensaba que era un volcán extinto, o ni siquiera se identificara como tal. Nunca sabremos su altura original, pues su cono se derrumbó en abril de 1815. A comienzos del siglo XIX, la isla de Sumbawa estaba dividida en seis sultanantos con sus respectivos asentamientos poblacionales: Sumbawa, Bima, Dompo, Sanggar, Pekat y Tambora. Las aldeas estaban generalmente situadas cerca de los ríos y los bosques de teca. El distrito de Tambora era el más cercano al gigante que forma la península de Sanggar, un alargado territorio donde todavía permanece el estratovolcán Tambora, cuyo cráter central se sitúa a 20 kilómetros del mar. El coloso tenía una cámara de magma de tres o cuatro kilómetros debajo del cráter que ya estaba ascendiendo en 1814. El capitán escocés John Crawfurd, que pasaba por la costa de Sumbawa aquel año, relata que Tambora estaba en gran actividad y que de él emergía una columna eruptiva.
El primer acontecimiento importante tuvo lugar el 5 de abril de 1815, al expulsar una pluma de lava a una altitud máxima de 33 kilómetros. Tras una pausa en la actividad, el lunes 10 de abril, hacia las 19:00 hora local, comenzó una segunda gran erupción. Este evento duró menos de tres horas, pero fue una de las erupciones plinianas más potentes hasta ahora analizadas, con una columna eruptiva máxima de 43 kilómetros de altura, lo cual es algo asombroso y difícil de imaginar. Hasta ese momento, solo se habían emitido 1,8 km3 de magma denso. Pero durante este potente episodio, la boca eruptiva se fue erosionando y, al mismo tiempo, el contenido de agua en el magma fue disminuyendo. Estos factores condujeron al colapso catastrófico de la columna eruptiva poco antes de las 20:00 horas. El desplome de la columna provocó coladas piroclásticas que arrasaron el pueblo de Sanggar. Durante los tres o cuatro días siguientes, varias decenas de kilómetros cúbicos de magma brotaron de la chimenea, y cayeron en cascada en forma de nuevas coladas piroclásticas. Estas destruyeron la aldea de Tambora y generaron inmensas nubes fénix que cubrieron la región de ceniza.
Desde el punto de vista geofísico, la erupción no fue muy diferente a la del volcán Pinatubo en 1991, aunque la descarga de magma más prolongada del Tambora estableció una gigantesca nube de paraguas estratosférica que cubrió un área de hasta un millón de kilómetros cuadrados (tres veces mayor que la del Pinatubo). La localidad de Bima permaneció en completa oscuridad hasta el mediodía del 12 de abril. La caída de ceniza fue tan intensa que la mayoría de los tejados se derrumbaron por el peso acumulado. La fase paroxística de la erupción drenó tanto magma de su depósito que el volcán se derrumbó sobre sí mismo, para formar una caldera de 6 km de ancho y 1 km de profundidad. Los efectos lejanos de la erupción resultaban asombrosos. Durante la noche del lunes 10 de abril, se oyeron explosiones en Bengkulu (a 1800 kilómetros de distancia), en Mukomuko (a 2000 kilómetros) y quizá en Trumon (a 2600 kilómetros). Muchos lugares en un radio de 600 kilómetros permanecieron a oscuras durante dos días, acompañados de un drástico enfriamiento del aire. El sol reapareció al mediodía del 12 de abril, aunque solo débilmente para atravesar una atmósfera estancada y oscura todavía cargada de fina ceniza. Estas condiciones se mantuvieron hasta el 15 de abril.
Las coladas piroclásticas envolvieron la península de Sanggar y cruzaron el mar, y llegaron a la pequeña isla de Moyo. Fueron las propias coladas piroclásticas las que generaron un tsunami que se observó en toda la región en la noche del 10 de abril. La masa de azufre inyectada en la estratosfera por la erupción tuvo que generar fuertes impactos en el clima regional y global. En este sentido, hay abundantes pruebas de un clima extremo en 1816, el año sin verano. Se ha afirmado que Tambora fue la causa de una letal pandemia: el cólera de Bengala. Además, debido a la hambruna desatada por las malas cosechas, la gente tenía el sistema inmunitario debilitado y era más susceptible a padecer diferentes enfermedades.
Nunca se sabrá con certeza el número de víctimas que desencadenó Tambora. El naturalista Heinrich Zollinger llegó a la conclusión de que unas 10 000 personas murieron durante el desastre, probablemente por las coladas piroclásticas, y que otras 38 000 murieron a causa del hambre en Sumbawa. También estimó que otras 10 000 personas murieron por enfermedad y hambre en la isla de Lombok. No obstante, el grupo investigador de Jean-Claude Tanguy considera que las estimaciones para Lombok son totalmente infundadas. Basándonos en los cálculos de la especialista medioambiental Bernice de Jong Boers y teniendo en cuenta posibles márgenes de error, el número de fallecidos a causa de la erupción debió haber sido del orden de 60 000-120 000. Esto la convierte en la segunda más mortífera de la historia después del Ilopango.
Krakatoa
Ubicación: isla de Krakatoa (Indonesia)
Año de erupción: 1833
IEV: 6
Volumen de material emitido: 15-20 kilómetros cúbicos
Originalmente, la isla de Krakatoa estaba acompañada de otras dos islas de forma semicircular: la isla de Sertung, también denominada Verlaten; y la isla Panjang, que asimismo se conoce como Lang o Rakata Kecil. Quizá eran los restos del borde de una caldera que se formó en la época prehistórica. El archipiélago todavía se sitúa en el estrecho de Sonda, que separa las islas indonesias de Java y Sumatra. Antes del cataclismo, Krakatoa estaba formada por tres conos volcánicos llamados Rakata, Danán y Perbuwatán.
Todo comenzó el 10 de mayo de 1833 con un súbito temblor justo después de la medianoche. Las alteraciones fueron notadas por el farero de lo que entonces se denominaba First Point. El 15 de mayo volvieron a repetirse las vibraciones, pero esta vez fueron más fuertes y sostenidas. El funcionario colonial holandés de la ciudad de Ketimbang, Willem Beyerinck, consideró que los temblores eran lo suficientemente importantes como para mandar un mensaje confidencial a su superior que residía en la provincia de Lampung. En él, informaba del potencial peligro de tales fenómenos.
La actividad cesó a finales de mayo con una serie de explosiones ensordecedoras. Aparentemente, el gigante se había vuelto a dormir. Sin embargo, tan solo fue un señuelo. El 20 de julio retomó la actividad. El lugar de la nueva erupción se cree que estaba situado en una serie de bocas eruptivas que se habían formado entre los conos volcánicos de Perbuwatán y Danán. La violencia de la erupción provocó altas mareas en las costas vecinas.
El capitán H. J. G. Ferzenarr, un topógrafo holandés, visitó Krakatoa el 11 de agosto. Su informe constata que todavía estaban los árboles erguidos, aunque despojados de sus hojas, y que una capa de ceniza de unos 50 centímetros cubría toda la isla. Vio grandes columnas de ceniza desde, al menos, catorce bocas y tres cráteres en erupción en el lado meridional del pico Danán. Ferzenarr fue la última persona en pisar Krakatoa antes del desastre. A pesar del enorme riesgo que corrió, pudo elaborar un mapa topográfico en el que señaló los puntos de actividad volcánica.
El 26 de agosto se intensificaron las erupciones y, sobre las 13 horas, el volcán comenzó su fase paroxística. Las explosiones tenían lugar a intervalos de 10 minutos. Sobre las 14 horas, los observadores podían percibir una enorme columna eruptiva negra de 27 km de altura por encima de la isla. Los barcos dentro de un radio de 20 km entorno al volcán, informaron de una intensa lluvia de cenizas y fragmentos de pumitas de hasta 10 cm de diámetro que caía en sus cubiertas. Un pequeño tsunami alcanzó las costas de Java y Sumatra entre las 18 y las 19 horas.
A las 5:30 del 27 de agosto, el carácter de la erupción cambió de modo espectacular. A lo largo del día se produjeron muchas explosiones de una potencia ensordecedora. La peor y más ruidosa de todas tuvo lugar a las 10:02, y se oyó en Australia y la isla Rodrigues, cerca de Mauricio, nada menos que a 4800 km de distancia. Cada explosión fue acompañada de enormes tsunamis que se calcula que tenían cerca de 40 metros de altura en algunos lugares, más que un edificio de trece plantas y superior en tamaño al tsunami que asoló Indonesia en 2004.
El fenómeno fue similar a tirar una piedra en un estanque. El agua de mar se desplazó hacia el interior del enorme hueco dejado y luego salió despedida hacia todas direcciones con una fuerza descomunal, lo que generó un tren de olas. Los tsunamis golpearon las áreas costeras colindantes con consecuencias devastadoras, y sumergieron o destrozaron pueblos enteros situados a lo largo de la línea de costa. Se contabilizaron 36 417 muertes, según los registros de las autoridades holandesas. Hay numerosos informes que señalan grupos de esqueletos humanos flotando encima de bloques de pumita en el océano Índico que acabaron varados en las costas de África.
La mañana del 28 de agosto el Krakatoa había cesado su actividad y el lugar permanecía tranquilo. Los dos tercios septentrionales de la isla habían desaparecido. Se habían hundido dentro de la cámara magmática vacía situada debajo del suelo oceánico. Las tremendas explosiones del 27 de agosto se cree que son el sonido más ruidoso registrado en la historia, pues alcanzaron niveles de hasta 180 decibelios a 160 km de distancia. Ese día la ceniza volcánica fue lanzada a una altura de hasta 80 km. Al mediodía, una lluvia de bombas volcánicas y cenizas candentes cayó en la zona de Ketimbang matando a un millar de personas. Estas fueron las víctimas generadas desde el propio volcán, el resto de las defunciones fue producto de los tsunamis.
Krakatoa hoy perdura en el recuerdo gracias a los avances técnicos de entonces. En 1844, Samuel Morse había realizado su primera transmisión de forma exitosa, y veinte años más tarde se introdujo el telégrafo eléctrico. Este hecho jugaría un papel clave en la divulgación de la noticia sobre el desastre. El inmenso sonido de la detonación eruptiva y las enormes olas son los elementos principales de la historia de un volcán que todavía tiene una dimensión mítica en la cultura occidental.
Mont Pelée
Ubicación: Saint-Pierre (Martinica)
Año de erupción: 1902
IEV: 3-4
Volumen de material emitido: De 0,2 a 0,4 kilómetros cúbicos (cantidad estimada)
Cuando Pierre Belain d’Esnambuc fundó el Fuerte Saint-Pierre en 1635, en la isla de La Martinica, probablemente eligió el lugar por su magnífico paisaje y las aguas tranquilas de su rada, a pesar de la falta de protección contra los huracanes tropicales. Aquel pequeño lugar de las Antillas se convirtió pronto en la salida natural de los productos de la rica parte norte de Martinica. Sin embargo, a unos 7 u 8 kilómetros al norte, una cima de aspecto tranquilo iba a deparar un ominoso destino. El monte Pelée resultó ser un volcán destructivo. Jean-Claude Tanguy, del Instituto de Física del Globo de París (Francia), publicó una detallada descripción de los hechos en 1994.
Tras varios días de intensa actividad, el 8 de mayo de 1902, una colada piroclástica acabó con todo. A las 8:02 horas de la mañana, como un ángel exterminador, descendió de la montaña a 160 kilómetros por hora a través del valle de la Rivière Blanche, y abrasó cada casa que tocó con la fuerza de una bomba nuclear.
Saint-Pierre, la perla de las Antillas Menores, había quedado arrasada en cuestión de minutos. Algunos de los buques más cercanos a la rada se incendiaron en el mar hirviente de la costa. La colada piroclástica se expandió unos 21 km2 y arruinó también los pueblos de Le Prêcheur, Le Carbet y Grand Rivière. Todos los que visitaron Saint-Pierre en los días inmediatamente posteriores a la catástrofe estaban convencidos de que nadie podría haber sobrevivido. Tanguy señala que el censo de enero de 1902 daba para Saint-Pierre y sus alrededores una población de 26 011 habitantes, pero antes del 8 de mayo había aumentado a casi 28 000. Ante el horror de la devastación causada por el volcán, los rescatadores creían que 28 000 almas se habían disipado en un suspiro. Incluso personas tan eminentes como el jefe de la gendarmería, lo pensaba.
El domingo 11 de mayo, tres hombres de Le Morne- Rouge deambulaban por las ruinas de lo que fue una vez la prisión. De repente, oyeron unos gritos procedentes de los muros de la prisión. Aquel habitáculo era la celda de castigo. Augustus Cyparis había sido condenado a ocho días de aislamiento. Allí logró resistir, cuatro días y tres noches, completamente solo y desgarrado por enormes quemaduras. El resto de los reclusos y funcionarios habían perecido en el infierno de gases ardientes y demolición, pero la pequeña estancia, bien resguardada y protegida por el edificio principal, aguantó. El geógrafo británico Alwyn Scarth, señaló en su libro La catastrophe (2002) que al menos 64 personas sobrevivieron a la colada piroclástica.
A bordo de los barcos, algunas personas sobrevivieron en habitaciones bien selladas; otras fueron protegidas por los cuerpos de los compañeros que cayeron encima de ellas; y una o dos vivieron porque lograron permanecer bajo el agua hasta que la avalancha pasó. No obstante, algunas de las víctimas vivieron sólo unas horas, o unos días, debido a las graves lesiones.
Un relato especialmente vívido y desgarrador, recogido por el Boletín de la Sociedad Astronómica de Francia en agosto de 1902, es el de Léon Compère-Léandre, un fornido zapatero de color de unos 38 años que compartía una casa al abrigo del Morne Abel. El señor Delavaud, secretario del juzgado, su esposa, su hijo y su hija también eran inquilinos en aquel edificio. Compère-Léandre estaba sentado en el umbral de la entrada cuando la colada piroclástica le golpeó: “De repente oí un fuerte viento, la tierra empezó a temblar, el cielo se oscureció de repente. Quería entrar en casa, y con la mayor dificultad di los tres o cuatro pasos hasta mi habitación, sentía que me ardían los brazos y las piernas, y la cara”. Aunque malherido, pudo ver los devastadores efectos en otra gente. “Caí debajo de una mesa, y en ese momento entraron en mi habitación cuatro personas que gritaban y chillaban de dolor, pero sus ropas no mostraban las llamas. Al cabo de diez minutos, uno, el pequeño Delavaud, de unos diez años, cayó muerto. Los demás salieron. Entonces me levanté y entré en una habitación donde encontré a Delavaud padre, tumbado en la cama, completamente vestido. Estaba hinchado, pero su ropa estaba intacta”.
Tras la erupción del 8 de mayo, la actividad en el monte Pelée siguió siendo elevada, aunque discontinua. En los días siguientes, fuertes erupciones verticales y otras coladas piroclásticas amenazaron a los equipos de rescate. El día 19 aumentaron considerablemente su intensidad. El día 20, una segunda y extensa colada piroclástica se precipitó hacia Saint-Pierre y completó la destrucción de la ciudad. El 26 de mayo, el 6 de junio y el 9 de julio se produjeron otras potentes explosiones.
El Gobierno francés mandó una comisión para estudiar lo acontecido y entender qué estaba pasando. Entre los científicos se encontraba el pionero vulcanólogo Alfred Lacroix. Llegó a La Martinica el 23 de junio y permaneció en la isla hasta el 16 de agosto. Pero pocos días después de su regreso a Francia, una nueva erupción, ocurrida el 30 de agosto, necesitaba de otra visita. Lacroix regresó de nuevo el 4 de octubre y se quedó hasta el 13 de marzo de 1903. Los resultados de la doble misión se plasmaron en dos magníficos volúmenes titulados La montaña Pelée y sus erupciones (1904), que estaban ilustrados con muchas figuras y fotografías en las que se mostraban los episodios eruptivos.
Desde finales de 1902 hasta julio de 1905, se produjeron numerosas nuées ardentes, algunas de ellas lanzadas verticalmente y otras lateralmente. Sin embargo, estas últimas fueron mucho menos violentas que las primeras. Aparte de los fenómenos explosivos más débiles, la segunda fase de la erupción se caracterizó por el tranquilo crecimiento de un domo. Aunque fue destruido, al menos en parte, por las potentes erupciones de los días 8 y 20. Esta estupenda estructura, la aguja de Pelée, cuidadosamente observada y descrita por Lacroix y sus colaboradores, alcanzó los 1575 m de altitud el 24 de noviembre, es decir, una altura de unos 230 m sobre su base y 355 m sobre el borde del cráter. Tras rachas de desmoronamiento y la reconstrucción, el 31 de mayo de 1903 se midió la altitud máxima de 1617 metros. A mediados de agosto, la gran espina estaba casi completamente destrozada, pero otras pequeñas protuberancias y el agrandamiento del domo continuaron, junto con pequeñas nuées ardentes, hasta el 4 de julio de 1905.
Según Tanguy, la catástrofe de Saint-Pierre fue el resultado de un conocimiento insuficiente de los riesgos volcánicos de la época y, en particular, del desconocimiento total de los fenómenos de flujo piroclástico. No obstante, el trabajo de Lacroix estimuló el inicio de la moderna vulcanología y de sus peligros asociados.
Nevado del Ruiz
Ubicación: Arnero (Colombia)
Año de erupción: 1985
IEV: 3
Volumen de material emitido: 0,02 kilómetros cúbicos.
A las 15:06 horas del 13 de noviembre de 1985 se produjo un breve estallido freático (contacto del magma con agua) que duró aproximadamente un cuarto de hora, en la cima del volcán Nevado del Ruiz, una montaña de .389 m de altura y cubierta de glaciares. Es el volcán activo más septentrional de los Andes. El temblor volcánico persistió hasta las 21:08 horas, cuando comenzó una erupción magmática de pequeño volumen (tan solo de unos 0,02 kilómetros cúbicos) y varias coladas piroclásticas se emplazaron en rápida sucesión sobre la superficie del glaciar. Los piroclastos emitidos, al estar muy calientes, se derritieron y mezclaron con la nieve y el hielo para formar varios flujos de lodo (lahares) que descendieron por los empinados y estrechos valles que drenaban el volcán. Estos lahares destruyeron o enterraron todo a su paso; mataron a unas 23 000 personas, la gran mayoría en Armero, una comunidad agrícola en el valle del río Lagunillas. Las avalanchas de lodo también hirieron a otras 5000 personas, dejaron a unas 7700 sin hogar y causaron más de 7700 millones de dólares de pérdidas económicas, lo que representaba alrededor del 20 % del PIB de Colombia en 1985.
En noviembre de 1984 el volcán ya había dado claras muestras de inestabilidad. Sin embargo, debido a la inercia administrativa y a los problemas logísticos, hasta el verano de 1985 no se inició una vigilancia sísmica rudimentaria. No obstante, cuando una fuerte erupción freática el 11 de septiembre produjo una caída de ceniza medible en Manizales, la capital de la provincia de Caldas (230 000 habitantes), y varios flujos de escombros de gran tamaño la preocupación gubernamental se intensificó y la vigilancia aumentó. A mediados de octubre, se estableció una red de vigilancia con más aparatos geofísicos.
Previamente, el 7 de octubre se había confeccionado y publicado un mapa preliminar de riesgo volcánico, que mostraba claramente que Armero se encuentraba en una zona de alto riesgo de lahares, así que los geólogos acertaron en su previsión. Sin embargo, eso no evitó el desastre. ¿Por qué salió todo mal? En opinión del geólogo Barry Voight, la catástrofe de Armero no se produjo por ineficacia tecnológica, ni por una erupción desbordante, ni por una improbable racha de mala suerte. Ocurrió por un cúmulo de errores humanos: por falta de criterio, por indecisión y por miopía burocrática. Según parece, las autoridades nacionales y provinciales no estaban dispuestas a asumir los costes económicos o políticos de una evacuación anticipada o una falsa alarma, y retrasaron la actuación hasta el último minuto. Lamentablemente ese último minuto fue un tiempo demasiado escaso para 23 000 personas.
La pérdida de muchas vidas podría haberse evitado fácilmente si se hubiera adoptado en ese momento un sistema de alarma y un plan de evacuación, aunque fuera rudimentario (pero eficaz). Los flujos de lodo llegaron al pueblo de Armero al menos una hora y media después del inicio de la erupción. Una sola llamada telefónica de un observador en lo alto del valle podría haber dado tiempo a que muchas personas, quizá la mayoría, escaparan a terrenos más altos.
La erupción del Ruiz de 1985 ha sido el peor desastre volcánico de la historia de Colombia y el más mortífero del mundo desde la erupción del monte Pelée en 1902, en la isla caribeña de La Martinica.
Pinatubo
Ubicación: isla de Luzón (Filipinas)
Año de erupción: 1991
IEV: 6
Volumen de material emitido: 10 kilómetros cúbicos
Dedicar medios a la vulcanología no solamente puede prever erupciones futuras que podrían afectar a muchos miles de personas, sino que también es una apuesta inteligente para investigar el cambio climático. En las últimas décadas, se han descubierto importantes factores que gobiernan el clima tras una importante erupción. La del Pinatubo causó una gran perturbación en la estratosfera producida por los aerosoles que desprendió.
El 2 de abril de 1991 se observaron explosiones de vapor en un volcán poco conocido llamado monte Pinatubo, en la isla filipina de Luzón. Hasta que no se oyeron aquellos estruendos, el Pinatubo no estaba identificado por los científicos como un volcán potencialmente activo, pues permanecía completamente fuera de la pantalla del radar vulcanológico.
Tras once semanas, en la tarde del 15 de junio, y con un crescendo de la actividad, el volcán entró en erupción y lanzó diez mil millones de toneladas de pumitas (equivalente a unos diez kilómetros cúbicos de volumen). Debido a la gran escala de la columna eruptiva, las observaciones por satélite proporcionaron la única manera eficaz de seguir su crecimiento y dispersión alrededor del globo. A las 16:40 hora local, ya se estaba formando una nube de paraguas de 500 kilómetros de diámetro. Para las 19:40 horas cubría un área de 300 000 km2, y un diámetro máximo de más de 1100 kilómetros. Por entonces, la nube de paraguas tenía un grosor de 10-15 kilómetros y su cima alcanzaba los 35 kilómetros sobre el nivel del mar.
Treinta y seis horas después del inicio de la erupción, ya cubría un área asombrosa de 2,7 millones de kilómetros cuadrados. En aquel momento, el penacho se desplazaba en dirección oestesuroeste, con la ceniza concentrada a una altitud de 16-18 kilómetros, y generaba depósitos de hasta diez centímetros de grosor a lo largo de 400 000 kilómetros cuadrados. La erupción obligó a evacuar a más de 200 000 personas y causó la muerte inmediata de más de trescientas, muchas de ellas por el derrumbe de sus casas debido a la combinación de las fuertes lluvias de ceniza y del paso casi simultáneo del tifón Yunya. La amenaza para la vida y la propiedad persistió durante el resto de 1991 y requirió una cuidadosa vigilancia por parte de las autoridades locales.
Tras la inyección en la atmósfera, la ceniza y los gases siguieron trayectorias diferentes: la mayor parte de la ceniza más gruesa cayó en cuestión de horas, mientras que los gases y la ceniza muy fina permanecieron en el aire. No hay que olvidar que los gases juegan un papel primordial en la compleja dinámica de nuestro mundo.
La erupción del 15 de junio demostró que la atmósfera, especialmente la estratosfera, es muy sensible a los volcanes. Y lo es por los numerosos gases disueltos que contiene el magma, sobre todo el dióxido de azufre (SO2).
Si la erupción es muy potente y explosiva, el dióxido de azufre se inyecta en la estratosfera, a una altura de entre 10 y 60 kilómetros sobre la superficie terrestre. Allí, las nubes de dióxido de azufre se combinan con un poderoso oxidante, los radicales de hidroxilo, que son altamente reactivos. Tan reactivos que a veces se le llama el detergente de la atmósfera por su capacidad de destruir ingentes cantidades de contaminantes. El proceso de oxidación da como resultado un compuesto intermedio, el radical hidroxisulfonil. Este reacciona con el oxígeno del aire para formar trióxido de azufre, que, en presencia del abundante vapor de agua atmosférico, se transforma en ácido sulfúrico. Recordemos que este es muy corrosivo.
Afortunadamente, el ácido sulfúrico inicialmente se mantendrá en estado gaseoso, allá en lo alto. No caerá directamente, en plan lluvia infernal, porque se condensa espontáneamente en condiciones estratosféricas para formar unas partículas muy especiales: los aerosoles. Estos son partículas sólidas y líquidas de tamaño diminuto, entre una millonésima de milímetro y una milésima de milímetro. Y es precisamente su exigua dimensión lo que les permite permanecer flotando en la estratosfera durante meses, llevados por los vientos y desafiando la gravedad terrestre.
En el caso del Pinatubo, los aerosoles alcanzaron 60 kilómetros de altura. La nube de aerosoles formó un inmenso enjambre de partículas brillantes que dio lugar a un extenso fenómeno de albedo: reflejó parte de la luz solar al espacio exterior y enfrió el planeta. Fue monitorizada y medida por varios sensores de satélite, entre ellos el Experimento de Aerosoles y Gases Estratosféricos II (SAGE II) y el Espectrómetro de Mapeo de Ozono Total (TOMS), ambos de la NASA. Se calcula que la masa total de partículas generadas fue de unas 30 megatoneladas. Muy lentamente, las gotitas de ácido sulfúrico se asentaron en la superficie y, a finales de 1993, solo quedaban unas cinco megatoneladas en el aire.
Los aerosoles de sulfato también aceleraron reacciones químicas que, junto con el aumento de los niveles de cloro estratosférico de la contaminación por clorofluorocarbonos artificiales (CFC), destruyeron aún más la capa de ozono.
Eyjafjallajökull
Ubicación: Skógar (Islandia)
Año de erupción: 2010
IEV: 4
Volumen de material emitido: 0,25 kilómetros cúbicos.
El Eyjafjallajökull es un volcán subglacial (está debajo de un glaciar) con una caldera en su cima cubierta por un escudo de hielo de 150 m a 200 m de espesor. La caldera tiene un diámetro de 3 x 4 kilómetros y contiene varios cráteres. Hace poco más de una década entró en erupción, el 20 de marzo de 2010. La actividad inicial consistió en fuentes de lava basálticas y coladas de lava cuya accesibilidad generó gran interés turístico y un aumento efímero de la economía local, porque, el 14 de abril, un enjambre de terremotos presagió un cambio drástico en el estilo eruptivo, que pasó a tener un carácter hidrovolcánico.
Como la cumbre del Eyjafjallajökull está cubierta por un glaciar, el hidrovulcanismo se produjo por la interacción del magma en erupción y el agua de deshielo procedente de la cima (esta es la fase subglacial, hablando en términos geológicos). La mezcla de agua y magma garantiza una alta explosividad y una fragmentación muy fina de las cenizas, que fueron lanzadas violentamente a la atmósfera por explosiones de vapor y gases magmáticos. Los vientos dominantes dispersaron la tefra ácida en dirección a Europa.
Ahora es el momento de hacer un poco de memoria geológica. Durante la erupción de 1989 del volcán Redoubt, en la península de Alaska, el vuelo 867 de la compañía holandesa KLM experimentó un fallo de los cuatro motores de un Boeing 747 por la entrada de ceniza volcánica cuando surcaba el espacio aéreo de Alaska, camino de Japón. Fue un incidente muy grave que promovió una red mundial de Centro de Avisos de Cenizas Volcánicas (Volcanic Ash Advisory Centres-VAAC). El VAAC es un grupo de expertos responsables de coordinar y difundir información sobre las nubes de ceniza volcánica en la atmósfera que pueden poner en peligro aviación.
Las administraciones de aviación tomaron grandes precauciones a la vista de los acontecimientos en Islandia y cerraron grandes extensiones de espacio aéreo. Se cancelaron unos 100 000 vuelos, que dejaron en tierra a diez millones de pasajeros. En el punto álgido de la crisis de la nube de cenizas, fueron los barcos los que se encargaron del transporte. Por ejemplo, el buque de guerra de la HMS Albion, de la Royal Navy, y un crucero de lujo recogieron en la terminal de ferris en Santander a miles de pasajeros británicos.