Sócrates no fue el primer filósofo que agotó la paciencia de los atenienses. Muchas décadas antes, el sambenito de la impiedad terminó arrastrando a los tribunales al que muchas fuentes señalan como el mayor ascendiente intelectual de Pericles: Anaxágoras de Clazómenas (500-428 a.C.). Los detalles de este acontecimiento distan mucho de estar claros, aunque los que sienten debilidad por la épica del combate de la filosofía contra la superstición suelen citar la versión de la historia en la que Anaxágoras cometió la torpeza de intentar convencer a los atenienses de que el Sol (Helios) era una masa de piedra incandescente y que la Luna era una roca que reflejaba la luz del Sol y procedía de la Tierra.
Lo más probable, sin embargo, es que la acusación (al igual que en el caso de Sócrates) tuviera motivaciones políticas, y que los detractores de Anaxágoras estuvieran más preocupados por su influencia sobre Pericles que por sus opiniones astronómicas. En cualquier caso, salió mejor parado que Sócrates, y los atenienses le permitieron abandonar la ciudad sin tener que someter su integridad filosófica a la fastidiosa prueba de la cicuta.
Pero antes de llegar a esto, nuestro filósofo pasó gran parte de su vida en Atenas, y sin duda su nombre tuvo que ser uno de los que más circulaban por los corrillos intelectuales de la ciudad. Los fragmentos y testimonios que hemos conservado de su obra son un crisol de las ideas que encontramos en dos de las corrientes de pensamiento más vigorosas de la Antigua Grecia: la filosofía de la naturaleza que irradiaba desde Mileto (las fuentes lo relacionan particularmente con Anaxímenes, aunque por razones cronológicas es seguro que no se conocieron) y la impresionante doctrina del Ser que Parménides de Elea difundió desde el otro extremo del mundo griego. Anaxágoras compartió con los milesios una profunda preocupación por los problemas cosmológicos y meteorológicos y, al igual que Parménides, colocó en el centro de su filosofía el principio de que nada puede surgir de la nada. Como dice Anaxágoras, “las cosas no nacen ni perecen”.
Sabemos que tomó como punto de partida la antigua idea de las cosmogonías tradicionales según la cual al principio “todas las cosas” estaban juntas en una masa indiferenciada. Anaxágoras se preguntó cuál era la naturaleza de estas “cosas” y, mucho más importante para la historia de la filosofía (aunque, al parecer, no para el propio Anaxágoras), qué fue lo que las hizo salir de su estado de confusión para que el mundo pudiera adoptar el orden que hoy conocemos. Según Aristóteles, Anaxágoras las describió como si fueran elementos “homeómeros”, es decir, cosas cuyas partes eran semejantes entre sí y con el todo, como, por ejemplo, el oro, las piedras o los huesos. Pero esta descripción no resulta muy convincente. De lo que realmente habló Anaxágoras, como sabemos por otros fragmentos y testimonios, fue de “cosas” y “semillas”, cuyo sentido sigue siendo objeto de discusión entre los especialistas.
Pero fue su explicación del origen del orden de la naturaleza lo que dejó una huella indeleble en la filosofía posterior, algo que Platón y Aristóteles se vieron obligados a reconocer a regañadientes. Según Anaxágoras, este orden se puso en marcha por la acción del Nous o Intelecto, una cosa que estaba al margen del resto de las cosas y que era ilimitada, autónoma y la más sutil y pura de todas ellas.
Influencia
El disgusto de Platón y Aristóteles se debía a que Anaxágoras omitió la palabra “mejor”, porque les parecía que se estaba saboteando a sí mismo al no mencionar que el orden que había puesto en marcha el Intelecto era el mejor orden posible. Es decir, la causa final que haría época en la historia de la filosofía, y de la que Platón y Aristóteles se convertirían en decididos partidarios.
Pero nadie puede arrebatarle a Anaxágoras el haber convertido al Intelecto en el principio que hacía funcionar el engranaje del mundo, un principio que algunos piensan que Pericles encarnó políticamente y que tuvo, después de Platón y Aristóteles, una larga vida, atravesando las escuelas helenísticas más importantes y la filosofía medieval y rebrotando con fuerza durante la Ilustración y el Idealismo alemán. Incluso cuando Stephen Hawking escribió que el espacio, el tiempo y la materia tuvieron su origen en el Big Bang, uno podría tener la sensación de que la singularidad del Intelecto andaba escondida por alguna parte.
* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.