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viernes, noviembre 29, 2024

A las puertas de la sexta extinción: ¿estamos a tiempo de frenarla?

Mientras la humanidad no le quita ojo a los problemas más inmediatos que asolan nuestras sociedades, la Tierra las está pasando canutas por otros motivos. Hace tiempo que los seres vivos que la habitan son víctimas de una aniquilación masiva. ¿Otro virus destructor e implacable, quizá? No, nada de eso. Su enemigo no es otro que el mismísimo Homo sapiens.

No es la primera vez que la Tierra se enfrenta a la pérdida de especies. Ya ha superado cinco extinciones masivas en su historia, que no es poco. “Desde el punto de vista de la paleontología, una gran extinción se caracteriza porque desaparecen el 75 % de las especies o grupos en menos de tres millones de años, y aunque no hemos llegado aún a esa cifra, al ritmo que vamos ocurrirá”, le aclara a MUY Miguel Delibes de Castro, biólogo y conservacionista español. 

Si la que se avecina es la sexta extinción, y por lo tanto nuestro planeta es en cierto modo un veterano en estos asuntos, ¿por qué debería preocuparnos? Pues básicamente porque “en las pasadas grandes extinciones no había humanos en la Tierra, así que pueden catalogarse de ‘naturales’ –aunque excepcionales–, como el impacto de un meteorito, pero en esta ocasión los responsables principales somos nosotros”, responde Delibes de Castro cuando le formulamos la pregunta. Y “como nos damos cuenta de lo que sucede, podríamos –y deberíamos– evitarlo”, añade el conservacionista.

Miles de tortugas marinas resultan heridas y fallecen cada año al tragar residuos humanos o quedar atrapadas en ellos.Shutterstock

El problema no es el cambio, sino su velocidad y magnitud

En efecto, el resto de extinciones masivas han tenido orígenes muy distintos, pero siempre han sido una consecuencia inevitable de los procesos de evolución natural. Una descripción en la que, como recalca Delibes de Castro, no encaja en absoluto la sexta extinción en que estamos inmersos. Para empezar, porque se produce como resultado de cambios en el medio tan rápidos que la mayoría de organismos ni siquiera tienen tiempo suficiente para reaccionar y evolucionar.

A efectos prácticos, eso se traduce en un ritmo de desaparición de especies al menos cien veces más acelerado de lo normal, tal y como advertía en 2015 Gerardo Ceballos, de la Universidad Autónoma de México, en una carta publicada en la revista Science Advances. Es más, el investigador señala que hay demasiadas especies a día de hoy en “el corredor de la muerte” por nuestra culpa.

Hay que reconocer que, como especie, los seres humanos somos la mar de agresivos. Hasta cierto punto se puede considerar normal que compitamos con el resto de la biodiversidad por los recursos comunes, ya sea espacio o alimento. Lo que pasa es que, con nuestra inteligencia y capacidad tecnológica, lo hacemos a unos niveles un tanto desorbitados en comparación con el resto de habitantes del planeta. “Por ejemplo, si acumulamos masivamente agua dulce para nuestro consumo y contaminamos la que queda con nuestros residuos, las especies dulceacuícolas tenderán a extinguirse, como está ocurriendo”, recalca Delibes de Castro.

Para colmo, fragmentamos continuamente hábitats, introducimos en los ecosistemas a especies invasoras, cruzamos el mundo en avión en cuestión de horas diseminando patógenos por doquier, contaminamos sin control, destruimos a otros seres vivos despiadadamente –y no solo para nutrirnos–, e incluso cambiamos el clima global. Algo que ninguna otra especie había hecho antes. 

Las especies invasoras representan uno de los mayores impactos a la integridad de la biosfera. — Ornitolog82/iStock

No es «una extinción más»

A Ceballos le preocupa que muchos científicos pasen todos estos hechos por alto y se sientan tentados a considerar que nos enfrentamos a “otra extinción más”. Sobre todo porque esas opiniones son escuchadas por los políticos encargados de tomar decisiones. Y no hay nada peor ante lo que está sucediendo que quedarnos de brazos cruzados y dejar que “siga su curso”.

Sabe de lo que habla. Cuando el año pasado se puso a trabajar junto con el conservacionista Paul Ehrlich, de la Universidad de Stanford (EE. UU.), para actualizar el statu quo de la pérdida de biodiversidad, ambos se quedaron de piedra.

En 2015 se habían quedado muy cortos con sus previsiones. Los análisis revelaron que la velocidad actual de la extinción de especies está muy por encima de lo que inicialmente pensaban. Tanto que incluso podría erosionar la capacidad de la naturaleza para darnos a los humanos lo necesario para subsistir.

Los rinocerontes vivían en Europa hace siglos, pero hoy solo habitan en Asia y África. En Vietnam, el rinoceronte se extinguió en 2011.Shutterstock

Las extinciones de especies, de lo anecdótico a lo habitual

Los datos hablan por sí solos. En el transcurso del siglo XX desaparecieron más de 500 especies de vertebrados terrestres, y otras tantas se extinguirán de aquí a 2040. Las consecuencias no nos son ajenas, sino que desencadenan un efecto dominó que, entre otras cosas, llevan a la intensificación de las amenazas a la salud humana. “Si los ecosistemas se deterioran, pierden la capacidad de mantener un clima estable, proporcionarnos agua fresca, polinizar los cultivos o protegernos de los desastres naturales —advierte Ceballos—. Aunque sea por puro egoísmo, deberíamos reconsiderar nuestra postura y dar prioridad a la conservación de la biodiversidad”. 

El investigador mexicano hace hincapié en que “precisamente lo bueno de la sexta extinción es que, a diferencia de las cinco anteriores, no es inevitable: si corregimos nuestras acciones, aún estamos a tiempo de pararla”.

Al menos de momento. Porque, pese a que no es inevitable, no hay que olvidar que sí es irreversible. Una vez que las especies y sus ecosistemas desaparecen, ya no hay marcha atrás. “Nuestros últimos datos hacen que empiece a cobrar sentido la predicción de que, a finales del siglo XXI, podrían extinguirse la mitad de las especies del planeta”, señala Ceballos. 

Debido a la continua pérdida de su hábitat, el hielo marino, a causa del cambio climático, en mayo de 2008 el oso polar pasó a estar considerado como especie amenazada en Estados Unidos.Shutterstock

No solo eso. Esta vez, la Tierra lo tendría crudo para recuperarse. Científicos alemanes estimaban hace poco en la revista científica PNAS que, al ritmo al que vamos, al planeta le llevaría entre 3 y 5 millones de años recuperar los niveles de biodiversidad actuales. Y que tardaría entre 5 y 7 millones de años en devolver la diversidad biológica a los niveles previos a la aparición de los humanos modernos. Ahí es nada.

Estableciendo prioridades

Ceballos también defiende que cortar por lo sano el comercio ilegal de especies salvajes debería estar en la lista de prioridades. No solo porque pone a esas poblaciones al límite, sino porque, además, puede dar lugar a nuevas enfermedades infecciosas emergentes, como sucedió en el caso de la covid-19.

Dicen que el pesimista ve el vaso medio vacío, el optimista lo ve medio lleno y el proactivo va en búsqueda de más agua. Pues bien, en ese sentido, Delibes de Castro sin duda pertenece a la tercera categoría. La de quienes no se quedan sentados, ni llorando en un rincón, al ver que el equilibrio medioambiental está en juego. 

Lo ha demostrado durante años con su empeño en salvar al lince ibérico (Lynx pardinus) de la extinción. Primero como biólogo e investigador de la Estación Biológica de Doñana, que dirigió entre 1988 y 1996, y ahora como coordinador del programa de conservación del felino más amenazado del mundo en Andalucía. 

Los esfuerzos de conservación dan resultado: según WWF, en 2002 quedaban menos de cien ejemplares de lince.Shutterstock

Echando la vista atrás, Delibes de Castro recuerda que, allá por el año 2003, anunció públicamente que el lince era ya “un muerto viviente”, a punto de convertirse en el primer felino en extinguirse en los últimos cinco mil años. Ahora, más de dos décadas después, se vanagloria de que ni él ni sus colegas se resignaron. Que pudieron sus “ganas de conservar”, y gracias a eso la especie ha salido a flote. A estas alturas el lince ibérico se extiende por Andalucía, Castilla-La Mancha e incluso Portugal, y se calcula que hay más de 1400 ejemplares campando a sus anchas.

“El caso del lince demuestra que la extinción anunciada de algunas especies puede evitarse con esfuerzo e inversiones económicas”, le explica a MUY el que es considerado por todos como el mayor especialista en este felino ibérico. Aunque advierte que “tienen que coincidir otras circunstancias, como el hecho de que la especie en cuestión –en este caso, el lince– esté bien estudiada científicamente y se sepa cómo y dónde actuar”.

Amy J. Dickman, reconocida bióloga conservacionista del Departamento de Zoología, en la Universidad de Oxford (Inglaterra), tiene sus ojos puestos en otro félido, el —mal llamado— rey de la selva por excelencia: el león. La emblemática especie ha visto desaparecer el 94 % de su área de distribución histórica, y en este momento quedan menos de 25 000 ejemplares en África. 

En África, el número de leones en libertad es preocupanteShutterstock

Mientras otros se centran en imponer medidas restrictivas y crear nuevas zonas protegidas, Dickman cree haber dado con una estrategia mucho más efectiva. En Ruaha (Tanzania) está implantando iniciativas para que las comunidades locales entiendan los beneficios de vivir cerca de leones y otros depredadores. Cree que la única forma de que la situación cambie es que las poblaciones locales sean aliadas en la conservación, que se impliquen de manera directa. Ese es el cambio que, a su juicio, necesita el mundo.

Hace poco, Dickman participó en la creación de un Índice de Conservación de la Megafauna, destinado a analizar qué tal se nos está dando proteger a esta parte de la biodiversidad. “Megafauna es un término sencillo que engloba a todos los animales grandes, con diferentes subcategorías en las que se incluyen los megaherbívoros –más de 100 kilos de peso; por ejemplo, los elefantes y los hipopótamos– y los megacarnívoros –más de 100 kilos de peso, como los leones y los tigres–”, explica esta bióloga a MUY. 

Pero también incluye otras especies más pequeñas, como los lobos o los kudús –unos antílopes africanos–, y megafauna de agua dulce, como los cocodrilos. “Decidimos centrarnos en la megafauna porque es valiosa en términos económicos y ecológicos, además de especialmente desafiante y difícil de conservar”, nos aclara. Después de todo, se trata de animales que “ocupan grandes extensiones de terreno para poder encontrar suficiente alimento, se reproducen lentamente y entran fácilmente en conflicto con los seres humanos”.

El índice ‘Planeta Vivo’

¿Es entonces la megafauna la que se lleva la peor parte? Algunos de sus representantes sí, admite Dickman. “Desde 1972 hasta 2012, los delfines de río y los cocodrilos han visto reducida su población en un 88 %, el doble que los vertebrados terrestres o marinos”, subraya. Pero en el resto del mundo animal, lo cierto es que pocos se salvan

Dickman nos remite al Índice Planeta Vivo de WWF, que habla de un descenso del 68 % en mamíferos, aves, anfibios, reptiles y peces entre 1970 y 2016. “Aunque si lo miras en detalle, los anfibios son los que peor lo están pasando, y además los invertebrados apenas se estudian, por lo que no podemos tener referencias reales de cuánto les afecta la acelerada pérdida de biodiversidad”, puntualiza.

Sin menospreciar a nadie, hay pérdidas que duelen más que otras desde el punto de vista biológico. Algunos animales ya extintos, como Thylacoleo –un león marsupial carnívoro que vivió en Australia hasta finales del Pleistoceno– o los macrauquenias –mamíferos que recuerdan a los camellos, aunque nada tienen que ver con los camélidos–, pertenecían a linajes evolutivos distintos con solo unos pocos parientes. Cuando se extinguieron, con ellos desaparecieron ramas enteras del árbol de la vida. Y eso implica que perdimos funciones ecológicas únicas que a la evolución le había costado millones de años desarrollar. 

Más del 70 % de los animales y plantas viven en áreas forestales, por lo que la deforestación tiene un gran impacto en la pérdida del hábitat de millones de especies.Shutterstock

Las soluciones: multifactoriales y muy complejas

Si algo tiene claro Amy J. Dickman es que el origen de la sexta extinción es que “nuestras sociedades se basan en un crecimiento insostenible y estamos viviendo muy por encima de nuestras posibilidades ecológicas, pero aún nos cuesta reconocer la magnitud de la amenaza que suponen nuestros actos”. Su única esperanza es “que en algún momento empecemos a usar la inteligencia y la tecnología para mejorar la situación y no para seguir empeorándola”, nos explica.

¿Cómo? Lo prioritario para la bióloga británica es “producir alimentos de forma más eficiente y sostenible, así como reducir el consumo de carne y la producción de basura, además de reconocer el valor de los ecosistemas naturales”. Eso y pararle los pies a la deforestación, la caza ilegal, la agricultura extensiva y la excesiva urbanización, que juntas afectan nada menos que al 84 % de la superficie terrestre, según los últimos datos.

Dickman también mira con muy buenos ojos a dos herramientas financieras como son los bonos de carbono y el canje de deuda por naturaleza. Los primeros gestionan el derecho a generar emisiones de dióxido de carbono como un bien canjeable, lo que supone un incentivo económico para frenar emisiones. 

El decrecimiento permite ayudar al medioambiente, mientras nos ayudamos entre nosotros — Shameer Pk / Pixabay

En cuanto al canje de deuda por naturaleza, consiste en un acuerdo mediante el cual un país en vías de desarrollo –Costa Rica, por ejemplo–, que tiene una deuda externa con algún otro país –pongamos por caso Estados Unidos–, se compromete a crear un fondo en moneda local para financiar proyectos que ayuden a conservar sus bosques tropicales a cambio de la cancelación de una parte de esta deuda.

No muy lejos de eso están los bancos de naturaleza o de hábitat, que existen desde hace algunos años en España. Se trata de que las empresas que generan daños medioambientales compensen los impactos negativos que producen sobre los recursos naturales implantando medidas beneficiosas para la biodiversidad. Por ejemplo, a cambio de construir una nueva carretera se crea una reserva natural en la misma zona. Así se consigue que, al sumar daños y beneficios, exista una pérdida medioambiental neta reducida o, idealmente, nula.

Otro tipo de bancos que pueden contribuir a que no se diezme de manera acelerada el número de especies existentes son los de semillas, tejidos y ADN. Su objetivo no es otro que obtener y conservar material biológico de especies en peligro de extinción. Algo así como guardar una especie de copias de seguridad de las especies amenazadas. Por si acaso hay que recurrir a ellas en el futuro.

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