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viernes, noviembre 22, 2024

Así se construyó la Leyenda Negra contra el Imperio español

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Juan CastroviejoDoctor en Humanidades

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La fama de invencibles que ganaron los tercios, especialmente en campo abierto, solo pudo combatirse con otro tipo de armas, la difamación o la insidia desarrollada a través de una nueva tecnología en la comunicación de masas: la imprenta (inventada por el alemán Johannes Gutenberg en el año 1440). A mitad de siglo XVI empezaron las primeras escaramuzas de un nuevo tipo de enfrentamiento, la guerra de papel, que ganarían quienes arteramente crearon una perniciosa leyenda sobre los ejércitos de la Monarquía hispánica.

Saqueo de una aldea (Sebastien Vrancx, primera mitad del siglo XVII). En esta obra se representa un saqueo llevado a cabo por las tropas españolas durante las Guerras de Flandes. Foto: Prismarchivo.

España mi natura, Italia mi ventura…

Los ejércitos del Renacimiento se levantaron con la recluta de soldados profesionales que, a cambio de una soldada, servían a las órdenes de un mariscal, almirante o maestre de campo. Este ejecutaba los mandatos recibidos del señor o monarca que podía sostener el enorme gasto que suponía una campaña —jornada decían entonces— en la que se podían dar toda suerte de maneras de combatir, la utilización de armas muy diferentes, escenarios muy cambiantes (tierra y mar) y climas con calores abrasadores, lluvias pertinaces o gélidos temporales.

A principios del XVI los monarcas españoles y franceses, en su pugna por los territorios italianos, dieron un fuerte empuje a las nuevas técnicas y estrategias en el arte de la guerra. Nuevas armas, novedosos movimientos y cuadros de los hombres de a pie, evolución de la hasta entonces pesada caballería, innovadores aprovechamientos del terreno para ganar ventaja ante el enemigo, sabia combinación de infantería, caballería y artillería, y generales tan definitivos como el Gran Capitán conformaron los ejércitos españoles que habrían de enseñorearse por los campos de batalla durante más de un siglo.

El soldado que se alistaba para hacer sus primeras armas en Italia, en cuanto cobraba sus primeros sueldos se engalanaba y se lucía por Siracusa, Génova o Nápoles como un palmito. Tendía a pavonearse y, si además había logrado alguna ventaja en el sueldo por su bravura, fuera verdad o invención, fanfarroneaba en cualquier tertulia o encuentro social, con alarde si había mujeres por medio. Este soldado que según el dicharacho popular hallaba la ventura en Italia fue el primer protagonista de los impresos satíricos que circularon por toda Italia. Es la médula del capitano de la Commedia dell’Arte que se ofrece como una revisión del personaje de Plauto con un matiz aún más vejatorio: es fanfarrón y, ante el enemigo, cobarde

El capitano de la Comedia dell’Arte inspirado en el jactancioso soldado español. Foto: ASC.

Son los tiempos en que el papa Borgia, Alejandro VI, por segunda vez hacía que un español valenciano ocupara la sede papal de Roma. Esta dominación de los bárbaros venidos desde territorios hispánicos desató cierta inquina contra la casa de Austria que, además de dominar grandes territorios italianos en la península y en las islas, lograba hacerse con la corona imperial. Bicoca y Pavía son topónimos que guardan buena memoria del moderno estilo hispano de combatir.

Cuando los tercios italianos entran en combate contra los príncipes rebeldes de la Liga de Esmalcalda van a aportar dos nuevos temas a la campaña que se habría de orquestar de inmediato en los talleres de impresión de Alemania, tanto en las tierras altas como en los países bajos: la religión y el duque de Alba (Mühlberg, 1547).

Ya tenemos tres elementos fundamentales en los que basar la denigración: soldados ganadores y orgullosos de servir a su rey, la reforma religiosa con los conflictos derivados de ella y la fama de imbatibilidad del mejor general de la época que, por más señas, tuvo de ayo a Juan Boscán, fue íntimo de Garcilaso de la Vega y cultivaba su espíritu con lecturas en latín de todos los clásicos (y con los de su tiempo se comunicaba en español, italiano y francés y se hacía entender en alemán e inglés).

Fama en las prensas

A la mitad del siglo XVI el invento de Gutenberg ya se había extendido por toda Europa. Multitud de libros y escritos circulaban por palacios, universidades, catedrales, órdenes religiosas y entre burgueses cultivados. No así entre el pueblo llano. Podríamos aventurar que no más de cinco de cada cien europeos eran capaces de leer un texto. La mayoría era totalmente analfabeta y, solo de tarde en tarde, tenían ocasión de escuchar alguna historia o suceso en boca de un lector que hacía de difusor de la colectividad.

El pionero alemán de la imprenta Johannes Gutenberg con su socio Johann Fust, comerciante, con la primera prueba de tipos móviles en la prensa que crearon juntos, hacia 1455. Foto: Getty.Getty Images

En ambientes urbanos era algo más frecuente la lectura en voz alta de historias, relaciones, crónicas de Indias, relatos heroicos, y, en círculos de más poder —la corte, las embajadas, o la curia papal— el reparto de unas hojas volantes en las que se resumían las noticias recibidas en la última semana, quincena o mes, aunque fueran de muy irregular secuencia. Con el tiempo, en el siglo XVII, derivarían en avisos, gacetas, mercurios, panfletos, etc.

Los géneros predilectos de la masa eran los libros de caballerías, las novelas de amor cortés y los relatos heroicos. Entre estos últimos empezaron a ser muy exitosas las biografías y autobiografías de soldados y capitanes.

Junto a la edición de grandes obras de pensamiento, de religión, de alta cultura, los impresores también hacían buen negocio con los pasquines, carteles, anuncios y grabados. Eran trabajos sin grandes pretensiones pero que fueron extendiendo las nuevas técnicas de reproducción de imágenes que arrumbaron pronto los laboriosos y frágiles tacos xilográficos. En los tiempos de Felipe II no había rey, noble, general, clérigo con cargo, catedrático y persona de buena situación que no se hiciera retratar y reproducir en elegantes calcografías que permitían largas tiradas de cada modelo.

Junto a las tareas prestigiosas y bien pagadas se van formando artistas que tanto colaboran en las obras magnas de los talleres de Amberes, París, Roma, Basilea, Sevilla, Barcelona, etc., como en el diseño de planchas en las que se recogen hechos de armas, escenas de escarnio, vida de santos o discursos de gran carga política. Para cuando llegue a Bruselas el duque de Alba en el año 1567 la maquinaria tipográfica ya estará lista. El público irá creciendo a medida que se le van ofreciendo mejores imágenes, acompañadas de breves textos en los que se da la pauta de cómo debe ser leído el papel impreso.

Arrivée du Duc d’Albe à Rotterdam (Llegada del Duque de Alba Rotterdam) por Eugène Isabey (1844). Foto: Alamy.

Un tipo de publicación que arraigará entre los publicistas que se dirigen al gran público fue el panfleto. En su origen el término solo describía el modo de confección del impreso, casi siempre organizado en varias hojas resultantes de doblar un pliego impreso por ambas caras. En la primera cara, la que formaría la portada, solía incluirse una imagen con un titular. Si el asunto podía dar quebraderos de cabeza ante las autoridades, se tiraba sin firma y sin pie de imprenta y, con frecuencia, era copiado —hoy diríamos pirateado— en una sucesión de reproducciones a cuál de ellas de peor calidad.

Una de las series publicadas con más éxito fue la que puso en solfa el Tribunal de los tumultos, Tribunal de la sangre en la versión planfletaria, que ajustició a mil culpables de iconoclasia en el año anterior en los que fueron arrasadas una buena cantidad de iglesias y derribado el mayor número de estatuas y representaciones de advocaciones católicas.

La siguiente, de mucha mayor carga crítica y con mayor fuerza sentimental, fue la serie de grabados que ilustraban el ajusticiamiento de los condes de Egmont y Horne. Ya se pone en el punto de mira a los soldados españoles que decapitan a quienes han sido sus compañeros y jefes en el campo de batalla al servicio de la Corona. Nada se dice de sus cargos. El propio Julián Romero, maestre de campo del Tercio de Sicilia, reconocido y condecorado en Inglaterra, Francia e Italia, que ha combatido codo con codo con ellos, es el encargado de proteger el tablado que se ha levantado como patíbulo.

Decapitación de los condes de Egmont y Horne. Rijkmuseum, RPP- OB-78.463. Foto: ASC.

La Leyenda negra de los tercios en imágenes

A partir de la rebelión del príncipe de Orange, una lluvia de impresos fue jarreando sobre el ánimo de los neerlandeses que, cada día con mayor empeño, se opusieron al gobierno del gran duque. Las campañas de 1568 con las resonantes victorias de Jemmigen y Jodoigne fueron todavía enfrentamientos en los que los tercios impusieron su ley limpiamente, ejecutada con inteligentes maniobras y gran eficacia. Su prestigio se reforzó y sus enemigos volvieron a confirmar que a campo abierto tenían todas las de perder. De ahí que, a partir de ese momento, cambiaran de táctica y decidieran acantonarse en ciudades fortificadas a riesgo de que un asalto final los condenara al saqueo y la muerte.

Las reglas de la guerra de la época marcaban muy bien los riesgos y las cargas que podía sufrir un ejército derrotado. En campo abierto la salvación consistía en una retirada ordenada, evitar la desbandada. En caso de caer prisionero, perder todas las pertenencias y, si era individuo grave o de respeto, pagar un fuerte rescate. Todos los ejércitos practicaban las mismas normas.

En el caso de una ciudad, esta recibía la primera propuesta de rendición cuando los sitiadores llegaban ante sus muros; si no eran convencidos de inmediato, el ejército sitiador acampaba y rodeaba con trincheras todo el perímetro y colocaba las baterías artilleras; antes del primer disparo volvía a hacerse un intento de rendición que, ya por entonces, era a cambio de una fuerte cantidad de rescate. Si, por fin, la ciudad era tomada al asalto —en un intento o después de varios— el saqueo era inevitable. Cuanto más sangrienta fuera su conquista, peores sus consecuencias: no menos de tres días a expensas de la violencia y codicia de los asaltantes.

Imagen del libro Tiranía española en los Países Bajos. Ejecuciones y atrocidades cometidas por los españoles en Holanda en los años 1566- 1597, publicado de modo anónimo hacia 1620. Foto: ASC.

Fadrique de Alba, al frente de los ejércitos del rey, alcanzó triste fama por su impericia militar —censurada con palabras muy graves por su propio padre— y porque la propaganda aprovechó para censurar el comportamiento de sus tropas después de tomar al asalto Malinas, Zutphen, Alkmaar, Naarden y Harlem.

Grabados sueltos, carteles y panfletos confeccionados por los años setenta del XVI serán la base de los utilizados treinta o cuarenta años más tarde para articular la formidable operación en torno al cruel y tiránico carácter de la nación española.

Saqueo de Malinas por las tropas de don Fadrique de Alba, 1572. En este grabado se pueden apreciar las distintas fases de un saqueo. Rijkmuseum, F. Hogenberg, RP-P-OB-78.463. Foto: ASC.

Ya he tenido ocasión de resumir las técnicas utilizadas para montar el tinglado (La guerra de papel. Origen iconográfico de la Leyenda negra, 2020): simplificación del enemigo, exageración de los hechos, desfiguración de los rasgos etopéyicos de los personajes, difamación, orquestación de los medios utilizados (teatro, panfletos, libros, grabados, sermones, etc.), transfusión de opiniones y sentimientos de origen religioso (comparación del príncipe de Orange con Josué, por ejemplo) y, cuando conviene, emporcar el origen étnico de los españoles: inhumanos, despiadados, bárbaros, de credo y evangelio contaminados (marranos). Lo paradójico era que los soldados del ejército real originarios de la península ibérica nunca pasaron de un 17%, que más del 30% eran nacidos en los Países Bajos y el resto eran alemanes, suizos, italianos, franceses…

La Furia española en la Batalla de Amberes

Del 4 al 7 de noviembre de 1576 se produjo en Amberes la batalla que mayor divulgación ha conocido en grabados, comentarios y controversia. Nos encontramos ante unos hechos que solo en los últimos años han sido estudiados y revisados confrontando las distintas fuentes conocidas.

Las paparruchas difundidas a las pocas semanas de los acontecimientos han sido aceptadas durante siglos como verdad incontrovertible, incluso en España. El relato se basaba principalmente en dos fuentes: un cartel en el que se combinan siete grabados de Franz Hogenberg y el opúsculo The Spoyle of Antwerpe publicado por el inglés George Gascoigne. En los últimos tiempos las investigaciones del profesor R. Fagel (Los orígenes de la furia española en Amberes, 2020) y el uso de otros grabados permiten conocer con mayor detalle lo acontecido. Fagel ha dado a conocer un panfleto publicado a los pocos días de los hechos, The Warachtige beschrijvinghe van het innemen van Antwerpen… («La verdadera descripción de la toma de Amberes y del inhumano y muy espantoso asesinato, fuego, saco y violaciones de mujeres y muchachas, por los españoles y sus seguidores, cometidos el 4 de noviembre del año de 1576, e incluso unos días después, escrita por alguien que estuvo presente») del que en gran medida Gascoigne copió los datos, añadiéndole su propia hostilidad contra los españoles.

Combinación de siete grabados de Hogenberg sobre los que se orquestó la campaña de la Furia española (1576). Rijkmuseum, F. Hogenberg, RP-P-OB-76.862. Foto: ASC.

En la ciudadela de Amberes estaba Sancho Dávila al frente de unos ochocientos soldados; las tropas del tercio de Valdés después de la dificultosa conquista de Zierikzee, al no recibir sus atrasos, se habían amotinado y con su electo al frente se habían aposentado violentamente en Alost; los amberinos, además de la guardia urbana acantonada, contrataron varios miles de mercenarios alemanes y valones y los aposentaron dentro de la ciudad; y los Estados Generales aconsejaron a los burgueses que se armaran fuertemente y esperaran el aviso para ayudar en el asalto a la ciudadela. Durante días, Amberes, población con cerca de cien mil habitantes, se fortificó frente al alcázar español, montó la artillería y se dispuso para la ofensiva.

Las noticias corrieron por el entorno, Julián Romero al frente de seiscientos hombres llegó en socorro de Dávila y, ya anochecido el domingo 3 de noviembre, los amotinados de Alost, a marchas forzadas, aparecieron embravecidos tras sus banderas con las imágenes de Cristo y la Virgen. Invitados a reponer fuerzas dieron la famosa respuesta, no siempre tenida por verídica: «Venimos con propósito cierto de victoria, y así hemos de cenar en Amberes, o desayunar en los infiernos».

Reunidos todos en la explanada de la ciudadela, con sus oficiales al frente, organizados en seis cuadros y unos pocos jinetes en escuadrones de caballería ligera, sobre las tres de la madrugada iniciaron el combate contra las fuerzas mercenarias. Fue una batalla en toda regla. Las tropas españolas estaban en franca minoría, pero supieron doblegar la fuerte resistencia de los valones y poner en fuga o rendir a los alemanes. Siguieron tres días de completo saqueo. A los pocos días las cartas de los amberinos empezaron a divulgar entre sus parientes y amigos que habían sido víctimas de la «furia española». En todos los sentidos tenían razón, lo habían hecho unos furiosos soldados que sabían que, de lo contrario, iban a ser masacrados irremediablemente. Como consecuencia inmediata don Juan de Austria se vio obligado a retirar de los Países Bajos todas las fuerzas españolas.

La furia española en Amberes, anónimo, Museum aan de Stroom, Collectie Vleeshuis (Amberes). Foto: ASC.

Para la posverdad que triunfó, unos amotinados atacaron con nocturnidad y ensañamiento a los inofensivos habitantes de Amberes, violaron a sus mujeres, asaltaron conventos, arramplaron con todos los bienes que pudieron llevar consigo y dieron tormento a la mitad de la población. Para mayor barbarie prendieron fuego al ayuntamiento, una joya del poder civil.

Pervivencia de los tópicos

Entre los muchos calificativos con los que fue tildado el duque de Alba se pueden recordar «cruel tirano», «preso de presa», «chusma», «la nueva criatura de infidelidad judía», «animal tigre moro», «marrano», «cabezón», «estrecho de miras», «el mayor monstruo de su tiempo», «capitán de los locos», «el coco que devora niños». Todavía hoy todos los primeros de abril en la ciudad de Brielle se sigue haciendo gran fiesta para celebrar que Op 1 april verloor Alva zijn Bril, es decir, «El uno de abril Alba perdió sus gafas» porque Bril y briel (gafas) se confunden en la pronunciación neerlandesa. Los holandeses de hoy, para recordar la primera victoria de los brutales y sanguinarios Mendigos del mar, al ocupar por sorpresa la minúscula ciudad de Brielle, se disfrazan de humillados españoles.

El Gran Duque de Alba es representado comiendo a un niño mientras, bajo sus pies, están las cabezas y los cuerpos decapitados de los condes Egmont y Hoorn. Foto: Getty.

El 13 de diciembre de 1580, mientras el duque de Alba se enseñoreaba por Lisboa, a la espera de la proclamación de Felipe II como rey de Portugal, en Delft se leía ante los Estados Generales de los Países Bajos la Apología de Guillermo de Orange. Pocos días después se imprimió y se distribuyó ampliamente. Entre los variados dicterios que profería contra su soberano (bígamo, asesino de su hijo, incestuoso marido de su propia sobrina, traidor de las leyes del reino, tirano, etc.), también había sitio para hablar mal del duque de Alba y de sus ejércitos. Cuatro años más tarde Balthasar Gerard asesina a Orange. Lo convierte en mártir de la libertad.

La propaganda neerlandesa, a la que después de la infelicísima Empresa de Inglaterra ya se ha sumado la anglosajona, lanza uno tras otro toda suerte de impresos en los que ya no se guarda de criticar abiertamente a los españoles. El mismo Plantino, nombrado prototipógrafo por el rey Felipe II, para el que imprimió, entre otras, la maravillosa Biblia Regia o Biblia Políglota de Amberes, no se privó de publicar de tapadillo planfletos ilegales que se tiraban en Leiden, en el taller de su yerno. 

En el cambio de siglo, iniciada la Pax Hispánica y dispuestos ambos bandos a la Tregua de los 12 años, el duque de Alba, Felipe II, la Inquisición, América (Bartolomé de las Casas), la Apología del príncipe de Orange, Relaciones de Antonio Pérez y las crueldades cometidas por los ejércitos hispanos en la guerra de Flandes conformarán la torticera verdad publicada. Un simple repaso de cómo se fue alterando el título de la Brevísima relación de la destrucción de las Indias (1552) vale como muestra de la maniobra: Tiranías y crueldades de los españoles… (1579); Espejo de tiranías y crueldades de los españoles… (1579); Admirable historia de las horribles insolencias, crueldades y tiranías llevadas a cabo por los españoles… (1582); La verdadera y documentada historia de las atroces, abominables y monstruosas tiranías de los españoles (1594), etc. 

Portada del libro Origen y progreso de las luchas y miserias holandesas (Johannes Gijsius publicó,1616). La doncella holandesa (Unión de Utrecht) es atacada por un soldado español. Foto: ASC.

La base ideológica de la Leyenda Negra se va imprimiendo en la segunda mitad del siglo XVI, pero será del segundo decenio del XVII en adelante, ya muertos todos los protagonistas, y asentada toda la historia publicada en una selección de ideas hábilmente elegidas, cuando se hagan universales conceptos e imágenes que han pervivido durante siglos.

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.

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