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domingo, septiembre 29, 2024

El Camino Español, la gran ruta europea de los Tercios

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Juan CastroviejoDoctor en Humanidades

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Bruselas ha sido una ciudad importante durante siglos. Por ejemplo, España la convirtió en la capital de los dominios que tenía en esa parte de Europa, conocidos como los Países Bajos españoles o Flandes. Durante este periodo, su historia pasó por momentos de prosperidad y de guerra, ya que durante varias décadas ese territorio se convirtió en escenario de las batallas entre los españoles que querían mantener este lugar y los neerlandeses que querían su independencia.

Es en este contexto bélico cuando el 22 de agosto de 1567 llegaba a Bruselas un ejército dirigido por el Gran Duque de Alba. Su venida a la ciudad tuvo una importancia simbólica, pues quedaba inaugurado el Camino Español, la ruta que permitió que los tercios llegaran por tierra desde Italia hasta los Países Bajos.

Llegada del duque de Alba a Bruselas en sustitución de Margarita de Parma como gobernadora de los Países Bajos (1567). Historia ilustrada del mundo de Ward y Lock, publicada en 1882. Foto: Getty.

El contexto histórico

Para entender la creación del Camino Español hay que tener en cuenta el contexto histórico en el que surge. En esos momentos los Países Bajos se estaban convirtiendo en el gran problema de España en Europa. Esta herencia del emperador Carlos I no había sido ningún problema para este monarca, pero sí lo sería para sus sucesores, sobre todo después de que Felipe II dejara Bruselas para gobernar su Imperio desde España. Esto no fue bien acogido por los nobles locales, que veían desaparecer su influencia. Por eso, decidieron en un primer momento ganarse a su causa a la creciente población protestante.

Lo que parecía al principio un problema que se podía solucionar fácilmente, se agravó, como informó la gobernadora Margarita de Parma, quien señaló que los calvinistas se estaban radicalizando y ella no tenía medios para frenar la situación. Tampoco Felipe II podía mandar la ayuda necesaria en ese momento porque sus recursos se estaban dedicando a la defensa de las posesiones españolas en el Mediterráneo. Por eso, el rey tuvo que hacer concesiones para rebajar la tensión en los Países Bajos. Sin embargo, antes de que estas fueran conocidas, aumentó la tensión en aquella zona por los continuos ataques contra iglesias católicas y la gran expansión de las doctrinas calvinistas entre el pueblo. Esto hizo que desde España se decidiera tomar nuevas medidas.

Retrato de Margarita de Parma, duquesa de Parma y gobernadora de los Países Bajos (h. 1562), por Antonis Mor. Foto: ASC.

La mejoría de España a nivel económico y militar hizo que se planteara la idea de enviar una fuerza militar de unos 10.000 soldados de los tercios desde Italia a los Países Bajos al mando de un general bien preparado para dar una respuesta enérgica frente a los rebeldes. Una vez tomada la decisión, había llegado el momento de poner todo en funcionamiento para cumplir este objetivo.

La creación de un camino

Lo primero era trazar la ruta que debía seguir ese ejército. Se tenía claro que debía ser por tierra, pues navegar hasta los Países Bajos era inviable por varias razones. Por un lado, los rebeldes holandeses controlaban las zonas costeras, lo que hacía muy complicado tener un buen sitio donde poder desembarcar un gran ejército. Por otro lado, se encontraba el problema de Inglaterra, cuya simpatía hacia esos rebeldes y su control sobre el Canal de la Mancha hacían que ningún barco español pudiera navegar por ese lugar con seguridad. Además, también en el Canal de la Mancha las tropas se podían encontrar con piratas franceses hugonotes, partidarios de los calvinistas de los Países Bajos.

A la vista de esto, había que encontrar una buena ruta por tierra y en este asunto tuvo un papel fundamental el cardenal Antoine Granvela de Perrenot, hombre de confianza de Carlos I y Felipe II. Fue él quien propuso la ruta que había que seguir. El camino debía partir de Milán y Génova. A continuación había que atravesar el Piamonte y Saboya para cruzar el paso de Mont Cenis de los Alpes. Por aquí se llegaría al territorio español del Franco-Condado para buscar el ducado de Lorena. Por esta última región continuaría la ruta hasta alcanzar el ducado de Luxemburgo, ya situado en los Países Bajos españoles.

Retrato de Antoine Granvela de Perrenot (entre 1541 y 1570), por Frans Floris I. Foto: Crédito.

Este camino ya había sido recorrido por el Gran Duque de Alba con un pequeño séquito, y su ventaja radicaba en que era posible que todo un ejército lo utilizara al poder crear la infraestructura necesaria sin dar problemas a los lugareños.

Una vez acordada la ruta, había llegado el momento de hacer esta vía una realidad. Por un lado, había que firmar acuerdos con los duques de SaboyaManuel Filibertoy de Lorena —Carlos III— para garantizar el paso por sus dominios. Con el primero no había problemas en estos momentos porque era un fiel aliado de España. El segundo se mostraba como alguien neutral que aceptaba el paso de los tercios siempre y cuando no tardaran más de dos días en atravesar sus tierras. Además, había que buscar tranquilizar a Francia, para que no viera como un peligro el paso del ejército cerca de sus fronteras.

Se enviaron inspectores para cartografiar la ruta, de manera que se pudiera diseñar la infraestructura imprescindible que permitiera al ejército hacer el camino en el mínimo tiempo posible. Para la misión de crear físicamente esta ruta, se envió un ingeniero con 300 zapadores para habilitar el paso por la zona de los Alpes y poder también atravesar los ríos que había en el camino.

Manuel Filiberto, duque de Saboya (h. 1569). Foto: Getty.

Además, había que reunir ese primer ejército que iría a los Países Bajos. Para ello, se movilizaron los tercios viejos de Cerdeña, Nápoles y Sicilia para reunirlos en Milán mientras se procedía al reclutamiento de nuevos soldados que reemplazaran a los veteranos. También se empezó a reunir todo el equipamiento y las provisiones que necesitaría el ejército, formado por 8.000 hombres a pie y 2.000 a caballo. Al frente de este contingente se puso al general más preparado para una misión de esta importancia, Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, el Gran Duque de Alba.

El militar partió de Cartagena con una tropa formada por 8.000 soldados. Su destino era Génova, para reunirse con las tropas en Milán y empezar su camino rumbo a los Países Bajos, siguiendo el diseño de Granvela. Atravesaron Saboya para cruzar los Alpes y entrar en el entonces territorio español del Franco-Condado, otra herencia de Carlos I. Desde aquí su camino seguía hacia el norte para atravesar Lorena, al ser lugar de paso obligatorio para llegar a Luxemburgo sin pisar suelo francés. A partir de aquí el camino se hacía más tranquilo porque solo tenían que cruzar las tierras del principado-obispado de Lieja para llegar a Namur y, finalmente, Bruselas.

El Camino Español de los Tercios.

Allí terminó este largo viaje de 1.000 kilómetros realizado en casi dos meses. Con esto quedaba inaugurado el Camino Español, la ruta que uniría a un Imperio durante las siguientes décadas.

Cómo llevar soldados a Flandes

No existió un único «Camino Español», ya que se utilizaban diferentes rutas según lo permitieran las circunstancias políticas y bélicas del momento. Una vez que se escogía la vía que se seguiría en aquella ocasión para llegar a Flandes, empezaba todo un proceso de preparación para que las tropas pudieran llegar rápidamente y sin problemas a su destino.

Era necesario contar con mapas precisos de los lugares por donde iban a pasar. Sin embargo, si no se disponía de ninguno, se contrataban guías locales para conducir a las tropas por una determinada región. Además, siempre se mandaba por delante a exploradores para controlar que todo estuviera bien.

La ruta estaba salpicada de «etapas», una serie de paradas puestas a lo largo del camino donde se guardaban las provisiones que fueran necesarias para esa ocasión y donde podía acampar el ejército. Algunas eran fijas, pero otras se montaban expresamente para la ocasión. Estas etapas eran organizadas primero por los propios militares, pero también se buscaba a gente civil, los asentistas, que se encargara de prepararlas, incluyendo las provisiones y demás elementos que necesitaran los soldados.

El 22 de agosto de 1567, el Gran Duque de Alba tomó posesión en Bruselas como gobernador de los Estados Generales de los Países Bajos, reemplazando a Margarita de Parma. Foto: Getty.

Estos asentistas competían entre sí proponiendo la mejor oferta a los gobiernos de las zonas por donde iban a pasar los ejércitos. Los que eran aceptados tenían que firmar un acuerdo sobre la cantidad de alimentos que iban a suministrar y el precio que podían pedir por estos, incluyendo también el modo de pago que tenían que utilizar los soldados. Este sistema permitía que las tropas pudieran ser alimentadas sin suponer una carga para las regiones por las que pasaban, e incluso permitían enriquecer a estas zonas. Es curioso que el Camino Español se estableciera en lo que hoy se conoce como la «Banana Azul de Europa», el gran eje económico e industrial europeo.

Sin embargo, este sistema no siempre era el más adecuado y aparecían problemas. A veces se producían porque los propios militares no contaban con recursos económicos para pagar su alimentación. En otras, el problema venía de los asentistas, los cuales no habían calculado bien cuántas provisiones tenían que reunir, el precio que podían exigir por estas, o incluso el tenerlas a tiempo. Esto podía provocar graves descontentos dentro de los soldados u ocasionar problemas a las ciudades que tenían que hacerse cargo de ese ejército hambriento.

Para facilitar el desplazamiento de las tropas, se dividía al ejército en varios grupos con el fin de que fuera más fácil la marcha. También se utilizaban animales de carga como mulas, sobre todo en las zonas montañosas para llevar la impedimenta. Esos animales podían cargar entre 100 y 200 kilos según su tamaño. Además, para que el camino se les hiciese más llevadero a los soldados, cada varios días se dejaba uno de descanso, así podían reponer fuerzas y continuar con la ruta.

Todo esto permitía que los tercios pudieran avanzar por el Camino Español a buen ritmo, de manera que llegaran a su destino tras mes y medio aproximadamente de marcha. A veces se alargaba a los dos meses, y en otras se acortaba, como lo sucedido en 1578, cuando el ejército pudo recorrerlo en unos 32 días.

El fin del Camino Español

El talón de Aquiles de este camino se encontraba en la necesidad de mantener buenas relaciones diplomáticas con los Estados no españoles por los que pasaba. Esa debilidad fue aprovechada por otro de los grandes enemigos de España, Francia. Este país se encargó de ir dinamitando los pasos no españoles y su primer gran golpe lo asestó en 1622, cuando atrajo a su órbita al duque Carlos Manuel I de Saboya, a pesar de que tradicionalmente su ducado estaba enemistado con Francia.

Una de las rutas alternativas del Camino Español atravesaba los valles suizos de Engandina (en la imagen) y Valtelina. Foto: Shutterstock.

Esto hizo que España tuviera que encontrar una nueva ruta. La halló en los valles de la Engadina y la Valtelina, que permitían el paso al Tirol austriaco. Desde aquí se llegaba al Rin a su paso por Alsacia y, finalmente, se podían dirigir al ducado de Lorena y llegar a Flandes. También se pudo establecer otra ruta menos frecuentada que pasaba por los cantones suizos católicos para llegar también hasta Alsacia.

Pero todo esto se vino abajo por la política militar de Luis XIII de Francia. Este consiguió invadir tanto los valles italianos por los que pasaban los tercios como Alsacia. Sin embargo, lo más grave para los españoles fue cuando Francia consiguió hacerse con Lorena en 1633 y cerrar el camino a los tercios. Este fue el golpe de gracia al Camino Español, ya que dependía completamente del paso por este lugar para llegar a los Países Bajos.

Luis XIII, rey de Francia (1636), por Philippe de Champaigne. Museo del Prado, Madrid. Foto: ASC.

Aunque el Camino desapareció en el siglo XVII, su recuerdo no lo hizo. Si uno sigue las huellas de esta ruta, podrá encontrar numerosos elementos que todavía dan testimonio del paso de los tercios españoles. Un ejemplo muy evidente es la ciudad belga de Arlon. Esta localidad ha conservado en su entramado urbano una calle llamada «Chemin des Espagnols», es decir, «Camino de los Españoles».

Pero, sin duda, uno de los recuerdos más importantes es el que dejó escrito Cervantes en la primera parte de El Quijote, en su capítulo XXXIX: «Embarquéme en Alicante, llegué con próspero viaje a Génova, fui desde allí a Milán, donde me acomodé de armas y de algunas galas de soldado, de donde quise ir a asentar mi plaza al Piamonte; y estando ya de camino para Alejandría de la Palla, tuve nuevas que el gran Duque de Alba pasaba a Flandes. Mudé propósito, fuime con él, servíle en las jornadas que hizo».

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.

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