Taxco.- “Sin Camila, no hay Semana Santa en Taxco”.
Es Jueves Santo en Taxco y esa es la consigna, es la demanda, es la rabia.
Camila Gómez Ortega era una niña de ocho años. La asesinaron el miércoles y la madrugada de este jueves la hallaron muerta sobre la carretera federal Cuernavaca-Taxco.
El feminicidio desbordó la rabia, la furia. Los servicios del jueves santo quedaron en el olvido.
Desde la noche del miércoles, en la avenida Los Plateros, a la altura del barrio Florida, comenzaron a llegar familiares, amigos y vecinos a la casa de Camila. Bloquearon la vía y cercaron una casa. La casa de una vecina donde estuvo por última vez Camila.
A esa casa la niña llegó a las 13:00 horas del miércoles. La hija de la vecina la invitó a jugar en una alberca de plástico. Primero le dijeron que a las 11, después que a la 1.
A las 16:00 horas, la madre de Camila fue a la casa de la vecina para recogerla. La mujer le dijo que la niña nunca llegó. Se retiró y a los minutos comenzó a recibir llamadas a su celular de un número desconocido. Le pedían 250 mil pesos por la libertad de su hija.
Una de las vecinas ofreció el video de las cámaras de vigilancia de su casa, ahí se observa cómo la niña entra a la casa donde la invitaron a jugar en la alberca.
La familia accedió también a otro video: se ve a la mujer bajando por el callejón con un bote con ropa, también a un hombre cargando una bolsa negra de plástico. Los dos llegan hasta la avenida Los Plateros, abren la cajuela de un taxi, meten el bote y la bolsa y se van.
La madre de Camila y otros familiares fueron a presentar la denuncia a la agencia del Ministerio Público en Taxco, no se la tomaron, se fueron hasta Iguala, a la Fiscalía antisecuestro de la Fiscalía General del Estado (FGE).
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En Taxco se extendió la alerta por la desaparición de Camila.
A la avenida Los Plateros comenzaron a llegar decenas de personas en apoyo, bloquearon la vía y exigieron la liberación de Camila.
El tío de Camila dice que la tarde del miércoles el hombre que manejó el taxi fue detenido y fue quien confesó dónde fueron a dejar el cuerpo.
El bloqueo continuó, a las 4 de la mañana del jueves, la madre de la niña recibió otra llamada: tenía que ir al MP a identificar un cadáver que había sido encontrado sobre la carretera Taxco-Cuernavaca. Era Camila.
Desde ese momento, la madre de Camila exigió al MP detener a la familia con la que estuvo su hija por última vez. Las autoridades le prometieron que solicitarían a un juez la orden de aprehensión.
Dieron las 10:30 horas y ninguna autoridad llegó a tomar declaración de la familia acusada, menos para detenerla. En la avenida, la rabia iba en aumento. La idea de sacar a los sospechosos comenzó a surgir. Un grupo subió y se topó con diez policías estatales. Les impidieron el paso. Se empujaron, se gritaron. Los policías pedían calma, que la orden de aprehensión ya casi venía.
Uno de los agentes tomó su celular, marcó y habló —o simuló hablar— con un fiscal.
“Fiscal, apúrense, acá la gente está muy enojada”, dijo.
Calma era lo que menos tenían. Tenían rabia, furia. Y se veía en sus ojos, se escuchaba en sus gritos.
“No estamos enojados, estamos enfurecidos”, le precisó una mujer al policía.
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Al final, acordaron que, si en media hora no llegaba la orden de aprehensión, entrarían a la fuerza.
La media hora concluyó, la orden de aprehensión no llegó. La familia de Camila trató de apaciguar los ánimos.
“Me dice la mamá de Camila que tranquilos, que falta una declaración y sale la orden de aprehensión”, dijo una mujer que se presentó como amiga de la familia.
La media hora se alargó. La furia se contuvo.
“Me están pidiendo que junte un grupo para que los de la fiscalía hablen con ellos y se calmen”, contó la madre de Camila a un grupo de familiares. Otra familiar les dijo: “A mí un amigo me dijo que en la fiscalía tienen miedo a que, si los sacan, la gente los va a agarrar y los va a linchar”.
El grupo de la fiscalía no llegó a dialogar con los manifestantes, tampoco sacaron a la familia acusada del secuestro y asesinato de Camila.
Terminó la espera. La orden de aprehensión no llegó. La furia nadie más la pudo contener.
Eran las 12:40 de la tarde, una turba subió las decenas de escaleras del callejón Florida, se enfrentaron con los 20 policías estatales que resguardaban el domicilio donde Camila estuvo por última vez. Hombres y mujeres derribaron la muralla que montaron los agentes. Quitaron a los primeros y los demás se quitaron solos.
Nada impidió la llegada de la turba a la casa. Tomaron barrotes, varillas, barretas, piedras y todos se enfilaron hacia la casa. Un grupo comenzó con la puerta, con un barrote la golpearon incesantemente. Al mismo tiempo, otro grupo subió al techo, con barretas despegaron las láminas.
“¡Aquí están!, ¡aquí están!”, gritó un hombre desde el techo.
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El grito fue leña seca para la hoguera, una especie de grito de guerra. Entonces volvieron a enfilarse con un tronco hacia la puerta con más fuerza. Una, dos, tres, decenas de veces hasta que derribaron la parte de arriba.
En el cuarto oscuro se asomó una mujer, dos jóvenes y una adolescente. Todos querían a la mujer. A la que apareció en el video. La que le dijo a la mamá de Camila que la niña nunca llegó a su casa.
La turba intentó entrar, los de adentro buscaban defenderse. Al final tumbaron la parte de abajo de la puerta. La turba entró a la casa. Golpeó a todos, pero se enfocaron en la mujer y los dos hombres, presuntamente sus hijos.
Los sacaron, los golpearon, los arrastraron por las escaleras hasta bajarlos a la avenida Los Plateros. Todo se convirtió en brutalidad. No tuvieron piedad. Unos les daban con puño cerrados, otros a patadas, con las rodillas, con los codos. Con palos, con tubos, con piedras. Los policías y militares se limitaron a ver.
Los tres tenían el rostro desfigurado, les brotaba sangre por la nariz, la frente, la boca. Nadie paraba la rabia. La rabia por el asesinato de una niña de ocho años. Tal vez, rabia contenida, porque en este Taxco, el que gobierna Mario Figueroa Mundo, los asesinatos, las desapariciones, los ataques, las extorsiones se pasean campantes por la ciudad. Nadie los impide. La impunidad impera.
Después de un respiro, los dos jóvenes fueron rescatados por policías y militares, los sacaron de la turba. A la mujer la subieron a una patrulla de la Policía Municipal, pero los golpes no pararon. Desde abajo le jalaron el cabello, le tiraban puñetazos. Le lanzaban insultos.
La patrulla quiso avanzar, pero de inmediato, un grupo movió un vehículo y lo atravesó, le impidió el paso. Los golpes siguieron hasta que la bajaron. En el piso la patearon hasta que se cansaron.
“¡Quémenla!, yo los apoyo”, propuso un hombre. En minutos apareció una garrafa con gasolina. Un hombre la tomó y casi cuando estaba por abrirla se le atravesó un joven flaco y ordenó: “Ya, ya viene la carroza con Camila, por respeto vamos a calmarnos”.
Tomó la garrafa y se la llevó lejos de la turba. El anuncio de la llegada de la carroza apaciguó los ánimos, dejaron de patear a la mujer y los policías municipales aprovecharon para llevársela.
Cuando la patrulla arrancó y se fue, se escuchó un silencio que durante todo el día no se había escuchado. Todos descargaron la rabia, la furia.
Media hora después llega la carroza con el cadáver de Camila, salió el cortejo hasta la funeraria Los Ángeles.
Una hora después murió a consecuencia de los golpes la mujer que acusaron de haber secuestrado y asesinado a Camila. La identificaron como Ana Rosa Díaz Aguilar.
Casi al mismo tiempo, el gobierno de Guerrero informó que dispuso una operación para lograr “la ubicación y aseguramiento de los presuntos responsables”. Todos sabían dónde estaban y ninguna autoridad intentó detenerlos, los “aseguraron” hasta que los lincharon.
El alcalde, Mario Figueroa Mundo, consideró el asesinato de Camila un “pequeño” hecho de violencia.
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