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viernes, julio 5, 2024

¿Cuándo se exhibe el Santo Rostro de la Catedral de Jaén?

Aspectos como la monumentalidad de la Catedral de Jaén o el que esté rodeada de balcones, todavía hoy, sorprenden a muchos giennenses y a visitantes que no se explican cómo una ciudad de tipo medio, como fue el Jaén de la Edad Moderna, pudo contar con una catedral así.

El esfuerzo de todos los agentes implicados por llevar a buen término el proyecto —pues no podemos olvidar que es una catedral perfectamente acabada arquitectónicamente—, y la grandiosidad del mismo encuentran en el Santo Rostro su explicación. Efectivamente, fue gracias al Santo Rostro que se consiguieron muchas de las gracias espirituales y privilegios económicos que posibilitaron la construcción, al tiempo que atrajo a miles de peregrinos a Jaén que, con gran fervor, acudían a venerar una de las principales reliquias de la cristiandad.

Estampa de la Verónica o del Santo Rostro de Jaén. FOTO: PARTAL.

Pero, antes de adentrarnos en la singularidad de estos aspectos, cabría preguntarse qué es el Santo Rostro y por qué despertó tanta devoción. Pues bien, según la tradición, se trata de una de las tres imágenes que quedaron impresas en el paño con el que la Verónica enjugó el Rostro de Cristo camino del Calvario.

Por tanto, es un «acheropita», una imagen en la que no había intervenido la mano del hombre, como el Mandylion de Edesa, el Santo Sudario de Oviedo o la Sábana Santa de Turín. Todas ellas son reliquias que proceden directamente de Cristo, por tanto, su valor simbólico es mucho mayor, de ahí la gran devoción que reciben.

Devoción por la reliquia del Santo Rostro de la Catedral de Jaén

La forma de llegada del Santo Rostro a Jaén también está cargada de leyenda, pues se ha vinculado con el primer obispo de la diócesis, San Eufrasio, y con Fernando III tras la reconquista de la ciudad.

Sin embargo, desde el siglo XVII se intenta dar luz sobre estos hechos y se defiende que la reliquia entró en la catedral de la mano del obispo Nicolás de Biedma (1368-1378 y 1381-1383). Fue durante el gobierno de este prelado cuando Jaén fue arrasada por una de las peores razias de los nazaríes granadinos de Muhammad V, en el marco de la guerra entre Pedro I y Enrique de Trastámara.

Ante esta situación, y en pago a una serie de servicios prestados por el obispo giennense a Gregrorio XI, Nicolás de Biedma le regaló la preciada reliquia, que sería utilizada a modo de paladión o protector de una ciudad de frontera con el Islam, como era Jaén.

En el siglo XV se muestra ya el arraigo de la reliquia y la famosa Crónica del condestable Miguel Lucas de Iranzo da buena prueba de ello. No obstante, será en la centuria siguiente cuando Jaén se convierta en una importante meta de peregrinación de la cristiandad, más cuando la dificultad para llegar a los Santos Lugares era cada vez mayor y Santiago de Compostela no se hallaba en sus mejores momentos.

Los peregrinos llegaban a Jaén en las dos fechas dedicadas a la ostensión, el Viernes Santo, como solía ocurrir con este tipo de reliquias relacionadas con la Pasión, y el día de la Asunción de María, fiesta de la titular de la Catedral de Jaén. De hecho, este segundo día era el que más peregrinos atraía, al ser en verano y coincidir con la feria de la ciudad.

En 1637, Juan Acuña del Adarve, en su Discurso de las efigies y verdaderos retratos non manufacturados del Santo Rostro y Cuerpo de Christo Nuestro Señor, deja claro cuál era el papel de Jaén en el mapa de las peregrinaciones de la cristiandad, equiparándola a Roma, Jerusalén o Compostela: «Y no es de pasar en silencio que en ella entre los santuarios mayores de la Christinadad, quales son los de Hierusalén, Roma, y Santiago de Galicia, se ponga la Santa Iglesia de Iaén por la singularidad y grandeza de la Santa Verónica que en ella se guarda».

Asimismo, subrayó que la peregrinación a Jaén estaba muy por encima de otros santuarios importantes de España, como la propia Santiago o Daroca «y de ninguno de todos, ni de alguno de otras Provincias extranjeras, se refiere semejante concurso de tanto número de personas en junto, de todos estados y calidades, y de todas suertes y condiciones, como son los que dos vezes cada año de muchos a esta parte se han juntado y juntan a la vista y veneración desta santa reliquia». No obstante, reconocía que en tiempos pretéritos había sido mayor porque en su día, primera mitad del siglo XVII «como lo demás correr, la religión y devoción estaban con mayor tibieza».

Una catedral en Jaén a la altura de su Santo Rostro

El deseo de construir una catedral de calidad, es decir de piedra, y con un marcado carácter monumental, se hizo patente, de manera particular, en tiempos del obispo Luis Osorio (1483-1496).

No obstante, desde años antes se venía gestando esta idea, como corrobora el sínodo del obispo Manrique en 1478, y se justificaba ese afán en el que se trataba de la iglesia mayor de la diócesis, por tanto, matriz del resto y custodia de la Verónica, denominación extendida del Santo Rostro.

Más tarde, cuando en tiempos del cardenal Merino se empieza a gestar el proyecto renacentista, se crea la cofradía del Santo Rostro para que hombres y mujeres de todo el mundo contribuyeran con un real de plata a la construcción de la Catedral de Jaén, que sería su relicario pétreo.

Además, la fama de la devoción favoreció la consecución de diversas gracias de Roma, que contribuyeron a crear una hacienda suficiente con la que emprender el proyecto de Andrés de Vandelvira.

Al mismo tiempo, ante el número creciente de peregrinos, la arquitectura del templo tuvo que dar respuesta a las necesidades devocionales que se planteaban. Esto explica aspectos como la separación del altar mayor con respecto a la capilla mayor, con el fin de crear una nave de tránsito ante la capilla de la reliquia del Santo Rostro que, a modo de las girolas de las iglesias de peregrinación medievales, facilitaba el discurrir de los fieles sin interferir en los cultos desarrollados en el altar mayor y coro.

Pintura de la reliquia flanqueada por dos ángeles en la puerta del sagrario de la Capilla del Santo Rostro, por Sebastián Martínez Domedel (1660). FOTO: ASC.

También marcó el programa iconográfico de la capilla mayor —y de buena parte de la Catedral de Jaén— que seguía el de la capilla del Santo Volto (Santo Rostro) de Roma. En el sagrario de la capilla mayor, en lugar de reservarse el Santísimo, se custodiaría el Santo Rostro al que se profesaba tan alta veneración como a la Eucaristía. Igualmente, llama la atención que la capilla mayor y la de Santiago estén comunicadas por una puerta, lo que posibilitaba el traslado del Santo Rostro desde su sagrario hasta la sala capitular, sin tener que cruzar la reja de la capilla y, por tanto, protegido de los fieles.

En relación con esto, se explica el pasadizo que une la antesala capitular y la sacristía mayor, realizado en el siglo XVIII para favorecer este «discurrir privado».

Finalmente, el Santo Rostro también está detrás de la presencia de los balcones que rodean la Catedral de Jaén y es que, desde ellos, se mostraba a los fieles y se hacía la bendición de la ciudad y de los campos que la rodeaban.

Por las descripciones que nos han llegado, y por la documentación capitular, sabemos que la catedral vieja de Jaén ya contaba con balcones por los que se mostraba el Santo Rostro, en menor número y dispuestos de forma irregular pero, sobre todo, abiertos a los espacios que más fieles podían concitar, es decir, la plaza de Santa María, la del Mercado y las lonjas y, por tanto, abiertos hacia los cuatro puntos cardinales.

La Verónica o Santo Rostro

La tradición lo considera un acheropita de Cristo, retrato no realizado por el hombre, y lo sitúa como una de las tres impresiones que quedaron en el lienzo de la Verónica.

Uno de estos tres retratos se conservó en Roma, el otro en Jerusalén —aunque también se narra que cayó al Mediterráneo— y el tercero es el conservado en Jaén.

Quizás, sobre la base de una antigua y preciada reliquia se pintó la imagen que vemos en la actualidad y que se ha relacionado con el quehacer de pintores de la escuela de Siena, próximos a Simone Martini (h. 1284-h. 1344).

La ostensión del Santo Rostro en la Catedral de Jaén

Y, llegados a este punto, cabe preguntarnos ¿qué liturgia se seguía en la ostensión? Como ya hemos adelantado, el Santo Rostro se mostraba dos veces al año. Fuera de estas dos ocasiones solo se sacaba de su sagrario en excepciones muy contadas, especialmente con motivo de visitas ilustres como reyes, obispos o miembros de la nobleza, así como con motivo de rogativas y acciones de gracias.

Por ejemplo, a raíz del terremoto de Lisboa, que puso en un serio aprieto la estabilidad de la catedral y que finalmente se saldó sin daños personales, el cabildo acordó que cada primero de noviembre la Verónica presidiría, en el tabernáculo del altar mayor, la celebración solemne de ese día, como todavía hoy se hace.

La catedral y sus balcones responden a la concepción del templo como custodia del Santo Rostro y lugar de peregrinación. FOTO: ASC.

En tiempos del cardenal Merino (1527), y luego durante el gobierno de fray Juan Asensio (1690), se fijó el ceremonial de la ostensión con el fin de evitar excesos. Esta práctica se puede relacionar con el de otras reliquias generadoras de una gran devoción, como el Santo Sudario de la catedral de Oviedo o los Sagrados Manteles de la catedral de Coria (Cáceres), mostradas ambas desde un balcón de la Catedral de Jaén; o, incluso, con las ceremonias celebradas en El Escorial y en la propia basílica de San Pedro.

Sabemos que, como sería de esperar, el Viernes Santo la ostensión se hacía de forma más sobria y la reliquia se mostraba al finalizar el Oficio de la Pasión y Muerte del Señor que, hasta el Concilio Vaticano II, se celebraba a mediodía. Hoy tiene carácter vespertino y es a su término cuando tiene lugar la mostración; el día de la Asunción de María era mucho más concurrido, solemne y festivo.

En cuanto a la forma de realizar la ostensión, distinguimos dos momentos: antes y después de 1731, año clave en la ceremonia de la mostración de la reliquia del Santo Rostro. Antes de 1731, las fuentes subrayan la gran cantidad de fieles que llenaban, desde muy temprano, la Catedral de Jaén e invadían los espacios abiertos del entorno, especialmente la plaza de Santa María, así como los tejados, azoteas e incluso el Cerro de Santa Catalina, donde se enclava el castillo.

Los que estaban en la Catedral de Jaén la podían tocar y ver muy de cerca, desde que era sacada de su sagrario y llevada al altar mayor, donde los devotos pasaban sobre su cristal todo tipo de objetos como rosarios, trozos de tela y, sobre todo, las denominadas «Verónicas», que no eran sino estampas o pinturas en los soportes más diversos (papel, lienzo, cuero, cristal, etc.) que reproducían el Santo Rostro y que, «tocados con el original de Jaén» como indicaba la leyenda que solía portar, adquirían los valores protectores de la reliquia de la Catedral de Jaén y llegaban a los confines más insospechados.

Balcón desde el que se realiza la ceremonia de ostensión del Santo Rostro en Jaén. FOTO: PARTAL.

Desde el altar mayor, el Santo Rostro se llevaba a la sala capitular, la sacristía y, finalmente, se subía a las galerías altas, donde hombres y mujeres separados esperaban con ansia la cercanía del Santo Rostro, que se iba mostrando hacia el interior y el exterior causando la conmoción de los devotos que llevaban horas esperando.

Los balcones se adornaban con reposteros y dos grandes hachas de cera encendidas y, antes de llegar con la reliquia, los ministriles incensaban. Era el obispo, y en su ausencia el deán, quienes la mostraban, acompañados de clérigos, mientras, desde los balcones más cercanos, los ministriles anunciaban su salida y se cantaban las letanías.

Las fuentes de la época insisten en que hasta las personas situadas en las faldas del castillo veían con total nitidez el Santo Rostro de Cristo y que, con gran satisfacción, volvían a sus casas después de tan gozosa experiencia. «Los que de diferentes provincias vienen en Romería a ver la Santa Verónica son tantos, que los que la muestran, quanto ven es gente y con tanta devoción que los más lloran y muchos a gritos , porque el señor que a ella tocó y representa, mueve con tanta fuerça por los ojos el coraçón, que a todos admira, espanta y atemoriza y con tanta suavidad enternece que yo testifico que monstrándola me recato muy de ordinario de mirarla», relata Juan Acuña del Adarve en 1637.

Cambios en la ceremonia de la ostensión del Santo Rostro

En 1731 cambió considerablemente el desarrollo de esta celebración. En pleno siglo XVIII los aires ilustrados empezaron a soplar con fuerza y todo aquello que representara la más profunda devoción popular fue escudriñado.

Gobernaba la diócesis el obispo Rodrigo Marín y Rubio (1714-1732) al que no le encajaban los excesos devocionales y, sin dar muchas explicaciones, comenzó la reforma de estas prácticas. En este sentido, encargó un nuevo marco para el Santo Rostro, que sustituiría al costeado por Sancho Dávila (1600-1615). La pieza fue ejecutada por el cordobés José Francisco de Valderrama, en 1731, y el obispo entregó la plata y piedras preciosas que lo adornarían. Desde el momento que le fue colocado cambió la ceremonia de la ostensión, pues ya no se permitió que nadie tocara la reliquia, lo que generó estupor entre todos los asistentes, que solo pudieron verlo pero no tocarlo.

Pese a las críticas, que se elevaron ante el ayuntamiento e incluso hasta el rey, no hubo marcha atrás y el nuevo ceremonial quedó fijado por escrito. Para facilitar esta ausencia de contacto con los fieles, se mostraba en los púlpitos y luego directamente en los balcones. La devoción fue perdiendo fuerza y Jaén dejó de ser la gran meta de peregrinación que había sido en las centurias anteriores.

En los años ochenta del siglo XX se dejó de hacer la ceremonia de la ostensión; no fue hasta 2014 cuando se volvió a recuperar, en las fechas tradicionales del Viernes Santo y la Asunción de la Virgen. Además, cada viernes se muestra en la iglesia del Sagrario de la Catedral de Jaén.

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Interesante o Muy Historia.

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