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viernes, noviembre 29, 2024

La valiosa decoración de las capillas de la Catedral de Jaén

Cuando obispos y cabildo afrontaron la dotación mueble de las capillas de la Catedral de Jaén, tuvieron muy presente que debían tener la misma calidad que la arquitectura o, como solían decir, «que fuera competente con la fábrica». La documentación capitular, así como la conservada en otros archivos, da buena prueba de ello y constata el esfuerzo del cabildo a la hora de llevar a fin tan importante empresa.

El cardenal Baltasar Moscoso había prohibido los patronatos privados y esto limitó el que nobles y miembros del poder local pudieran adquirir capillas que se perpetuaran en sus descendientes; de ahí que fueran los propios prelados y, sobre todo, los miembros del cabildo quienes costearan estos proyectos.

La Catedral de Jaén, en cuanto al cuerpo de la iglesia se refiere, tuvo dos momentos constructivos destacados, el que se desarrolló entre 1634 y 1660 y el que constituyó el final de las obras entre 1701 y 1736; pues bien, fue al término de los mismos cuando se emprendieron los principales proyectos de amueblamiento, aunque el primero fue mucho más discreto que el segundo. En uno y en otro las piezas artísticas procedentes de la vieja catedral tuvieron cierto protagonismo, sobre todo las que generaban mayor devoción o poseían un fuerte simbolismo.

Aunque los criterios de conservación de entonces distan años luz de los actuales, todavía hoy podemos ver piezas medievales y renacentistas repartidas por las capillas de la catedral, algunas tan significativas como la Virgen de la Antigua, la de Gracia, procedente del estandarte del obispo Estúñiga, o el propio coro catedralicio.

La capilla mayor de la Catedral de Jaén

En la zona consagrada en 1660, desde la cabecera hasta el coro, se emprendieron nuevos programas decorativos. No obstante, las siempre difíciles condiciones económicas frustraron muchos de estos deseos y se recurrió a la reutilización de obras que, de no ser por este contexto, se hubieran vendido a otras parroquias, o incluso destruido.

Sin duda, la capilla más cuidada y renovada de este espacio fue la capilla mayor, en la que se guardaban el Santo Rostro y la Virgen de la Antigua, la patrona del cabildo. Pese a las múltiples intervenciones, durante la Edad Moderna se procuró que el programa iconográfico de esta capilla fuera similar al de la capilla del Santo Volto, Santo Rostro, de la basílica de San Pedro de Roma.

En la nueva capilla mayor se volvió a colocar el retablo de la primitiva capilla, que había sido encargado por el obispo Sancho Dávila y Toledo (1600-1615), a principios del siglo XVII, al afamado maestro Sebastián de Solís (h. 1550-h. 1630) quien se ocupó no solo de la arquitectura, sino también de la labor escultórica en la que sobresale el magnífico calvario que corona el conjunto.

Virgen de la Antigua, Jaén. FOTO: ASC.

Con él se sustituyó el retablo realizado por unos pintores franceses, en tiempos de Alonso Suárez (1500-1520), que fue trasladado al antiguo sagrario. No obstante, al volver a montar el retablo en la nueva capilla mayor, se le incorporaron cuatro pinturas, realizadas por Sebastián Martínez Domedel (h. 1615-1667), que reemplazaban a las de la primitiva capilla, de tiempos de Dávila.

Sebastián Martínez Domedel, por indicación de los promotores, realizó copias de obras custodiadas en las colecciones de Madrid, especialmente de El Escorial, a las que pudo acceder gracias a la intervención del cardenal Moscoso, anterior obispo de Jaén y ya por entonces en Toledo.

Concretamente, a una copia de la afamada y devota Annunziata de Florencia, de la que Felipe II poseía una copia realizada por Alessandro Allori, una Visitación vinculada a Tiziano y que, recientemente, se ha puesto en relación con maestros franceses y del norte de Italia y, en el cuerpo superior, dos temas de la Pasión de Cristo: la Flagelación que copia la de Navarrete «el Mudo», en El Escorial, y el Descendimiento, que sigue a aquel que Volterra realizó para la iglesia de la Trinitá dei Monti, en Roma, bien conocido en España.

Para aquellos que venían a Jaén fuera de las dos fechas de ostensión del Santo Rostro, Viernes Santo y día de la Asunción, Sebastián Martínez pintó sobre la puerta del sagrario de la capilla mayor de la Catedral de Jaén a dos ángeles sosteniendo la Verónica, copia fiel del original que, al menos, saciaba la curiosidad de los que no lo conocían; recordando a los giennenses, de forma permanente, el preciado tesoro que se guardaba allí.

Restauración neoclásica de la capilla mayor

En 1821, el viejo retablo se remodeló completamente y sus esculturas se «refrescaron», término que se utiliza en la documentación y que podría equivaler al actual «restaurar», aunque con unos criterios muy lejanos a los vigentes; con esta intervención se pretendía darle un aspecto neoclásico frente al barroco primitivo, lo cual se enmarcaba en el proyecto de sustituir las máquinas barrocas por otras neoclásicas.

Fue entonces cuando se sacaron los lienzos de la Anunciación y la Visitación y se dispusieron en los laterales de la capilla, poniendo en su lugar las imágenes de los santos del primer cuerpo (san Bernardo, san Pedro, san Pablo y san Antón) e introduciendo dos lienzos de menor tamaño, regalados por un «caballero veinticuatro» (oficio municipal que nos recordaría a los actuales concejales) que compró en Sevilla como obras de Murillo.

Entre las curiosidades que guarda esta capilla destaca que, justo detrás del retablo, aparecen restos de la catedral vieja, lo que atestigua que la destrucción no fue tan exhaustiva como se creía. Además, en la clave del arco, bajo el relieve de dos ángeles que sostienen el Santo Rostro, aparece el escudo de los Reyes Católicos.

Esto se debe a que la reina, en agradecimiento por la Toma de Granada y porque residió en Jaén durante varios meses, instituyó el llamado «Juro de las Salves». De tal manera que, cada sábado, al término de la misa conventual, los capitulares acudían —y todavía hoy lo siguen haciendo— a la capilla mayor para cantar la Salve ante la Virgen de la Antigua.

Una vez ornada la capilla mayor se emprendió la decoración de la capilla inmediata que da acceso a la sala capitular, en la nave de la Epístola, ahora dedicada a Santiago. Para ella, se encargó a Sebastián Martínez un gran lienzo con el martirio de San Sebastián, santo al que se le tenía gran devoción y del que la catedral conservaba una preciada reliquia que se procesionaba cada 20 de enero, hasta la parroquia de Santiago y con acompañamiento del cabildo municipal.

Martínez realizó un lienzo de casi 5 metros de alto, en el que plasmó todo lo aprendido en la corte y firmado en 1663. En el siglo XVIII se trasladó a la segunda capilla de la nave de la Epístola, donde hoy se conserva, compartiendo devoción con San Juan Nepomuceno.

La capilla de San Fernando, en la Catedral de Jaén

También se decoró la capilla inmediata, la actual de San Benito, que se dedicó al que por entonces era un nuevo santo, el rey Fernando III.

En 1671, la corona española había conseguido llevar a los altares a uno de sus miembros, tal y como habían hecho otras monarquías. Desde Madrid, la reina regente informó al cabildo sobre la canonización y el nuevo rezo. Dos años después, en 1673, se recibió una nueva carta en la que Mariana de Austria pedía a todas las catedrales que extendieran la devoción al nuevo santo, a través de capillas o altares donde estuviera su efigie, ya fuera en pintura o escultura, para así aumentar la cercanía con los fieles.

La Catedral de Jaén le dedicó esta destacada capilla, por su tamaño y proximidad a la sala capitular, donde se puso una de las pinturas de mayor valor de la catedral, la Apoteosis de San Fernando, realizada por Juan de Valdés Leal (1622-1690).

Capilla de San Fernando con retablo del arquitecto y tallista Manuel López y lienzo de San Fernando de Valdés Leal, con la ciudad de Jaén al fondo. FOTO: ASC.

En la segunda mitad del siglo XVIII, la capilla se dedicó a san Benito y el lienzo de San Fernando pasó por varias capillas, hasta recalar en la situada en la cabecera en el lado del Evangelio, antes dedicada al Dulce Nombre de Jesús. Allí se encuentra en la actualidad, tras haber pasado algunos años en el museo catedralicio, de donde salió en 2010.

Con el fin de las obras, en 1736, se comenzó la decoración del resto de las capillas. En ese momento se apeló a los canónigos y demás prebendados a que emprendieran los programas decorativos de estos espacios, ya que las limitaciones económicas de la fábrica eran enormes.

El primero en lanzarse fue el racionero Juan Romero de Utrera, que instituyó la capilla de la Virgen de los Dolores gracias a los desvelos del que fuera su albacea, Ambrosio Francisco de Gámez (1693-1762). El resultado fue una de las capillas más bellas y ornadas de la Catedral de Jaén, y las obras, creadas ex profeso para ella, compartían lugar con otras antiguas reaprovechadas.

Entre las creadas ex profeso, destaca un retablo que acoge un lienzo ovalado con la Transfixión de la Virgen, obra del sevillano Domingo Martínez (1688-1749). Entre las piezas antiguas, un magnífico Cristo yacente vinculado a Juan de Reolid y los portentosos lienzos de los Evangelistas, realizados por Sebastián Martínez, de los que se han encontrado dos réplicas o copias, una en el mercado artístico y otra en la catedral de Segovia.

El patrimonio artístico de la Catedral de Jaén

El patrimonio artístico de la Catedral de Jaén ha seguido creciendo en los siglos XX y XXI. Una de las piezas más interesantes es el Cristo de la Buena Muerte realizado en 1927 por Jacinto Higueras, el titular de la cofradía homónima que procesiona cada Miércoles Santo desde la catedral, junto al conjunto con Cristo descendido de la cruz, de Víctor de los Ríos (1959), y la Virgen de las Angustias, magnífico conjunto realizado por José de Mora (h. 1717) y al que se sumaron dos ángeles pasionistas, realizados por Ramón Amadeu (1745-1821) para la Virgen de la Correa.

La Catedral de Jaén conserva obras de pintores como Miguel Viribay, María García, Francisco Carrillo o Santiago Ydáñez, que bien representan a nuevos beatos y santos o, como es el caso de Ydáñez, materializa una donación del artista que expuso en las galerías altas de la catedral.

No podemos perder de vista que la Catedral de Jaén, además del templo matriz de la diócesis y modelo para el resto de iglesias, también es un referente cultural.

Conciertos de música sacra, exposiciones y ciclos de conferencias sobre el patrimonio artístico, especialmente giennense, se dan cita a lo largo del año en espacios como el coro, la sacristía mayor o las galerías altas; para el desarrollo de esta labor, el cabildo ha contado con la colaboración de otras instituciones, como la Asociación de Amigos de la Catedral, la Fundación Caja Rural y la Universidad de Jaén.

Capillas de San Benito y Santa Teresa, Catedral de Jaén

El canónigo Gámez estuvo detrás de los proyectos decorativos de muchas de las capillas barrocas. De haber vivido unos años más habría conseguido culminar el proyecto barroco de amueblamiento de la Catedral de Jaén.

Entre las capillas que supervisó, destacan las de San Benito y Santa Teresa, con retablos diseñados por Pedro Duque Cornejo (1678-1757) y ejecutados por los maestros Francisco Calvo (1708- h. 1785) y José de Medina (1709-1783).

La primera fue promovida por el obispo fray Benito Marín (1750-1769), un benedictino que extendió la devoción a su patrón en diversos lugares de la diócesis y, de manera particular, en la parroquia de San Ildefonso de Jaén, por medio de un retablo también de Duque.

Capilla de San Benito con el retablo barroco de Pedro Duque Cornejo y la imagen del santo de José de Medina.

En su capilla de la Catedral de Jaén, erigió una portentosa máquina dorada donde diversos relieves muestran los acontecimientos más destacados de la vida del santo, y este aparece triunfal en escultura de bulto redondo en el centro. En el lateral derecho, Medina talló una bellísima Lactación de San Bernardo, con una Virgen similar a la del retablo mayor de San Ildefonso de Jaén.

La capilla conserva otras piezas dignas de mención; la primera, una antigua Inmaculada de Sebastián de Solís, que perteneció a la catedral vieja. La talla corona un singular retablo que, en la zona inferior, acoge una copia de uno de esos «acheropita» —pinturas no realizadas por la mano del hombre— como fue el denominado Mandylion, el retrato que Cristo envió al rey Abgar de Edesa, en línea con el Santo Rostro y al que los giennenses tienen gran devoción. Más actual es el sagrario, una pieza de pequeño tamaño con una pintura del tan querido José Nogué (1880-1973).

Las capillas de la nave del evangelio de la Catedral de Jaén

En cuanto a la capilla de Santa Teresa, siempre dedicada a esta santa, destaca el retablo de Duque Cornejo y las tallas de José de Medina, especialmente los santos Juan Bautista y Roque. Además, esta capilla junto a la de San Benito, conserva restos de la catedral gótica en el muro izquierdo.

El capítulo barroco se cierra en la capilla de San Miguel, la que costeó Ambrosio de Gámez, aunque luego no se enterró en ella, sino en el convento de San Francisco, como tercero franciscano que era.

En un primer momento, el deseo era que las capillas de la nave del Evangelio, que se decoraron posteriormente, guardaran «simétrica» con las de la Epístola y, en este caso y en el de la Inmaculada, se consiguió.

La capilla de San Miguel se sitúa frente a la capilla de los Dolores, la primera que decoró Gámez, y en ella también dispuso un rico retablo con un lienzo oval dedicado a San Miguel luchando contra el diablo, que pintó otro sevillano de renombre, Bernardo Lorente Germán (1680-1759).

Sobre la mesa de altar dispuso una bellísima pintura de la Virgen de Alcázar, patrona de Baeza y ciudad en la que Gámez vivió su infancia y comenzó su canonjía como coadjutor del canónigo Diego de Cózar, también preocupado por las artes.

A los lados, sendas esculturas de José de Medina, que representan a San Ambrosio y San Agustín, su patrón y el de su hermano. Al igual que la capilla de los Dolores, la decoración invadió todo el espacio, hasta los casetones de la bóveda. En los muros laterales se dispusieron diez lienzos, que representan a los arcángeles y que se atribuyen al pintor Francisco Polanco, pintor de Cazorla que trabajó en Sevilla durante la primera mitad del siglo XVII.

Obras barrocas y neoclásicas en las capillas de la Catedral de Jaén

Las capillas de Santo Domingo y San Juan Nepomuceno conservan sus retablos barrocos, pero no así las de San Jerónimo, Santiago o San Fernando, en las que fueron sustituidos por los actuales neoclásicos. En esta decisión tuvo un papel destacado la Academia de San Fernando, que ejerció notable influencia sobre determinados capitulares y obispos, como José Martínez de Mazas (1731-1805) y Agustín Rubín de Ceballos (1780-1793).

Fue entonces cuando se desmontaron los retablos barrocos y se dispusieron las máquinas neoclásicas. Sin embargo, sí se salvaron sus pinturas y esculturas. Estas últimas, que habían sido realizadas por José de Medina y Francisco Calvo, se pintaron en blanco, para que parecieran de mármol, y con ellas se decoró el trascoro y la capilla del Niño Jesús.

Capilla de la Virgen de las Angustias con talla de José y Diego Mora y ángeles plañideros de Raimundo Amadeu. FOTO: ASC.

Frente al proyecto barroco, que tanto mimó el canónigo Gámez, se iniciaba uno nuevo neoclásico del que el deán Mazas sería su gran valedor y que contó con el apoyo incondicional de la Academia de San Fernando y de algunos de sus miembros, como Ventura Rodríguez o Antonio Ponz.

En el contexto de esta fiebre neoclásica se ejecutó el retablo de la capilla de San Eufrasio, sufragado por el citado obispo Rubín de Ceballos, en honor al primer obispo de la diócesis, por cuyo culto estuvo muy preocupado desde su llegada a la sede giennense.

Este retablo, para el que la academia de San Fernando dio su plácet, sirvió de modelo para los de Santiago y San Fernando. A ellos se sumaron los diseñados por Manuel Martín Rodríguez, sobrino de Ventura Rodríguez y al frente de las obras del Sagrario, concretamente los de San Jerónimo, el Niño Jesús, el Cristo del Refugio, San Pedro Pascual y la Virgen de las Angustias.

En todas estas capillas se utilizaron obras antiguas, algunas de ellas procedentes de otros templos, de conventos desamortizados y de la propia catedral. Entre las de Desamortización, destaca la Virgen de las Angustias, obra de José de Mora (1642-1724), que había pertenecido al convento de San José de carmelitas descalzos. También es reseñable el Cristo del Refugio, magnífica talla vinculada con Gutierre Gierero (†1530), uno de los maestros que trabajaron en la sillería coro.

La capilla de San José, Catedral de Jaén

La construcción del Sagrario ralentizó los proyectos decorativos de las capillas. Esto motivó la reutilzación de obras como el retablo de la capilla de San José (1577-1579), con la talla escultórica de Salvador de Cuéllar y pinturas de los hermanos Antonio y Miguel Sánchez, que ornaba primitivamente la capilla de Núñez de Vargas.

Historia de la Virgen de la Antigua de la Catedral de Jaén.

Según la tradición, la Virgen de la Antigua es la talla que puso Fernando III en la antigua mezquita en el momento de convertirla en iglesia cristiana. Sin embargo, estilísticamente no se corresponde con una obra del siglo XIII sino de la segunda mitad del siglo XIV.

No podemos olvidar que Jaén sufrió varios ataques de los musulmanes de Granada y una de esas razzias, la de 1368, supuso una gran destrucción de la que no escapó su Catedral.

La talla actual debió sustituir a la primitiva y muy pronto recibió la devoción de los giennenses. Por la documentación conservada sabemos que, hasta la segunda mitad del siglo XVII, esta talla era llamada «Nuestra Señor la Mayor» o, simplemente, «Nuestra Señora».

Iconográficamente responde al tipo de Galactotrofusa o Virgen de la leche, pues está amamantando al Niño; sus ricos ropajes y el trono con arcos góticos nos remiten a modelos franceses y navarros.

Por el inventario, de 1518, sabemos que ya contaba con un nutrido conjunto de vestidos y mantos que se incrementaría a lo largo de los siglos y que, en la actualidad, se guardan en la sacristía mayor, aunque desde su última restauración, en 1988, no se viste; muchos devotos, especialmente prebendados, los regalaron junto a joyas y piezas de plata, como maceteros y ramilleteros, para su capilla y camarín, que se cubría con una cortina que se retiraba en las grandes solemnidades o cuando pasaba el cabildo, por ejemplo, a cantar la salve de acuerdo con el Juro de las Salves.

Con mucha frecuencia, la talla era procesionada para implorar algún favor: liberación de epidemias, lluvias, salud de los monarcas, etc., o en acción de gracias, además de su procesión anual en la fiesta del Patrocinio, alentada por Felipe IV y el arzobispo-obispo Fernando de Andrade. A ella le rezan las embarazadas y, desde 2010, preside la procesión claustral del 15 de agosto, tras la que se celebra la misa mayor en la que se le presentan los niños nacidos en el último año.

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Interesante o Muy Historia.

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