Debido a los daños estructurales que la Catedral de Jaén sufrió en 1755 en el flanco nororiental, como consecuencia del terremoto de Lisboa, el cabildo tomó la decisión de reforzar esa zona del edificio con la construcción de una nueva capilla del Sagrario, que además de aportar solidez al edificio, también suponía la culminación del gran proyecto catedralicio.
El cabildo no escatimó gastos ni esfuerzos en los aspectos técnicos y artísticos para culminar la obra de la mejor forma, eligiendo a los mejores profesionales de la época: el arquitecto Ventura Rodríguez (1717-1785), el escultor francés Miguel Verdiguier (1706-1796) y los pintores Mariano Salvador Maella (1739-1819) y Zacarías González Velázquez (1763-1834).
Consagrada el 22 de marzo de 1801, la construcción de la nueva capilla del Sagrario supuso un enorme esfuerzo económico, si tenemos en cuenta que, cuando se inició, en la Catedral de Jaén aún quedaban por concluir el órgano, el altar mayor y su tabernáculo, el trascoro y toda la ornamentación interior.
Gracias al esfuerzo realizado por el cabildo, el obispado, la hacienda pública (con la cesión de algunas de sus gabelas), la Santa Sede, desde Roma (contribuyendo con sus privilegios apostólicos) y los fieles (con donativos, anónimos en la mayoría de los casos), se consiguió reunir los fondos necesarios para culminar esta empresa, que ilustra el reemplazo del gusto barroco por el academicismo neoclásico.
El diseño de Ventura para la Catedral de Jaén
Debido a la premura por iniciar las obras, en un primer momento, el cabildo contó con un proyecto del presbítero y profesor de matemáticas y arquitectura Alfonso Castillo de Monturque, fechado en 1756, que planteaba la nueva capilla del Sagrario con una planta centralizada de forma elíptica, pero con un alzado resuelto en «el más delirante barroco castizo», como acertadamente señaló Pedro Galera, acorde con el gusto del obispo de la diócesis, el benedictino fray Benito Marín (1750-1769), notable promotor de la arquitectura en la diócesis de Jaén.
Pero, finalmente el cabildo desechó el proyecto y en 1760 solicitó una nueva propuesta a Ventura Rodríguez, arquitecto de Su Majestad, académico de la insigne Academia de San Lucas de Roma y director de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid.
En 1761, el arquitecto madrileño Ventura Rodríguez, que por entonces se encontraba en Valladolid trabajando en el colegio de los Agustinos Filipinos, remitió al cabildo una serie de seis dibujos para el proyecto del Sagrario —conservados en el Archivo Histórico Diocesano de Jaén—, en los que, en sus propias palabras, mostraba una «obra del mejor gusto en la Arquitectura» con la que quería «dejar una memoria mía en una de las más dignas catedrales de nuestra España».
Firmados el 28 de marzo de 1761, corresponden a la planta con el muro y capillas de la catedral anexas, a la planta de la bóveda o panteón, al corte transversal y longitudinal con el panteón incluido y a las fachadas principal y lateral.
Asimismo, en 1762 envió un nuevo dibujo con un diseño alternativo para la fachada principal, conservado en la Biblioteca Nacional de España, fruto del deseo de conectar la nueva capilla con la catedral de forma cubierta.
El proyecto de Ventura Rodríguez, del que colocó la primera piedra el 29 de septiembre de 1764, constituye una de sus obras más definidas de la denominada etapa «neobarroca», la primera de las tres que jalonaron su carrera. En él, demostró un absoluto respeto y concordancia con la fábrica catedralicia, ya que la caja paralelepípeda que acogería la nueva capilla del Sagrario fue diseñada en perfecta correspondencia con el bloque proyectado por Vandelvira para alojar la sacristía, la sala capitular y el panteón de canónigos, en el flanco sureste, de modo que la nueva capilla también se asentaba sobre una amplia bóveda de enterramiento (la actual cripta, a la que se accede por la plaza de San Francisco).
Asimismo, Ventura Rodríguez también optó por el uso del orden corintio y por construir el nuevo templo auxiliar todo en piedra, realizando un exquisito trabajo de estereotomía.
Y, para completar la perfecta correspondencia con lo construido, el arquitecto decidió también extender la lonja que rodeaba la Catedral de Jaén por el flanco norte, con una escalera de doble tiro para poder acceder al nuevo recinto desde la calle Campanas, similar a la del lado meridional.
Corrientes artísticas presentes en el Sagrario de la Catedral de Jaén
Ventura Rodríguez revistió el exterior del nuevo edificio con un armonioso despliegue de pilastras y columnas que envuelven toda la caja y enmarcan la portada principal y la fachada posterior de la capilla del Sagrario de la Catedral de Jaén.
Asimismo, la balaustrada que corona, por encima del entablamento, toda la capilla y el frontón con que remata la fachada posterior, imprimen a la construcción el aspecto de un templo antiguo.
Respecto a la disposición del interior, también optó por una planta elíptica pero con una concepción y realización completamente distinta a la presentada por Castillo de Monturque. En Jaén, Ventura Rodríguez creó una de sus obras más vinculadas con la tradición del clasicismo barroco italiano, encarnado en Bernini y Borromini, a través de los conocimientos y formación adquiridos durante su juventud con Filippo Juvarra y Giovanni Battista Sacchetti en el Palacio Real de Madrid.
Como señaló Delfín Rodríguez, la planta centralizada muestra la forma más dinámica de cuantas Ventura Rodríguez diseñó en esta etapa, recuperando el proyecto no realizado para la madrileña iglesia de San Bernardo (1753), no solo por el uso de la planta elíptica y la disposición de capillas, sino también por el importante papel a nivel constructivo y ornamental que juegan las columnas, en las que Ventura optó por un orden corintio de fustes estriados, muy raros en el arquitecto, posiblemente derivados de los realizados por Andrés Vandelvira en la sacristía de la Catedral de Jaén.
El influjo de Bernini en Ventura Rodríguez
La elipse central se apoya en dos pequeños espacios ovoides, el sotacoro a los pies y el presbiterio en la cabecera. El espacio central se cubre con una bóveda de casetones, formada por 288 hexágonos y linterna, deudora de las iglesias berninianas, al igual que la disposición de los ocho pares de columnas sobre pedestales que circundan la sala, que apoya sobre un corto basamento con grandes óculos ovales abocinados, adornados con esculturas de ángeles y guirnaldas entre los vanos, obra de Miguel Verdiguier.
El papel de las columnas estriadas acentúa el efecto dinámico en la disposición longitudinal del eje principal que conduce al altar, y dinamiza el espacio que transcurre entre los cuatro huecos de las exedras, sobre las que disponen las tribunas que, además, enmarcan los altares laterales; si bien el ritmo se altera a la altura de los pies y la cabecera, mediante una mayor separación de los pares de columnas.
Asimismo, Ventura Rodríguez también utilizó la luz, que penetra por los óculos ovalados del tambor y la linterna, para definir y atemperar con eficacia el espacio de la capilla del Sagrario de la Catedral de Jaén.
Respeto al diseño de Vandelvira para la Catedral de Jaén
La nave del Sagrario va precedida por un área cuadrangular ocupada por un pequeño pórtico y, a su vez, se cierra por medio de otro espacio rectangular destinado a la sacristía, tras el altar mayor, encajando todo ello dentro del muro perimetral.
Al exterior, este tambor de perfil poligonal presenta una original cubierta de lamas de piedra. El proceso constructivo no estuvo exento de dificultades ya que, como el propio Ventura Rodríguez reconocía en 1781, se trataba de «una obra que sin embargo de su naturalidad es de las más dificultosas que se puedan ofrecer en el Arte».
La dirección a distancia de las obras, por parte del madrileño, y el choque de un nuevo concepto de hacer arquitectura, frente a la tradicional intervención del comitente en el proceso al que estaba acostumbrada la Iglesia, hizo que los distintos arquitectos-directores al frente de la fábrica fueran reemplazados en sucesivas ocasiones, hasta que el sobrino del académico, Manuel Martín Rodríguez, logró concluir la obra, finalmente bendecida en 1801.
De este modo, la catedral de Jaén quedó concluida de una forma extraordinariamente armoniosa, gracias al respeto, comprensión y diálogo que Ventura Rodríguez estableció con la catedral diseñada por Vandelvira, de modo que formara parte del templo madre de forma indisoluble.
La decoración escultórica de la cornisa exterior del Sagrario fue encargada por el cabildo al escultor francés afincado en España Miguel Verdiguier o Jean-Michel Verdiguier (1706-1796), quien ya había colaborado anteriormente en la decoración del interior de la Catedral de Jaén desde el año 1772.
El artista, que anteriormente había trabajado para el cabildo catedralicio de Córdoba, debía ceñirse al detallado programa iconográfico que el canónigo Lorenzo Esteban de Mendoza había diseñado para cada una de las esculturas exentas que debían rematar la nueva capilla del Sagrario de la Catedral de Jaén y que emparentarían con las de la fachada principal de la catedral, realizadas la centuria anterior por el escultor Pedro Roldán (1624-1699).
Las tallas estuvieron concluidas a finales de 1774 y, el 20 de diciembre de 1775, el Cabildo acordó su instalación, si bien se retrasó hasta 1781 por el deseo del obispo de dedicar la capilla a San Eufrasio, que finalmente no se llevó a cabo.
Se acordó que la fachada principal estuviese presidida por el arcángel San Miguel, representado «en la viva acción de vencer al dragón por virtud y gracia del Cordero sin mancha», flanqueado por las imágenes de los apóstoles San Pedro, que debía ser representado «señalando a la Catedral», y San Pablo «en acción de predicar».
El flanco norte de la nueva capilla del Sagrario de la Catedral de Jaén contaría con las representaciones de las alegorías de la Caridad, la Gracia, la Inocencia y la Sabiduría, así como uno de los ancianos del Apocalipsis que, finalmente, no fue instalado y actualmente se conserva en el panteón; mientras que en la cornisa oriental del Sagrario se dispusieron las figuras de Melquisedec, Sansón, Isaac y David.
Ventura Rodríguez, el arquitecto
Formado con su padre, profesor de arquitectura, gracias a su habilidad con el dibujo pronto destacó como tracista. En 1732 comenzó a trabajar como delineante del real sitio de Aranjuez y en 1735 en el Palacio Real Nuevo, bajo las órdenes de Filippo Juvarra y Giovanni Battista Sacchetti.
Gracias a este, su carrera tuvo un extraordinario desarrollo logrando, sucesivamente, los nombramientos de «aparejador de Obras Reales y primer oficial de líneas en la del nuevo Palacio de Madrid» en 1741, teniente del arquitecto mayor en 1742 y, sin haber salido de España, académico de gracia de la romana Academia de San Lucas en 1745, con diploma de 1747.
Gran erudito, amigo de intelectuales y artistas, como Jovellanos, Campomanes o Goya , y dueño de una extraordinaria biblioteca, Ventura Rodríguez alcanzó un profundo conocimiento de la arquitectura barroca romana, a pesar de no haber estado nunca en la ciudad, a través del estudio de libros y estampas y de la experiencia que sus sucesivos maestros le transmitieron.
A lo largo de su carrera, fue depurando su estilo clasicista hasta conseguir hacer compatible la influencia de Juvara y Sacchetti con otra más autóctona, inspirada en las obras del arquitecto Juan de Herrera.
Además de trabajar como arquitecto real, su carrera transcurrió vinculada también a la Academia de Nobles Artes de San Fernando (siendo nombrado teniente director de arquitectura en 1745, primer director de dichos estudios en 1752, y director general de la Academia de Nobles Artes de San Fernando en 1768-1770 y 1777-1780) y al puesto de arquitecto municipal de la villa y Corte desde 1764, además de pertenecer a la Academia de San Carlos de Valencia, desde 1768, y convertirse, a partir de la década de 1770, en el maestro mayor del duque de Liria y del marqués de Astorga.
De sus dibujos salieron proyectos para la construcción y restauración de iglesias, palacios, teatros, bibliotecas, plazas, arquitecturas efímeras, retablos, sepulcros y fuentes para ciudades de toda España que, sin duda, le convirtieron en el principal arquitecto de su época, sin olvidar que, entre 1760 y 1785, los proyectos e informes de Ventura Rodríguez fueron decisivos para el ordenamiento urbano de la ciudad de Madrid y la renovación de su caserío.
Decoración para la fachada del Sagrario de la Catedral de Jaén
Como ya señaló Joaquín Montes Bardo, todas las imágenes tenían como misión destacar la dimensión sacrificial de este espacio, destinado a custodiar el Sacramento de la Eucaristía.
Las esculturas de la fachada oriental aludían a personajes del Antiguo Testamento, que la Patrística siempre interpretó como figuras de Cristo en su genealogía humana, Calvario, Eucaristía y Resurrección.
Las virtudes, que bordean el costado norte, constituían una alusión al tiempo histórico cristiano, mientras que las del lado de Poniente se muestran como constructoras de la nueva cristiandad.
Aunque el encargo se ejecutó con bastante celeridad, la falta de liquidez de la fábrica catedralicia y la necesidad de ajustar el presupuesto causó una demora en la conclusión de los últimos detalles decorativos, lo que provocó que la buena acogida, que inicialmente tuvieron las esculturas de Verdiguier por su barroquismo y teatralidad, en apenas un par de décadas se convirtiera, debido al cambio de gusto hacia el Neoclasicismo, en críticas por su estilo retardatario.
Inicialmente, los altares de la capilla del Sagrario de la Catedral de Jaén iban a decorarse con bajorrelieves escultóricos pero, tras la muerte de Ventura Rodríguez, como señaló Luz de Ulierte, su sobrino Manuel Martín Rodríguez decidió reemplazar estas obras por pinturas al óleo, en 1792 , que serían realizadas por «los profesores más acreditados» de la corte.
El obispo Agustín Rubín de Ceballos (1780-1793) quería que los trabajos se realizaran con rapidez y se encargó de contactar con los artistas elegidos para llevar a cabo esta empresa: Mariano Salvador Maella, por entonces Pintor de Cámara de Carlos IV y Profesor de Pintura de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, y su cuñado Zacarías González Velázquez, también profesor de la Academia.
Obras de Manuel Martín Maella para la Catedral de Jaén
El propio Manuel Martín Rodríguez confeccionó los diseños para las tres nuevas pinturas, que previamente fueron aprobados por la Real Academia de San Fernando en 1793.
Maella fue el encargado de realizar el lienzo del altar mayor y, si bien inicialmente se le encargó «una pintura que represente la institución del Santísimo Sacramento» y que ya había esculpido en relieve Verdiguier, muy pronto se abandonó esta iconografía en favor de la Asunción de la Virgen, titular de la Catedral y de la iglesia del Sagrario.
En ella, Maella dejó patente todas las características de la pintura decorativa cortesana que caracteriza la plena madurez de su estilo, inspirado en el barroco italiano y que, a pesar de sus grandes dimensiones (660×305 cm), gracias a sus dotes como pintor de frescos, pudo concluir en 1794, tal y como consta en la firma.
Una vez instalada quedó un tanto deslucida, a causa del tabernáculo situado delante de la obra y que, por su excesiva elevación, le restaba visibilidad. A pesar de esta «deficiencia», atribuible solo a la disparidad de criterios de los dos arquitectos responsables del proyecto que, fruto del cambio de gusto artístico, plantearon la decoración del interior de la capilla del Sagrario de la Catedral de Jaén de modos diversos, Maella logró crear una espléndida composición cargada de su característica delicadeza rococó a la romana, derivada del estilo de Corrado Giaquinto.
Los altares laterales están decorados con dos lienzos (447 x 230 cm), obra de Zacarías González Velázquez, que representan el Martirio de San Pedro Pascual, uno de los primeros obispos de la diócesis giennense (1296-1300) que fue martirizado en Granada durante el dominio nazarí, y la Crucifixión como recordatorio del poder redentor de la muerte de Cristo acontecida, según San Juan, a la misma hora en que se inmola el Cordero Pascual.
Ambas pinturas fueron realizadas por el artista en Madrid y tenemos constancia de que en junio de 1793 ya estaban concluidas, que cobró por ellas 28.000 reales (aproximadamente la misma cantidad que Maella recibió por la pintura del altar mayor) y que fueron uno de los méritos que le ayudaron a conseguir la plaza de Pintor de Cámara en 1798.
Mariano Salvador Maella, el artista
Hijo de un modesto pintor, Mariano Salvador Maella se trasladó a Madrid, en 1750, para formarse como dibujante y modelador en el estudio del escultor Felipe de Castro y, a partir de 1752, en la recién creada Real Academia de San Fernando; bajo las enseñanzas del pintor Antonio González Velázquez aprendió todos los elementos del Barroco tardío dieciochesco, caracterizado por la delicadeza rococó de tradición romana derivada de Corrado Giaquinto.
Tras completar sus estudios, Maella se fue a Roma, donde permaneció de 1758 a 1765 de forma intermitente, formándose en las Academias de San Lucas y Campidoglio, realizando distintos encargos en la ciudad.
A su regreso, tras su nombramiento como académico de mérito por la Real Academia de San Fernando, comenzó a trabajar a las órdenes de Anton Raphael Mengs, primer Pintor de Cámara, desempeñando una amplia carrera como fresquista en los distintos palacios reales, y dedicándose también al género del retrato, la pintura religiosa y la alegórica.
Durante estos años, su dibujo impecable y su capacidad como colorista fueron evolucionando desde el tardobarroco, aprendido en Italia y de raíz rococó, al influjo neoclásico del estilo de Mengs, configurando a lo largo de su carrera un estilo ecléctico de gran plasticidad.
En 1774 fue nombrado Pintor de Cámara alcanzando, en 1799, el título de Primer Pintor del Rey. También compaginó su labor como pintor al servicio regio con el puesto que ocupaba en la Fábrica de Tapices de Santa Bárbara, donde era responsable de la supervisión del trabajo de los pintores jóvenes.
Asimismo, Maella también recibió encargos de pinturas por parte de otras instituciones, como las pinturas que realizó en distintos espacios de la Catedral de Toledo a partir de 1776, en Burgo de Osma (1881), la decoración de distintas capillas de Valencia (1787) o las pinturas que realizó para instituciones como el Banco de San Carlos o la Catedral de Jaén.
Asimismo, durante toda su carrera desempeñó distintas obligaciones en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, de la que fue miembro de mérito desde 1765, y fue nombrado, sucesivamente, teniente director (1772), director de pintura (1794) y, finalmente, director general de la institución (1795).
* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Interesante o Muy Historia.