El piloto español puede aprender mucho de las lecciones dejadas por el gran Akira Toriyama.
El pasado 8 de marzo, mientras millones de personas disfrutaban de los primeros entrenamientos de la temporada 2024 del Campeonato del Mundo de MotoGP, muchos millones más se despertaban con el shock de la noticia del fallecimiento -unos días antes- del mangaka Akira Toriyama, creado de la archifamosa saga Dragon Ball.
Si representamos ambos conjuntos en un típico diagrama de Venn, quien escribe estaría en esa zona central en la que confluyen ambos círculos. Supongo que como tanta gente aficionada a las motos que crecimos en los años noventa, donde los domingos se repartían entre el club Megatrix y la voz de Valentín Requena.
Hace décadas que no veo nada de Dragon Ball -aunque periódicamente me aseguro que voy a revisitarla-, mientras que el motociclismo no solamente sigue ocupando parte de mis domingos; sino que se ha convertido, a la vez, en mi mayor pasión y en mi modo de vida.
Sin embargo, cuando desperté con la noticia de que Toriyama nos había dejado, lo sentí como si me acabasen de arrebatar un trocito de la infancia. Inevitablemente, empecé a recordar fragmentos de la serie (sobre todo de la saga ‘Dragon Ball Z’), haciéndolo desde una perspectiva más adulta.
Rápidamente llegué a una conclusión: una de las cosas más maravillosas que tenía ‘Dragon Ball’ es la reversibilidad de la muerte.
La tristeza infinita que se siente cuando Célula mata a Goku se torna en alivio al saber que todo lo que cambia es que le aparece una aureola por encima mientras espera a que sus amigos junten las bolas de dragón para resucitarle mientras aprovecha su estancia en el más allá para entrenar a las órdenes de Kaito.
Por desgracia, no tardamos mucho en darnos de bruces con la realidad con la trágica muerte de Daijiro Kato, la primera que mi generación vivió ‘en directo’.
Sin embargo, había otros muchos elementos que sí seguían conectando esos mundos: héroes que se enfrentaban en torneos en los que empezaban entre 16 y 32 con un solo ganador al final. Que en castellano el popular ‘Kamehameha’ se tradujese por ‘Onda vital’ solo contribuyo a unir un poco más esas dos realidades en las mañanas dominicales del cambio de siglo.
Quizá por eso, el pasado viernes no pude evitar conectar en mi mente el adiós de Toriyama con el regreso de Marc Márquez al campo de batalla.
Se me antojan evidentes los paralelismos entre Goku, el conocidísimo protagonista de ‘Dragon Ball’, y el ocho veces campeón: fueron niños prodigio y parecían imbatibles hasta que se hicieron daño, contemplando a su retorno que todo había cambiado y que sus logros pasados de poco servían a la hora de acometer las nuevas batallas contra renovados rivales.
Por eso, es como si el 93 hubiese estado estos últimos años esperando a que alguien juntase las bolas de dragón para devolverle su estado físico después de años herido en el brazo; al tiempo que entrenaba junto a algún Kaito para perfeccionar sus técnicas y poder plantar cara a nuevos y más potentes rivales, ante los que no le bastará con su talento natural y sus conocimientos previos.
Qatar, con sus infinitas luces bañando la pista, actuó como una suerte de ‘Camino de la Serpiente’, ese recorrido de un millón de kilómetros que Goku tiene que transitar para que su retorno sea plenamente efectivo.
Cualquier que haya visto Dragon Ball sabe que el tiempo invertido por el súper héroe en culminar dicho retorno -que por momentos se hace tan eterno como el campo de ‘Oliver y Benji’- puede alcanzar una importancia capital en el desenlace final de la batalla que toque en esa saga.
Su rendimiento en la prueba de Lusail hace pensar que sus años de oscuridad están tocando a su fin. Un cuarto puesto con una moto que todavía no tiene por la mano y en un escenario que nunca ha sido halagüeño para el súper héroe principal de la última década hacen pensar a la afición que el camino de la serpiente está tocando a su final; y a sus fans soñar con que pueda hacerlo reconvertido en ‘super saiyan’, porque será la única forma de volver a lo alto.
Si Akira Toriyama dejó un legado con Dragon Ball, ejemplificado en las resurrecciones de Goku, fue que la rendición no entra en el diccionario de un guerrero; que siempre llegará un punto en el que el talento -por inmenso que sea- no será suficiente; que nunca hay que dejar de entrenar para mejorar; y que solamente la constancia y la humildad pueden frenar el paso del tiempo para un héroe.