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viernes, octubre 4, 2024

La Mezquita-Catedral de Córdoba durante la baja Edad Media

Eclipsado por la construcción de dos obras especialmente brillantes como fueron la Capilla Real (1371) y el nuevo templo proyectado por Hernán Ruiz en 1523, el momento correspondiente al final de la Edad Media ha permanecido hasta el momento como una de las épocas menos conocidas de la catedral de Córdoba. Un periodo que abarca más de un siglo y que, en general, ha despertado un menor interés, frente a otros tiempos considerados de mayor esplendor.

Sin embargo, esto no quiere decir que, durante todos esos años, no se realizasen obras de interés en la catedral cordobesa. Durante este periodo, la sede de Córdoba fue testigo de algunas actuaciones que supusieron impresionantes destellos del arte y la arquitectura medieval y que, por supuesto, también dejaron una profunda huella entre los muros de la antigua mezquita.

Primeras intervenciones en la Mezquita-Catedral de Córdoba durante la baja Edad Media

La primera intervención en el edificio, tras la construcción de la capilla funeraria de Alfonso XI en 1371, tuvo como destino su entrada principal, sin duda uno de los lugares más importantes de todo el recinto. Fue hacia 1377 cuando dicho acceso, conocido popularmente como Puerta del Perdón, fue reformado precisamente por el mismo monarca que antes había construido la Capilla Real: Enrique II.

Un rey que, no olvidemos, había accedido al trono mediante el asesinato de su medio hermano, instaurando así una nueva dinastía en Castilla, los Trastámara. Quizá por ello, para hacerse especialmente visible en la ciudad que le había apoyado durante su controvertido ascenso al poder, Enrique II decidió dotar de una nueva decoración a la puerta principal de la antigua mezquita de Córdoba.

Enrique II decoró de nuevo la puerta principal, incluyendo una inscripción labrada con la intención de legitimar su reinado. FOTO: SHUTTERSTOCK.

De esta manera, además de recubrirla de complicadas yeserías, el monarca mandó labrar una inscripción rodeando el arco; un rótulo en el que se presentaba a sí mismo como constructor de la Capilla Real, pero también como el “muy alto rey” heredero de Alfonso XI. Con ello Enrique II no solo estaba poniendo énfasis en la legitimidad de su reinado, sino que además estaba borrando de la historia de la catedral cualquier posible huella que hubiese dejado su hermanastro Pedro I.

Tan solo unos años después, el hijo del rey Enrique II, Juan I, también dejaría su impronta en la Puerta del Perdón, mediante la colocación de dos grandes escudos de la corona de Castilla a ambos lados de la portada. Unos escudos que reforzaban, aún más, la presencia de la dinastía Trastámara en la ciudad y que, de alguna manera, convertían la entrada a la catedral en un potente escenario profano que apenas dejaba espacio a símbolos religiosos.

Sin embargo, la importancia de la Puerta del Perdón no solo fue debida a que ésta sirviese como acceso principal al templo cordobés, sino a que simbolizaba el poder de la nueva dinastía Trastámara en la ciudad.

Su especial valor también residía en que, por su carácter de espacio semipúblico, la portada fue un elemento esencial dentro de importantes ceremonias, como la toma de posesión de los obispos o la solemne procesión del Día de los Difuntos. Unas ceremonias en las que la apertura y cierre de sus majestuosas puertas de bronce, que aún hoy conservan su aspecto original, marcaban algunos momentos clave de las celebraciones.

La huella de Gonzalo de Illescas en la Mezquita-Catedral de Córdoba

No tenemos demasiadas noticias acerca de obras arquitectónicas realizadas en la Catedral de Córdoba durante la primera mitad del siglo XV. A pesar de ello, sabemos que, durante este tiempo, diferentes obispos donaron importantes piezas al tesoro de la catedral, como cruces, cálices, ricos frontales de altar bordados o reliquias custodiadas en lujosos contenedores que, en ocasiones, se asemejaban a verdaderos monumentos labrados en plata y oro; en el tesoro cordobés se guardaban, por ejemplo, un relicario de Santa Úrsula en forma de torre gótica o incluso una espina de la corona de Cristo, que fue colocada en 1442 dentro de un arca de plata y esmaltes.

En este sentido, quizá uno de los obispos que mostró mayor preocupación por las obras de la Catedral de Córdoba, en este tiempo, fuese Gonzalo de Illescas. Nacido en una noble familia toledana, Gonzalo de Illescas profesó en su juventud como monje Jerónimo y pronto llegó a alcanzar el cargo de prior en el monasterio de Guadalupe, uno de los santuarios más poderosos de la península en la Edad Media. También ejerció como consejero del rey Juan II, quien le mantuvo a su lado hasta su muerte en 1454, precisamente el mismo año en que Illescas sería nombrado obispo de Córdoba.

Hoy sabemos que la actividad de Gonzalo de Illescas, durante los diez años que duró su episcopado (1454-1464), fue intensa. En la ciudad de Córdoba, por ejemplo, reedificó el palacio arzobispal junto a la catedral tras haber sufrido este un pavoroso incendio en tiempos de su antecesor, Sancho Sánchez de Rojas.

Altar y retablos de la Capilla Mayor de la Mezquita-Catedral de Córdoba. FOTO: CREDITO.

También conocemos que ejecutó ciertas obras dentro de la propia catedral, debido al hundimiento de algunos arcos de la antigua mezquita hacia 1463. Para solucionar esto, el obispo mandó rehacer dichos arcos en piedra y también remodelar parte de la fachada que daba al claustro. Con todo, parece que la preocupación personal de Gonzalo de Illescas no se dirigió solo hacia estas y otras actuaciones de carácter menor.

Todo lleva a pensar en que el obispo, en realidad, tenía en mente dejar su legado en el lugar más importante de la catedral: el retablo mayor. Aunque no podemos establecer con seguridad si Gonzalo de Illescas tenía un proyecto definido para dicho retablo antes de su muerte en 1464, lo cierto es que, en su testamento, Illescas dejó finalmente 30.000 maravedíes para la construcción de un nuevo y majestuoso retablo mayor.

Desconocemos si dicho altar llegó a realizarse en algún momento, pero sí conservamos una excepcional pieza que parece corresponderse con el mecenazgo de Gonzalo de Illescas en este periodo: un relieve en piedra inacabado que representa la Imposición de la Casulla a San Ildefonso. Se trata de una pieza de raíces toledanas que fácilmente el obispo de Córdoba pudo encargar a Egas Cueman, el mismo maestro flamenco que se había encargado de dar forma a su sepulcro en el monasterio de Guadalupe.

Una pieza única para la Mezquita-Catedral cordobesa de la baja Edad Media

Sin duda una de las obras más extraordinarias que fueron realizadas en la Catedral de Córdoba durante el siglo XV es el llamado retablo de la Encarnación. No solo por el hecho de que este alberga una de las pinturas más interesantes de su tiempo, realizadas al sur de Castilla, sino porque además representa una de las escasas tablas medievales con firma y fecha de su autor.

Gracias a ello, sabemos que esta fue ejecutada por Pedro de Córdoba en 1475. En este caso, sin embargo, no nos encontramos ante el encargo de un rey o de un obispo. Se trata, por el contrario, de un retablo mandado realizar por un importante miembro del cabildo cordobés, Diego Sánchez de Castro.

Toda la escena del retablo de la Encarnación parece inspirarse en elementos arquitectónicos del interior de la propia Catedral de Córdoba. FOTO: ASC.

El cabildo era un grupo compuesto por una serie de eclesiásticos con autoridad sobre la administración de la catedral. Y, en este sentido, no debe sorprender que uno de estos clérigos llegase a encargar una obra tan costosa puesto que, de hecho, durante la Edad Media el cabildo de Córdoba tenía tanto poder que llegó incluso a elegir a los obispos.

El retablo de la Encarnación resulta interesante por varios motivos. El primero es que, entre sus personajes, fue representado en primer plano un retrato del hombre que había encargado la obra. De esta manera, a los pies de la Virgen María y rodeado de santos y papas, Diego Sánchez de Castro figuraría para la eternidad como testigo en primera línea de los milagros de la Anunciación y la Encarnación.

Sin embargo, aún más fascinante resulta el hecho de que toda la escena parece inspirarse en las arquitecturas que se encuentran dentro de la misma catedral de Córdoba, especialmente en aquellas presentes en la Capilla Real. Así, al fondo de la composición, y tras un arco muy similar al de dicha capilla, puede verse una custodia como la que se exhibiría en el altar mayor de la catedral durante la fiesta del Corpus Christi.

Convirtiendo la capilla de Villaviciosa en una nueva catedral

Desde que, en 1236, la mezquita aljama de Córdoba fuese transformada en catedral, gran parte de las energías del cabildo habían sido destinadas a convertirla en un espacio de culto practicable para el cristianismo. Pero esto no siempre fue fácil.

Así, tras la adecuación de un nuevo altar mayor en la Capilla de Villaviciosa (bajo el lucernario construido en tiempos de Al-Hakam II), el coro de la catedral hubo de situarse en los tramos siguientes de la mezquita, con el evidente problema que esto suponía.

La disposición del coro dentro de la compleja estructura de arcos y columnas de la antigua mezquita, impedía la correcta celebración de la liturgia y dificultaba, además, la visión del altar mayor por parte de los fieles que acudían a misa.

Esta incómoda situación se mantuvo durante varios siglos hasta que, en tiempos del obispo Alonso de Burgos (1476-1482), se decidió realizar una nueva sillería para el coro de la catedral. La contemplación de la nueva y costosa sillería, una vez situada entre el laberinto de columnas, sería probablemente el detonante que desembocó en la construcción de una nueva nave mayor para asentar definitivamente el coro.

La Capilla de Villaviciosa se levantó en el lucernario de Al-Hakam II y actuó como capilla mayor hasta el año 1607. FOTO: GETTY.

Así, hacia 1489, el obispo Diego Manrique ordenó demoler cuatro naves de la ampliación de Al-Hakam II, para así disponer del espacio que se requería para el nuevo coro. Se trataba de la obra de mayor envergadura realizada desde la conquista cristiana de la ciudad de Córdoba puesto que, en realidad, lo que se pretendía no era adecuar un tramo de la mezquita para el culto, sino edificar toda una nueva catedral dentro de ella.

Tras la demolición, se optó por cubrir todo el espacio mediante una techumbre de madera a dos aguas soportada por varios arcos “diafragma”. Si bien esta solución no resultaba en absoluto novedosa para la época (en ese momento ya se estaban edificando complejas bóvedas estrelladas de piedra), en realidad, esta podría entenderse como una manera de continuar con la tradición constructiva de la propia mezquita; no olvidemos que, por sí misma, la Mezquita-aljama de Córdoba era considerada como una de las maravillas de su tiempo.

Finalmente, Diego Manrique dejaría constancia de su intervención mediante la colocación de su escudo en la clave del arco de acceso a la capilla mayor. No en vano, el obispo había logrado por fin que la catedral de Córdoba ya no lo fuese solo de nombre, sino también arquitectónicamente.

La Mezquita-Catedral de Córdoba con la llegada de Carlos I

Unos años después de finalizar la nueva catedral de Córdoba en la nave de Villaviciosa, se decidió que también su claustro debía ser renovado. De esta manera, durante el obispado de Martín Fernández de Angulo (1510-1516), se llevó a cabo la reconstrucción de las tres galerías del antiguo patio de la mezquita almohade. Una vez finalizada esta última reforma, el Patio de los Naranjos exhibía ya el mismo aspecto con el que prácticamente ha llegado hasta nuestros días.

Pero, el tiempo pasa inexorablemente y la llegada de Carlos I al poder coincidió con el comienzo de una nueva época. Una era en la que las modestas reformas y ampliaciones, que se habían acometido durante la época medieval, resultaban insuficientes para ilustrar el nuevo lenguaje del poder que demandaba la sociedad.

Como no podía ser de otra manera, los vientos de cambio acabarían afectando también al antiguo edificio de la mezquita aljama de Córdoba. Así, la flamante catedral construida en tiempos de los Reyes Católicos sería sustituida, en apenas unos años, por el majestuoso edificio que proyectó el arquitecto Hernán Ruiz y que fue ejecutado por varias generaciones de su familia.

Un edificio cuya construcción no estuvo exenta de polémica e impacto en la sociedad cordobesa, pues su intención era cuadruplicar el espacio de la catedral anterior, derribando una parte importante de la mezquita. Pero eso ya es otra historia.

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Interesante o Muy Historia.

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