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viernes, octubre 4, 2024

En los próximos años habrá descubrimientos inimaginables en el océano

El 9 de abril de 2020 se anunció su descubrimiento. El buque de investigación Falkor del Instituto Oceánico Schmidt exploraba el arrecife Ningaloo, 1.200 kilómetros al norte de la ciudad australiana de Perth, cuando el robot sumergible SuBastian encontró en las tripas del océano una nueva especie de aspecto alienígena: un sifonóforo –un animal emparentado con las medusas– de 46 metros de largo. El hallazgo se produjo cerca del décimo aniversario de la catástrofe del golfo de México: el 20 de abril de 2010, una planta petrolífera vertió en esas aguas 492 millones de litros de crudo. 

Los ROV, unos vehículos equipados con cámaras, sensores y sistemas de recogida de muestras que se manejan por control remoto, han mejorado nuestro conocimiento de los océanos en los últimos años.GETTYI

Sobre esos dos pilares –el conocimiento de unos océanos llenos de maravillas y misterios, y la lucha por su conservación–, transitará este decenio y que la ONU ha proclamado Década de las Ciencias Oceánicas para el Desarrollo Sostenible. La vida en la Tierra está irremisiblemente ligada a la salud de los mares, esos grandes desconocidos: aunque más del 70 % del planeta es agua, la humanidad ha enviado más misiones al espacio que a las entrañas del mar, y hemos cartografiado apenas la quinta parte de los fondos marinos. 

Aun así, la película de lo sucedido y descubierto en los últimos años a través de esa exigua mirilla es fascinante: el hallazgo de nuevas especies y espacios; misiones de exploración a zonas inimaginables hace poco; la acumulación de datos e investigaciones sobre un paciente –las aguas marinas– que empieza a emitir los síntomas de una enfermedad preocupante; la consolidación de la única base submarina bajo el agua, Aquarius, en Florida, de cuya construcción se cumplió en 2020 su 35 aniversario; y el anuncio de su sucesora, Proteus, de la mano de Fabien Cousteau, el nieto del legendario explorador francés del gorro rojo.

Para descubrir y grabar al sorprendente sinófor, el SuBastian completó veinte inmersiones a profundidades de hasta 4500 metros. En las 181 horas de exploración que acumuló, encontró una treintena de especies submarinas. Ese enorme sifonóforo es una alargada y brillante cuerda gelatinosa, un ser que habita en las entrañas submarinas y que parece salido de la imaginación de Julio Verne. “Sospechábamos que las profundidades de esas áreas marinas tendrían una gran biodiversidad, pero nos ha asombrado la importancia de lo que hemos visto”, señaló Nerida Wilson, jefa científica del Museo Western Australian

El hallazgo del sifonóforo se suma a la cadena de descubrimientos de fauna marina de los últimos años. En 2016, los científicos averiguaron que el tiburón de Groenlandia, que habita las aguas heladas del Ártico, es el vertebrado más longevo: supera los 400 años, casi el doble que el siguiente vertebrado que más vive, la ballena de Groenlandia, que solo llega a los 210. En 2019 se batió también el récord de sumersión de un mamífero. Lo hizo una ballena picuda de Cuvier. Unos científicos registraron que permaneció bajo el agua 3 horas y 42 minutos, pulverizando el registro anterior de 2 horas y 18 minutos, de 2014. 

Los cañones submarinos próximos a la costa de Ningaloo, una franja de arrecifes al oeste de Australia, atesoran un rico ecosistema, en gran parte desconocido.GREG ROUSE

Otro de los hallazgos más inauditos de la última década fue el de un calamar gigante, una criatura casi mitológica. Se sabía de su existencia por el hallazgo de las conchas que los recubren, pero nada más. Un grupo de investigadores japoneses vio uno por primera vez en 2012. Habían usado vehículos sumergibles y aparatos manejados por control remoto, pero nada había funcionado. Finalmente, intentaron atraer a uno de estos colosos con señuelos luminiscentes que imitaban las luces pulsantes de las medusas: funcionó y lograron la foto del millón de dólares. Hubo que esperar a 2019 para que asomara otro calamar gigante: este fue filmado frente a la costa de Luisiana por la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de EE. UU. (NOAA, por sus siglas en inglés). Los científicos exploraban la negrura insondable del océano cuando surgió ante ellos el enorme organismo.

Se avecinan grandes nuevos descubrimientos

Estos casos sugieren que en los próximos años habrá muchos descubrimientos inimaginables en el océano, gracias a la llegada de vehículos sumergibles controlados a distancia cada vez más avanzados, y al conocimiento más y más exhaustivo de los fondos marinos. De hecho, uno de los grandes proyectos científicos de la década, el equivalente oceánico a enviar humanos a Marte, es terminar en 2030 el primer mapa completo de los lechos oceánicos.

El proyecto SeaBed 2030 se lanzó en 2017 con ese propósito, y el último día de 2020 arrancó con los primeros trabajos de cartografía. Puesto en marcha por la Fundación Nippon y diversas organizaciones, entre ellas la Unesco, pretende elaborar una base de datos pública sobre los fondos oceánicos. La noche del 31 de diciembre de 2020, científicos australianos a bordo del Falkor enviaron las primeras ondas de sonar al fondo marino para dar el pistoletazo de salida a la Década de los Océanos de la ONU y al reto ciclópeo pero emocionante que se tiene por delante: como dijimos, apenas se ha mapeado el 20 % de los fondos marinos mundiales.

Y todo esto puede ser solo la punta del iceberg

Los investigadores marinos admiten que la humanidad apenas ha arañado la superficie de lo que sucede en el vientre del océano, que tiene su punto más hondo en los alrededor de 11.000 metros de profundidad del abismo Challenger de la fosa de las Marianas, en el Pacífico occidental. El 28 de abril de 2019 y en ese lugar, el explorador estadounidense Victor Vescovo, de 53 años, se convirtió, a bordo del sumergible The Limiting Factor, en la persona que ha llegado a mayor profundidad: 10.928 metros, donde la presión es casi 1100 veces mayor que la de la superficie terrestre. Lo logró tras casi cuatro horas de viaje y repitió cuatro días después, el 1 de mayo. Vescovo superaba así el récord anterior, del cineasta director de la película Titanic, James Cameron, quien en 2012 se había sumergido en su Deepsea Challenger hasta los 10.908 metros. 

Vescovo contó después, asombrado y sobrecogido como quien regresa de un viaje espacial, que había visto maravillas, entre ellas “tres o cuatro especies marinas nuevas”. Pero también reveló que había contemplado con estupor la presencia de uno de los grandes enemigos de la supervivencia marina: flotando en una oscuridad silenciosa, Vescovo había vislumbrado… restos de una bolsa de plástico. Desde entonces, este oficial naval retirado ha descendido hasta ocho veces por el citado abismo Challenger a bordo de su sumergible, que el 7 de julio de 2020 transportó hasta esas honduras abisales a una mujer, la geóloga y astronauta de la NASA Kathryn Sullivan, quien a sus 68 años se convirtió en la primera persona que había estado en lo más profundo del océano además de haber contemplado la Tierra desde la ingravidez que produce estar a 225 kilómetros de la superficie: Sullivan fue la primera estadounidense que completó un paseo espacial, el 11 de octubre de 1984, y la segunda mujer en hacerlo: el 25 de julio de 1984 lo había logrado la cosmonauta rusa Svetlana Savítskaya. 

La bióloga Nerida Wilson –a la izquierda– contempla a través de las cámaras del robot SuBastian una apolemia bioluminiscente de 46 m de largo.INSTITUTO OCEÁNICO SCHMIDT

Los robots submarinos serán los nuevos exploradores

Los sumergibles pilotados por control remoto y los proyectos de inmersión como el de Vescovo se sumarán en los años que vienen a otra modalidad de exploración e investigación del océano: las bases permanentes submarinas. La construcción de la primera, Aquarius, yace en el lecho marino de los Cayos de la Florida, a 19 metros de profundidad. Se creó en 1986 con el objetivo de que funcionara durante un lustro.

La base empezó a operar dos años más tarde bajo las aguas de las islas Vírgenes, y enseguida los científicos constataron el avance trascendental que suponía tener ese ojo en el fondo del mar. En 1990 fue trasladada a Wilmington, en Carolina del Norte, y tres años después a su ubicación actual en Florida. Fue reacondicionada completamente en 1996 y desde entonces no ha dejado de arrojar luz sobre los fondos marinos en general, y los de los Cayos en particular. 

La base Aquarius siguió la estela de los proyectos del mítico explorador marino del gorro rojo, el francés Jacques Cousteau, que en 1962 lanzó su Precontinente I en las aguas de Marsella, una pequeña casa submarina donde podían vivir dos exploradores durante varios días. En agosto de 2020, su nieto Fabien recogió el testigo y anunció su proyecto Proteus: una base submarina de 372 metros cuadrados y dos plantas, con capacidad para doce personas, y que estaría ubicada a unos 20 metros de profundidad, en las aguas caribeñas de Curazao. La fundación de Fabien Cousteau aspira a recaudar 115 millones de euros para financiar el proyecto, que tardaría en construirse entre 32 y 36 meses. El impulsor de la iniciativa la justifica así: “El océano es la base de la existencia humana. Sin embargo, hemos pisado la Luna y planeamos ir a Marte, pero solo hemos explorado el 5 % de sus aguas. Es algo que me desconcierta”.

No todos los hallazgos recientes se corresponden con raros animales y misiones intrépidas.

También hemos encontrado espacios y zonas únicas por su belleza y diversidad. El arrecife de coral más grande y famoso, la Gran Barrera de Coral australiana, tiene ya un digno compañero de viaje, que llega de nuevo de la mano del Falkor. En 2020, durante una expedición frente a la costa de Australia, los investigadores a bordo de ese barco del Instituto Oceánico Schmidt descubrieron en alta mar y separado del resto de sistemas de arrecifes un enorme pináculo de arrecife de coral que alcanza una altura de casi 800 metros y se eleva 40 metros sobre las olas. Esta torre de la naturaleza es el primer elemento importante y nuevo de la Gran Barrera de Coral que se identifica en más de un siglo. Aparte de ser una maravilla de la naturaleza, los arrecifes ilustran con precisión los estragos del calentamiento global. Según alertaron los científicos de la Sociedad Meteorológica Estadounidense en el informe Estado del clima en 2017, las temperaturas del agua del mar desde Alaska hasta California se habían disparado debido al efecto de una ola de calor que las había afectado durante 36 meses.

Fenómenos como este ponen en peligro la supervivencia de la fauna marina, y los corales son buena prueba de ello. Están sometidos a un creciente estrés medioambiental de consecuencias funestas: se están blanqueando. Es su forma de desaparecer, como si el desvanecimiento de sus colores reflejara la pérdida de vida del mar. Según dicho estudio, esa fue la primera vez que se detectó un blanqueamiento de los arrecifes de coral en dos años consecutivos. El 75 % de los que se encuentran en los trópicos habían experimentado algún tipo de blanqueamiento en ese periodo, y casi el 30 % de ellos murió. Otros muchos, como los de Guam, la Samoa Americana y Hawái, habían experimentado el peor blanqueamiento documentado. En las Northern Line Island, en el Pacífico Sur, el 95 % de algunos arrecifes había muerto. En 2016, los de la parte norte de la Gran Barrera de Coral australiana, que nunca habían sufrido un blanqueamiento, habían perdido casi un tercio de sus corales en aguas poco profundas.

El programa de entrenamiento NEEMO de la NASA tiene lugar en la estación de investigación Aquarius, una instalación submarina situada a 5,6 km de Cayo Largo (Florida) y a 19 m de profundidad.NASA

La salud de la vida acuática se resiente con los cambios del clima

Están apareciendo enfermedades inauditas y letales: en 2013, una de esas dolencias misteriosas se cebó con las estrellas de mar en el Pacífico. Esta deriva de los acontecimientos ha hecho recordar la Gran Mortandad, sucedida hace unos 250 millones de años, durante el paso del Pérmico al Triásico, cuando al menos el 95 % de la vida oceánica desapareció en la mayor extinción de la historia del planeta, por encima de la de los dinosaurios. 

Una investigación de 2018 reveló que esta aniquilación oceánica se debió casi con toda seguridad al aumento de las temperaturas globales por la actividad volcánica. A medida que el planeta se calentó, el océano comenzó a perder oxígeno hasta que se asfixió. La Gran Mortandad se ha vuelto a poner sobre la mesa porque se ha comprobado que nuestros mares han perdido el 2 % de su oxígeno en el último medio siglo. 

A la luz de todos estos datos, queda claro que uno de los retos futuros es ampliar la protección de los mares. Se está avanzando en ello, hasta el punto de que nunca ha habido una mayor extensión de zonas marítimas protegidas que en estos tiempos. Según el Instituto Smithsoniano de Washington, entre el 5 % y el 7,5 % del océano goza de alguna medida de protección: esto equivale a 27 millones de kilómetros cuadrados, 14 de ellos añadidos en la última década. No parece mucho, pero en términos absolutos es casi tres veces más que el tamaño de Estados Unidos.

La Década de las Ciencias Oceánicas para el Desarrollo Sostenible

La decisión de la ONU de declarar los aós entre 2021 y 2030 Década de las Ciencias Oceánicas para el Desarrollo Sostenible puede ser el punto de inflexión que salve nuestros mares. En noviembre de 2020, casi medio centenar de investigadores de todo el mundo se comprometió con el Programa Challenger 150, una propuesta científica global a diez años vista, cuyo objetivo es investigar los fondos marinos, esa zona ignota y de la que tan poco se sabe que se abre por debajo de los 200 metros. 

Como afirmaron en un artículo conjunto los especialistas participantes –entre ellos, la española Eva Ramírez-Llodra, coordinadora científica de la compañía sin ánimo de lucro REV Ocean–, “los fondos marinos abarcan el mayor espacio vital de la Tierra, representan más del 95 % de su volumen habitable y tienen una diversidad batimétrica y abisal entre las más altas del planeta”. Ramírez-Llodra explica que es “esencial evaluar los muchos desafíos que encaran los océanos, como el cambio climático, la sobreexplotación de recursos y la contaminación, y encontrar soluciones antes de que sea tarde”. Para ella, la situación es crítica en varios sentidos: “El 36% de la vida en los océanos ha desaparecido, el 90 % de las aves marinas tiene plástico en su estómago, el 66 % de los caladeros de peces está sobreexplotado, el océano se está calentando, acidificándose y perdiendo oxígeno”. 

El Programa Challenger 150 toma su nombre de una expedición de cuyo inicio se cumplirá siglo y medio en 2022: entre 1872 y 1876, científicos a bordo de la corbeta británica HMS Challenger llevaron a cabo la que se considera primera gran campaña oceanográfica mundial. La NASA nombró así el módulo lunar de 1972, y más tarde uno de sus transbordadores espaciales. Este nombre ha quedado vinculado al desvelamiento de lo desconocido, ya sea en los fondos marinos o en el espacio. A los primeros, como dice Ramírez-Llodra, “se les han dedicado menos esfuerzos, sobre todo en las áreas más allá de las jurisdicciones nacionales, y ha sido así por varias razones: el océano es una región vasta y remota que mucha gente no experimenta en primera persona, por lo que se da aquello de ojos que no ven, corazón que no siente; estudiarlo requiere una tecnología avanzada, disponible solo para unos pocos, y es caro”. 

La científica española participará en ese Challenger 150 desde REV Ocean, que dispone de un buque de exploración e investigación mastodóntico de 183 metros y 17 440 toneladas: uno de sus objetivos será cartografiar los fondos marinos. De hecho, REV Ocean colabora con el programa SeaBed2030. Explorar y conocer el mar para protegerlo –como dijo Cousteau– es uno de los grandes retos de la humanidad para esta década que comienza. 

El exoficial naval estadounidense Victor Vescovo es el primer ser humano que ha visitado el fondo marino de los cinco océanos del planeta.THE FIVE DEEPS EXPEDITION

En octubre de 2018, la exploradora y bióloga marina estadounidense Sylvia Earle recogió en Oviedo el premio Princesa de Asturias de la Concordia. En su discurso de agradecimiento dijo: “Lo que estamos vertiendo al océano está cambiando la química del mar. La buena noticia es que por primera vez en la historia podemos observar, calcular, medir y comprobar no solo cómo estamos dañando la Tierra, sino también qué podemos hacer para curar ese daño y hacer las paces con la naturaleza. Pero el océano tiene problemas, y por lo tanto, nosotros también”.

* Este artículo fue originalmente publicado en una edición impresa de Muy Interesante

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