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viernes, octubre 4, 2024

¿Qué sabes de la revolución tecnológica? El libro que te lo cuenta todo

La tecnología ha cambiado nuestras vidas de forma radical en las últimas décadas. Desde la invención del smartphone, que nos ha dado acceso a una potencia de cómputo y a una conectividad sin precedentes, hasta el auge de las redes sociales, que han transformado nuestra forma de comunicarnos, informarnos y entretenernos, vivimos en una época de hiperconectividad que nos ofrece grandes oportunidades pero también grandes desafíos.

¿Cómo ha sido este proceso de revolución tecnológica? ¿Qué consecuencias ha tenido para la sociedad, la economía, la política y la cultura? ¿Qué podemos esperar del futuro? Estas son algunas de las preguntas que se plantea Rory Cellan-Jones, periodista especializado en tecnología de la BBC durante 40 años, en su libro ‘Siempre ON: Crónica personal del auge, las consecuencias y el presente de la revolución tecnológica’, recientemente publicado por Pinolia.

En este libro, el autor nos ofrece un relato en primera persona de los momentos clave de la historia de la tecnología, desde la aparición del iPhone de Apple, que revolucionó el mercado de los teléfonos móviles, hasta el escándalo de Cambridge Analytica, que puso en evidencia los riesgos de la manipulación de datos personales; pasando por la llegada de la pandemia de COVID-19 y el estallido de las fake news. A través de sus experiencias y entrevistas con los protagonistas de esta época, como Stephen Hawking, Elon Musk, Tim Berners-Lee o Mark Zuckerberg, Cellan-Jones nos muestra cómo la tecnología ha afectado a todos los ámbitos de nuestra vida, desde nuestra democracia hasta nuestro empleo y nuestra salud.

El libro es una crónica personal, pero también una reflexión crítica sobre el impacto de la tecnología en la sociedad. El autor no se limita a narrar los hechos, sino que también los analiza y los valora, mostrando tanto los aspectos positivos como los negativos de la revolución tecnológica. Así, nos presenta una visión equilibrada y matizada, que reconoce los beneficios de la tecnología, pero también sus riesgos y sus límites.

Siempre ON’ es un libro imprescindible para entender el presente y el futuro de la tecnología, y para reflexionar sobre el papel que queremos que tenga en nuestra vida. Si te interesa este tema, no te pierdas la oportunidad de leer un extracto del primer capítulo del libro, que te ofrecemos en exclusiva a continuación.

«Hoy vamos a hacer historia»

Eran las once de aquella luminosa mañana de enero de 2007 cuando recorría a trote la corta distancia que separa el Moscone Centre de San Francisco de mi hotel, cargado con las preciadas cintas de vídeo de un acontecimiento histórico. Eso significaba que eran las siete de la tarde en Londres y que tenía tres horas para presentar mi reportaje para las Ten O’Clock News. Bueno, en realidad, no. Como estábamos utilizando una forma nueva y relativamente poco probada de entregar ese reportaje, mi cámara y yo nos habíamos fijado como hora límite las nueve de la noche, de Londres, para empezar a alimentar nuestro paquete editado. 

Sonó mi teléfono, que creo que era un Nokia N95, muy moderno por aquel entonces. Era un productor de la redacción de Londres, según recuerdo era la primera vez que su voz sonaba entusiasmada ante una noticia de tecnología. «Hemos visto las fotos, ¡parece increíble! Tienes que tener ese teléfono en la mano para que la pieza salga a cámara. ¡TIENES QUE TENER EL TELÉFONO!». 

Resoplé. Como siempre, Londres pedía lo imposible.

Un par de horas antes, Steve Jobs se había subido a un escenario y, ante una multitud entusiasmada, dijo que iba a desvelar tres cosas: un reproductor de música, un dispositivo de internet y un teléfono. Cuando reveló que todo estaba contenido en el mismo aparato, se desató la histeria. 

Apple tenía fama de ser la empresa más controladora del mundo, obsesionada con el secretismo y con transmitir la información sobre sus nuevos productos a su debido tiempo y en sus propios términos. El nuevo teléfono no saldría a la venta en Estados Unidos hasta junio, y durante meses, ningún periodista podría acceder al nuevo dispositivo. Así que conseguir uno de estos aparatos apenas unas horas después de su presentación parecía muy poco probable. Pero, si no conseguía esta toma clave, en Ten O’Clock News se llevarían un buen disgusto, y el editor tal vez incluso dejara de emitir un reportaje que ya estaba muy abajo en el orden de aparición. Por otra parte, si regresaba corriendo a la sala de conferencias e intentaba hacerme con el preciado iPhone, podría acabar perdiendo mi espacio, el delito más grave que puede cometer un reportero de televisión. 

El desaparecido Steve Jobs en una presentación. Foto: David Paul Morris / Getty

Así que me quedé en la calle, sopesando mis opciones y recordando cómo había llegado a San Francisco. 

Unos meses antes, después de casi veinte años informando sobre negocios para la BBC, mis jefes me habían sugerido un nuevo título, corresponsal de tecnología, para reflejar el hecho de que muchas de las historias que cubría tenían que ver con el impacto de internet en los negocios y la sociedad. Este nuevo cargo me hizo sentir satisfecho, aunque con cierta cautela: no parecía implicar ningún aumento de sueldo y me preocupaba el compromiso de la compañía con el nuevo puesto. En marzo del año 2000, la BBC había decidido nombrarme corresponsal de internet, ya que muchas de las noticias que cubría giraban en torno a la burbuja de las puntocoms. En aquella época, una pareja de jóvenes emprendedores con un proyecto de negocio (una tienda online de bombillas, un sitio web de tratamientos de belleza, por ejemplo) siempre encontraba patrocinadores deseosos de invertir millones sin hacer demasiadas preguntas sobre su experiencia o sobre los plazos esperados de rentabilidad del negocio. Mi mujer, que es economista, bromeaba diciendo que mi nombramiento era una señal de venta, y tenía razón. La burbuja estalló, las empresas puntocoms se desvanecieron, y la BBC decidió que yo debía volver a ser corresponsal de negocios. «Internet se ha terminado», dijo uno de mis jefes. 

Un año después conseguí publicar un libro sobre la historia de la breve burbuja de internet en el Reino Unido, pero, como salió el 9 de septiembre de 2001, apenas le importó a nadie porque pronto una noticia mucho más grande acapararía toda la atención. 

Aun así, entre la cobertura de los resultados de Marks and spencer y las cifras mensuales de inflación, me las arreglé para colocar unas cuantas historias sobre tecnología. Viajé a Corea del Sur para mostrarles a los espectadores de Six O’Clock News tres historias de esa nación hiperconectada que parecían ofrecer una visión del futuro. Filmamos a los participantes de Cyworld, una red social que permitía a sus usuarios —y eso significaba casi todos los adultos jóvenes— crear su propio mundo idealizado. Visitamos cafés de videojuegos, en los que jóvenes ojerosos parecían pasar todas sus horas de vigilia. De hecho, un jugador fue hallado muerto en uno de estos locales. Y cubrimos un proyecto de periodismo ciudadano que, según les contamos a los espectadores (con cierta ingenuidad), restaría poder a los gigantes de los medios de comunicación en favor de la gente corriente. 

Cuando Steve Jobs viajó a Londres para anunciar la apertura de iTunes Music Store, yo estaba allí para informar sobre este brillante evento. Entrevisté tanto a Jobs como a Alicia Keys, la estrella contratada con el fin de que el lanzamiento no fuera cubierto únicamente por la prensa especializada.

Eso sí, cuando regresé a la redacción, la editora de Six O’Clock News me indicó que solo disponía de un minuto y cuarenta y cinco segundos para mi artículo. Cuando le pregunté cómo esperaba que encajara al titán de la tecnología, a la celebridad y a un analista externo, su respuesta fue clara: «Deja a Jobs». Esa poderosa editora ha tenido desde entonces una brillante carrera y, con el tiempo, llegó a ser la ejecutiva a cargo de la operación europea de Apple TV. 

No obstante, en 2007, la compañía parecía decidida a ampliar su cobertura tecnológica. Como declaración de intenciones, el director de redacción, Peter Horrocks, decidió enviar a un gran equipo al Consumer Electronics Show (CES), la gran feria de la industria tecnológica que se celebra en Las Vegas cada mes de enero. La idea era que desde el Breakfast al Newsnight le enseñáramos a nuestra audiencia los lanzamientos de los productos clave y analizáramos las tendencias tecnológicas emergentes. Era una tarea inmensa y bastante cara. Nuestro equipo, compuesto por veinte personas, ocupó un remolque en el exterior del Centro de Convenciones de Las Vegas, y una unidad móvil llegó desde Los Ángeles para transmitir la información a Londres. 

«Por otra parte, si regresaba corriendo a la sala de conferencias e intentaba hacerme con el preciado iPhone, podría acabar perdiendo mi espacio». Foto: Wikipedia

Aun así, resolví que necesitábamos invertir más dinero. Una compañía tecnológica había tomado la decisión tiempo atrás de que no necesitaba codearse con sus homólogas en Las Vegas ni en ninguna otra sucia feria comercial. Apple decide cuándo y dónde compartir sus planes con sus entusiastas admiradores, y, mientras todos los medios de comunicación del mundo especializados en tecnología se encontraban pendientes de la gran feria de Las Vegas, la empresa de Jobs convocó a sus incondicionales en San Francisco. Parecía un movimiento arrogante. Pero Apple podía permitirse tal atrevimiento, porque sabía que, en ese momento, era la mejor del mundo tecnológico. Diez años antes, Steve Jobs había vuelto a la maltrecha empresa de la que fue expulsado en 1987 dispuesto a insuflarle nueva vida. Enseguida se dio cuenta de que un joven británico del equipo de diseño, Jonathan Ive, era su alma gemela y juntos crearon una serie de productos que cambiaron nuestra forma de entender la informática. El iMac, con un diseño retro y futurista al mismo tiempo, demostró que los ordenadores no tenían por qué ser aburridas cajas de color beige. El iPod se convirtió en el Sony Walkman de la nueva generación, permitía llevar toda tu biblioteca musical en un dispositivo inteligente, y escuchar cada canción pulsando su ingeniosa rueda de clic. Y con iTunes, la tienda en la que podías pagar para descargar música, demostró que sus ambiciones iban más allá de la informática y alcanzaba la industria de los medios de comunicación, donde tenía potencial para forzar un cambio radical. 

Incluso en los malos tiempos, Apple siempre había contado con un devoto ejército de discípulos. Sus clientes se consideraban superiores a las masas irreflexivas que compraban ordenadores Wintel (la amalgama del sistema operativo Windows de Microsoft con los chips de Intel), que representaban alrededor del 95 % del mercado de la informática personal a finales de los noventa. ser usuario de mac significaba «pensar diferente», como rezaba uno de los eslóganes de marketing de la empresa, apreciar el buen diseño y una nueva manera de hacer las cosas, aunque eso supusiera pagar bastante más. Ahora, aunque Apple seguía valiendo tan solo una cuarta parte que Microsoft, su base de fans se había ampliado, alimentada por los últimos rumores, difundidos en miles de blogs, acerca de lo que la sede de Apple en Cupertino sería capaz de crear a continuación. La férrea disciplina de la empresa a la hora de mantener en secreto todo lo relacionado con el desarrollo de productos (incluso entre sus diferentes departamentos) no hizo más que aumentar la apasionada especulación.

Siempre ON: Crónica personal del auge, las consecuencias y el presente de la revolución tecnológica

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