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miércoles, noviembre 27, 2024

Este es el insecto más grande de España: descubre algunas curiosidades asombrosas

Comparados con la escala humana, todos los insectos son pequeños. Sin embargo, si bajamos a su escala, como en la ficción cinematográfica de Bichos, de Pixar, u Hormigaz, de Dreamworks, podríamos observar la gran variedad de tamaños entre ellos. El insecto más pequeño del planeta, la avispa parasitoide Dicopomorpha echmepterygis, apenas mide 180 micras de longitud; comparado con el insecto más largo del mundo, el sudamericano escarabajo titán (Titanus giganteus), de 17 centímetros, o con el más voluminoso, el africano escarabajo goliat real (Goliathus regius), de hasta 12 centímetros, es, en términos de magnitud, como comparar una musaraña diminuta con una descomunal ballena azul. En esta analogía de escalas, el ser humano tendría el tamaño aproximado de una hormiga roja de campo (Formica rufa).

Los ecosistemas de España, con la biodiversidad más rica de Europa, presentan un amplio abanico de insectos de todos los tamaños, desde pequeñas avispas parásitas de hormigas que miden menos de un milímetro, hasta grandes escarabajos de algunos centímetros de longitud. Y de todos ellos, el insecto más grande es otro escarabajo: el ciervo volante (Lucanus cervus).

Macho de ciervo volante — (CC) Kitenet / Wikimedia

Descubriendo al ciervo volante, el mayor insecto de España

Si mantenemos la analogía comparativa de tamaños entre insectos y mamíferos, según la cual una hormiga equivaldría a una persona, un macho de ciervo volante, de hasta 9 centímetros de longitud sería comparable a la gigantesca ballena yubarta. La hembra, sin embargo, mide la mitad que el macho.

Esta diferencia tan marcada de tamaño entre macho y hembra muestra una de las características más notorias del ciervo volante: el dimorfismo sexual, que además de en la talla, se hace evidente en el rasgo más llamativo de este escarabajo: unas mandíbulas descomunales en el macho que pueden llegar a medir hasta un tercio de su longitud total.

Estas mandíbulas son una marca de identidad de esta especie —de hecho, se llama ‘ciervo volante’ porque recuerdan a las astas de un macho de ciervo—, pero tienen, además, una función muy importante: son la herramienta principal en las luchas rituales por el apareamiento. En un comportamiento que, de nuevo, recuerda a los ciervos, los machos de estos escarabajos compiten por la atención de las hembras.

Macho y hembra de ciervo volante — (CC) Daniela A. Antoni / Wikimedia

Podría parecer que el macho de ciervo volante es un animal peligroso, pero nada más lejos de la realidad. Sus mandíbulas son tan grandes que es incapaz de aplicar la fuerza suficiente en su mordida como para causar lesiones a otros animales. Las hembras, sin embargo, con mandíbulas más pequeñas pero más afiladas, sí provocan heridas leves si se sienten amenazadas.

Otro problema de las mandíbulas es que les impide comer. Desde que eclosiona de su pupa —la fase intermedia entre la larva y el adulto—, el ciervo volante practica un ayuno casi perpetuo, ocasionalmente roto por la succión de savia o jugo de alguna fruta que encuentre disponible. Una condición que lo condena a una esperanza de vida adulta breve, entre dos y cuatro semanas, un poco más larga en las hembras.

Hembra de ciervo volante — (CC) Didier Descouens / Wikimedia

Cuando el juvenil es más grande que el adulto

Si bien el macho de ciervo volante es el insecto adulto más grande de España, la larva es aún más grande.

La hembra de ciervo volante no suele volar; busca un tronco seguro y adecuado para la puesta, y espera la llegada de los machos. Ellos, pese a su aparatosa carga, vuelan con torpeza al anochecer, generando un sonoro zumbido, y a velocidades máximas de 5 o 6 kilómetros por hora, buscando hembras. Tras las luchas rituales, algunos machos consiguen reproducirse y la hembra pone los huevos en huecos de la corteza de árboles muertos, tanto agujeros naturales, como los que ella misma puede horadar con sus pequeñas pero fuertes mandíbulas.

Larva de ciervo volante — (CC) Mariafremlin / Wikimedia

La puesta se compone de una veintena de huevos, que tardan un mes en eclosionar. De ellos nacen las larvas, que devoran la madera en estado de descomposición con una gran voracidad. Durante los próximos 3 a 5 años, la larva se alimentará exclusivamente de madera muerta, y crecerá hasta alcanzar, machos y hembras, un tamaño superior al de los machos adultos. Una larva de ciervo volante en su máximo estado de desarrollo puede superar los 10 centímetros de longitud.

Este tamaño excesivo se debe a la acumulación de reservas de grasa que le permitirá sobrevivir a la metamorfosis y a la fase adulta tanto tiempo. La transformación de la larva a pupa marca el inicio de una metamorfosis completa, que culminará en el ciervo volante adulto.

Pupa de ciervo volante macho — (CC) Bugman95 / Wikimedia

Entre robles y encinas

El ciervo volante siente especial predilección por los bosques templados y mediterráneos de roble y encina. En ellos, cumple una función crucial: descompone la madera muerta, evitando así la acumulación masiva de los restos vegetales; lo cual supone una contribución esencial para el ecosistema, que renueva los ciclos de nutrientes y favorece la salud y la regeneración del bosque.

Pero la armonía de estos entornos puede verse seriamente amenazada por algunas actividades humanas, como la fragmentación y roturación del hábitat, o el aprovechamiento maderero; este último reduce la cantidad de madera muerta del entorno, un elemento esencial para la reproducción del ciervo volante. La apertura y el adehesado de los bosques de encina exige a los machos realizar vuelos más largos para encontrar hembras, lejos del cobijo de la frondosidad. Eso no solo contribuye al agotamiento de los escarabajos, sino que también los expone ante posibles depredadores.

Para solucionar estos problemas, algunas poblaciones de ciervos volantes han encontrado refugio en un ecosistema sorprendente e inesperado: las ciudades. Ante la pérdida de su hábitat natural, los parques y jardines urbanos resultan ser entornos adecuados para su supervivencia y su conservación. Su presencia en estas áreas es muestra de que las zonas verdes pueden convertirse, gestionadas adecuadamente, en pequeños refugios de biodiversidad. Es importante, por tanto, conservar estos espacios, hacerlos lo más cómodos posibles para la fauna y gestionarlos de forma inteligente, fomentando una convivencia amistosa con los seres humanos.

Referencias:

  • Bardiani, M. et al. 2017. Guidelines for the monitoring of Lucanus cervus. Nature Conservation, 20, 37-78. DOI: 10.3897/natureconservation.20.12687
  • Chen, D. et al. 2019. The complete mitochondrial genome of stag beetle Lucanus cervus. PeerJ.
  • Chiari, S. et al. 2014. Monitoring presence, abundance, and survival probability of the stag beetle Lucanus cervus using visual and odour-based capture methods: implications for conservation. Journal of Insect Conservation, 18, 99-109. DOI: 10.1007/s10841-014-9618-8
  • Clark, J. T. 1977. Aspects of variation in the stag beetle Lucanus cervus (L.) (Coleoptera: Lucanidae). Systematic Entomology, 2, 9-16.
  • Harvey, D. J. et al. 2011. Bionomics and distribution of the stag beetle, Lucanus cervus (L.) across Europe. Insect Conservation and Diversity, 4, 23-38. DOI: 10.1111/j.1752-4598.2010.00107.x

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