No sé tú, pero yo siento que tengo una percepción perfectamente correcta de la realidad. Dentro de mi cabeza hay una representación muy vívida del mundo que me rodea, llena de sonidos, olores, colores y objetos. Por eso resulta un poco perturbador descubrir que todo esto puede ser una mera invención. Algunos investigadores sostienen incluso que la película que se proyecta en vivo y en streaming en mi cerebro no guarda la menor semejanza con la realidad que ocurre tras los límites de mi cuerpo.
En algunos sentidos, resulta obvio que la experiencia subjetiva no lo abarca todo. Los humanos, a diferencia de las abejas, no vemos la luz ultravioleta; tampoco podemos sentir el campo magnético terrestre, una capacidad que sí tienen las tortugas, los gusanos y los lobos, entre otras criaturas; somos sordos a sonidos agudos y graves que muchos animales pueden oír y tenemos un sentido del olfato relativamente débil.
Además de esto, nuestro encéfalo solo nos ofrece una instantánea. Si nuestros sentidos recogieran todos los detalles del exterior, nos sentiríamos abrumados. ¿Has notado la última vez que pestañeaste o esa protuberancia carnosa llamada nariz que se encuentra siempre en tu visión periférica? No, porque son cosas que tu cerebro suprime. “Nuestra experiencia se simplifica para que podamos funcionar”, asegura Mazviita Chirimuuta, experta en ciencias cognitivas de la Universidad de Pittsburgh, en Pensilvania.
En realidad, la mayor parte de lo que “vemos” es una ilusión
Nuestros ojos no lo captan todo, sino que capturan destellos huidizos del mundo exterior entre rápidos gestos llamados sacadas. Durante estos movimientos sacádicos, en la práctica nos quedamos ciegos porque el cerebro no procesa la información que le llega. Si lo dudas, prueba a mirarte a los ojos en un espejo y luego desplaza la vista rápidamente de un lado al otro y de vuelta otra vez. ¿Has visto como se movían?
Y esto es solo el comienzo. El cerebro, al fin y al cabo, está sellado en oscuridad y silencio dentro de la sólida cubierta del cráneo. No tiene acceso directo al mundo exterior, y por eso depende de la información que recibe a través de unos pocos cables eléctricos procedentes de los órganos sensoriales. Los ojos recogen la información sobre longitudes de onda y radiación electromagnética, los oídos detectan vibraciones en las partículas de aire y la nariz y la boca detectan moléculas volátiles que percibimos como olores y sabores. A través de complejos procesos que solo entendemos parcialmente, el cerebro integra todos estos estímulos independientes en una percepción consciente unificada. La pregunta es: ¿con qué grado de fidelidad esta descripción subjetiva interna representa la realidad objetiva?
Una cuestión peliaguda debatidas por filósofos y físicos
¿Qué queremos decir, incluso, con realidad objetiva? Para Donald Hoffman, psicólogo de la Universidad de California, en Irvine (EE. UU.) y autor de The Case Against Reality —Las pruebas contra la realidad—, se trata de “algo que existe incluso si ninguna criatura lo percibe”, aunque algunos físicos no están de acuerdo con ello, como se cuenta más adelante.
Pero es imposible saber nada sobre la realidad objetiva sin incluir también la percepción y el pensamiento. Es por esto por lo que algunos expertos afirman que no hay una línea divisoria estricta entre realidad objetiva y subjetiva. “Si tienes esa idea de que la realidad es intrínsecamente distinta de la mente, entonces resulta paradójico considerar que podamos tener acceso a la realidad”, indica Chirimuuta. “Esta depende de nosotros. Depende del modo en que vemos el mundo. Pero, al mismo tiempo, lo que percibimos es un aspecto de esta realidad porque nuestra percepción ha sido modelada por los sentidos que tenemos”, advierte.
Tomemos el color azul. Los físicos lo definen en términos de longitud de onda luminosa, pero para Chirimuuta la percepción no puede ser eliminada de la ecuación. En su opinión, la azulidad, por así decirlo, no es una propiedad del objeto, sino de la interacción que mantenemos con él.
Es probable que otros animales experimenten sus propias versiones de la realidad, y esta lógica es igualmente aplicable a la realidad representada por la ciencia. “El mundo descrito por la física es también otra interpretación basada en mediciones hechas con instrumentos científicos que revelan propiedades y procesos a los que los sentidos humanos no tienen acceso por sí mismos”, sostiene Chirimuuta.
Otros van más lejos y argumentan que lo que percibimos no tiene la menor semejanza con la realidad y que, además, tampoco nos ayudaría mucho ver las cosas tal como son. “Pienso que todo el mundo reconoce que no captamos toda la realidad. Yo sostengo que no vemos nada de ella”, afirma Hoffman.
Para entender esta idea, imagina que estás practicando con un juego de realidad virtual. Puedes estar conduciendo, por ejemplo, y ves el volante en tus manos. “Todos sabemos que estos objetos no existen realmente. Son el resultado de un programa informático que los produce”, insiste Hoffman. El juego tiene una realidad, pero esta consiste en el software y los circuitos del ordenador. Sería imposible participar en el juego si funcionásemos a este nivel. En su lugar, nuestro cerebro percibe constructos tales como el mencionado volante, y así nos deja jugar.
Hoffman argumenta que este acto de ilusionismo no ocurre solo en los videojuegos, sino en todos los momentos de nuestra vida: “Lo que digo es que nacemos con unos cascos de realidad virtual incorporados. La evolución nos los ha dado para simplificar las cosas, para proporcionarnos lo que necesitamos para jugar el juego de la vida sin saber qué es la realidad”.
Nuestra percepción de la realidad es algo práctico
Según esta teoría, el cerebro y el sistema sensorial forman juntos una interfaz de usuario que simplifica la complejidad del mundo, del mismo modo que los iconos de un teléfono móvil son las herramientas para operar con el circuito que se encuentra en el interior del dispositivo. Todo lo que vemos es, en realidad, “una estructura de datos abstractos correspondiente a algo que ni siquiera existe en el espacio y el tiempo”, mantiene Hoffman.
Esta concepción puede resultar mareante si uno ingenuamente piensa que lo que percibe realmente representa la verdadera naturaleza del mundo. Pero, en términos prácticos, no tiene importancia. Lo que sí la tiene es si aquello que percibimos nos permite transitar por este mundo con éxito, es decir, sobrevivir el tiempo suficiente para transmitir nuestros genes.
“La evolución nos ha moldeado para que veamos las cosas que tenemos que tomarnos en serio, para percibir lo que necesitamos para seguir vivos”, dice Hoffman. Y añade: “Pero, como es lógico, esto no nos permite afirmar que lo que estamos viendo sea la realidad”. Por cierto, ¿qué tal sienta esta dosis de realidad dura y fría?.
*Este artículo fue originalmente publicado en una edición impresa de Muy Interesante