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sábado, octubre 5, 2024

El desarrollo urbano de Santiago de Compostela en torno a su catedral y la peregrinación jacobea

El descubrimiento de la tumba de Santiago el Mayor, uno de los más cercanos discípulos de Jesucristo, realizado hacia 820-30 por el obispo Teodomiro de Iria Flavia, fue el origen de la ordenación de un santo lugar dedicado al culto al apóstol.  En la dotación del locus sancti Iacobi como santuario intervino la monarquía asturiana, en especial los reyes Alfonso II el Casto y Alfonso III el Magno, quienes construyeron las dos primeras basílicas y el monasterio de Antealtares, poniendo a disposición del culto jacobeo a una comunidad monástica.

Puerta Santa de la catedral de Santiago de Compostela en Quintana. Foto: Shutterstock.

La mitra de Iria trasladó su sede, de facto, al santo lugar, y a partir del siglo IX los obispos y la curia iriense habitarían en las cercanías del templo que cobija las reliquias de Santiago. Seguirían, no obstante, siendo obispos de Iria-Compostela hasta 1095, cuando el papa ordena el cambio definitivo y oficial de la sede episcopal. Para entonces, finales del siglo XI, la ciudad de Santiago era una realidad palpitante, conocida en toda Europa, a la que acudían piadosamente peregrinos del Occidente cristiano

Una peregrinación internacional que principia en el siglo X —son elocuentes los ejemplos del franco Bretenaldo, vecino de la ciudad en 920, y la peregrinación del obispo Gotescalco de Le Puy en 950—, época en la que se construye y dota el primer hospital de peregrinos, hacia 910, bajo auspicios del obispo Sisnando I. Este centro asistencial estaría situado en el mismo lugar donde, siglos más tarde, continuaría ofreciendo sus servicios el edificio hospitalario que la mitra compostelana siguió atendiendo durante toda la Edad Media, hasta que los Reyes Católicos a fines del siglo XV ordenan la construcción del Gran Hospital Real. Es decir, la hospitalidad en la meta del Camino se ofrecía en un espacio urbano que se fue gestando próximo al lateral norte de la basílica jacobea. 

Por otra parte, hacia el sur del edificio, comenzó en la alta Edad Media a ordenarse otro espacio próximo a la primera muralla de la ciudad, que será el germen de la plaza de las Platerías. En la zona oriental, actual Quintana, se encontraban el monasterio de Antealtares y la canónica, el edificio donde habitaba la curia. Y hacia occidente, limitada por la primera muralla, se fue extendiendo la necrópolis; o mejor dicho, se reactivaron los entierros en un cementerio antiguo en cuyo corazón se halló el edículo apostólico que guarda los restos de Santiago.

Monasterio de Antealtares. Foto: Shutterstock.

Este primigenio urbanismo compostelano, ordenado en torno al sepulcro, se adaptó a la topografía del lugar, con sus grandes desniveles. Una imposición física que será decisiva para la adaptación de la ciudad, que fue creando sus estructuras en torno a la basílica jacobea. Una realidad, la creación de Compostela, fruto de la experiencia colectiva de una civilización impulsada por una cosmovisión muy particular, en la que la creencia en el poder de las reliquias y en el valor del peregrinaje eran fundamentales para lograr la regeneración espiritual del individuo y de la sociedad. 

Cuando a fines del siglo XI la sede episcopal cambia oficialmente, la catedral románica llevaba veinte años construyéndose. Esta edificación, iniciada por la cabecera en 1075, será determinante para la ordenación de espacios públicos en torno a sus entradas, vinculados a la vida urbana ordinaria y a la habitual llegada de peregrinos, pues este flujo constante de gentes procedentes de tierras más o menos distantes formó parte de la realidad social de la urbe.

El impulso del obispo Diego Gelmírez

La construcción de la girola de la catedral, rodeando al altar mayor bajo el que se encuentra el sepulcro de Santiago, determinó la demolición del monasterio primitivo de Antealtares y su traslado más hacia oriente, lo que posibilitó la ordenación del espacio de la actual Quintana, que será dedicado a cementerio, tras la paulatina desaparición de los enterramientos en el siglo XII frente a la entrada de la basílica, a medida que avanzaba la construcción de las naves mayores de la catedral románica. 

En la primera mitad de esa centuria fue decisivo el impulso del obispo Diego Gelmírez, primer arzobispo de Compostela a partir de 1120; gracias a su dedicación se difundió más el culto al apóstol, mejoraron las infraestructuras urbanas y el comercio, así como la formación del cabildo catedralicio, internacionalizando la escuela episcopal; y además dirigió con gran astucia una política europeísta que dará gran fama al santo lugar de Santiago, como una de las tres metas de las peregrinaciones mayores para los cristianos, junto con Roma y Jerusalén.

Diego Gelmírez ante Fruela Alfonso y Pedro Muñiz. Manuscrito Tumbo de Toxosoutos (siglo XIII). Foto: ASC.

En esta época es cuando la plaza del Paraíso —el Paradisus—, ordenada frente a la entrada norte de la catedral románica, se desarrolla como realidad palpitante de vida; una plaza con un importante mercado dedicado a los peregrinos —donde cambiaban moneda y podían comprar conchas de vieira, plantas medicinales y escarcelas de piel de ciervo—, en torno a la fuente del Paraíso y ante la portada septentrional de la catedral, donde se desarrolla un ciclo del Génesis alusivo a la caída del género humano, al tiempo que se anuncia su Redención con la escena de la Anunciación. En esta plaza se encontraba el hospital de peregrinos, el monasterio de Pinario (que tuvo que trasladar su iglesia para dejar espacio para el brazo norte del crucero de la catedral) y el palacio episcopal.

Gelmírez trasladó su vivienda, originalmente situada al sur de la basílica, para situarla en el lado norte. El desarrollo del palacio episcopal a lo largo de la Edad Media separará con su ser de piedra esta plaza del final del Camino del espacio urbano que, en desnivel, se va ordenando hacia el oeste, entre la fachada occidental de la basílica románica, ultimada por el maestro Mateo, y la muralla de la ciudad. Más allá de esa cerca, extramuros, por lo tanto, se encuentra a partir del siglo XII el cementerio de peregrinos, al que se accede saliendo por la puerta de la Trinidad.

Con anterioridad al cambio de ubicación del palacio episcopal, Gelmírez había habilitado la platea de las Platerías como plaza de juicios públicos. Una escenificación de la justicia señorial feudal que se realizaba ante ciudadanos y peregrinos ante la fachada sur del crucero de la catedral, en cuya portada se presenta la doble naturaleza de Jesús, humana y divina, además del célebre ejemplo del castigo a la mujer adúltera que porta en su regazo la calavera de su amante. El claustro medieval de la catedral, desarrollado en el siglo XIII, se levantará adosado al lado sur de las naves mayores de la catedral. 

Tumbas en el claustro de la catedral de Santiago. Foto: Shutterstock.

Adosado a su exterior se fueron adhiriendo viviendas, colmatando el tejido urbano en torno al principal edificio de la ciudad, que se expandió hacia mediodía a lo largo de las rúas del Franco, Nova y del Vilar. Porta Faxeira, ubicada al final de la rúa del Franco, era la entrada del camino de Padrón, por lo tanto, entrada del itinerario jacobeo portugués, mientras que la Porta de Mazarelos, entrada de los vinos del ribeiro, ya en la Edad Media, comunicaba con el mercado vello, situado en las inmediaciones del desaparecido convento de Santa María a Nova; este servicio público ofrecía a compostelanos y peregrinos todo tipo de verduras, frutas, pescados, carnes y vinos.

Porta de Mazarelos. Foto: Shutterstock.

Volviendo a las Platerías, será durante el Renacimiento, con la construcción del nuevo claustro, cuando la plaza gane espacio y revalorice la entrada sur de la catedral. El edificio claustral modifica el urbanismo de su entorno, elimina las casas adosadas al conjunto catedralicio y crea espacios urbanos y estructuras viarias de mayor diafanidad. En las Platerías da lugar a las tiendas de plateros, en los bajos del edificio claustral, donde los peregrinos pudientes podían hacerse con piezas de orfebrería o azabache que daban testimonio de su viaje piadoso a Santiago. Hacia el sur, el claustro define la calle de Fonseca, rectilínea y ancha, y hacia el oeste amplifica la presencia del propio edificio y de la plaza del Hospital. Un espacio urbano ligado íntimamente a la peregrinación, pues será la plaza que se ordenará ante el Gran Hospital Real, aunque con un suelo muy desigual y sin pavimentar, por decisión de los Reyes Católicos, tras finalizar la guerra de Granada en 1492

A lo largo del siglo XVI se levanta este edificio asistencial de la Corona, en un lugar donde fue preciso demoler todo un barrio urbano, con el expreso deseo de los monarcas de que el Hospital Real de Santiago se situase intramuros, haciendo escuadra con la catedral. Esta voluntad de situar la institución regia en el entorno inmediato a la basílica jacobea es significativa, pues en Toledo y Granada habían construido sus respectivos hospitales en las afueras; pero en Santiago era preciso que estuviese intramuros y próximo a la basílica jacobea, para dar servicio inmediato a los peregrinos, que en general seguían utilizando las naves de la catedral para descansar, no pocos de ellos enfermos.

Fachada del Gran Hospital Real, construido por orden de los Reyes Católicos a finales del siglo XV. Foto: Shutterstock.

Santiago Monumental

Con la cultura barroca y su rearme ideológico, fruto del Concilio de Trento y de la Contrarreforma católica, Santiago se monumentaliza y mejora los entornos de la catedral de modo elocuente en el siglo XVII y primera mitad del XVIII. El prestigio de la peregrinación cristiana se había dañado con las críticas humanistas, en especial de Erasmo de Róterdam, y sobre todo con la abierta animadversión de Lutero

Pero el catolicismo reafirmará su creencia en el culto a los santos, revaloriza imágenes religiosas y santuarios del pasado medieval, así como las expresiones de la religiosidad popular, como es el caso de las peregrinaciones. De esta suerte, y gracias a las rentas del Voto de Santiago, la Iglesia compostelana —la mitra y el cabildo catedralicio— renueva la catedral del apóstol y buena parte de la ciudad, en armonía con el sentido de la magnificencia de monasterios, conventos y nobles, que engrandecen Santiago con sus construcciones.

Sesión del Concilio de Trento, de un anónimo véneto. Foto: ASC.

Las plazas, espacios de bullicio y sosiego

La Quintana, aunque todavía mantendrá en el siglo XVII su apariencia de necrópolis, reforzará su vocación de espacio ceremonial jacobeo con la concreción de la Puerta Santa, tal y como hoy la conocemos. Primero con una versión más modesta, después, en la plenitud del siglo, y atendiendo a la construcción del Pórtico Real y la torre del Reloj —inaugurada en el año jubilar de 1685—, por el maestro de obras Domingo de Andrade, añadiendo más decoración a esta Puerta de los Perdones, y sobre todo con la coronación de tan singular arco triunfal con la imagen pétrea de Santiago peregrino, acompañado de sus discípulos, Teodoro y Atanasio. El sobrio lienzo del monasterio de Antealtares da su contrapunto ascético, en esta plaza, a la fantasía barroca que se desarrolla en los exteriores de la catedral y en las ricas fachadas palaciegas de la Casa de la Conga, al sur, y la Casa de la Parra, al norte. Con la supresión de los entierros y la pavimentación de la Quintana, ya en pleno siglo XVIII, la cultura barroca, que es cultura de masas y muy orientada al espectáculo, creará un espacio urbano ceremonial ante la Puerta Santa.

La Puerta Santa de la catedral de Santiago de Compostela solo se abre en Año Jubilar. Foto: Shutterstock.

Otra de las plazas históricas es la del Campo, hoy de Cervantes, situada en pleno tramo urbano del Camino Francés. En ella se desarrolló durante siglos el mercado de la ciudad, heredero del mercado vello de Mazarelos. Los peregrinos que llegaban en los siglos XVI en adelante pasaban ante los puestos al aire libre de este mercado, y antes de hacer su entrada por la Azabachería —la medieval puerta del Paraíso— o por el Obradoiro, la fachada occidental, hacían un alto para mezclarse con la concurrencia de gentes que poblaban el lugar. La iglesia medieval de San Benito del Campo, que en el siglo XIV potencia su presencia pública con la escena de la Epifanía en el tímpano de su portada, mostrando así a los primeros peregrinos que acuden a la llamada del Mesías recién nacido, renueva su fábrica a fines del siglo XVIII, con un proyecto académico firmado por el arquitecto Melchor de Prado.

Tras el encuentro con el bullicio de la compraventa, que en el medievo se hallaba en el ya citado Paradisus de la ciudad, los peregrinos llegaban a la plaza de la Azabachería, un espacio más sosegado que siglos atrás, dominado por la imponente fachada de San Martín Pinario y por la renovada fachada norte catedralicia, transformada entre 1757-1769 por el maestro de obras Lucas Ferro Caaveiro, que desmonta la portada medieval y construye un primer cuerpo barroco, y por el arquitecto académico Ventura Rodríguez, que reformula el segundo cuerpo del frontis. 

En la fachada de la Plaza de la Azabachería se halla la puerta de la catedral que encuentran los peregrinos procedentes de los Caminos Francés, Inglés, Primitivo y del Norte. Foto: Shutterstock.

O podían continuar hasta el Obradoiro, espacio que va a cambiar su ser a lo largo de los siglos XVII y XVIII, dando lugar a una de las plazas más espectaculares del mundo. A principios del Seiscientos fue el arzobispo Maximiliano de Austria quien patrocinó la construcción de las escalinatas monumentales de la basílica jacobea, como entrada ceremonial y para que la institución religiosa intentase una mayor presencia en la plaza del Hospital. Después se levantaría la torre de las campanas (la sur), todavía con la fachada medieval mateana, y a partir de 1738 el maestro de obras Fernando de Casas Novoa comenzará a construir la célebre fachada barroca que se inaugura en el año santo de 1750. Si el arzobispo Maximiliano opta por un relieve del Matamoros para su escalinata, el cabildo catedralicio prefiere que el monumental frontis occidental concluya en altura con Santiago peregrino

La universidad compostelana, por su parte, patrocina el Colegio de San Jerónimo en el lateral meridional de la plaza, frente al Hospital Real, reutilizando como portada la que fuera del hospital de peregrinos de la Azabachería: el viejo hospital de la Iglesia de Santiago, renovado a lo largo del medioevo, pero demolido en el siglo XVII.

El final del camino

Finalmente, quien concluirá definitivamente la plaza del Obradoiro, como espacio en beneficio de la ciudad y de los peregrinos, que seguirán usando el Hospital Real, será el arzobispo Rajoy, patrocinando con su propio peculio un edificio de servicio público. El llamado Seminario de Confesores, Consistorio y Cárceles Eclesiástica y Secular estaba destinado a formar y cobijar a servidores del culto al apóstol, además de ofrecer espacios para el Ayuntamiento y cárceles. Un edificio construido entre 1767-1787 con planos del ingeniero militar Carlos Lemaur, con una fachada clasicista próxima al estilo Luis XV, coronada con un tímpano con la batalla de Clavijo y por una acrotera con un espectacular Santiago matamoros labrado por José Ferreiro. Con esta plaza igualada y empedrada se finalizaba en la década de 1780 un espacio urbano monumental y persuasivo, que dejaría tan impactados a los peregrinos y viajeros de entonces como ahora sucede.

Fachada del Obradoiro de la Catedral de Santiago de CompostelaFoto: iStock

El culto a Santiago y la peregrinación a su santuario en el finisterrae occidental, como expresión de la religiosidad popular y de la espiritualidad occidental, creó una rica cultura de la que forma parte el urbanismo de la ciudad de Santiago, particularmente el entorno inmediato de su catedral, meta de una peregrinación famosa cuyo camino devino Primer Itinerario Cultural europeo y Patrimonio de la Humanidad.

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.

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