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sábado, noviembre 23, 2024

¡Que vienen los yanquis! Así fue la vida de los soldados estadounidenses en Gran Bretaña

Como sentencia el tango, veinte años no es nada; qué decir si es la edad a la que debe afrontarse la perspectiva de un desenlace fatal en el campo de batalla.

Con apenas esas dos décadas a sus espaldas, centenares de miles de jóvenes estadounidenses aguardaron en las Islas Británicas durante meses o años el incierto día en que debían cruzar el Canal de la Mancha para librar a la Europa continental del yugo nazi. No es difícil imaginar a aquellos soldados atenazados por el miedo y la incertidumbre, anticipando en sus desvelos el momento en el que se abatiría ante ellos el portón de la lancha de desembarco batida por un mar encendido o el impacto al aterrizar por la noche en suelo francés tras las líneas enemigas.

Fiesta organizada por aviadores estadounidenses y enfermeras de la Cruz Roja estadounidense en un aeródromo en Inglaterra. Foto: Getty.

La mayoría no habían viajado al extranjero e ignoraban casi todo de su antigua metrópoli salvo que compartían un idioma común con los británicos, lo que facilitó que los prejuicios modelasen una visión estereotipada y contraproducente de sus anfitriones que solo ocasionalmente devino en abierta hostilidad.

La llegada

El 26 de enero de 1942 pisaron suelo británico cuatro mil soldados de la 34.ª División de Infantería del Ejército de los Estados Unidos, llegados a Belfast después de sortear a los submarinos alemanes que dominaban el Atlántico por entonces para pasar a la historia como el primer contingente estadounidense destinado a sumarse abiertamente a la Segunda Guerra Mundial en el teatro de operaciones europeo. No fueron los primeros en llegar al Reino Unido, aunque sí los primeros que oficialmente arribaron a sus costas como tropas de combate. Hasta esa fecha, solo se habían sumado efectivos en tareas de apoyo logístico y asesoramiento dentro del llamado Grupo Especial de Observación, antes incluso de que el 7 de diciembre de 1941 el ataque a Pearl Harbor abocara a los Estados Unidos a entrar en la Segunda Guerra Mundial.

Aquellos soldados fueron recibidos con el entusiasmo de ver en ellos un extraordinario refuerzo para ganar la guerra, pero también con el recelo de quienes veían en los recién llegados una ayuda que podía desmerecer su heroica lucha frente al nazismo. Esos sentimientos encontrados, la natural fricción entre dos culturas aparentemente próximas pero muy distintas, y la coyuntura existencial de aquellos jóvenes veinteañeros asomados a un abismo que les hacía vivir cada día como si fuera el último, hicieron que la convivencia entre las nuevas tropas y la población local no siempre fuera fácil.

Llegada del primer contingente de tropas afroamericanas del Ejército de los EE. UU. a Irlanda del Norte, el 21 de julio de 1942. Foto: Getty.

Con ellos llegaron también la Coca Cola, los chicles o la música de Glenn Miller, para dibujar un nuevo paisaje salpicado de jóvenes soldados para los que disfrutar de un día más era la razón de vivir; una razón a la que no tardaron en sumarse decenas de miles de jóvenes británicas también deseosas de olvidarse de aquella maldita guerra.

Durante los dos años largos que transcurrieron entre la llegada de las primeras unidades y el día D, el número de soldados estadounidenses no paró de crecer hasta sumar un contingente de millón y medio de efectivos diseminado por más de mil acuartelamientos, en su mayoría establecidos en el sur de Inglaterra y frecuentemente localizados en entornos similares a los de la geografía francesa en la que tendrían que desenvolverse durante la lucha.

El esfuerzo titánico por agrupar a la fuerza invasora lo más cerca posible de sus objetivos y en las mejores condiciones transformó al Reino Unido en una gigantesca instalación militar a la que llegaban sin cesar nuevos efectivos. Como diría Winston Churchill: si Ias Islas Británicas no se hunden por el peso eso es gracias a los globos cautivos, esos globos unidos a tierra por cables de acero que han llegado hasta nosotros en las imágenes más icónicas del Dia D como elementos de protección de las tropas terrestres frente a las incursiones de la aviación enemiga.

La estancia

Aquellos jóvenes yanquis se distinguían por un carácter mucho más abierto que el de sus correspondientes británicos, lo que unido a un salario cinco veces superior al recibido por las tropas del Reino Unido les hizo especialmente atractivos para las chicas británicas, que veían en ellos una escapatoria al tedio y a la miseria de la guerra. Pero no fue fácil para los recién llegados acomodarse a su nueva vida, siempre a las puertas de una entrada en combate sin fecha, y tuvieron que hacer un importante esfuerzo de adaptación.

Mujeres británicas de la División de Fotografía de la Oficina de Información de Guerra bailan con soldados estadounidenses durante las celebraciones del Día de la Victoria en Londres. Foto: Getty.

Caso aparte es el de los efectivos afroamericanos, que fueron inusualmente bien recibidos y vieron en el nuevo escenario un alivio a la segregación racial que por entonces aún sufrían y que les relegaba en su ejército a labores auxiliares.

A fin de limar las fricciones entre nativos y recién llegados, ya en 1942 el Departamento de Guerra de los Estados Unidos publicó unas instrucciones para sus militares que les permitieran superar las peculiaridades de los británicos, su país y sus costumbres. Con los años, la guía será toda una interpretación de Gran Bretaña desde el lado de los Estados Unidos y un excepcional análisis comparado que en apenas siete páginas daba cuenta de las diferencias y similitudes de aquellos dos pueblos.

El folleto comenzaba por tender los puentes más elementales para facilitar la convivencia, subrayando todo un catálogo de obviedades y recordando que ambos países eran aliados frente a un enemigo común, compartían el mismo idioma y eran los grandes referentes de los gobiernos representativos y de la libertad. A continuación, se advertía del carácter reservado y flemático de los británicos, del titánico esfuerzo de guerra que soportaban o de algunas de sus singularidades, como su particular régimen de pesos y medidas. Se recordaba también que la propaganda y el espionaje alemán trabajaban para generar esa desconfianza entre los dos ejércitos.

Entre otras recomendaciones, no faltaban las apelaciones al debido respeto que se debía a la monarquía, a eludir comentarios sobre el acento británico o a evitar cualquier referencia presuntuosa sobre las ayudas recibidas de los Estados Unidos.

En la búsqueda de la confraternización se animó a la tropa afincada en Reino Unido a celebrar conjuntamente la Navidad con familias locales, llenando las sillas que dejaron vacías los combatientes británicos. Para ello, los soldados yanquis fueron liberados esos días de servicio y recibieron raciones extras para compartir en las celebraciones que contenían jugo de frutas, leche evaporada, tocino, arroz, guisantes o azúcar. La iniciativa tuvo tanto éxito que cada soldado recibió alrededor de cincuenta invitaciones.

Mucho se ha hablado de los desmanes de aquellos jóvenes yanquis por el Reino Unido durante su espera hasta el 6 de junio de 1944 y aún después, cuando el país se mantuvo como una gigantesca plataforma logística. Con excepciones, claro está, la realidad es que no puede generalizarse de ninguna manera un comportamiento desafortunado y, sin obviar el recelo propio de quienes arrastraban dos años de guerra y veían a unos recién llegados gastar a manos llenas, no hubo incidentes generalizados como para describir un conflicto a gran escala, por mucho que para los británicos más conservadores los comportamientos de los yanquis minaran algunos de los grandes valores británicos con los que chocaba frontalmente una manera de vivir basada en el consumo.

Dos soldados estadounidenses se despiden de los niños del pueblo de Buckden (East Anglia) regalándoles sus últimos chicles (septiembre de 1945). Foto: Getty.

Fue más un clima contradictorio de entusiasmo y desconfianza en el marco de un escenario de máxima tensión como el de una guerra. Nada que ver con otros comportamientos de esos mismos soldados en otros entornos de actuación: baste recordar que solo en suelo francés, entre junio de 1944 y junio de 1945 se impusieron 68 cadenas perpetuas y se aplicaron 22 penas de muerte, mayoritariamente por violación.

La partida

Por fin llegó el día. El 5 de junio de 1944, de los puertos de Southampton, Dover, Portsmouth, Plymouth, Harwich, Liverpool, Eastbourne, Falmouth, Cornualles o Belfast salió una fuerza expedicionaria sin precedentes a la que se sumarían como avanzada las tropas aerotransportadas que volarían rumbo a Europa poco después; entre ellas los soldados de la 101 división aerotransportada, que tuvo el privilegio de recibir la visita del propio general Eisenhower esa tarde ante una expectativa de bajas estimadas del 80 por 100. Por aire y por mar cruzaron el Canal de La Mancha 156.000 soldados, de los que cerca de 73.000 eran estadounidenses (15.500 aerotransportados y 57.500 regulares), a quienes se les asignó el asalto por el flanco este del frente de desembarco.

No solo constituían el grueso de la fuerza invasora, sino que también fueron los que más pérdidas tuvieron: de las casi 10.000 bajas, 6.603 fueron estadounidenses, entre ellos 2.501 fallecidos; fundamentalmente en la playa de Omaha, donde la resistencia alemana resultó muy superior a lo esperado y la marea dispersó a los atacantes.

No es difícil imaginar a aquellos jóvenes viviendo sus pesadillas del tiempo pasado en Reino Unido, cuando llenaban sus pensamientos de horrores como los que ahora vivían en las playas de Normandía, probablemente solo aliviados por los recuerdos de sus hogares y de esa estación intermedia hacia el infierno que fueron las Islas Británicas.

Tropas de asalto americanas desembarcando en la playa de Omaha en la costa norte de Francia el 7 de junio de 1944. Foto: Getty.

El regreso

Concluidas las operaciones militares en Europa, aquellos jóvenes yanquis regresaron a su patria y muchos de ellos no volverían a pisar suelo británico; aunque algunos lo harían de nuevo durante la contienda para dar un segundo salto al continente, como los paracaidistas de la 101 División Aerotransportada, que a principios de julio de 1944 regresaron a Inglaterra para preparar la operación Market Garden, que a mediados de septiembre de 1944 pretendía ocupar diferentes puentes en los Países Bajos para allanar el camino hacia el corazón de Europa.

Terminada la Segunda Guerra Mundial, casi tres millones de soldados estadounidenses habían pasado por Reino Unido de los cerca de dieciséis millones de aquel país que participaron en la contienda, de los que más de cuatrocientos mil se dejaron la vida.

Durante el tiempo de espera en Gran Bretaña, cerca de 70.000 de aquellos jóvenes yanquis se prometieron o casaron con mujeres británicas que, finalizada la guerra, se unieron a sus parejas en suelo estadounidense. Otras muchas se quedaron en su país, después de haber pasado una parte inolvidable de sus vidas con aquellos muchachos de bonitos uniformes que llegaron para contribuir decisivamente a ganar la guerra; soldados que, a vueltas con Gardel, hicieron del título de su inolvidable tango el gran objetivo de su paso por Europa: Volver.

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.

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