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sábado, octubre 5, 2024

¿Cómo era la vida de los habitantes de la Mérida romana?

Las excavaciones que se realizan a diario en el entramado urbano de Mérida nos muestran pequeños fragmentos de la historia de sus antiguos habitantes. El estudio de cada objeto localizado y sus conjuntos nos permiten conocer sus creencias, sus miedos, sus gustos por el lujo y las diferentes modas que se imponían desde Roma a todo el Imperio.

Una lámpara de aceite, un puñado de monedas, pequeños objetos hechos en bronce y algunos fragmentos de cerámicas, junto a restos de muros realizados de mortero o ladrillos y tegulas (tejas romanas), son algunos de los objetos y estructuras que los arqueólogos solemos encontrar en los yacimientos romanos.

A menudo, los romanos nos dejaron muchos relatos e historias, solo tenemos que acercarnos a los rincones de sus grandes urbes y tratar de mirar con otros ojos. No solo nos enseñan cómo era la grandeza marmórea de sus construcciones nobles, las columnas de los templos o el graderío de sus teatros, también lo hacen los barrios pobres y humildes con bloques de pisos donde se apilaban viviendas minúsculas, con callejuelas angostas, donde era complicado transitar a ciertas horas sin ser atracado, y también a las letrinas públicas, donde todos sus habitantes defecaban juntos.

Condiciones socio-económicas de los habitantes de la Mérida romana

Para un habitante cualquiera de la Mérida romana —uno de esos sesenta millones de habitantes anónimos del gran Imperio romano— la vida era muy corta, las libertades limitadas y la incertidumbre económica muy elevada. Pagar el alquiler, procurarse comida diaria, no enfermar y buscar trabajo debieron ser las máximas preocupaciones de los habitantes de la antigua Mérida romana.

No era lo mismo vivir en el campo que en la ciudad. La Mérida romana fue una pequeña copia o imitación de la gran Roma y en pocos años fue convertida en capital de la provincia de Lusitania. Creció rápidamente, ampliándose el caserío y adaptando su urbanismo para dotarla de nuevos espacios administrativos, edificios de ocio, culto y de prestigio imperial.

Restos arqueológicos de la Casa del Mitreo, de finales del s. I d.C. (época Flavia). FOTO: SHUTTERSTOCK.

Los habitantes de la ciudad, a diferencia de los habitantes del campo, podían acudir a un sinfín de tiendas, tabernas, prostíbulos y baños, era fácil socializar y disfrutar de una oferta de ocio amplia y adaptada a casi todos los bolsillos. Sus habitantes tenían a su disposición un amplio sistema de servicios públicos: baños, fuentes e incluso alcantarillado.

La vida de un niño emeritense también era muy complicada, venir al mundo en un hogar romano no auguraba una vida larga y próspera. Aproximadamente, un tercio de los bebés morían antes del año y la mitad de los niños antes de cumplir los cinco años. La esperanza de vida de un hombre rozaba los cuarenta años, la de una mujer apenas rebasaba la treintena, fundamentalmente por las complicaciones en los partos. Tan solo un 7 % de los habitantes superaba los sesenta, y llegar a octogenario, aunque no era imposible, era sin duda algo excepcional.

La sociedad romana estaba fuertemente jerarquizada y la precariedad de sus habitantes era enorme. En las urbes, el paro y los trabajos temporales estaban a la orden del día, por lo cual, para la élite romana trabajar era de mal gusto. En cambio, artesanos, matronas, carpinteros, soldados o panaderos estaban orgullosos de sus oficios, hasta el punto de que solían alardear de ellos en sus lápidas funerarias.

El salario de un peón o un jornalero no bastaba para alimentar a una familia de cuatro personas, así que mujeres y niños trabajaban para redondear los ingresos. La mayor parte de los hombres trabajaban en la construcción de las grandes obras públicas del Imperio: acueductos, pantanos, teatros, calzadas y un largo etcétera.

La gran mortalidad infantil de los habitantes de Mérida era un problema importante, porque se necesitaban adultos dispuestos a alistarse en el ejército para conquistar nuevos territorios, trabajar en el campo y en la construcción de las grandes obras públicas imperiales. De esta forma, en época de Augusto, se comenzó a premiar a las madres de familia numerosa: las ciudadanas romanas con más de tres hijos se emancipaban de la tutela legal de su padre o marido, si eran libertas o itálicas no romanas este privilegio les costaba cuatro hijos y si vivían en provincias, cinco.

Retrato infantil hallado en la Casa del Anfiteatro. FOTO: ASC / FÉLIX APARICIO.

La población creció tanto en pocos años que se puso de moda vivir de alquiler. Y, consecuentemente, la capacidad económica de algunos propietarios aumentó, propiciando que, en las proximidades del foro de la colonia se alzasen algunas edificaciones privadas importantes, de amplio desarrollo urbano y organizadas en torno a un peristilo o patio ricamente decorado. Desde el patio, normalmente porticado, que hacía las veces de centro de la casa, se accedía al resto de habitaciones. Estos patios internos propiciaban la ventilación de toda la vivienda e iluminación y sirvieron para acoger a los visitantes. Junto a ellos se disponían los espacios de representación, como el tablinum, estancia que tenía la función de despacho del dueño de la casa y donde se trataban los asuntos privados o se recibía a la clientela. Como ejemplos de casas ricas localizadas en la Mérida romana, tenemos la llamada Casa de los Mármoles o la Casa del Mitreo.

Sabemos que los habitantes de la antigua Mérida romana tenían un origen muy heterogéneo: itálicos, asiáticos, africanos, indígenas y un sinfín de habitantes procedentes de diferentes rincones del Imperio que poblaron la ciudad; se calcula que Augusta Emerita llegó a albergar entre 30.000 y 55.000 habitantes. Dar acomodo a una población en constante aumento fue posible, seguramente, gracias a un mercado de viviendas de alquiler muy desarrollado.

Las calles estaban llenas de publicidad, en muros y tapias podíamos encontrar eslóganes electorales, carteles de combates de gladiadores, representaciones teatrales y seguramente anuncios de viviendas en alquiler. Aunque la realidad era que la gran mayoría de los habitantes del Imperio romano era analfabeta, el grado de autonomía personal del romano medio era muy limitado y ni siquiera los hombres y mujeres libres eran libres del todo.

Formalmente, un varón alcanzaba la mayoría de edad en la adolescencia, cuando vestía la toga viril, pero seguía sujeto a la autoridad del pater familias hasta que éste fallecía. Entretanto, no podía administrar su propio patrimonio ni decidir con quién casarse, aunque fuera ya un venerable cuarentón. Una mujer siempre dependía de un tutor legal, que podía ser su esposo, su suegro, su padre o, a la muerte de éste, cualquier otro pariente varón; únicamente podía aspirar a emanciparse si era madre de familia numerosa. Estas limitaciones afectaban incluso a los habitantes de clase alta.

Importancia de los servicios públicos para los habitantes de Augusta Emerita

En la antigua ciudad romana los habitantes hacían la vida en las calles; hay que imaginarse las grandes arterias de la urbe llenas de bullicio con cientos de habitantes transitando los mercados. Los habitantes, solo acudían a sus casas para dormir y los servicios públicos básicos se distribuían por toda la ciudad. Cuando un habitante quería comer, beber agua, lavarse o ir al retrete tenía que salir de casa y acudir a lugares como las letrinas públicas o los baños, edificios a los que llegaba el agua procedente de acueductos y conducciones subterráneas. Estaban bien planificados y distribuidos por la ciudad y solo las casas de los habitantes más ricos disfrutaban de baños privados.

Las letrinas eran salas amplias, con un banco corrido con agujeros en los que se encajaban los traseros y las necesidades se realizaban en común. Los romanos eran muy aficionados a los baños públicos; según algunos escritos, los baños eran lugares bulliciosos y ruidosos, llenos de habitantes y donde se practicaban ejercicios, se comía, se afeitaban unos a otros, se recibían masajes, se practicaba sexo casual y era fácil contraer enfermedades venéreas.

Recreación de los forica o letrinas públicas romanas. FOTO: GETTY.

Poco a poco, los baños privados de las casas de los habitantes pudientes se hicieron más usuales, con el objetivo de huir del bullicio público. En el área arqueológica de Morería, hacia el siglo IV, el propietario de la llamada Casa de los Mármoles instaló unas termas privadas en el espacio que había ocupado un local comercial, apropiándose de parte de una calle. Este fue un problema constante para los habitantes de la colonia, la apropiación de los distintos espacios públicos para ampliar las viviendas de los más ricos.

¿Cómo se divertían los habitantes de la Mérida romana?

En las grandes urbes, la jornada laboral no pasaba de seis horas y la mayoría de los comercios cerraban poco después del mediodía. Los habitantes urbanos tenían una amplia oferta lúdica para aprovechar el tiempo libre y algunas diversiones eran gratuitas, como el teatro, los juegos y las carreras de carros en el circo.

Los grandes espectáculos eran la mayor diversión de los habitantes del Imperio romano, entre ellos los juegos de carros celebrados en el circo de Mérida, situado en una vaguada próxima al acueducto de San Lázaro. Este circo es el más grande y mejor conservado de la península ibérica. Un amplio recinto de forma ovalada, con una separación central que dividía en dos carriles la arena, conformando así la pista de carreras, que pudo llegar a albergar hasta 30.000 espectadores. La grada contaba con lugares para habitantes preferentes donde se sentaban los personajes más relevantes de la ciudad. Las carreras de carros tenían diferentes modalidades: con dos caballos era las llamadas Bigas, con tres las Trigas y cuatro las Cuadrigas, que sin duda eran las más espectaculares. Estos entretenimientos eran sumamente peligrosos, tanto para el auriga como para el caballo, siendo muy habituales los accidentes de los participantes, que sufrían graves lesiones e incluso la muerte, en numerosas ocasiones.

Los espectáculos teatrales tuvieron una gran importancia para los habitantes de la ciudad. Inicialmente, los recintos utilizados para las representaciones teatrales eran temporales o improvisados. El gran teatro romano de Mérida se construyó bajo el patrocinio de Agripa , yerno de Augusto, entre los años 16 y 15 a. C., cuando la Colonia fue promovida como capital provincial de la Lusitania. Su graderío o cavea llegó a tener una capacidad para 6.000 espectadores y una acústica increíble. El anfiteatro, construido junto al teatro, albergaba el espectáculo que más gustaba a los habitantes de la Mérida romana: los combates de gladiadores. Con una capacidad para 15.000 espectadores, fue el palacio del pueblo, una obra colosal donde el romano de a pie podía disfrutar de los combates más increíbles y fantásticos espectáculos, con extrañas y exóticas criaturas traídas desde tierras lejanas. Las estrellas eran los gladiadores, la mayoría extranjeros: egipcios, asiáticos, e hispanos. Llevaban cascos asombrosos y armaduras pesadas y se vestían para simbolizar el mundo exterior de las provincias y el exotismo y la diversidad de los habitantes del Imperio romano. En realidad, estos combates eran un espectáculo, una farsa, ya que los combatientes estaban tan cotizados que era raro que murieran en la arena. El anfiteatro debió abandonarse a comienzos del siglo V.

La indumentaria de los habitantes de Augusta Emerita

En la Mérida romana, la vestimenta, además de ser un símbolo social mostraba el estatus y la posición de un habitante: si era extranjero, ciudadano común o cargo público, pobre o rico e, incluso, si pertenecían a la élite o era un nuevo rico. Por su abundancia, bajo costo y fácil manejo, la lana era el tipo de material más utilizado para confeccionar las prendas, pero podían ser también de algodón, lino o seda, dependiendo del poder adquisitivo de cada cual (las mujeres patricias utilizaban casi exclusivamente seda para sus chitones o túnicas). También se utilizaba el cuero, sobre todo en el calzado y para reforzar prendas con listones.

Relieve Ara Pacis Augustae donde se ven túnicas romanas del s. I d.C. FOTO: ASC.

Decorar las prendas de vestir era importante para los habitantes del Imperio Romano. Las perlas se usaban muchísimo para decorar los broches de las túnicas y hasta las sandalias o zapatos y el oro o la plata a manera de hilos; de hecho, los habitantes más pudientes vestían prendas con delicados patrones cosidos con finos hilos de oro o plata. Además, los habitantes de la Mérida romana daban color a la ropa con diferentes tipos de tinturas. La púrpura, muy costosa, se obtenía de los moluscos y era considerada de un gusto exquisito. La vestimenta era amplia y versátil, desde togas y túnicas hasta capas y capuchas como la paenula, y eran habituales los sombreros y adornos de todo tipo en la cabeza. Como ropa interior los habitantes de la Mérida romana usaban el sugligaculum, del latín «atar por debajo», una especie de pantalón corto bajo la túnica, con una tira de cuero o lino que envolvía los muslos y se ataba a la cintura, y que era usada tanto por hombres como por mujeres.

Mérida fue una de las ciudades romanas más importantes de la península ibérica y, como cualquier macrociudad, poseía un sin fin de contradicciones. Era una ciudad diversa habitada por migrantes, extranjeros, esclavos, gente rica o humilde procedente de todo el Imperio y trabajadores asalariados. Había tal diversidad social que, mientras unos habitantes pasaban penurias y no sabían cómo llevarse un trozo de pan a la boca otros cosechaban grandes éxitos, se hacían ricos y tenían baños privados.

En cualquier rincón de esta urbe se observaba una desconcertante mezcla de ideas y religiones, era lo que hoy en día diríamos una ciudad cosmopolita repleta de historias. Sorprende el afán de los habitantes de la antigua roma por contarnos sus historias y decirnos cómo eran, a qué se dedicaban y cuáles eran sus preocupaciones; todo ello mediante lápidas funerarias, gracias a las cuales podemos conocer la vida de sus habitantes, ver sus rostros mirándonos, saludándonos y contándonos cómo se llamaban, con quién vivieron, a quiénes amaron, sus gustos y a qué se dedicaban. Pero, realmente, lo que nos cuentan los restos de los habitantes de la antigua Mérida romana es que la vida cotidiana en la ciudad era tan maravillosamente caótica y emocional como la nuestra hoy en día.

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