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miércoles, diciembre 4, 2024

Tamara Rojo: «Creo que no hay voluntad para convertir a España en un líder cultural»

Nada más poner un pie en la casa de sus padres en Madrid,
Tamara Rojo
(Montreal, 1974) se siente un poco más ligera. «Me encanta volver, entrar en mi habitación, regresar a mi infancia… Es casi como ser adolescente de nuevo. Me gusta, sobre todo, porque alivia un poco toda esa responsabilidad que siento a todas horas», confiesa la exbailarina, que nació en Canadá pero llegó a España cuando tenía cuatro meses. En octubre
estrenó una nueva versión de El lago de los cisnes
, de Helgi Tomasson, en el Teatro Real, donde también posó para Mujerhoy durante su visita. Era la primera vez que volvía a nuestro país para presentar un espectáculo desde que se convirtió en
directora artística del San Francisco Ballet en 2022. Tomó las riendas de la compañía después de casi tres décadas en el Reino Unido, donde fue primera bailarina del Royal Ballet y del English National Ballet, y también ejerció como directora artística durante una década.

Su impacto en San Francisco, donde es la
primera mujer al frente de la institución en 90 años, ha sido evidente desde el principio. Al término de su primera temporada, un filántropo anónimo donó 60 millones de dólares a la compañía. La noticia se recogió como un hito (y un logro personal de Rojo) en la prensa norteamericana. «Es la mayor donación de la historia del ballet. Por un lado, me resulta inspirador que la gente se implique de esa manera pero, a la vez, el sentimiento de responsabilidad es enorme», reconoce. Esa sensación que solo se diluye un poco en la habitación de su infancia…

MUJERHOY. Creo que de pequeña soñaba con ser muchas cosas: desde arqueóloga y enfermera a científica y violonchelista. ¿Alguna vez se entretiene pensando en esas vidas paralelas que nunca fueron?

TAMARA ROJO. Me lo he planteado muchas veces. De hecho, me lo sigo planteando. Quizá, porque no estoy segura de querer hacer solo esto. Acabo de cumplir 50 años y, a veces, pienso si toda mi vida va a estar definida por una carrera. No sé si eso es bueno o malo. Ser bailarina, coreógrafa o directora artística es muy absorbente y a mí lo que más me ha interesado siempre es aprender. Me gusta saber más de todo: de historia, de política, de economía… Y creo que hubiese sido feliz encontrando mi carrera en cualquier otra disciplina. Si lo que te motiva es evolucionar como persona y entender mejor el mundo, a las personas y a ti mismo, puedes hacer lo que quieras.

¿En qué momento se dio cuenta de que esta era la vida que le había tocado, pero también de que podía ser una de las mejores bailarinas del mundo?

Casi desde el primer día, cuando no sabía ni lo que era el ballet, quise que bailar fuera mi vida. En ningún sitio era más feliz. Pero fue en París donde me di cuenta de que mi sueño era posible. Yo era bailarina profesional desde los 16 años con Víctor Ullate, pero aquella era una compañía pequeña, de Madrid, y yo me sentía muy desconectada del mapa mundial del ballet. Cuando gané la medalla de oro en el Gran Prix de la Ville de París, pensé: «No solo quiero hacerlo, puedo hacerlo».

En los salones del Teatro Real, la exbailarina lleva vestido con detalle metálico de Rabanne y sandalias de satén y cristales de René Caovilla.

En los salones del Teatro Real, la exbailarina lleva vestido con detalle metálico de Rabanne y sandalias de satén y cristales de René Caovilla. /

Jonathan Segade.

De aquello hace ahora 30 años. Cuando echa la vista atrás, ¿cuál diría que ha sido su mayor acierto como artista?

He tomado decisiones no para ser famosa o recibir premios sino para evolucionar, para ser mejor artista, para darle al público la mejor versión de mí misma. Estoy muy orgullosa de esa integridad artística que ha sido una constante en mi carrera.

Poco después, aterrizó en el Reino Unido y con 26 años ya era primera bailarina del Royal Ballet. ¿Qué le diría a la Tamara Rojo que llegó a Londres siendo una veinteañera?

«Tranquila, estás haciendo lo suficiente. No seas tan dura contigo misma».

No tuvo que ser fácil tomar la decisión de irse a Estados Unidos después de tres décadas. ¿Dónde encontró la motivación?

Mi visión para el English National Ballet se había realizado: la compañía estaba en una situación artística y económica extraordinaria. Podía quedarme y disfrutar o buscar el siguiente reto. Y a mí siempre me ha gustado aprender. Admiraba el ballet de San Francisco desde lejos, porque tiene una historia extraordinaria. Además, es la ciudad donde se está creando el futuro y eso me atraía mucho. Me interesa entender cuál es el futuro de las artes escénicas y cómo podemos asegurarnos de que estamos en el centro de esa innovación.

¿Cómo se rompen moldes en una disciplina clásica por definición?

El ballet es creativo e innovador casi desde su inicio. Como todas las disciplinas que surgían de la nobleza y la aristocracia, cuando el pueblo las absorbía, hacía con ellas lo que quería. Y el ballet no es diferente: se ha alimentado mucho de las danzas folclóricas de cada país, pero también del contacto con los más jóvenes. Por definición y necesidad, debemos ser innovadores. Al contrario de cómo se nos percibe, somos un arte en constante evolución. Físicamente, por ejemplo, nuestros artistas se desarrollan casi como atletas olímpicos. No se baila igual El lago de los cines ahora a cómo se hacía hace 100 años.

Ya que lo menciona… Simone Biles ha reivindicado otra manera de practicar gimnasia: con un poco menos de mano dura y un poco más de diversión. ¿Eso se puede aplicar también al ballet?

Para mí, la disciplina no es una cosa negativa cuando viene de uno mismo, cuando es autodisciplina. A estas alturas, supongo que
Simone Biles
puede permitirse pasárselo bien. Yo nunca me lo pasé mejor sobre el escenario que cuando tenía 40 años. Ya no tienes nada que demostrar y puedes hacer lo que quieras. Eso es lo mejor que te puede pasar como artista.

La exbailarina lleva vestido con capucha de Loewe, gargantilla Tubogas de Bulgari y sandalias de satén con cristales, de René Caovilla.

La exbailarina lleva vestido con capucha de Loewe, gargantilla Tubogas de Bulgari y sandalias de satén con cristales, de René Caovilla. /

Jonathan Segade.

Se retiró de los escenarios hace justo dos años. ¿Lo vivió con tristeza o fue una pequeña liberación?

Lo tenía muy claro y estaba preparada. De hecho, me hubiera retirado antes. La pandemia lo alargó y, luego, tuve a mi hijo. Quería volver a los escenarios después de ser madre por una cuestión de principios: para demostrar que era posible. Sé que es un privilegio poder decidir cómo y cuándo te vas y yo tuve esa oportunidad. Me hubiera gustado volver a España y decir adiós en Inglaterra una vez más, pero hacerlo en París, donde empezó todo, fue precioso.

¿Y sigue bailando? Aunque sea en la intimidad…

Es difícil porque querría bailar como a mí me gusta, pero mis estándares son muy altos. Ahora bailo en casa con mi hijo.

Decía que quería demostrar que ballet y maternidad son compatibles. ¿Antes no lo eran?

En eso hemos mejorado mucho. Ahora ves primeras bailarinas que tienen hijos y continúan con sus carreras. El mundo del ballet parecía haber olvidado su historia. Las bailarinas, coreógrafas y directoras siempre habían tenido hijos. De hecho, muchas de las grandes instituciones, como el Royal Ballet, fueron creadas por mujeres. Pero, en la segunda mitad del siglo XX, es como si las mismas compañías se hubieran olvidado de dónde venían o de quiénes habían sido sus grandes líderes.

Usted fue madre a los 46 años. ¿Había calado ese mensaje también en usted?

En España existe una narrativa bastante negativa alrededor de lo que significa tener hijos: se escuchan muchos mensajes sobre cómo los niños son una esclavitud y el fin de tu independencia. Como si la liberación de la mujer pasase por la negación de la maternidad. Es algo que en el Reino Unido no ocurre. A mí me parece que, aunque hay que sacrificar ciertas cosas y esa es una decisión muy personal, todo es compatible. Y creo que las generalizaciones sobre cómo los hijos son el fin de la ambición personal no son positivas para nadie.

Tamara Rojo con amisa de napa y falda, ambas de Fendi.

Tamara Rojo con amisa de napa y falda, ambas de Fendi. /

Jonathan Segade.

Hablando de España, ¿se siente profeta en su tierra? Alguna vez le he oído decir que nunca le piden opinión. ¿Querría tener más influencia?

No, lo que me gustaría es que se pudieran dejar las ideologías de lado y hubiera una visión a largo plazo. España es mucho más que sol y playa, es un país de una cultura riquísima, con unas tradiciones excepcionales, unas danzas y músicas regionales como ningún otro país en el mundo. Y creo que no hay una conciencia de esa riqueza ni una voluntad para convertir a España en líder cultural. Hay tanto talento que se tiende a pensar que ocurre de manera natural, espontánea y sin apoyo. Y no es así. Me gustaría que hubiera un plan a largo plazo que no cambiara cada cuatro años o cada vez que haya un gobierno o un ministro nuevo. Creo que eso nos haría mejores, más felices y más orgullosos de España.

Acaba de llegar a San Francisco, pero ¿se plantearía volver a España para impulsar ese tipo de cambio profundo del que habla?

Esa idea siempre ha estado ahí. Me encantaría tener esa oportunidad, pero lo que me detiene, y me hace ser cauta, es que la cultura dependa tanto de la política en España. Uno de mis mayores orgullos es la integridad que he mantenido durante toda mi carrera. Y no me gustaría tener que sacrificarla. Por eso, esa sigue siendo la gran incógnita. Si en algún momento habrá un plan artístico y cultural por el que no haya que sacrificarse o involucrarse políticamente.

Pues, a simple vista, cada vez está todo más polarizado. ¿Qué puede hacer un arte como el ballet para luchar contra esa tendencia global?

Cuando uno dirige una institución artística, no puede politizarse. Tienes que concentrarte en la humanidad que compartimos todos, que es justo lo contrario de lo que está haciendo ahora la política. Y eso tiene que ver con programar obras que, por ejemplo, nos hagan entender que todos queremos que nos amen, nos respeten y nos reconozcan, que nuestros hijos y nuestra familia estén bien. Que todos somos mucho más parecidos de lo que nos quieren hacer ver. Y que si podemos tener más compasión hacia los demás, nos daremos cuenta de que coincidimos en nuestras esperanzas y nuestros miedos, sin dejar que nos manipulen o los utilicen para enfrentarnos. Eso es lo que me gustaría e intento hacer cada día.

Realización: Gervasio Pérez. Peluquería y maquillaje: Antonio Romero (The Crew Art). Asistente de fotografía: Dani Caparrós. Asistente de estilismo: Greta Macchi. Agradecimientos: Teatro Real de Madrid.

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