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sábado, octubre 5, 2024

Mérida: capital de provincia desde la conquista romana

Mérida, la antigua Colonia Augusta Emerita, hoy capital de la Comunidad Autónoma de Extremadura, es Patrimonio de la Humanidad. Como señaló la UNESCO, es una ciudad que le pertenece a todo el mundo porque posee unos valores universales excepcionales. Es la «Roma de España» y tiene una fascinante historia que comenzó, hace ahora, más de 2000 años.

Roma, 16 de enero del año 27 a.C., Cayo Julio Cesar Octavio recibe del Senado, como símbolo de su poder, el título de Augusto. Se convierte en el Princeps Civium, el «primero de los ciudadanos» y, como dueño del mundo conocido, continúa con la política expansionista emprendida por Roma desde, al menos, el s. III a.C.

En Hispania, finalizada la guerra contra cántabros y astures, decide licenciar a los más veteranos de las legiones V Alaudae y X Gemina y fundar la Colonia Augusta Emerita, nuestra actual Mérida. Así lo relata el historiador romano Dion Casio en su célebre cita: «Terminada esta guerra Augusto licenció a los más veteranos de los soldados y les concedió que fundaran en Lusitania una ciudad llamada Augusta Emerita».

Augusta Emerita, capital de la nueva provincia Lusitania

Siguiendo el texto de Dion Casio, escrito dos siglos después de los hechos que narra, la fundación de Mérida sería en el año 25 a. C., datación aceptada por la historiografía tradicional. Algunos investigadores, como Stylow y Ventura, intentan afinar proponiendo que el legado Publio Carisio «cogió el arado» para marcar el pomerium de la nueva colonia, el 21 de abril del año 24 a. C., fecha simbólica con la que rememorar el dies natalis de Roma. La documentación conocida, incluida la epigráfica, datan esta deductio entre los años 25 y 23 a. C.

En esos momentos iniciales, Augusta Emerita es «una colonia más» dentro de la política general del Princeps. Sin embargo, será la nueva reorganización administrativa y territorial de Hispania la que marque, de manera trascendente, el devenir histórico de Mérida.

Busto de Augusto velado (MNAR). FOTO: ASC.

Aprovechando nuevamente su estancia en territorio hispano, Augusto decide, entre los años 16 y 13 a. C., dividir la Ulterior, crear una nueva provincia, la más occidental de todo el Imperio, la Hispania Ulterior Lusitania y promocionar a Augusta Emerita como sedes legati o, lo que es lo mismo, capital de la nueva provincia Lusitania. Aquí comienza el rasgo más distintivo de la historia de Mérida: su estatus capitalino, sobre el que vamos a disertar.

La razón de por qué Augusto elige una ciudad con menos de 10 años de vida, como Augusta Emerita, en detrimento de otras como Olissipo (Lisboa) que le daría salida al océano, se desconoce. El profesor Saquete señala que la Lusitania era rica en minerales y Mérida se convierte en el centro neurálgico de esos importantes yacimientos mineros, tan necesarios para la emisión de monedas de oro y plata con las que Augusto debía pagar a sus numerosos y costosos soldados.

En este contexto, la nueva división provincial y el nombramiento de Emerita como capital de la Lusitania, emerge la figura de Marco Vipsanio Agripa, el «alter ego del Princeps», verdadero organizador de la gran reforma emprendida en Hispania por Augusto. Patrono de Augusta Emerita, para celebrar este nuevo estatus capitalino, y mostrar y demostrar el «poder de Roma», a Agripa no se le ocurre otra cosa mejor que construir, en el año 16-15 a. C., el teatro romano de Mérida.

Augusta Emerita, simulacra Romae

Roma basó su dominio en dos conceptos suplementarios: provintia y colonia. La Colonia Augusta Emerita, como Corduba o Tarraco, aglutinaba ambos, ya que como capital de una de estas provincias romanas adquirirá un papel predominante en todo su territorio. El proceso de romanización está insuperablemente compendiado por el profesor Ruiz de Arbulo. «Roma fue el primer espacio común de los europeos». Para él, «las ciudades elegidas como capita prouinciarum, cabezas o capitales de sus respectivas provincias, actuaron como auténticos modelos de referencia (exempla) para las comunidades de sus entornos y para el resto de colonias y municipios de cada provincia. Fueron todas ellas ciudades con fechas y procesos de fundación diversos, pero que coincidieron en su carácter de effigies parvae simulacraque (Romae) «copias en pequeño e imitaciones (de Roma)».

Augusta Emerita, como capital provincial, fue creciendo y «cambiando» en base a los distintos programas políticos e ideológicos impuestos desde Roma. Fue una colonia muy viva y dinámica, como ha evidenciado la Arqueología. El siglo III d.C. fue, en líneas generales, un periodo de crisis para Roma y su Imperio. No para Mérida. Como «respuesta» a esta crisis, el emperador Diocleciano emprende, a partir del año 284, una serie de reformas de gran calado político y administrativo, proclamando la llamada Tetrarquía y diseñando una nueva división territorial, prácticamente inamovible desde Augusto.

Para ello, aumenta el número de provincias, que agrupa en diócesis, dependientes, a la vez, de una serie de Prefecturas del Pretorio. Con estas modificaciones jurisdiccionales, las tres provincias hispanas pasan a convertirse en siete incluida la norteafricana Mauritania Tingitana, que serían gobernadas por un praeses bajo la autoridad de un vicarius imperial que presidía y gobernaba la Diocesis Hispaniarum dependiente de la Prefectura del Pretorio de las Galias.

División provincial de Hispania en época augustea. FOTO: ASC.

En este contexto reorganizador del Imperio romano se produce otro de los hitos trascendentes en la historia de Mérida. Augusta Emerita, la capital de la provintia Lusitania, es nombrada capital de la Diocesis Hispaniarum y lugar de residencia del vicario. Así lo certifica la nomina provinciarum del Laterculus Polemii Silvii. La elección de Emerita y la llegada de un número considerable de funcionarios irán configurando una nueva imagen de la ciudad, en la que los grandes edificios de ocio y representación (teatro, anfiteatro y circo) son reformados.

Vinculado a su carácter capitolino hegemónico, hay que resaltar algunos aspectos sumamente trascendentes. Mérida fue cuna del cristianismo hispano, como revelan las más antiguas fuentes documentales, entre ellas la Epístola 67 del obispo Cipriano de Cartago, fechada en torno al año 254 d. C. En ella se habla de la vida de las primeras comunidades cristianas del Occidente romano, en la que Emerita, como sede episcopal y metropolitana, perfectamente estructurada, aparece representada por el diácono Aelio. Se conservan textos y evidencias arqueológicas, como la domus ecclesiae excavada hace unos años y que hoy puede visitarse en la Sala Decumanus.

Mérida en manos de los visigodos

Como capital hispana, Augusta Emerita, pese a su lejanía de Roma, no será ajena al inestable contexto internacional. En el año 409 d.C., dividido el Imperio varios años antes, los «bárbaros», los pueblos suevos, vándalos y alanos, de ascendencia germana, cruzan los Pirineos, invaden Hispania y se reparten su territorio.

El 24 de agosto del 410, el caudillo visigodo Alarico «saquea» Roma. Cinco años después, estos mismos visigodos comienzan la conquista de Hispania. En el año 476 d.C., Rómulo Augusto se convierte en el último de los emperadores romanos de Occidente. Hispania, salvo algunos territorios que permanecen bajo control suevo, pasa a manos de los visigodos. El Imperio romano ha dejado de existir tal y como lo conocíamos.

Los hechos ocurridos en Emerita durante ese periodo son conocidos gracias al historiador y obispo hispano Hydacio. En su Chronica nos relata cómo Mérida fue sitiada en el 409 d.C. por los alanos, comandados por Atax, que estableció su corte en ella durante seis años. Tras este breve episodio alano la ciudad pasa a manos nuevas, que se instalaron durante poco tiempo. Su rey Rechila entró el 439 d.C. para tomar posesión de la nueva sede regia, incluso acuñaron moneda; Emerita sería su capital y su centro de operaciones. Así lo recordó, hace poco tiempo, el hallazgo excepcional de aquellas tumbas de «princesas suevas», con sus joyas de oro y plata, localizadas en el «Corralón de los Blanes».

En el año 448, Rechila y su corte aún permanecían en Emerita. Ese año muere y le sustituye su hijo Rechiario, que es investido rey en Emerita, pero inmediatamente la abandona y se instala en Bracara (Braga). Finalmente y de manera definitiva, el rey Eurico incorpora Mérida al reino visigodo en el 476 d. C. conservando temporalmente su rango de capital hasta que, posiblemente, con el rey Atanagildo (554-567), esta se traslade a Toletum. La jerarquía urbana de Mérida, al igual que la de Toledo o Córdoba, en esta Hispania visigoda las convertirá en objetivos prioritarios en el año 711 d. C.

Mérida como parte del Al-Ándalus

El 19 de julio de ese año, Tārik b. Ziyad, lugarteniente de gobernador del norte de África Mūsà ibn Nusayr, y sus tropas árabes y beréberes cruzan el estrecho de Gibraltar y derrotan (supuestamente) en Guadalete, al último de los reyes hispanorromanos-visigodos, Rodrigo. Hispania pasa a convertirse en Al-Ándalus.

Dos años más tarde, en el 713, el propio Mūsà, al mando de un contingente armado, se presenta a los pies de las «infranqueables» y admiradas murallas de Emerita con el propósito de conquistar la ciudad, objetivo que consigue, tras firmar un pacto de capitulación con las autoridades civiles y religiosas emeritenses, el 30 de junio del año 713, I de Shawall del año 94 de la Hégira. A partir de ese momento, Mérida se incorpora a la Dār al-Islām (Casa del Islam).

En todo este progresivo proceso de conquista, lo inminente era controlar el nuevo territorio sometido. Para ello, era precisa una nueva reorganización territorial. Dentro de esta nueva recomposición jurisdiccional de al-Andalus, Marida, nuestra Mérida, fue capital de al-Tagr al-Adna o Marca Inferior. Continúa, por tanto, la tradición capitolina de Mérida. Es sumamente elocuente que varios hijos de emires, como Hiŝām, hijo de Abd al-Rahmān I y futuro emir, ejercerán, en y desde Mérida, el cargo de gobernadores. El siglo IX será un periodo inestable para nuestra Mérida.

Aljibe de la alcazaba árabe. FOTO: Pedro Blas Vadillo Martínez

Será con el nuevo emir de al-Andalus, ‘Abd al-Rahmān II (822-852 d. C.), cuando cobren mayor protagonismo las continuas sublevaciones de la «orgullosa» y desafiante antigua capital lusitana, que se muestra necesitada de autonomía y protagonismo ante un estado centralista cada día más fuerte. La consecuencia de todo aquello fue la construcción, entre el 835 y 855, de la alcazaba maridí.

Con ‘Abd al-Rahmān III, Mérida se configura en una de las coras más extensas, pero el protagonismo en esta parte del occidente andalusí se irá decantando en favor de Badajoz que, al final del Califato, se convertirá en la ciudad más importante de esta franja occidental y, sobre todo, en capital de la Marca Inferior. A partir de entonces, Mérida tendrá un papel secundario, desapareciendo prácticamente de las fuentes escritas. Este silencio se acentúa en el año 1120 d.C., al perder Mérida su condición de Sede Metropolitana en beneficio de Santiago de Compostela. Será a partir de ese desgraciado hito cuando Mérida, definitivamente, «pierda el tren de la historia».

Mérida tras la reconquista

En la primavera del año 1230 se cierra la etapa histórica andalusí para Mérida al ser «reconquistada», después de 517 años, por las tropas del rey de León Alfonso IX y los caballeros de la Orden de Santiago. La Crónica Latina de los Reyes de Castilla recoge una frase bien elocuente de lo que se encontraron las tropas cristianas: «Ciudad antiguamente populosa, que entonces está reducida a modo de pequeña villa, esto es Mérida».

En esta nueva reorganización territorial cabe destacar el papel que jugaron las órdenes militares. Como premio a su «esfuerzo» durante la «Reconquista», aquella «Extremadura» será repartida entre las Órdenes militares de Santiago, Calatrava y Alcántara. En este reparto, Mérida pasa a manos de la Orden de Santiago, que traslada al territorio extremeño su estructura general. Este pasa a llamarse, a partir del siglo XIII, Provincia de León.

Dentro de este esquema, Mérida fue sede de un Provisorato, al mando de un Comendador, que tenía a su cargo varias encomiendas y dependía directamente de la Encomienda Mayor con sede en Segura de León. No obstante, su pasado esplendoroso, su buena comunicación y situación estratégica hicieron que, en 1239, el Maestre de la Orden de Santiago, Rodrigo Íñiguez, la nombre capital de la Provincia de León. Mérida, como ya lo fue en época romana, visigoda y andalusí, continuaba siendo capital.

Mérida, capital a lo largo de los siglos

La Mérida Moderna será continuadora, en gran medida, de la Mérida Bajomedieval. Ciudad decadente, la Mérida del siglo XIX tiene, como en siglos precedentes, un aspecto rural.

Durante la Guerra de la Independencia, Mérida es reconvertida, como capital de Prefectura, en cuartel general de los franceses, siendo recuperada en 1812 por el general inglés Hill y devuelta a las autoridades militares españolas.

El día de San José de ese mismo año se aprueba la Constitución de Cádiz. Dentro de este proceso modernizador liberal, la «Pepa» programa una nueva división territorial basada en las provincias con la que Mérida veía la posibilidad de ser capital de una de ellas, aunque finalmente fueron elegidas Badajoz y Cáceres. En este nuevo orden territorial y administrativo, una vez más, la situación estratégica de Mérida la va a convertir, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, en un centro coordinador y distribuidor de mercancías y viajeros.

Finalmente, con la aprobación de la Constitución Española de 1978, y su artículo 148, que proclama el nacimiento de la España de las Autonomías, Mérida es declarada capital de la Comunidad Autónoma de Extremadura, como así se recoge en el título preliminar, artículo quinto de la Ley Orgánica 1/1983 de 25 de febrero del Estatuto de Autonomía de Extremadura: «La sede de la Junta y de la Asamblea se fija en Mérida, que es la capital de Extremadura».

Vista del escenario del teatro romano de Mérida desde uno de los accesos a los asientos. FOTO: SHUTTERSTOCK.

A modo de síntesis, si en un primer momento la ciudad de Augusta Emerita se fundó para asentar a los veteranos de las legiones romanas, pronto la población adquirió el rango de capital (de la Lusitania primero y de toda Hispania después), como Simulacra Romae, con una clara funcionalidad administrativa a la par que nudo de comunicaciones, pues se creó como ciudad-puente en un magnífico vado sobre el río Guadiana. Mérida fue «la Madrid del siglo IV y V».

Mérida fue cuna del cristianismo hispano, Sede Metropolitana de su Iglesia y lugar de peregrinación vinculado a la figura de la mártir Eulalia, la «Santiago de Compostela de los siglos VI, VII y VIII».

Mérida fue capital con los alanos y los suevos. Emerita fue la capital del reino visigodo antes de su traslado definitivo a Toledo. Mérida, tras su incorporación a la casa del Islam en el 713, fue también capital de la Marca Inferior de Al-Ándalus, manteniendo su hegemonía urbana. El permanente espíritu levantisco de los emeritenses supondrá el progresivo desmantelamiento de la Marida islámica en beneficio de la cercana Badajoz, hecho que convertirá la antigua y prospera ciudad romana en una población de tercera fila, de marcado carácter agrario, pese a ser nombrada capital de la Provincia de León, tras ser «reconquistada» en 1230 por las tropas cristianas del rey leones Alfonso IX y los caballeros de la Orden de Santiago.

Este carácter decadente lo mantuvo hasta finales del siglo XIX con la llegada del ferrocarril en 1863, que pareció imbuir a la villa de un espíritu industrial que nunca llegó a cuajar realmente. Desde los inicios de 1980, Mérida vuelve a recuperar su protagonismo, asentándose en ella la capital de la Comunidad Autónoma de Extremadura, circunstancia que no supone sino la vuelta a la pérdida de funcionalidad administrativa y el cierre de un curioso bucle histórico que inició, allá por el año 25 a. C., el más grande de todos los emperadores romanos, Augusto.

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Interesante o Muy Historia.

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