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miércoles, octubre 2, 2024

¿Qué importancia tuvo descubrir las cuatro lunas de Júpiter? Los asombrosos satélites galileanos

Es jueves 17 de febrero. Hace exactamente diez años quemaron vivo a Giordano Bruno por predicar que las estrellas eran soles como el nuestro, con sus propios mundos girando alrededor de ellas (tal y como se aventuró a decir Copérnico que hacían los planetas alrededor del Sol). Soles como el nuestro, con sus planetas y, por qué no, con sus animales y sus seres «inteligentes». Lo quemaron vivo. Pobre chico. 

Estatua de Giordano Bruno. Obra de Ettore Ferrari, se encuentra en el Campo dei Fiori, Roma.Wikimedia

El año es el 1610. Tu buen amigo y mentor te ha pedido que vayas esta noche a su casa. Con ese ímpetu y, a su vez, perturbadora tranquilidad que le caracterizan, te ha resultado imposible negarte. «¿No es este uno de esos tubos para ver de lejos?», le preguntas. «Los he visto en los mercados». Él te contesta con seguridad: «Sí, pero el mío es mejor». Te cuenta que los del mercado hacen que veas el mundo 3 veces más grande de lo que es en realidad, y cabeza abajo —burlándose—. El suyo, en cambio, amplía el tamaño de las cosas 20 veces y, además, aparecen derechas. Luego, te confiesa que le ha costado varias decenas de intentos, que la óptica no es su fuerte, pero que le ha valido un buen aumento de sueldo y un puesto vitalicio en la universidad. «Podrías haberme citado a la luz del día», le reprochas. «Habrías podido demostrarme su uso».

Él se vuelve a reír y te dice que lo van a usar, pero que no apuntarán a la Tierra sino al cielo. Te extraña, y hasta crees que se ha vuelto loco. ¿Qué espera ver allá arriba? En el cielo solo hay estrellas. Efectivamente, miran a las estrellas, y realmente la única diferencia al mirar a través del tubo es que se ven algunas más de las que se pueden apreciar a simple vista. Luego, te señala una estrella brillante en la constelación de Tauro: «Ahora apunta hacia aquella». Le dices que ya sabes que se trata de Júpiter y lo único que obtienes de él es una sonrisa expectante.

Júpiter con algunas de sus lunas iluminadas por el Sol.Shutterstock

Tres estrellas al fondo

Y entonces lo ves: a través del tubo, Júpiter aparece como un disco, como una esfera, quizá. ¡Realmente ha aumentado de tamaño! Tu primera reacción es de repulsión, pero luego le preguntas si puedes volver a mirar, y él no para de reír. Esta vez te invita a permanecer un buen rato mirando y a observar con cautela. Aceptas, por supuesto, pero te sientes raro. Como si… estuvieras engañando a tu pareja. Nada de lo que está sucediendo esta noche te parece muy correcto

No cabe duda. A través de aquel tubo mágico, Júpiter tiene un tamaño real. Franjas borrosas lo cruzan de un lado a otro. Piensas en la Luna. Y entonces reparas en algo que no habías visto hasta entonces. «Se ven tres estrellas al fondo; qué simpático». Él te contesta con una pregunta: «¿Y no te parece que sucede algo extraño con esas tres estrellas?».

Sí, por alguna casualidad cósmica, aquellas tres estrellas del fondo aparecen alineadas entre sí y con el propio Júpiter. Entonces, te dice que dejes de mirar por el tubo y que prolongues con tu mano la línea imaginaria que definen las tres estrellas en el firmamento. Estiras el brazo, guiñas un ojo e inclinas la cabeza (por alguna razón, piensas que es un ritual estrictamente necesario). 

Mientras tu mano estirada cruza el cielo, brota por tu boca de manera casi inconsciente un insulto, de la sorpresa. ¡Estás trazando la eclíptica! ¡La línea que dibujan los planetas en su trayectoria por el cielo! Las tres estrellas junto a Júpiter están alineadas con el movimiento de los demás planetas… 

No puedes saber qué significa. De repente, no sabes si estás realmente ahí o si acaso estás soñando. No entiendes absolutamente nada. «Se mueven», te dice él. «Llevo diez noches observándolas ». «Mañana ya no estarán donde las has visto hoy». «Las que hoy ves a la izquierda de Júpiter mañana estarán a la derecha, y viceversa ». No puede ser. Te cuenta que en realidad son cuatro estrellas y no tres, pero que a veces una de ellas pasa «por detrás» o «por delante» del planeta, y por eso no se la ve. Te enseña sus dibujos. ¿De qué demonios va todo esto?

Poder medir el tiempo de forma precisa es una búsqueda de siglos atrás, sobre todo cuando se trata de navegación. Wikicommons

El primer reloj universal

«Pues, que no son estrellas como las demás», te dice después de unos minutos muy, pero que muy confusos para ti, observando dibujos y anotaciones. Ya no se ríe. Ahora tiene un semblante serio, irónicamente muy parecido al de sus clases de geocentrismo ptolemaico en la universidad (sus pequeñas farsas, tú ya lo conoces). «Son pequeños planetas, que dan vueltas alrededor de Júpiter, tal y como hace la Luna alrededor de la Tierra. He aquí la prueba definitiva de que no todo gira a nuestro alrededor». 

Te sobresaltas y quieres largarte de allí. Te alejas hacia la puerta con nerviosismo. «¡Y de que existen otros mundos como el nuestro!», le oyes gritar. La cara de aquel pobre joven inocente te cruza la mente. Te das la vuelta y le adviertes que es peligroso; le recuerdas la tragedia de Giordano Bruno de hace tan solo diez años. Él trata de calmarte. Te dice que es diferente porque él tiene pruebas. «Además», prosigue, «no se trata solo de contradecir a nuestros amigos de la Iglesia católica. Estás ante el primer reloj universal en la historia del ser humano. Imagina lo que supondrá para la navegación». 

Al final, te ha convencido de quedarte un poco más. Le pides algo de beber y escuchas lo que tiene que decir, aunque ya sabes por dónde va la cosa. Poder medir el tiempo de forma precisa es una búsqueda de siglos atrás; más aún cuando se trata de navegación. Y no es que a los marineros les interese mucho saber en qué momento del día se encuentran; para eso, el Sol, y hasta la propia hambre, funcionan de forma bastante decente. Pero para no perderse en la inmensidad del océano y, en particular, para saber su longitud terrestre (es decir, cuánto han viajado hacia el este o hacia el oeste) necesitan comparar su hora con una referencia de tiempo en tierra, de donde partieron. 

Por ejemplo, supón que eres un navegante e imagina que tuvieras un buen reloj que pudiera marcar las horas, y sabes que el Sol tarda 24 horas en dar una vuelta completa a la Tierra. Recuerda que en el puerto de donde partiste, el Sol salía a las 7 de la mañana, y, ahora en mitad del océano, el Sol sale según tu reloj tres horas después, a las 10. Entonces, sabes que si divides el planeta Tierra en 24 gajos (meridianos), has recorrido tres de esos 24. 

Pero la imprecisión en la medida del tiempo y por tanto en el cálculo de la longitud terrestre ha sido causa de innumerables desastres marítimos; y es que a día de hoy, jueves 17 de febrero de 1610, no existe un buen aparato para medir el tiempo. Y ahora, tu amigo y mentor, sentado frente a ti, te cuenta que las ocultaciones periódicas de las cuatro estrellas de Júpiter representan un reloj universal natural. 

Tu tozudo amigo ha encontrado la solución al mítico problema de la medida del tiempo y de la longitud. «Solo necesito un poco más de tiempo», te dice mirando él mismo por el tubo. «Aún no calibro bien las ocultaciones de mis cuatro pequeñuelos como para poder predecir sus períodos y que nos sirvan de reloj». 

Esta noche no logras conciliar el sueño. Un carrusel de emociones dan vueltas en tu cabeza. Te resulta difícil vislumbrar las repercusiones filosóficas, religiosas, humanas, naturales, y hasta aplicables a la vida cotidiana, de lo que ha sucedido en las últimas horas. Te vendrá bien consultar con la almohada la mejor manera de hacerlo volver a la cordura, de plantearle si está realmente dispuesto a sacrificar su propia vida en vano ante una autoridad que poco atenderá a razones de la mera observación. Y todo por un maldito tubo con un par de lentes.

Galileo ante el Santo Oficio. Joseph-Nicolas Robert-Fleury / Wikimedia

Satélites galileanos

Lo que acabas de leer ha sido inspirado por la obra de teatro La vida de Galileo, de Bertold Brecht, por supuesto, no como una copia de ningún pasaje, sino como un homenaje a este magnífico texto en el que Galileo Galilei comparte en varias escenas sus últimos descubrimientos con su amigo Giovanni Sagredo

Ciertamente, fue de Galileo la idea de usar las ocultaciones de los ahora llamados satélites galileanos de Júpiter para el cálculo de longitud terrestre, pero nunca fueron realmente usadas en navegación, pues resulta muy difícil realizar observaciones astronómicas precisas con el movimiento de un barco bajo tus pies. No obstante, en la década de 1670, Giovanni Cassini completó el mapa topográfico de la costa de Francia más preciso hasta la fecha usando sus propias tablas de las ocultaciones de los satélites galileanos, tal y como Galileo había sugerido.

 En 1614, cuatro años después de que Galileo diera a conocer sus observaciones, el astrónomo alemán Simon Marius publicó sus propias observaciones independientes de los satélites de Júpiter, que él afirmaba haber descubierto algunos días antes que Galileo

Galileo lo acusó de mentiroso y plagiador, aunque es bastante probable que el de Marius fuera un descubrimiento legítimo e independiente al de Galileo. Sea como fuere, son los nombres que dio Marius a los cuatro satélites los que prevalecen hoy día; los nombres de cuatro amantes del dios Zeus (equivalente griego de Júpiter), tres mujeres y uno, el más grande, hombre: Ío, Europa, Ganímedes y Calisto. 

Sonda espacial orbitando Júpiter – Representación 3D. Mapas de la NASAGetty Images/iStockphoto

No todo gira a nuestro alrededor

Hoy sabemos que Júpiter tiene al menos 95 lunas que lo orbitan, además de un tenue sistema de anillos parecido al de Saturno. Varias misiones espaciales los han fotografiado y, en particular, la misión Galileo, lanzada en 1989, estuvo tomando fotos de los satélites galileanos hasta el año 2003. Y cada uno parece tener su peculiaridad. 

Mientras que Europa, Ganímedes y Calisto podrían albergar océanos de agua líquida en su interior (y quizá, ¡vida microbiana!), Ío, el más cercano a Júpiter, es el cuerpo con menor proporción de agua en todo el sistema solar y el más activo geológicamente. Europa tiene la superficie inusualmente lisa pero llena de grietas. Ganímedes, el más grande, tiene fuertes movimientos tectónicos y su propio campo magnético, muy parecido al de la Tierra. Y en Calisto no hay actividad tectónica ni volcánica reciente y se ha pensado que sería por esto un buen lugar para una base que proporcionara suministros a futuras misiones a las regiones externas del sistema solar. 

En un gigante gaseoso como Júpiter, que en varios sentidos se parece más a una estrella que a un planeta rocoso, sus lunas llegan a ser mundos mucho más atractivos que el propio planeta. La próxima noche que apunte con unos prismáticos a Júpiter en busca de sus cuatro lunas, me trasladaré a febrero de 1610 y pensaré en Galileo, quien descubrió, en una época de miedo y de soberbio rechazo a nuevas verdades, que, efectivamente, no todo gira a nuestro alrededor.

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