La rica colección textil que conserva el Real Monasterio es excepcional por varios motivos, al tratarse de una colección única en número de piezas, en la documentación sobre las mismas, y sobre la que se puede conocer, en muchos casos, su origen, fecha de producción y bordador. Estas características convierten al conjunto de textiles del Monasterio de Guadalupe en una colección de gran importancia en España y en Europa.
La iglesia ha sido, tradicionalmente, uno de los más importantes clientes de las ricas telas desde la Antigüedad Tardía hasta el siglo XX. En la Edad Media los tejidos y bordados en seda e hilos metálicos formaban parte de los tesoros de catedrales, monasterios, abadías, etc. España cuenta con ejemplos tan importantes como Roda de Isábena, León, Toledo, Ávila, Sevilla…
Es en la Baja Edad Media cuando el bordado para su uso en las indumentarias eclesiásticas y tejidos litúrgicos tiene un mayor desarrollo. Serán los talleres ingleses del conocido como Opus Anglicanum o trabajo inglés, y posteriormente los franceses, flamencos e italianos los que den carta de naturaleza a este arte de pintar con la aguja.
La importancia de estos tejidos ricos en las ceremonias religiosas —y su coste— fue posiblemente la razón de la creación de los talleres de bordados en las instituciones eclesiásticas, tanto en catedrales como en los cenobios, como es el caso que nos ocupa. La relevancia social de estos tejidos y bordados se puede documentar en las distintas pragmáticas del siglo xv, por ejemplo en la Pragmática de Segovia de 1494, en donde la reina Isabel I ordenó que durante tres años no se importasen ricas telas ni se hiciesen ropas con ellas, a excepción de los ornamentos para las iglesias. Por ello, el Real Monasterio de Guadalupe fue uno de los talleres de bordado para uso eclesiástico más brillantes de esta etapa, junto con el de la Catedral de Toledo.
Bordadores y dibujantes
Desde sus humildes orígenes en el siglo XIII, el monasterio fue creciendo en importancia en el siglo XIV y en 1340 fue declarado real patronato, lo que conllevó su fulgurante desarrollo posterior. Desde la segunda mitad del siglo XV el Monasterio inicia una etapa constructiva que incluye distintos edificios, desde hospitales hasta talleres de platería, iluminación y bordados.
Este último será uno de los más afamados de la península, teniendo su etapa de esplendor desde finales del XV hasta los siglos XVII y XVIII, que ocupan la totalidad del tiempo en que la orden jerónima está a cargo del Real Monasterio, entre 1389 y 1835, momento de la exclaustración.
Será, pues, esta orden la que organice los distintos talleres, entre ellos el de bordados. En el Monasterio ocupaba varias habitaciones en la fachada sur, la que mejor luz tenía, y también en la torre de Santa Ana. Este taller dependía del Sacristán mayor y en él trabajan tanto monjes de la orden jerónima como seglares. Entre ellos destacó Pero (Pedro) López, que bordo piezas tan importantes como el conocido como «Terno Rico».
La calidad de las decoraciones bordadas está estrechamente unida a la calidad de los cartones y dibujos que diseñaban para este fin. El Monasterio contaba con dos fuentes para estos diseños. Por un lado, su propio taller de iluminación que hacía los dibujos para el taller de bordados; y, en algún caso, nos encontramos con un bordador y dibujante como Fray Cosme, activo durante el último tercio del siglo XVIII. Por otro lado, los diseños podían tomarse de grabados de artistas conocidos y eran trasladados a la base del bordado por el propio bordador.
Ejemplo de organización
Un taller de bordados de hombres no era raro en la península. Aunque es habitual identificar este trabajo como femenino, en la Edad Media y Moderna podemos encontrar tanto talleres profesionales como catedralicios masculinos, tal y como recoge Floriano Cumbreño en su tratado sobre el bordado español. El Real Monasterio es un ejemplo excepcional de la organización de estos talleres y en su archivo se recogen desde la organización de los talleres hasta sus donaciones, lo que permite trazar la biografía de las piezas que conserva. Así por ejemplo, en el Libro de las Capellanías, Lámparas y Bienhechores se recogen, entre otros, las entradas de las donaciones del Monasterio, tanto de tejidos como bordados, así como el control del príncipe Felipe, futuro rey Felipe II.
Un legado con nombres propios
Esta documentación nos permite conocer los distintos bordadores a lo largo del tiempo, qué obras hicieron, si eran frailes de la orden jerónima, o seglares, dónde vivían, etc. Fray Gonzalo, fraile muerto en 1425, es el primer bordador cuyo nombre figura en los archivos; el siguiente es fray Jerónimo, de origen francés, y que está activo en 1489. De finales del siglo xv son las primeras obras de gran calidad del taller destacando el conocido como el Frontal de Enrique IV. De este periodo es interesante desatacar la conexión con Francia, al ser un centro muy importante de bordado y que podría ser una de las influencias del taller de bordados de Guadalupe. A partir de finales del siglo XV hay una larga lista de nombres, recogidos por Sebastián García en su libro sobre los bordados del Real Monasterio.
La colección conserva piezas de indumentaria eclesiástica con ternos (el conjunto formado por la capa pluvial, dalmática, casulla, capillo, estolas de los oficiantes), mangas procesionales (la funda que cubre la base de la cruz cuando sale en procesión), frontales de altar, la indumentaria de la Virgen y el niño (capas, túnicas), paños de atril, de cáliz, etc.
Evolución de estilos y técnicas
El conjunto de textiles guadalupenses muestra el devenir del bordado, aplicado al mundo eclesiástico desde finales del siglo XV hasta el siglo XIX, formando un compendio estilos y técnicas de bordados que muestra la evolución tanto en la técnica de bordado como de los propios tejidos que se usaban de base, desde los terciopelos de seda e hilos metálicos de los siglos XV y XVI a los rasos y damascos de manufactura francesa o de la Real Fábrica de Talavera de la Reina, del siglo XVIII. En conclusión, podría decirse que los bordados muestran desarrollo tanto de las técnicas de este arte, conocido como pintar a la aguja, como de la evolución de los motivos decorativos, desde el estilo gótico de influencia flamenca visible en el Frontal de la Pasión, el Renacimiento del Terno de la Emperatriz o la manga procesional de Pero López, hasta las etapas barrocas como las casullas del Corpus Christi o la influencia de los motivos de China, del periodo de chinerías del siglo XVIII.